“La idea de que el único valor del conocimiento es el valor de mercado es lo que va a matar a la universidad. Una universidad que es ‘sustentable’ porque se financia a sí misma es una universidad insustentable como bien común, porque se ha transformado en una empresa”, advirtió el sociólogo portugués Boaventura de Sousa Santos, en una de las exposiciones centrales de la Conferencia Regional de Educación Superior de América Latina y el Caribe (CRES 2018), que concluye hoy en Córdoba. Doctor en Sociología del Derecho, profesor de las universidades de Coimbra y de Wisconsin-Madison, De Sousa Santos es –como él mismo se define– “un activista de la universidad” y le ha dedicado al tema ya varios textos, el primero a mediados de los 90, el último publicado este año.
“Si los estudiantes de 1918 estuvieran hoy acá –comenzó–, si nosotros fuéramos esos estudiantes, ¿cuáles serían las reformas necesarias?” En un cautivante castellano de cadencia portuguesa, De Sousa Santos trazó inicialmente un paralelo con el Mayo Francés, precisó los logros reformistas (ver aparte) y caracterizó al presente como una época plena de peligros para la universidad pública: “Estamos pasando un ciclo global conservador y reaccionario, controlado por el neoliberalismo, que no es sino el dominio total del capital financiero”. Se trata de un escenario más complejo que el que enfrentaron las rebeliones de 1918 y 1968, por una razón: “Entonces, el contexto global permitía pensar que había alternativas al capitalismo. Hoy parece que el capitalismo les ganó a sus adversarios, es un capitalismo sin miedo”.
El proyecto neoliberal, explicó, aspira a la construcción de un “capitalismo universitario”: “Empezó con la idea de que la universidad debía ser relevante para crear las competencias que exige el mercado”, siguió con las propuestas de arancelamiento y privatización. “La fase final es la idea de que la universidad debe ser ella misma un mercado, la universidad como empresa.” Si la universidad es una mercancía más, tiene que poder ser medida: de ahí, los ránkings globales.
La ideología neoliberal choca así con la idea de “la universidad como un bien común”, hija de las conquistas obtenidas desde la Reforma. “Es un momento difícil por varias razones, y una de ellas es que no hay un ataque político, sino un ataque despolitizado. Es un ataque que tiene dos dimensiones: recortes presupuestarios y la lucha contra la supuesta ineficiencia o corrupción, una lucha muy selectiva, porque se sabe que las universidades públicas son en general muy bien gerenciadas en comparación con otras instituciones.”
Boaventura de Sousa Santos identificó tres razones por las que la universidad es un blanco dilecto para el régimen neoliberal.
• Su producción de conocimiento independiente y crítico cuestiona “la ausencia de alternativas que el neoliberalismo intenta producir en nuestras cabezas todos los días. Si no hay alternativas, no hay política, porque la política es sólo alternativas. Es por eso que muchas de las medidas en contra de la universidad no parecen políticas, sino económicas, los recortes financieros, o jurídicas, la lucha contra la corrupción. Lo que está por detrás es la idea de que la universidad puede ser un fermento de alternativas y resistencia”.
• “El pensamiento neoliberal busca un presente eterno, quiere evitar toda tensión entre pasado, presente y futuro. Y la universidad ha sido siempre, con todas sus limitaciones, la posibilidad de criticar el presente en relación con el pasado y con vistas a un futuro diferente”.
• “La universidad ha ayudado a crear proyectos nacionales (obviamente, excluyentes de los pueblos originarios) y el neoliberalismo no quiere proyectos nacionales. A la vez, la universidad siempre ha sido internacionalmente solidaria, con base en la idea de un bien común. Pero el capitalismo universitario quiere otro tipo de internacionalismo: la franquicia, que las universidades puedan comprar productos académicos en todo el mundo”.
Pluriversidad
La segunda parte de la conferencia resumió una serie de propuestas para refundar la universidad, sobre la base de la Reforma del 18, pero rompiendo con sus limitaciones y radicalizando su espíritu democratizador.
