La elección: con hechos gruesos en cocina

Este marzo pinta un antes y un después en las cifras electorales. Aclaradas las consultas en las dos Coaliciones que sostenían un forcejeo –Por Colombia (sin formalizar aún el vínculo del Centro Democrático) y la Centro Esperanza–, y nombradas las fórmulas vicepresidenciales; la «ventaja de recordación» que tiene Petro, influyente en las encuestas, reduce su efecto. Así sea discutible, un acuerdo entre Fajardo y Rodolfo Hernández mueve una franja de opinión.

Sin excepción, en el discurso de todas las campañas hay tres verbos: el que promete, el que oculta y el que les da su símbolo; con predominio del segundo, no tocar sus puntos débiles. Poco, algo cambia en la política doméstica. Sin despertar en la calle el entusiasmo de un triunfo seguro, el muñequeo y discurso de las tres campañas grandes, generan nerviosismo de más “polarización” «impropia» y de distancia en la recuperación moral de la Nación para dejar atrás las sombras. Comenzado abril, el resultado en la primera vuelta no está definido. Si al terminar el mes revienta una sorpresa entre Fajardo y Rodolfo Hernández, con su 20 por ciento, Gustavo Petro con el 36 y Fico Gutiérrez con el 24 no están sobrados.

En conversación con personas afectas a su campaña, el candidato Hernández presume que “el día antes de su elección como alcalde de Bucaramanga ninguna encuesta le daba un punto”. Por eso afirma que su comunicación boca a boca y por las redes, “lo consagrará Presidente”. Más aunque no lo diga, igual que Fajardo, sólo no puede remontar a la segunda vuelta.

En términos de la situación general, hace falta comprender que en la Colombia de Gaitán, de su arenga en estrados y tribunas, era fácil diferenciar el país nacional y el país político. Pero, con los años luego, la confrontación cambió unos tonos. A Rojas Pinilla le hicieron fraude y comenzó a variar en símbolos y odios la idiosincrasia popular. Entonces, en la vera se halla el país nacional desde hace rato, en tanto permanezca el vacío de una ciudadanía cívica constante en los reclamos, que lo afirme y lo repare. En esta circunstancia –del careo que existe entre las facciones del Poder oligárquico y el acumulado popular, «aplazado en su desenlace»– ocurre en Colombia una correlación de fuerzas: anómala, estancada, con desencuentros y desaceleraciones (p.ej.: en …a desalambrar) desfavorables para el cambio. Perjudicial para los intereses de las mayorías de la gente. Un saldo que no es como podría esperarse.

Resulta que, los más conocidos referentes de convocatoria y liderazgo/conducción del descontento, por ahora… no encantan el cotidiano de los ciudadanos ni su reconocimiento aumenta en una forma rápída. O mejor, veloz. Orgánicamente y en el «estado de conciencia» real de la Nación no está a punto en la población, el momento que neutralice la «capacidad de maniobra» del poder.

Tras los hechos: toman más cuerpo tres países políticos rivales

En el contexto señalado, discurre una sorpresa o excepción: La fisura entre lo “revolucionario” y lo “popular”, que pone dos progresismos en contienda, dado como hay un «país nacional» amarillo, azul y rojo, que clama por la tierra y el cese de toda discriminación y marginamiento, país de la indignación y los descontentos; transcurriendo sin identidad de «pueblo unido». Sigue en espera. Sin tener los enlaces propios de un sujeto/actor colectivo, plural activo de gobierno que avance y constituya una alternativa a fondo, y sea soporte de un Pacto Histórico de Nación, con fundamento en la gente donde vive, más allá de las militancias parciales. En efecto, un sujeto social y político que junte día tras día los sitios inconformes e insumisos y ejerza resistencia cívica para ser gobierno y ser poder… una labor de organización horizontal que está por emprenderse. Mientras tanto, tienen espacio y ganan lugar dos progresismos.

