** SEÑOR PRESIDENTE:
Usted sabe, tan bien, como cualquier colombiano, que el fenómeno del
narcoparamilitarismo tiene muchos años de existencia. Y sabe además, y sin
duda mejor que muchos colombianos, que el fenómeno de la respetabilidad del
narcoparamilitarismo es relativamente reciente. Hace 20 años el entonces
ministro de Gobierno César
Gaviria podía denunciar ante el Congreso, así fuera sólo de manera retórica
y sin que los organismos del Estado movieran un dedo para evitarlo, que
había más de 150 grupos narcoparamilitares en el país que estaban generando
en el campo éxodos forzosos de millares de personas (hoy son dos millones) y
exterminando sistemáticamente a todo un partido político, el de la Unión
Patriótica. Pero hace 20 años también podía el Presidente de la época,
Virgilio Barco, darse el lujo de llamar a esos grupos “fuerzas oscuras”:
porque, en efecto, no estaban todavía plenamente identificados.
Hoy ya lo están. Hoy todos los colombianos conocemos los nombres y las caras
y las voces de los jefes narcoparamilitares, que aunque han multiplicado sus
actividades criminales hasta el delirio también han venido recibiendo un
cada día mayor reconocimiento institucional y político. Y ese proceso de
legitimación y respetabilización ha coincidido en buena medida con el
período del actual gobierno. El cual, a través de su Alto Comisionado para
la Paz Luis Carlos Restrepo, de sus sucesivos ministros del Interior y
Justicia Fernando Londoño y Sabas Pretelt y de las mayorías parlamentarias
uribistas, ha adelantado conversaciones oficiales (aunque secretas) con esos
jefes. Usted mismo, señor Presidente, firmó el salvoconducto para que un
avión de la Fuerza Aérea llevara a tres de ellos a Bogotá para que se
presentaran ante el Congreso entre ovaciones, en una sesión vergonzosa en la
cual el único detenido por la policía fue el hijo de uno de los asesinados
de la UP que, desde las barras, exhibía en silencioso reproche la foto de su
padre muerto.
Reconocidos los narcoparamilitares como interlocutores válidos, se discutió
con ellos y luego se hizo aprobar por el Congreso una ley llamada “de
Justicia y Paz” que, a cambio de la movilización (parcial) de sus grupos
armados los colma de perdones y dones y olvidos, y hasta premios. El decreto
reglamentario de esas leyes es más generoso aún, al incluir entre sus
beneficiarios a quienes hayan sido testaferros de los narcoparamilitares,
incluso con retroactividad. Y usted mismo, señor Presidente, va más lejos
todavía al rechazar (por primera vez en su gobierno) como “intromisión
intolerable” la petición del embajador norteamericano de que sean
extraditados los narcoparamilitares, por lo que tienen de narcos, como han
sido extraditados ya docenas de otros narcos que nada tenían de paras.
Pero ahora, señor Presidente, nos sorprende usted pidiéndole a la Fiscalía
que investigue a dos senadores que en su presencia se acusaron mutuamente de
tener nexos con los paramilitares. Señala el diario El Tiempo que “es la
primera vez que el Presidente se ve obligado a poner en conocimiento de la
justicia hechos al parecer ilegales de congresistas, por la circunstancia de
haber sido testigo”.
Sí, de acuerdo: nadie puede ser condenado sin pruebas, por simples
sospechas: por eso este país está lleno de políticos “precluidos” que siguen
tan campantes. Pero de verdad, señor Presidente, con su mano firme puesta
sobre su corazón grande, ¿de verdad quiere que le creamos que es la primera
vez que usted oye hablar de las turbias relaciones entre muchos políticos y
los narcoparamilitares? ¿Que no sabía nada de las actividades de dos
senadores del departamento de Córdoba, que es a la vez la tierra donde usted
tiene sus fincas y el epicentro del narcoparamilitarismo en el país? ¿Que
las complicidades, las financiaciones “no claras”, los votos obtenidos “a
punta de fusil” y todo eso, eran cosas que -para usar una frase de sobra
conocida por el país- sucedían “a sus espaldas”?
Señor presidente Uribe -o, si lo prefiere, señor candidato Uribe-: creo que,
si no como Presidente ya con el sol a la espalda sí como aspirante a
gobernarnos otros cuatro años, usted nos debe una explicación a los
colombianos. También nosotros merecemos respeto.**¿A sus espaldas?
**¿De verdad quiere, señor Presidente, que le creamos que es la primera vez
que oye hablar de las turbias relaciones entre muchos políticos y los
paramilitares?
