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Bolsonaro y López Obrador, dos estilos para gobernar las grandes potencias de América Latina

Bolsonaro y López Obrador, dos estilos para gobernar las grandes potencias de América Latina

Con pocas semanas de diferencia Jair Bolsonaro y Andrés Manuel López Obrador asumieron la presidencia de sus países, Brasil y México, las dos mayores economías latinoamericanas. Sus primeros pasos anticipan, en ambos casos, las principales contradicciones que enfrentarán en los próximos años.

 

Bolsonaro es el monumento a la improvisación: en los diez primeros días de su gobierno —asumió el 1 de enero—, debió retractarse de forma casi permanente. Sus dos principales tropezones fueron anunciar una base militar de los Estados Unidos en Brasil, inmediatamente rechazada por los militares, y críticas a la compra de Embraer —la principal empresa del país y tercera aeronáutica comercial de mundo— por la Boeing, que provocó hondo malestar en los mercados.

Por el contrario, el presidente mexicano está cumpliendo sus anuncios de forma bastante puntual. Decidió un importante aumento del salario mínimo y comenzó su combate al robo de gasolina, o huachicoleo, movilizando al Ejército y la marina par controlar los ductos, lo que provocó desabastecimiento en las ciudades. La medida más polémica es la construcción del Tren Maya, una obra que mereció una contundente oposición del zapatismo así como de pueblos originarios y un sector de la opinión pública.

FUNDAMENTALISMO DE DERECHA

Boslonaro es producto de la tremenda descomposición del sistema político brasileño, que desde 2013 no fue capaz de responder a las demandas de una sociedad cansada de corrupción y desigualdad. En su gobierno confluyen tres fuerzas, según quedó en evidencia en los primeros días de enero: los militares que ocupan siete de los 22 ministerios y los neoliberales alineados detrás de Paulo Guedes, ministro de Hacienda formado en la Universidad de Chicago.

Entre ambas, gana terreno una tercera corriente que ejerce una fuerte influencia ideológica: los discípulos de Olavo de Carvalho, un filósofo anticomunista, astrólogo y activo youtuber que se convirtió en referencia de la familia Bolsonaro. A sus 71 años vive en Virginia, Estados Unidos, ha publicado 19 libros, defiende tesis conspirativas y delirantes como que la tierra no gira alrededor del sol. Pese a ello, tuvo el poder como para indicar dos ministros: el canciller, Ernesto Araújo, y el ministro de Educación, Ricardo Vélez.

El canciller es un poema. La poderosa burocracia de Itamaraty lo rechaza, como sucedió el 2 de enero cuando asumió el cargo y cosechó raleados aplausos. En su discurso Araújo criticó la globalización y mostró un claro alineamiento con EE UU, Israel, Italia, Hungría y Polonia. “Brasil no puede entrar de cabeza en la guerra comercial de EE UU contra China, que se convirtió en nuestro mayor socio comercial, sin ganar nada a cambio”, editorializó el influyente Correio Braziliense (3 de enero de 2019).

El expresidente Fernando Henrique Cardoso aprovechó para lanzar su primer aguijón contra el nuevo Gobierno, advirtiendo que no sería oportuno tomar partido por Washington en la guerra comercial con China. “Es por lo menos anacrónico pensar que la competencia por el poder y la influencia en el sistema internacional se dará entre gladiadores comunistas y capitalistas, cruzados de la fe cristiana contra cosmopolitas sin fe ni patria” (El País Brasil, 6 de enero de 2019).

El ministro de Educación, a su vez, pretende erradicar la influencia de Paulo Freire, al que tacha de marxista, en el sistema educativo. De Carvalho y sus seguidores cuestionan la necesidad de que exista un ministerio de Educación y apoyan la propuesta del presidente de ampliar las escuelas militares que “tienen mejor calidad de enseñanza que las escuelas tradicionales” (El País Brasil, 12 de enero de 2019).

CONFRONTAR CON LOS MOVIMIENTOS

El Tren Maya es una obra faraónica que ningún presidente anterior pudo poner en marcha, en vista de la resistencia de los pueblos originarios. López Obrador es desarrollista y mantiene una férrea alianza con los grandes grupos empresariales que están detrás de esta iniciativa.

El Tren Maya está proyectado para 1.500 kilómetros y 12 estaciones, y según un reciente artículo del antropólogo Claudio Lomnitz en La Jornada, atraerá cuatro millones de turistas extranjeros, una cifra apenas inferior a los que recibe Cancún cada año. Para atender a esos visitantes habrá que destrozar entornos maravillosos como los de Palenque, pero el tren lubricará la explotación de los bienes comunes, como uranio e hicrocarburos,

El gobierno mexicano no consulta a los pueblos afectados, como es su obligación según tratados internacionales, pero ensayó un falso ritual con algunos representantes de esos pueblos y un referendo popular no vinculante, al que acudieron menos de un millón de votantes, de los 60 millones habilitados.

El gobierno de López Obrador, que asumió el 1 de diciembre, tiende a recorrer caminos muy parecidos al de Luiz Inacio Lula da Silva. En primer lugar, se rodeó de grandes empresarios, a quienes está entregando obras que, si se concretan, van a cambiarle la cara al país, en particular el Tren Maya y el Corredor Transístmico que unirá el Pacífico con el Caribe.

En segundo lugar, la realización de grandes obras de infraestructura profundiza el modelo neoliberal de acumulación por desposesión, facilita la corrupción por involucrar actores empresariales y mandos estatales acostumbrados a esas prácticas y, quizá lo más grave, fractura los vínculos con los sectores más activos de la sociedad, como los pueblos originarios. El Tren Maya y la represa de Belo Monte en la Amazonia tienen mucho en común.

No deberíamos olvidar que la debacle del Partido de los Trabajadores en Brasil comenzó con las manifestaciones de junio de 2013, que llevaron a 20 millones de jóvenes a las calles, convocados inicialmente por un pequeño y nuevo movimiento, el MPL (Movimento Passe Livre), que demandaba por el alto precio del transporte y la desigualdad.

En México son los zapatistas y el Congreso Nacional Indígena los que han dicho “no” a los proyectos desarrollistas sin su consentimiento. Sería muy penoso que luego del fin del ciclo progresista en Sudamérica, el gobierno mexicano transitara el mismo camino. La región parece encajonada entre la ultraderecha y el empeño en repetir recetas fracasadas.

Por RAÚL ZIBECHI

PUBLICADO
2019-01-15 06:00:00

 

Información adicional

AMÉRICA LATINA
Autor/a: RAÚL ZIBECHI
País:
Región: AMÉRICA LATINA
Fuente: El Salto

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