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De la orgía especulativa a la borrachera fiscal

De la orgía especulativa a la borrachera fiscal

Que el diario conservador parisiense Le Figaro se anticipe a considerar a John Maynard Keynes como “El Hombre del 2009”, cuando este año apenas comienza, no deja de ser curioso aunque comprensible si se ve como la expresión de un deseo. Pues, frente al fracaso de las sucesivas inyecciones de liquidez en la economía mundial, llevadas a cabo para revertir la parálisis del crédito provocada por la crisis financiera global desatada en 2008, ya se ha convertido prácticamente en consenso que lo único que queda es recurrir a la política fiscal. Y, como se sabe, fue Keynes, defenestrado en los últimos 30 años por la visión económica dominante, el defensor del uso de la inversión pública como medida contracíclica en las crisis.

Ocurre que el caso de Keynes es muy particular en la historia del pensamiento económico burgués, pues fue él quien primero, desde esa visión, se opuso a la idea del ajuste automático de los mercados que se preconizaba desde los clásicos. Es claro que su obra fundamental, Teoría general de la ocupación, el interés y el dinero, fue una respuesta teórica del capitalismo a la gran depresión del 29, época en la que afirmar el equilibrio natural y automático de la economía no hubiera pasado de ser un exabrupto. Sin embargo, y en forma paradójica, es otra crisis, la de los años 70 del siglo XX, lo que terminará por marginar las lógicas keynesianas y arruinar los años dorados del capitalismo en los cuales la exacerbación del consumo hizo que muchos creyeran que el crecimiento material puede ser geométrico e indefinido.

El viraje hacia el liberalismo a ultranza, como respuesta a esa crisis, tuvo como motivo central, de un lado, ampliar los espacios del capital privado a sectores tradicionalmente ocupados por el Estado, y, de otro, mejorar los márgenes de ganancia a costa de los salarios. El proceso de globalización es central para el segundo objetivo, pues el desplazamiento del proceso productivo hacia países de la periferia apunta en ese sentido. Tal proceso, que se corona con la conversión de parte del Lejano Oriente en el ‘taller’ del mundo y cuyo ejemplo paradigmático es China, terminó por jalonar los salarios de los países del centro, también a la baja, si se mira su participación en el PIB. Eso, que ha terminado por generar una crisis de demanda, paliada momentáneamente con un aumento del endeudamiento privado de los hogares, es lo que hoy se quiere revertir mediante la inversión estatal en obras de infraestructura.

El plan de Barack Obama, nuevo presidente norteamericano, de gastar unos dos billones (millones de millones) de dólares del presupuesto en inversiones extraordinarias y que desde ahora es avalado por el conjunto de académicos y políticos de Estados Unidos, no es más que una ‘inyección’ directa de puestos de trabajo en la economía, y con ello de cierta reactivación de la demanda, lo que sin duda reanimará en alguna medida los mercados. El problema reside en la duración del efecto de tal inyección, pues, si de lo que se trata es de sobreproducción debida a los bajos ingresos y el alto grado de endeudamiento, el sostén que preste el Estado a crear tales puestos no puede ser permanente. No sin razón, Paul Krugman, último Premio Nóbel de Economía, invita en forma abierta a la total irresponsabilidad fiscal y sostiene que, sin una fuerte creencia en que se obrará sin límite, salir de la crisis es prácticamente imposible. Ahora, esos economistas callan que el remedio es aplicable sólo en Estados Unidos, absorbente central del ahorro mundial y emisor de la moneda de curso forzoso en el orbe.

El efecto dominó en el sector real de la economía deja de ser hipotético. La caída del 50 por ciento de la producción de acero, desde septiembre de 2008, por las bajas en la industria de la construcción y la contracción en el sector automotor, muestran la realidad que se quiere revertir con inversiones multimillonarias en infraestructura por parte del Estado. Pero, aun si ello diera resultados tangibles en el corto plazo, ¿será suficiente para iniciar un nuevo ciclo al alza? O sucederá lo que con las reactivaciones pasajeras logradas por Alan Greenspan al abatir las tasas de interés, que se tradujeron apenas en aplazamiento de un mayor estallido de la crisis. No debemos olvidar que, incluso desde el establecimiento, muy pocas voces, entre las que se debe destacar la de Stephen Roach, fueron claras en hablar de “locuras de Greenspan” (Roach enfatiza en que, en 2007, el consumo personal creció en Estados Unidos hasta un 72 por ciento del PIB, mientras la deuda familiar se incrementaba en un 134 de la renta personal disponible, o sea, un crecimiento basado en endeudamiento insostenible). Pues, bien, en un futuro cercano ¿a quién se le achacará la ‘locura keynesiana’ de subir el déficit fiscal a valores cercanos a dos billones de dólares? ¿Puede tal nivel de déficit ser neutro para el valor de las monedas y la inflación?

