La complejidad de la vida consiste exactamente en la multiplicidad de formas como los sistemas vivos entienden su mundo y, en lo que cabe, su propia existencia.
El número de especies es incontable; enorme pero finito. Con la sorpresa de que cada vez descubrimos nuevas especies, todo en medio de la enorme desaparición de especies como obra del antropoceno; una palabra catchy para designar el más grande genocidio sobre el planeta.
Prácticamente cada especie tiene sus propios umbrales de visibilidad de luz, y también de audición, de tal suerte que la realidad se aparece como diversa e irreductible cuando se la mira con los mil ojos de mil especies. Con la observación puntual de que dichos umbrales se corresponden exactamente con la rapidez de aprendizaje de los cambios del entorno y la rapidez de la adaptación. Cuando es posible, pues la adaptación no es ninguna garantía.
Sin antropocentrismo, puede decirse que cada especie resuelve problemas específicos, aprende, se adapta como puede, procesa la información del entorno y crea nueva información que le permite adaptarse, y eso: sobrevivir. Evolutivamente, el pensamiento no es otra cosa que una de aquellas garantías que permiten que una especie, animal o vegetal, por ejemplo, logre vivir y adaptarse a los cambios, por definición impredecibles e incontrolables, del medioambiente.
Cada especie tan sólo logra “controlar”, y muy comedidamente, algunos factores del entorno local, en cada caso. Pero jamás logra controlar los cambios y dinámicas del entorno como un todo. Sabiendo que el medioambiente es un concepto esencialmente abierto e indeterminado.
El fundamento de la vida en el planeta es plural: consiste en la biodiversidad, y que los seres humanos distinguimos como diversidad genética y natural; y en el caso de los seres humanos, como diversidad cultural. Cuando las tres clases de diversidad coexisten, se habla entonces de megadiversidad.
Como se aprecia, los sistemas vivos poseen un fundamento único: un fundamento plural, diverso, irreductible. La diversidad de la vida, adicionalmente, se explaya en la forma de topologías o de redes, no precisamente de jerarquías. Como ha sido puesto suficientemente de manifiesto por diversas disciplinas científicas, la vida consiste en redes de cooperación, antes que en procesos de lucha y competencia. El mutualismo y el comensalismo constituyen la regla, sin desconocer el parasitismo y los comportamientos depredadores.
El concepto que mejor expresa la trama de la vida es el de simbiosis. Redes complejas de la vida, procesos de codependencia, fenómenos consistentes en beneficios recíprocos.
Existen, correspondientemente, numerosas formas como los sistemas vivos conocen y comprenden el mundo; su mundo, su entorno y procesos. No existe, dicho en otras palabras, una única forma de comprensión y de conocimiento del mundo y de la realidad. La complejidad de la vida consiste exactamente en la multiplicidad de formas como los sistemas vivos entienden su mundo y, en lo que cabe, su propia existencia.
En contraste, los seres humanos, particularmente por razones culturales que tienen que ver directamente con la historia de Occidente, han creído que la realidad y el mundo admiten un espectro cerrado o muy limitado de comprensiones. Toda la historia de Occidente ha sido la reducción de otras comprensiones de la realidad a la propia. El aprendizaje de la interculturalidad, por ejemplo, es muy reciente, y no ha acontecido sin tonos agónicos. La historia de una visión plural, divergente, compleja de la realidad y de la naturaleza es un fenómeno que, culturalmente hablando, se encuentra aún muy lejos de ser un patrimonio común para todos.
Lo que priman son los pequeños intereses, las pequeñas historias, los pequeños horizontes —siempre, por definición propios, en cada caso.
Los sistemas vivos constituyen, de lejos, una historia inmensamente más amplia, rica y profunda que la propia historia de los seres humanos. Un escándalo para el pequeño argentino que llevamos adentro. El aprendizaje de las formas como viven, conocen y piensan los sistemas vivos es demasiado reciente como para que ocupe titulares en la gran prensa. Sólo círculos de especialistas entrevén grados, matices, escalas.
Pues bien, sin ambages, los sistemas vivos conocen el mundo, poseen lenguajes y se conocen a sí mismos, correspondientemente, de formas aún inimaginables para los estándares normales de la cultura.
No existe una única forma de procesamiento de información entre los sistemas vivos, sino una multiplicidad, en función de su historia y su entorno. Es la historia entera de cada especie la que determina la forma como conoce el medioambiente y procesa la información correspondiente.
Como se aprecia, existen muchos grados, muchas escalas, muchas formas de procesamiento de información en la naturaleza. Debemos poder conocer esta complejidad, y hay ya ciencias, disciplinas, investigadores que han hecho de estos motivos el foco de sus intereses.
Manifiestamente, así como en la traducción de un idioma a otro, en el plano de la cultura, al mismo tiempo se gana y se pierde información, asimismo en la elaboración de los mapas de procesamiento de información se gana(rá) y se pierde(perderá) información. Pero si se descarta este factor de entrada —esto es, si se lo reconoce explícitamente—, entonces el horizonte de conocimiento que se abre ante nosotros es colosal.
Hemos ganado ya en campos y áreas del estudio de animales, plantas y bacterias, por ejemplo. Pero aún queda un mar ignoto delante de la investigación. Y una terra incognita.
Los sistemas vivos conocen en formas diferentes y cambiantes —en escalas de tiempo de largo alcance—. Sin la menor duda, piensan a su manera, y no exacta ni necesariamente de la forma como lo hacen los seres humanos.
Si en el plano de la biología vivir y conocer son una sola y misma cosa, los sistemas vivos conocen el mundo, la realidad y la naturaleza de formas impensables para la mayoría de los seres humanos.
Y todo ello para no mencionar que el universo mismo está vivo o que está consciente, una idea que para algunos puede cerrar abruptamente este texto. Aunque la metáfora más cómoda sería la de que el universo es un gran computador. Cosas que desbordan las pequeñas zonas de confort de un conocimiento centrado en el ser humano; ¡como si fuera el ápice de la evolución!
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