Uno, está en cabeza de Petro, que aproximó en 2018 una gruesa parte de la memoria inconforme y de la influencia limitada del activismo radical de la lucha en las recientes décadas, que es vista con reparos en la opinión común. El otro, nuevo en su desafío, lo suscita el Centro Esperanza –espacio en trance de definición por otra cosa en la política, cuestiona las consignas del modo violento de la lucha. Uno y otro, limitados en sus diagonales y no en el Frente Común contra la estructura de poder. Cada quien, con una rebanada de «pueblo fragmentado», de la juventud, y las mujeres, enrazando tres países en el mapa.

De este modo, trasciende el querer del candidato Petro, su expectativa y “utilidad electoral”, por tener a César Gaviria a su lado, quien sin candidato oficial del partido liberal, taca por su cuota en el poder a varias bandas. (Desde una de las muchas esperas y debajos que tiene Colombia, con el oído puesto –tal vez– en la coyuntura siguiente de la electoral, Francia Márquez escala un paralelo de notoriedad). Por su parte, la Coalición del continuismo (gobernante) dispone casi intacta una reserva de voto con varios ceros contra la “polarización revolucionaria”. (Suenan increíbles las palabras de desuribización que buscan ocultar los lutos proferidos, con mancha de los uniformes oficiales). Distante de la anterior, pero sin mostrar diseño y ruptura de otra cosa –no más poder del «triángulo de la élite» Bogotá/Cali/Medellín– con un Organismo de Encuentro que transfiera igualdad a las regiones y a la Colombia rural necesitada, la Coalición Centro Esperanza con despego de “la polarización Petro-Uribe”, espera arrastrar los votos del rechazo ciudadano/popular tanto a la agitación opositora con “derivados de violencia” como al desgaste de la derecha más caracterizada.

Con el margen máximo del 29 de abril, que deja un mes para arreciar la campaña de la primera vuelta, varios hechos gruesos estarían por consumarse: Apostando como ‘gran elector’, César Gaviria por su lado liberal y Juan Manuel Santos por el suyo –con la carroza de la “U” perdida–, redondearán su papel con peones y marrulla, respecto al Pacto Patriótico, anticipados y celosos de salvaguardar su burocracia. En otra arista y hasta último momento, el Centro Democrático anunciará su forma de exigencia y vínculo con la Coalición Por Colombia. Y, por el lado de la Coalición Centro Esperanza, hay voces laterales de “amigables componedores” –como el escritor William Ospina– para que Rodolfo Hernández –“reticente con los políticos”– y Sergio Fajardo den la noticia de un acuerdo que repare a la Nación.

No es un asunto fácil caracterizar en detalle la realidad colombiana con tres países políticos en proa, a su vez, dos como progresismos distantes. Hasta aquí en el artículo, van apenas unas puntadas de mirada crítica y de elaboración de un «comportamiento y rectificación estratégica» que demanda un rápído Encuentro y Proyección plural de sujetos sociales. En el particular perfil de los dos progresismos, es necesario abordar la diferencia existente respecto a la «intensidad» de la protesta popular, el «contenido» y los «instrumentos» de lucha y de autonomía a enarbolar. Contradicción que hoy establece, trasciende, y aumenta la fisura entre «discurso revolucionario» e idiosincrasia popular.

Una distancia que ha generado representatividades orgánicas distintas, y pone negativa a un “candidato único” de oposición. Una contradicción que conllevó la escisión del Polo y que ahonda el desencuentro entre Pacto Histórico y Coalición Centro Esperanza con sus jerarquías y relato no semejante de dos intensidades de la movilización, a saber: la «acción activista» de izquierda y radical por la acción directa, y el rumbo hacia otra cosa de centro-izquierda, por una «ciudadanía en movilización y resistencia cívica (masiva)».

Bajo la inercia que trazan los protagonismos subyacentes de “políticos profesionales” (con intereses de parcialidad), y bajo la deficiencia de un liderazgo de Nación; el resultado del 29 de mayo pondrá nuevas exigencias conceptuales, orgánicas y de terrirorio para llegar a un presente y una democracia distintos.

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Información adicional

Autor/a: Omar Roberto Rodríguez
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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