La idea misma de devenir aparece, después de 2.500 años, por la más inopinada de las puertas: aquella en la que ciencia y filosofía se despliegan como un mismo conocimiento.
Dos injusticias grandes se han cometido contra el pensamiento de los antiguos griegos. Una es contra Heráclito, el Oscuro de Éfeso, del período arcaico de la Grecia antigua. La otra tiene que ver con los escépticos, Pirrón de Elis, del período helenístico, y Sexto Empírico, el más importante representante del pirronismo. Me concentro aquí en Heráclito y dejo a los escépticos para otra ocasión.
Heráclito y la idea del devenir —“nadie se baña dos veces en el mismo río”— jamás cumplió ningún papel protagónico, ni siquiera de antagonista, e incluso aún menos de actor de reparto en toda la historia de Occidente, debido al peso de Platón y Aristóteles, y las tradiciones que se derivan de ellos, quienes se concentran en la idea del “ser”. Durante 2.500 años, el ser domina ampliamente sobre el devenir, y ésta idea jamás es considerada, ni siquiera de soslayo.
Ni siquiera el marxismo, que hablaba de cambio, transformaciones y dialéctica (en la historia y en la naturaleza) tuvo jamás en cuenta a Heráclito (acaso porque le hizo demasiado caso a Hegel). El joven Marx tiene en cuenta tan sólo a Demócrito y a Epicuro, peor no se acerca ni de lejos al Oscuro de Éfeso.
Lo que impera en la historia de la civilización occidental es la idea del ser, cuya síntesis es la siguiente:
• Ser y pensar son una sola y misma cosa (Parménides).
• El no ser no es, si el no ser fuera, no se podría pensar, y si se pudiera pensar no se lo podría expresar (Gorgias; Platón); ulteriormente.
• Nada entra al ser que no sea el ser y nada sale del ser que no sea el ser (Hegel).
Desde luego, muchos otros filósofos y pensadores caben ser mencionados en cualesquiera de estas tres características.
Heráclito será recuperado, después de 2500 años, con intereses y con acentos diferentes, de un lado, a finales del siglo XX, y de otra parte, a comienzos del siglo XXI, por parte de representantes de lo mejor de la ciencia y la filosofía.
De un lado, I. Prigogine escribe en 1981 un texto fundamental: From Being to Becoming: Time and Complexity in the Physical Sciences (que no ha sido traducido al español). Ya habiendo recibido el Premio Nobel por sus contribuciones y desarrollos a la termodinámica del no–equilibrio (TNE), Prigogine concibe y presenta a la TNE como una “física del devenir”, en contraste con toda la física habida hasta el momento. Así, pensar estructuras disipativas, autoorganización y sistemas alejados del equilibrio es una sola y misma cosa con pensar el devenir. No puede haber mejor interpretación contemporánea de Heráclito, sin que sea éste, en modo alguno, el propósito del libro de Prigogine.
De otra parte, S. Kauffman publica en el 2015 un libro estupendo: Humanity in a Creative Universe, que empata perfectamente con el conjunto de su obra y constituye, a la fecha, el escalón más elevado de la misma. En este libro, Kauffman, sin mencionar temáticamente a Heráclito, sostiene que pensar los sistemas vivos, pensar la complejidad misma y pensar el devenir son tres maneras de decir una misma cosa. De esta suerte, la idea del devenir implica frontalmente un diálogo con lo mejor de la teoría cuántica, notablemente a partir de la noción de “entrelazamiento”. Heráclito contemporizado.
Pues bien, el rasgo común a los tratamientos de Prigogine y de Kauffman es la ciencia (o teoría) de la complejidad. Como nunca antes había quedado de manifiesto, pensar la complejidad del mundo. De la naturaleza y de la vida exige un alejamiento radical y definitivo de la noción misma de ser —y, por tanto, de cualquier ontología—, para pensar la idea misma del devenir.
Los sistemas y fenómenos en devenir son, por definición, sistemas abiertos, indeterminados y, por consiguiente, tienen/crean posibilidades. La idea del “ser” es ajena e indiferente a la noción de posibilidad. Por tanto, a la idea misma de grados de libertad. Asumir el devenir comporta entonces situarse frente a frente mirando a los ojos al problema mismo de la indeterminación, que es acaso el mejor nombre de la libertad. Técnicamente dicho: grados de libertad.
A riesgo de simplificación, la idea devenir significa:
• Indeterminación
• Sistemas abiertos
• Irreversibilidad
• Imprevisibilidad
Si la metáfora de Heráclito es la del río (Éfeso, una ciudad más bien alejada del mar y que ningún río circunda en las cercanías), es sabido que los ríos poseen rápidos: rápido 1, rápido 2, y así hasta un rápido 5; los tránsitos de un rápido al siguiente son, por definición, imprevistos e irregulares; súbitos y turbulentos (con grados).
La idea misma de devenir aparece, después de 2.500 años, por la más inopinada de las puertas: aquella en la que ciencia y filosofía se despliegan como un mismo conocimiento. Que es lo que acontece en Prigogine y en Kauffman.
Como se aprecia, nos encontramos en una magnífica inflexión que toma distancia —una enorme distancia— con respecto a las tradiciones platónica y aristotélica. Para las dinámicas, los sistemas y comportamientos que afrontamos, en diversa escalas, hoy en día, aquellas fuentes resultan limitadas e innecesaria. Y entonces, como el Ave Fénix, renace Heráclito para permitirnos pensar bien, y mejor, al mundo, la naturaleza y la sociedad.
El devenir: la noción de que la naturaleza se manifiesta y se oculta al mismo tiempo, y pone en evidencia que la mayoría permanecen dormidos, y que todo se alimenta del cambio. Al fin y al cabo, la marca de calidad de la naturaleza son las transformaciones. Como la vida misma.
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