Las respuestas no están a la mano, y, además, acá no es lo más importante, pues sobre lo que se quiere llamar la atención es sobre la forma como asume la izquierda el nuevo escenario. Que no se trata de una recesión como cualquier otra, es claro; y que el capital comienza a dar golpes de ciego en su desesperación, se hace cada vez más notorio. Sin embargo, parece que eso no perturba lo suficiente el espíritu de quienes viven convencidos de que otro mundo es posible, pues las reflexiones sobre lo que sucede traspasan apenas lo coyuntural, y sobre lo estratégico tampoco se ven. Los más escépticos se limitan a señalar que no debemos anticiparnos a poner el último clavo en el féretro del capitalismo, y que éste tiene siete vidas, máxime si se toma en cuenta que los mecanismos de autorregulación se han desarrollado en grados inimaginables. Pero estas consideraciones generales a nada conducen. Sucede ahora lo que señalaba Engels en el prólogo al tercer volumen de El capital: que “en nuestra agitada época ocurre como en el siglo XVI: en las materias relacionadas con los intereses públicos, sólo existen teóricos puros en el campo de la reacción, y eso explica que estos señores no sean tampoco verdaderos teóricos sino simples apologistas de esa reacción”.

Pues bien, si eso es válido en el campo internacional, qué decir de nuestro parroquial ambiente en el que basta revisar las columnas de nuestros ‘teóricos’ para notar su orfandad y su total despiste. Cuando la presidenta de Argentina nacionalizó los fondos de pensiones, no tardaron en hablar de “populismo trasnochado” y otra serie de lugares comunes, adscritos al pensamiento único. Sin embargo, en reciente informe de los países de la OCDE se reconoce que los fondos privados de pensiones de esos países se encuentran en una gran crisis por la pérdida de valor de sus activos (tan solo entre enero y octubre del 2008, tales pérdidas fueron del 20 por ciento), que después de los informes consolidados pueden llegar a ser abrumadoras. En Inglaterra, el 83 por ciento de los Fondos son deficitarios y como solución se propugna apenas por la disminución de las mesadas, o el aumento de la edad de jubilación y el tiempo cotizado. Como es natural, no se dan las razones que inviten a sostener la figura de los fondos privados cuya existencia, entre otras cosas, explica en buena medida el alto poder especulativo alcanzado por el sector financiero en las últimas décadas y, por ende, el alto grado de volatilidad de los mercados de activos.

Nuevos vientos en América Latina


Afirmar que las condiciones latinoamericanas son hoy diferentes va más allá del deseo, pues por primera vez se vislumbra la posibilidad de que las relaciones internacionales de estos países sean verdaderamente multilaterales. La presencia de China y Rusia en el continente traspasa el simple discurso, y sus relaciones con Brasil, Venezuela, Ecuador y Bolivia giran alrededor de los combustibles fósiles, cuyas fuentes son cada vez más disputadas y estratégicas en el mundo. El reciente préstamo de 10 mil millones de dólares de China a la estatal petrolera Petrobras, y el compromiso de Venezuela de venderle a esa nación asiática un millón de barriles de petróleo diarios a partir de 2012, es una pequeña muestra de que la posibilidad de alcanzar auténticos niveles de autonomía y diversificar la relaciones internacionales de los pueblos latinoamericanos es hoy más posible que nunca. La realización de la Primera Cumbre de América Latina y el Caribe (CALC), en diciembre de 2008, en la que se aprobó absorber sin aranceles la producción que Bolivia le vendía a Estados Unidos, con las ventajas derivadas de la Ley de Preferencias Arancelarias Andinas y de Erradicación de Drogas (ATPDEA), que le fueron escamoteadas a Bolivia como castigo por sus actitudes independientes es claramente una prueba más de que la creación de un espacio solidario y autónomo en América Latina deja el campo de la retórica y se adentra en el de la realidad.

Eso, no es desdeñable. De allí que se deba denunciar con fuerza la marginación de Colombia de esos espacios de integración, que nos colocan cada vez más como verdaderos parias en nuestra propia región. ¿Estará decidida la izquierda a arriesgar un capital electoral de coyuntura en aras de deslindarse de sus contrapartes? Creemos que la crisis es un terreno abonado para asumir banderas como la nacionalización de los fondos de pensiones, la integración real con nuestros vecinos del sur, la asunción estatal de las empresas de servicios públicos y la reconquista de poder adquisitivo de los salarios, entre muchas otras metas alcanzables.

En un mundo en el que la izquierda busca posicionarse como tal, de lo que son muestra las recientes creaciones del Partido Anticapitalista en Francia y la Die Linke (la izquierda) en Alemania, no podemos seguir aquí con el síndrome del derrotado y haciendo mimesis como ejercicio político de aceptación. Máxime cuando la crisis ya comienza a golpearnos con fuerza, pues, en cuanto a la variación del PIB, en 2008 fue Colombia el país con el tercer peor desempeño en América Latina, superado sólo por Haití, México y el Salvador (ver el Gráfico anexo). El supuesto blindaje que nos aísla de la crisis no pasa entonces de ser un mal chiste. Razón de más para plantar cara y dejar de hacer travestismo político. Ojalá en el Congreso del Polo las discusiones se canalicen hacia lo fundamental: aclarar el discurso y la estrategia, y renunciar al facilismo de la inmediatez y lo coyuntural, mirando siempre que en el campo internacional se está jugando hoy el futuro de la humanidad, y que nosotros no podemos ser ajenos a ello.

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