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Hacer lo visible

Hacer lo visible

La primera fotografía de la sombra de un agujero negro es uno de los logros más impactantes de la ciencia en lo que va del siglo XXI. Es la materialización de un sueño largamente acariciado por numerosas personas y grupos científicos en el mundo. Muestra la fuerza de la razón humana al lograr evidenciar lo imaginado, hacer visible lo invisible.

México tuvo una participación muy relevante en el proyecto que hizo posible integrar una imagen a partir de señales obtenidas en la franja milimétrica del espectro electromagnético (muy alejada del espectro visible y dentro de las ondas de radio) provenientes del centro de una galaxia conocida como M87, localizada a 55 millones de años luz de distancia de la Tierra dentro del cúmulo de galaxias de Virgo.

La participación de la ciencia mexicana en esta hazaña no fue marginal. Empleando el Gran Telescopio Milimétrico Alfonso Serrano (GTM), ubicado en la Sierra Negra de Puebla, a más de 4 mil 600 metros sobre el nivel del mar, una docena de investigadores de diferentes instituciones nacionales, entre ellas el Instituto Nacional de Astrofísica Óptica y Electrónica y la Universidad Nacional Autónoma de México, contribuyeron con la obtención de datos y su análisis, la construcción de la imagen, su verificación independiente y la coordinación de los manuscritos publicados el miércoles pasado en la revista Astrophysical Journal Letters.

El GTM es uno de los ocho radiotelescopios del proyecto multinacional Telescopio del Horizonte de Eventos, que reunió a más de 200 científicos del planeta. Se trata de un gran logro de la ciencia mundial, a la vez de un gran triunfo de la ciencia mexicana que hay que celebrar.

Seguí la transmisión de la conferencia de prensa realizada ese día en México desde el auditorio Eugenio Méndez Docurro del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, y luego las realizadas en Estados Unidos por la National Science Foundation, en España por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, al igual que la realizada por los científicos del radiotelescopio ALMA, en Chile. Y aunque la primera fue para mí por muchas razones la más significativa, todas ellas me provocaron una emoción muy difícil de describir al ser partícipe de un acontecimiento histórico y ver proyectada en las respectivas pantallas la primera fotografía de un hoyo negro. Además de la emoción por este suceso hay tres reflexiones que me interesa compartir.

En primer lugar, que la imagen obtenida es una muestra del poder de la razón científica, pues confirma la predicción hecha por Albert Einstein en 1915 en su teoría de la relatividad general que explica el desplazamiento de cuerpos en el universo en un entramado formado por el espacio y el tiempo, el cual se deforma por la presencia de objetos masivos. Las ecuaciones de esta teoría fueron resueltas en 1916 por el físico alemán Karl Schwarzschild, quien sugirió además la existencia de una singularidad: cuerpos relativamente pequeños con una gran masa, a los que luego se conocería como agujeros negros, cuya atracción gravitacional es tan grande que nada puede escapar a ellos, ni siquiera la luz. Estas predicciones se confirmaron o están por confirmarse plenamente con la imagen presentada al mundo el pasado 10 de abril.
Un aspecto inquietante para mí es la reconstrucción de la imagen. Se trata de señales recogidas por ocho radiotelescopios. Los datos recabados se reúnen y se sincronizan mediante relojes atómicos. Luego mediante procedimientos matemáticos y el empleo de algoritmos, millones de datos son transformados en una imagen que cobra sentido para el ojo humano. Se podría pensar que una fotografía construida de este modo es algo sumamente indirecto, que no nos dice realmente cómo es el objeto al que nos estamos refiriendo. Pero de algún modo tranquiliza pensar que así es como funciona la visión en los humanos, pues señales electromagnéticas en la franja del espectro visible son transformadas en señales eléctricas y químicas que llegan al cerebro, donde se integra lo que conocemos como percepción visual, lo que vemos.
Finalmente, quiero referirme a la pregunta que reiteradamente aparece sobre cuál es la utilidad de contar con un fotografía de un agujero negro. No me voy a detener en los innegables beneficios que se derivarán de la tecnología creada en la realización de este proyecto. Pero creo que hay pocas cosas comparables con la emoción que provoca en los investigadores un descubrimiento científico, me atrevo a afirmar que es una adicción mayor a la que produce cualquier droga. Un disfrute incomparable que en este caso se comparte al mundo. Los agujeros negros permiten entender la evolución de las galaxias, pero, además, cada nuevo avance en el conocimiento del universo nos ayuda a responder algunas de las preguntas más relevantes para nuestra especie sobre qué somos y cuáles son nuestros orígenes y destino.

Información adicional

Autor/a: Javier Flores
País: México
Región: Norteamérica
Fuente: La Jornada

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