Las imágenes no engañan. Extensos y diversos territorios de Colombia, anegados por el invierno. Los ríos se salen de madre y el Gobierno, como siempre, afirma, ¡como el gran descubrimiento! que “se vive el invierno más crudo de los últimos años”. A renglón seguido, como si fuera un asunto de ‘caridad’, solicita colchonetas y enseres para atender a los damnificados. ¿Dónde están el erario y los ahorros de todos? La inundación del Plato (Magdalena) evidencia la improvisación con que actúan la Presidencia y todas sus oficinas para prever y atender desastres. Sin duda, el país requiere un política que haga honor a la seguridad, sin comillas.
Un ambiente de crisis se respira por toda Colombia. El gobierno nacional se empecina en no prestarle atención a la inocultable emergencia social que se vive por todas sus coordenadas, pero los signos son elocuentes: corteros de la caña, indígenas, campesinos y otros sectores sociales alzados en demanda de dignidad y justicia; la bomba social desencadenada por la confiscación de DMG y los fraudulentos movimientos por parte de especuladoras financieras ‘ilegales’ o pirámides; los falsos positivos, que ocultan el asesinato aleve de cientos de jóvenes pobladores de barriadas periféricas de Bogotá, Bucaramanga, Pereira y otras ciudades. Estamos ante una crisis que desnuda la debilidad de la pomposa y falsa ‘seguridad democrática’, centrada solamente en el aspecto militar, en especial en confrontar a la insurgencia.
El puntillazo a la política central del gobierno Uribe ha corrido por cuenta de la ola invernal en curso desde octubre, la que no sólo anegó extensas regiones nacionales, dejando en la más profunda miseria a miles de familias, sino que además ahogó la propagandeada ‘seguridad’, al evidenciar la improvisación que campea en la cúpula gubernamental. Su ahogamiento fue más evidente con la catástrofe que viven los habitantes del municipio de Plato, donde el Magdalena dio cuenta del dique que aguantaba su potencia hídrica, dejando en el más completo abandono a no menos de 30.000 habitantes.
Improvisación. “Estamos viviendo el invierno más crudo de los últimos 70 años”. “Medio país está bajo el agua”. Declaraciones, declaraciones, declaraciones. Al mismo tiempo, los reportes televisivos muestran extensas regiones rurales y semiurbanas que están cubiertas por el agua hasta los techos de las viviendas. Imágenes crudas. Sí. Pero que parecen sacadas, tanto éstas como las declaraciones de los funcionarios, de alguna grabación de hace uno, dos o tres años.
En efecto, Colombia vive año tras año dos intensas temporadas de lluvia (abril-junio; octubre-principios de diciembre), y tras cada una de éstas se repiten inundaciones, deslizamientos, derrumbes… muerte. Parece un cuento de terror, pero, además, uno de esos malos que hacen en Hollywood, con parte 2, 3, 4 y hasta más, en que el teleespectador, una vez observadas las primeras imágenes, ya conoce toda la trama.
En Colombia sí que sabemos lo que va a suceder, quién va a padecer, quién propicia los desastres, quién hace propaganda con el dolor ajeno, quién manipula los hechos.
Cubierto por innumerables ríos, el país goza de agua por doquier. Algunos de ellos, como el Magdalena y el Cauca, cruzan por lo que ahora son importantes ciudades, construidas en medio de una intensa lucha por el suelo. En sus periferias, al borde de los ríos, terminan siempre los más pobres. Aruñan su supervivencia. Arriesgan su vida para poder vivir… si eso es vivir.
Igual sucede en otras ciudades, que, a pesar de no estar cruzadas por corrientes de agua, han sido construidas en medio del intenso desplazamiento que ya cuenta con más de 50 años, fruto del duro conflicto que no parece tener fin. Y, como en las otras ciudades, en sus cinturones, medio urbanos, medio rurales, terminan hacinados los más pobres. Al borde de peñascos, en terrenos deforestados, miles de familias tratan de superar la indiferencia oficial y el ‘destino’.
Llega el invierno. Sin excepción, año tras año, los reportes son iguales, aunque quizá con matices secundarios: “Colombia vive el invierno más fuerte de los últimos años”, “muertas familias al deslizarse el terreno donde vivían”, “el río Magdalena supera su cota e inunda las sabanas de….”, “miles de colombianos no tienen a donde ir, el río Cauca ha inundado sus casas”, etcétera.
Y para confirmar, la regla no es diferente en 2008. Ahora nos dicen que el invierno que soportamos es el más intenso de los últimos 70 años. Puede que sí, puede que no. Ese no es el punto. El elemento central es por qué no existe en Colombia una política de prevención de desastres, que considere dentro de su plan estratégico los dos inviernos anuales, además de la realidad de pobreza y exclusión que, sin esfuerzo de doctores en geología o similares, se detecta en cualquier ciudad.