“La dominación hoy tiene tres cabezas: capitalismo, colonialismo y hétero-patriarcado”, postuló De Sousa Santos. “Nuestro dilema es que esta dominación es integrada. El capitalismo actúa junto con el colonialismo y el patriarcado. Pero la resistencia está fragmentada. La universidad puede ser un campo donde pensar cómo articular la resistencia. También por eso la universidad es un blanco del neoliberalismo.” ¿Cómo hacerlo? El primer paso, dijo, es una ruptura epistemológica. “Hay una pluralidad enorme de conocimientos fuera de la universidad: conocimientos rurales, urbanos, populares, de las mujeres. ¿Por qué la universidad nunca los tuvo en cuenta? Porque la universidad no se descolonizó. Sus contenidos, sus ciencias sociales, su historia, son colonialistas. Para defenderse como bien público, la universidad debe hacer una autocrítica profunda, contra sí misma. Debe dejar la idea arrogante de que es la única fuente de conocimiento, abrirse a dialogar con otros saberes. Necesitamos crear Epistemologías del Sur”.
En ese sentido, la segunda ruptura respecto de la Reforma radica en la alianza social que debe buscar la universidad, ya no sólo las clases urbanas burguesas, sino “las clases populares y empobrecidas, las víctimas del colonialismo y del patriarcado, los cuerpos racializados y sexualizados”. Por eso, explicó, “la extensión nunca ha sido tan importante como hoy. Por influencia del neoliberalismo, la extensión ha sido desviada para obtener fondos. Esto es perverso, eso no es extensión, es prostitución. La verdadera extensión es la que se dirige a poblaciones que no son solventes”. La propuesta del portugués consiste en invertir la extensión, “no es llevar la universidad para afuera, es traer el conocimiento no universitario para adentro”. Y, a la vez, “articular los diferentes saberes populares, porque también suele haber prejuicios entre los diferentes movimientos” (obreros, feministas, campesinos, LGTB).
La universidad, concluyó entre aplausos, debe reinstituirse, hacer un uso contrahegemónico de su autonomía y “transformarse en una pluriversidad.
Pero el ataque del neoliberalismo es tan grande que quizá también deba convertirse en una subversidad”.
A cien años de la Reforma Universitaria, investigadores, docentes y estudiantes debaten sobre la vigencia de sus principios
“El enfrentamiento actual es con el mercado”
Consultados por PáginaI12, académicos y dirigentes estudiantiles analizan el lugar que ocupan hoy los discursos reformistas y las amenazas que sufren las principales conquistas de 1918, en un contexto de ajustes a la universidad pública.
Por Inés Fornassero.
Hoy hace un siglo la universidad pública comenzó a cambiar para siempre en Latinoamérica y gran parte del mundo, gracias a un movimiento iniciado en Córdoba por estudiantes y jóvenes profesores para transformar lo que hasta entonces era una universidad elitista, cerrada sobre sí misma y dogmática. El estallido, conocido como Reforma Universitaria, se extendió a las otras dos universidades que había en el país y luego a toda la región, conquistó un legado que aún define los rasgos centrales del sistema universitario: el cogobierno, la autonomía y la libertad de cátedra. En el primer centenario de aquella rebelión, investigadores del mundo académico y dirigentes del movimiento estudiantil –consultados por PáginaI12– reflexionan sobre su vigencia y alertan sobre las amenazas a sus conquistas.
En el actual contexto de ajuste del presupuesto universitario, paralización de obras de infraestructura y recorte del salario docente y las becas estudiantiles, el movimiento reformista continúa siendo una referencia para la lucha de estudiantes y docentes en defensa de la universidad pública. Pero esa referencia es disputada por todos los actores del sistema universitario, aún cuando sus posturas los ubican en sectores políticos opuestos.
Los funcionarios del Ministerio de Educación se definen como reformistas y evocan con frecuencia sus conquistas, también lo hacen las agrupaciones estudiantiles que en nombre del mismo proceso histórico se oponen a las políticas del Gobierno. “El significante ‘reforma’ y su legado tiene un uso conservador que busca legitimar las políticas actuales y un uso transformador que se lo apropian para poner en cuestión la situación presente. Pero es un legado esencialmente cuestionador, que invita al posicionamiento crítico y no conservador”, aseguró Sandra Carli, doctora en Educación, investigadora del Conicet y docente de la UBA.
