Nuestro yo es, esencial y ulteriormente, un acontecimiento biológico. Con una salvedad: la biología es un fenómeno físico, y la física actual ya no se ocupa de la materialidad del universo o las cosas.
Maturana y Varela producen con El árbol del conocimiento (1984) una inflexión importante en la biología y en el conocimiento en general que, aunados a otros trabajos e investigadores, tales como B. Goodwin, R. Solé, S. Kauffmann, entre otros, habrán de designar lo que entonces se llamaba “la nueva biología”.
La idea de base es, aquí, que el conocimiento tiene una base material: la biología. En efecto, el “yo” fue un tema habitualmente exclusivo de filósofos, teólogos (“persona”), psicólogos y teóricos del conocimiento. Maturana y Varela ponen de manifiesto que la quintaesencia de la psicología es la biología y que el fundamento de la filosofía es la biología. Sin embargo, esta idea jamás debe ser entendida como una especie de reduccionismo biologista, sino, por el contrario, en el sentido de que la base material del conocimiento y de todo lo que sea el yo no puede ser entendida sin el recurso a la biología.
Más o menos por la misma época la inmunología cobrará una importancia social, cultural y científica sin iguales en la historia de la medicina, la sociedad y la biología. El acontecimiento que, puntualmente, lanzará al primer plano a la inmunología es el descubrimiento del sida y, concomitantemente, todos los temas y problemas relacionados con enfermedades del sistema autoinmune.
Pues bien, los nuevos estudios en torno al sistema inmune tuvieron durante muchos años, hasta hace muy poco, un foco central: el sistema inmune define lo que es propio (self) de lo ajeno o impropio (non–self), en particular a partir de las relaciones entre antígenos y anticuerpos. Así, el sistema inmunológico es el que permite definir lo propio del cuerpo, la salud, y el yo, frente a lo ajeno, lo impropio, lo extraño.
Profundizando esta idea, el complejo mayor de histocompatibilidad (CMH), descubierto inicialmente en el contexto de los primeros trasplantes de órganos en 1940 (y que le valdría a su autor, Snell, el premio Nobel en 1980) —un grupo de genes situado en el cromosoma 6— cumple la función de presentar los antígenos a los linfocitos T, y, en consecuencia, distinguir claramente lo propio de lo ajeno. El lugar en el que tiene lugar esta diferenciación es el sistema linfático.
En otras palabras, todo lo que sea el yo —en la acepción al mismo tiempo más amplia y fuerte de la palabra— tiene lugar en la escala más fundamental, que es la defensa del organismo frente a lo ajeno, peligroso, diferente, y que se designa con el nombre genérico de “antígenos”. Del buen funcionamiento del sistema inmunológico depende la salud del organismo vivo, un acontecimiento que encuentra dos niveles, así: cabe distinguir el sistema inmune natural y el sistema inmune adquirido (o adaptativo). El primero es propio de todos los sistemas vivos en general. El segundo es específico de los vertebrados, de mayor complejidad estructural, fisiológica, anatómica y termodinámica. Más exactamente, son dos los mecanismos de memoria de un organismo superior frente a la agresión: el sistema nervioso central (= cerebro) y el sistema inmunológico. Los linfocitos B le presentan a los linfocitos T lo ajeno y éstos proceden a generar células asesinas (natural killers, o NK cells).
Una función del sistema inmune es la de proteger al organismo de virus, bacterias, hongos y parásitos. Pero la otra función fundamental del sistema inmune es la de permitir la auto–reparación de células, tejidos y órganos, el balance entre células normales y bacterias y virus —por ejemplo, la flora intestinal—, controlar la homeostasis y los procesos de metabolización. Para todo ello, en realidad son tres los sistemas que interactúan y que constituyen una sólida unidad: el sistema nervioso central, el sistema hormonal y el sistema inmunológico. Y el lugar en el que opera el sistema inmune es el organismo a través de la sangre (sistema sanguíneo) y los linfos (sistema linfático —”de agua”) del organismo.
En otras palabras, el lenguaje del sistema inmunológico es un lenguaje hormonal (químico) en el que la comunicación y los procesamientos de información son determinantes. El cerebro produce hormonas que actúan con los linfocitos B y C, y que se complementan con las hormonas en todo el organismo. Lo maravilloso es que el sistema inmunológico es el único sistema no localizado ni centralizado del cuerpo y, por el contrario, es un sistema literalmente ubicuo, de acción no–local, procesamiento en paralelo, dinámico y distribuido que evoluciona acorde al medio ambiente en general: natural y social o cultural.
Así las cosas, la salud de los organismos vivos depende de la estupenda comunicación entre el cerebro (in extremis, si se quiere, la mente), el sistema y balance hormonal, y ulteriormente el CMH. En otras palabras, aquello que somos no depende de la idea de identidad personal o cualquier otra, de las creencias sociales y demás; no sin ellas, lo que cada quien y puede es el resultado del equilibrio dinámico de la biología, y muy especialmente del sistema inmunológico, el único que no puede ser “desconectado” y que trabaja 24/7.
Nuestro yo es, esencial y ulteriormente, un acontecimiento biológico. Con una salvedad: la biología es un fenómeno físico, y la física actual ya no se ocupa de la materialidad del universo o las cosas. Por el contrario, la buena física de punta de hoy se ocupa de qué tanto sabemos del mundo, la naturaleza y el universo. Pues la física y “lo” físico ya no consiste, en absoluto, como en el pasado, en materialidad, sino en funciones de onda, procesos, coherencia y de–coherencia, superposición de estados, complementariedad, incertidumbre y danza de fotones, por ejemplo.
La vida es un fenómeno físico; pero la verdad es que aún no terminamos de conocer enteramente qué es la “materia”. Pues lo cierto es que “materia” no es ajena ni distinta a “información”, ni tampoco a “energía”. Y los tres son expresiones de la complejidad de un mismo fenómeno al cual lo mejor de la ciencia dedica sus mejores esfuerzos por comprenderlo.
En cualquier caso, la esfera de lo propio o personal o yoico —el self— es un acontecimiento que se está dirimiendo permanentemente sobre la base del CMH, y el buen funcionamiento del sistema inmune. Con una observación final: no hay, en realidad, para el sistema inmune dos cosas: lo propio y lo ajeno, pues ambos son dos momentos de un mismo proceso. El cuerpo y el yo se conoce a través del sistema inmune y se hace posible por él, y el sistema inmune conoce al cuerpo y lo recorre como la producción de sí mismo. Esa producción es la vida misma. En verdad, para traducirlo en otras palabras, en el sistema inmune no acontece la distinción entre hardware y software, pues en la célula y en el organismo ambos son una sola y misma cosa.
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