**Por Antonio Caballero
*
** SEÑOR PRESIDENTE:
Usted sabe, tan bien, como cualquier colombiano, que el fenómeno del
narcoparamilitarismo tiene muchos años de existencia. Y sabe además, y sin
duda mejor que muchos colombianos, que el fenómeno de la respetabilidad del
narcoparamilitarismo es relativamente reciente. Hace 20 años el entonces
ministro de Gobierno César
Gaviria podía denunciar ante el Congreso, así fuera sólo de manera retórica
y sin que los organismos del Estado movieran un dedo para evitarlo, que
había más de 150 grupos narcoparamilitares en el país que estaban generando
en el campo éxodos forzosos de millares de personas (hoy son dos millones) y
exterminando sistemáticamente a todo un partido político, el de la Unión
Patriótica. Pero hace 20 años también podía el Presidente de la época,
Virgilio Barco, darse el lujo de llamar a esos grupos “fuerzas oscuras”:
porque, en efecto, no estaban todavía plenamente identificados.
Hoy ya lo están. Hoy todos los colombianos conocemos los nombres y las caras
y las voces de los jefes narcoparamilitares, que aunque han multiplicado sus
actividades criminales hasta el delirio también han venido recibiendo un
cada día mayor reconocimiento institucional y político. Y ese proceso de
legitimación y respetabilización ha coincidido en buena medida con el
período del actual gobierno. El cual, a través de su Alto Comisionado para
la Paz Luis Carlos Restrepo, de sus sucesivos ministros del Interior y
Justicia Fernando Londoño y Sabas Pretelt y de las mayorías parlamentarias
uribistas, ha adelantado conversaciones oficiales (aunque secretas) con esos
jefes. Usted mismo, señor Presidente, firmó el salvoconducto para que un
avión de la Fuerza Aérea llevara a tres de ellos a Bogotá para que se
presentaran ante el Congreso entre ovaciones, en una sesión vergonzosa en la
cual el único detenido por la policía fue el hijo de uno de los asesinados
de la UP que, desde las barras, exhibía en silencioso reproche la foto de su
padre muerto.
Reconocidos los narcoparamilitares como interlocutores válidos, se discutió
con ellos y luego se hizo aprobar por el Congreso una ley llamada “de
Justicia y Paz” que, a cambio de la movilización (parcial) de sus grupos
armados los colma de perdones y dones y olvidos, y hasta premios. El decreto
reglamentario de esas leyes es más generoso aún, al incluir entre sus
beneficiarios a quienes hayan sido testaferros de los narcoparamilitares,
incluso con retroactividad. Y usted mismo, señor Presidente, va más lejos
todavía al rechazar (por primera vez en su gobierno) como “intromisión
intolerable” la petición del embajador norteamericano de que sean
extraditados los narcoparamilitares, por lo que tienen de narcos, como han
sido extraditados ya docenas de otros narcos que nada tenían de paras.
Pero ahora, señor Presidente, nos sorprende usted pidiéndole a la Fiscalía
que investigue a dos senadores que en su presencia se acusaron mutuamente de
tener nexos con los paramilitares. Señala el diario El Tiempo que “es la
primera vez que el Presidente se ve obligado a poner en conocimiento de la
justicia hechos al parecer ilegales de congresistas, por la circunstancia de
haber sido testigo”.
Sí, de acuerdo: nadie puede ser condenado sin pruebas, por simples
sospechas: por eso este país está lleno de políticos “precluidos” que siguen
tan campantes. Pero de verdad, señor Presidente, con su mano firme puesta
sobre su corazón grande, ¿de verdad quiere que le creamos que es la primera
vez que usted oye hablar de las turbias relaciones entre muchos políticos y
los narcoparamilitares? ¿Que no sabía nada de las actividades de dos
senadores del departamento de Córdoba, que es a la vez la tierra donde usted
tiene sus fincas y el epicentro del narcoparamilitarismo en el país? ¿Que
las complicidades, las financiaciones “no claras”, los votos obtenidos “a
punta de fusil” y todo eso, eran cosas que -para usar una frase de sobra
conocida por el país- sucedían “a sus espaldas”?
Señor presidente Uribe -o, si lo prefiere, señor candidato Uribe-: creo que,
si no como Presidente ya con el sol a la espalda sí como aspirante a
gobernarnos otros cuatro años, usted nos debe una explicación a los
colombianos. También nosotros merecemos respeto.
Publicado en la revista Semana
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