Yendo más allá, ¿por qué no se analiza el ejemplo del río Nilo, en Egipto, que en la Antigüedad arrasaba gente, viviendas y cultivos, y hoy nunca escuchamos que los africanos sufran las consecuencias de periódicas inundaciones de uno de los ríos más grandes del mundo? ¿No es posible acaso desarrollar obras civiles que acaben de una vez por todas con esta tragedia nacional? A la larga, puede resultar menos costoso hacer esto que estar en el mismo drama de todos los años.
La inexistencia de una política responsable y consecuente es aún más incomprensible si tenemos en cuenta que el programa central del actual gobierno tiene por nombre ‘seguridad democrática’. ¿Seguridad, para quién?
Trágica realidad
Sin excepción, cada año el invierno causa estragos en Colombia. Las cifras lo confirman. Mientras en el año 2000 hubo 29.451 familias afectadas, en 2006 se reportaron 41.365. El año 2007 fue suave: solamente resultaron damnificadas 871 familias.
Otros datos. En el 2000 se presentaron 60 muertos, 42 heridos y 12 desaparecidos, mientras en 2007 los decesos se redujeron ‘sólo’ a 34, heridos 134 y desaparecidos 17. Este año la naturaleza no da tregua: cerca de un millón de personas están damnificadas.
La tragedia no respeta año. Sin embargo, la previsión oficial brilla por su inexistencia. Ni en los departamentos de Córdoba, Sucre, Magdalena y Atlántico, donde siempre se sale de cauce el río Magdalena, existen espacios especialmente construidos para trasladar en época de invierno a los habitantes de decenas de municipios. Tampoco en el Valle del Cauca, Antioquia y Córdoba (por doble partida), donde se sale de su curso el Cauca, o en el Chocó, donde sucede lo propio con ríos como el Atrato. Esto por sólo mencionar un aspecto, pero la verdad es que tampoco existe política integral de vivienda, por no decir de hábitat ni de empleo ni de producción de alimentos, por no extender o hacer más patético el despropósito.
Realidad trágica pero que desnuda la inseguridad en que viven cientos de miles de colombianos. Año tras año, un importante porcentaje de éstos termina trepado en las ramas de frondosos árboles, en los techos de sus casas o durmiendo en inmensos charcos que rodean sus viviendas. Cada año se quejan de que “lo perdieron todo”. Y así continúan sus vidas. Entre el sueño, el dolor y la realidad del desgobierno.
La solución que tiene a la mano el Gobierno es suplicar la solidaridad ciudadana, que la gente done ropa, colchonetas, alimentos no perecederos, dinero. Y cada año, multinacionales como almacenes Éxito, Caracol, Kellogg´s, fungen de “buenos samaritanos”, hacen eco al llamado, abren bodegas para recibir los aportes, difunden los mensajes oficiales, y luego aparecen en los municipios como ‘benefactores’, como empresas que saben “redistribuir ganancias”. A renglón seguido, descargan sus aportes ante la Dian para que los exonere o reduzca sus impuestos. ¿Habrá mayor felonía y mayor desgobierno?
Improvisación
También recibe la Cruz Roja Colombiana. En 2006 se recaudaron 65 millones 51.302 de pesos para fines de solucionar en parte la situación de los damnificados; 34 toneladas de ayuda en las principales ciudades del país, y 227 millones de pesos fueron donados por el gobierno italiano, entre otros. Este año no es la excepción, y ya se informa que los colombianos han donado más de 300 toneladas de comida y enseres, además de muchos millones. Por su parte, el Gobierno, presionado por gobernadores y alcaldes que en reciente reunión evaluaron la difícil situación por la que atraviesan sus gobernados, destinó 3,1 billones de pesos provenientes del Fondo Nacional de Regalías para paliar la crisis. Es decir, un corcho para tapar una represa.
Todas estas ‘soluciones’ no sólo son insuficientes sino de escaso corte coyuntural. Por ninguna parte se siente el largo plazo, es decir, las políticas para remediar de verdad estas tragedias, que, si bien son propiciadas por la naturaleza, lo cierto es que en mayor parte lo son por la inexistencia de una política de Estado que realmente haga del ser humano el factor fundamental para cualquier gobierno, y de la seguridad una constante integral: empleo, alimentación, ingresos, información, manejo del medio ambiente, vivienda, etcétera… y no sólo una razón militar para el control y el dominio.
* Artículo publicado, salvo necesarias actualizaciones, en la edición virtual del periódico desde abajo del 2 de diciembre de 2008.
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