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De una política de muerte a una utopía por la vida

De una política de muerte a una utopía por la vida

Luego de la euforia colectiva y algunas lágrimas de alegría experimentadas el 19 de junio del 2022, me he detenido a recolectar algunos gestos sustraídos de los medios de comunicación, las redes sociales , las calles atestadas de éxtasis y celebraciones de gentes diversas. Esos registros visuales y frases desbordantes de emoción dieron la sorpresa de contribuir a una democracia posible e incluyente, que haciendo sonar pitos y cantos bajo el imperativo de una “vida sabrosa”, parecen romper mágicamente una prolongada fatalidad vivida por una   “izquierda” colombiana resignada a conmemorar más muertos que logros.

La utopía de una “vida sabrosa”, como posibilidad de acceder a un bien estar de la existencia que incluya a pieles negras, cabellos crespos, pueblos indígenas, diversidad de géneros, mujeres y hombres provenientes de una nación diversa y polícroma, que reclaman la posibilidad de re-existir y re-inventar una esperanza que incluya un mayor número de seres vivientes. Justamente el nuevo presidente Gustavo Petro y la vicepresidenta electa Francia Márquez han transmitido desde sus primeros mensajes, el reconocimiento a una multitud que creyó en ellos; evocaron la memoria de aquellos masacrados por defender idearios de justicia social y así mismo hicieron alusiones a las “manos callosas” de los antepasados oprimidos;   poco tiene que ver esto con otros mensajes de triunfo electoral enunciado por presidentes recién elegidos, donde los colores son casi ausentes y la evocación a un país de grandes desigualdades resulta inexistente.

Una imagen que llamó poderosamente mi atención fue el momento del empalme entre la vice-presidenta Martha Ramírez y la entrante Francia Márquez quien de manera espontánea rompió el protocolo de la bienvenida, dirigiéndose prioritariamente a estrechar las manos de las mujeres que realizan las labores domésticas en aquel lugar, dando mayor relevancia a las cuidadoras. Entiendo esta acción como un auténtico reconocimiento de igualdad, un pequeño símbolo que contiene el germen de una revolución de las pequeñas acciones, una gratitud orientada a esa clase trabajadora invisible que durante años ha tenido que aceptar jornadas extensas de trabajo físico, pagos irrisorios y contratos deleznables “…que encarnan otro tipo de violencia al servicio de un deseo-amo que se impone bajo un horizonte de amenazas”( (Lordon, 2015, pág. 121)

En el caso del electo presidente Gustavo Petro, fue su primera alocución la que me generó admiración, al proponer una historia que parte de la liberación de los jóvenes detenidos en la protesta social, dándole al país un mensaje que dista de los dirigentes colombianos que hemos tenido, caracterizados por apoltronarse encima de los ciudadanos, generando una enorme distancia con el pueblo, recurriendo al ethos de la “blanquitud”. La utopía por su parte tiene que ver con superar la idea de que el progreso en Colombia esté supeditado a un proceder de sospecha hacia el   pueblo; una potestad gubermental, usada durante dos décadas, por una máquina necro-política que no ha parado de masacrar, desaparecer, torturar, exiliar o simplemente condenar a vivir en las márgenes, bajo una especie de “castigo social” a quienes disienten. El Leviatán se manifiesta como capacidad ofensiva y defensiva de quienes usan el Estado para estigmatizar, eliminar la vida, produciendo seres   destinados a la muerte.

En conclusión, este tiempo que inicia, podría acoger expectativas de quienes hacen parte de una nación rota y buscan reconocerla diversa, ancestral, moderna y eficiente.   Si queremos dar un salto de la “seguridad democrática” a la utopía de una “vida sabrosa” habrá que seducir a esa otra mitad temerosa del “espectro rojo”, de la inminente “expropiación” y del declive de la “propiedad privada”. El reto de los llamados intelectuales y artistas hoy, podría ser aportar sin renunciar a su conciencia crítica, creativa, irónica, a través de relatos y obras que no estén “performadas” por quienes tienen miedo a perder privilegios; contribuyendo en la construcción de una memoria de la justicia y la imaginación capaces de interpelar a quienes actúan desde el prejuicio, la visceralidad, el desprecio. Vuelve a resonar, en el imaginario de un continente poblado de iniciativas populares anchurosas como ríos, la utopía que busca pasar   de una política tanática a una erótica, recuperando el principio utópico de la esperanza, la idea de mandar obedeciendo enquistada en las comunidades ancestrales. Es la hora del salto del puma al pasado, para abrir la ventana que por siglos los guardianes han mantenido clausurada.

Por Alberto Antonio Berón Ospina

Escritor.

Profesor Titular Universidad Tecnológica de Pereira

Información adicional

Autor/a: Alberto Antonio Berón Ospina
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente:

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