Antes de la Reforma, la universidad era una institución estática, en la que no se permitía el ingreso de nuevos profesores, ya que los cargos docentes no se concursaban, los estudiantes no participaban del gobierno de las casas de estudio, que eran aranceladas y con nulo compromiso con las problemáticas del resto de la sociedad. Los reformistas cambiaron gran parte de estos rasgos y abrieron las puertas para la posterior gratuidad de la educación superior pública, alcanzada bajo el peronismo, en 1949.
Conquistas en peligro
Si bien las banderas de la reforma hoy son parte del sentido común universitario, los especialistas invitan a no darlas por sentado y alertan sobre su estabilidad. La doctora en Pedagogía y ex diputada Adriana Puiggrós apuntó que el legado reformista tiene total actualidad pero, al mismo tiempo, está pendiente. “Todas las proclamas, la libertad de cátedra, el cogobierno, la autonomía, la gratuidad, tienen que ser defendidas. Sobre todo cuando desde los intereses de las grandes corporaciones informáticas, editoriales y financieras se toma a la universidad como un espacio del mercado y se deforman esas banderas. Hoy se ve una puja entre la autonomía, en el sentido reformista, y la autonomía de mercado”, dijo.
Para Puiggrós, el rol que la dominación monárquica y clerical jugaba sobre la universidad en el siglo pasado, y contra el que se alzaron los estudiantes, hoy fue ocupado por las grandes corporaciones. Una influencia externa que se plasma, por ejemplo, en el caso de las empresas que hacen convenios con universidades para hacer investigación y que se apropian de las patentes que produce ese trabajo.
“El gran enfrentamiento actual en materia universitaria es con el mercado. El avance de las corporaciones busca y requiere destruir las instituciones educativas modernas, porque ponen freno a los negocios y le dan voz a una comunidad que defiende sus propios intereses, sobre todo cuando hay participación de docentes y estudiantes”, afirmó la ex diputada, que, durante su mandato en el Congreso, fue la mentora de la modificación de la Ley de Educación Superior que incorporó la gratuidad de los estudios de grado.
Crítica pedagógica
El Manifiesto Reformista del 18 también fue una declaración de amor. Una dimensión no tan conocida de sus consignas contiene una profunda crítica a la forma de concebir la docencia. “Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden (…) Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales”, proclama el Manifiesto.
Para el doctor en Ciencias Sociales Martín Unzué, director del Instituto de Investigaciones Gino Germani (UBA), esta demanda de los reformistas pone en el centro una reivindicación de la educación como factor de cambio. “La relación docente-estudiante es pensada como relación de transformación del estudiante. El Manifiesto está requiriendo un compromiso y una entrega con la universidad de esa comunidad estudiante-profesor, que a veces se pierde de vista, especialmente cuando la universidad toma un sesgo de ‘tiempo parcial’, donde los estudiantes y docentes sólo van a pasar un rato”.
“Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclama el sentimiento y el concepto moderno de las universidades”, continúa el Manifiesto, y abre la discusión sobre lo que Unzué rescata como parte del legado de la reforma: sentar la idea de la universidad como comunidad. “Los reformistas demandaron una universidad que produzca conocimiento y no que sea un mero enseñadero. La universidad tiene que producir cultura, educación, conocimiento con independencia de la cantidad de graduados. No es malo producir egresos, pero no es lo único que hace la universidad, ni es por lo que debe medirse su pretendida eficiencia”, agregó el investigador.
Para Carli, la idea de comunidad universitaria, que también reconoce al legado reformista, hoy está en riesgo. “Es una comunidad que invariablemente está atravesada por el conflicto y el debate, pero que caracteriza a nuestras universidades como institución. Cuando avanzan tendencias mercantiles y pragmáticas esa experiencia de comunidad está amenazada y es una cuestión a revisar”, explicó la especialista.
A cien años, las banderas principales de la Reforma siguen vigentes, pero también se suman nuevos reclamos, no atendidos por el movimiento iniciado en 1918. Para Carli, los más importantes son la gratuidad y el acceso irrestricto, que se conquistaron con posterioridad, y también la perspectiva de género, que no formaba parte de la cosmovisión reformista. “La cuestión de género hoy es parte central de las proclamas de las organizaciones estudiantiles. La identidad de la universidad pública hoy es replanteada como universidad pública, popular y feminista y está instalada en el discurso político sobre la universidad de manera muy clara.”
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