
Las noticias procedentes del mundo del fútbol, son cada vez más sorprendentes. Al final de la primera semana de enero algunos portales deportivos entregaron la información sobre el futbolista más caro del mundo, y sobre otros que le siguen en esa bolsa de especulación y mercadeo financiero en que ha terminado lo que otrora fue un juego, simplemente eso, una oportunidad de encuentro, recreación, competencia circunstancial, compartir de alegrías y relajamiento. La noticia estaba soportada en información brindada por el centro investigador Cies Football Observatory.
La noticia, presentada como lo más normal del mundo, como si no ocultara la esencia del modelo social que ahora nos domina, confirmaba que con un precio de 165 millones de euros (algo así como 709 mil millones de pesos) Marcus Rashford, delantero del Manchestar United F.C. (de la Premier League) figura como el jugador más caro del mundo.
Con algunos millones menos que su astronómica cotización, en segundo lugar destaca Ering Haaland, delantero del Borussia Dortmund (de la Bundesliga de Alemania) tasado en 152 millones de euros.
Pero no solo delanteros. Según el CIES, porteros, mediocampistas y demás también cotizan a cifras con muchos ceros. Por ejemplo, Bruno Fenandes, mediocampista del Manchestar United F.C. está cotizado en 151 millones de euros. Por su parte, Ederson Moraes, portero del Manchestar City F.C. está cifrado en 80 millones de euros.
En este mercado, más que deporte estrictamente hablando, los jugadores más referidos por el contorno colombiano, y que de por sí ya registraban con cifras que asombraban a todos los aficionados, quedan relegados a puestos distantes. Por ejemplo, el delantero del Barcelona Lionel Messi, en el 97 y valorado en 54 millones de la moneda europea. Y Cristiano Ronaldo, jugador de la Juventus, tasado “apenas” en 47 millones de igual moneda, figura en la posición 131.
Toda una locura. ¿Cómo fue posible que un deporte barrial, espacio de encuentro, abrazos, alegría y llanto colectivo, de compartir, momento de recreación y descanso, terminará transformado en fuente de especulación, intrigas de todo tipo, presiones inimaginables, manipulaciones, casino nacional y global tras el que se mueven intereses puros e impuros? Sin duda, la lucha de los gobernantes por el control de la Fifa, multinacional deportiva, no es casual.
¿Cómo fue posible que lo que era un simple intercambio de destrezas, capacidad física, agilidad corporal y mental, quedará transformado en una inmensa empresa mercantil con miles de tentáculos que no deja dormir a innumerable cantidad de niños y jóvenes en su ilusión por llegar a ser los mejores jugadores de su ciudad, país y mundo, no solo para destacar como simples y buenos deportistas sino para ganar infladas bolsas de dinero? Niños y jóvenes que desde ese momento han perdido la esencia del deporte, lo espontáneo, el compartir incluso sin reglas, como es el espíritu del juego en general, el divertirse, el batirse en capacidades momentáneas, para quedar sumidos en el afán por el triunfo, ocupando como todo trabajador un lugar exacto dentro de un tinglado predeterminado por otros.
Niños y jóvenes, en buena proporción habitantes de barriadas populares, que ven en la destreza con la pelota la oportunidad para salir de la marginalidad. Una ilusión coronada por muy pocos, pese al esfuerzo de tantos miles; una ilusión frustrada para muchos por la lógica en que se soporta todo intercambio mercantil: se compra y se vende lo que es útil a alguien, lo que sirve para algún propósito, y en ese tire y afloje entre oferta y demanda, no hay lugar para todos pues de por medio está el interés y cálculo del empresario, para quien especula con la fuerza de trabajo de otros, quien se embolsilla los dividendos primero que cualquier trabajador/jugador.
Es un mercadeo de ilusiones y capacidades físicas en el cual al jugador, producto de las grandes cifras que devenga, olvida que es un trabajador, uno que cumple con su jornada y está sometido a intensas sesiones laborales, ahora súper exigentes, en tanto tiene que desempeñarse cada semana en por lo menos dos partidos, además de someterse a la rutina diaria de formación y mantenimiento físico que demanda prolongadas sesiones de trabajo.
Un trabajador, que si le va bien alcanza la jubilación tras 20 años de cumplir con el patrón, como le sucedía antes a todo el que tuviera trabajo fijo, derecho perdido pero que sí lo ostentan quienes trabajan controlando la número cinco. Son jóvenes enrolados a los 13 años de edad, que si les va bien a los 18 o 20 ya reciben al año ingresos que un obrero de salario mínimo no alcanza a reunir ni sumando sus ingresos de toda una vida, y que a los 35 ya ven cerrado su ciclo laboral Tal vez se retiran con lesiones físicas, con el desgaste del cuerpo que todo obrero sufre, en este caso con lesiones de rodilla, tobillos, pies, hombros, cabeza, pero no siempre es así, en ocasiones salen con aceptable salud. En todo caso, a mitad de sus vidas pueden dedicarse a cualquier otro oficio. Un lujo que pocos pueden darse.
De esta manera, en esa demencial descompensación, donde el individualismo es alentado al máximo, convertidos en figuras del espectáculo, en referentes de millones de personas, no es extraño que el consumo quede como alternativa y posibilidad: ellos son marca pero además no consumen sino las marcas que destacan en ese momento, y no solo sucede con la ropa y similares, también autos y hasta aviones. De eso se trata, así colonizan sus mentes: ostentar, destacar, lucir, figurar. Ya no son personas, ya son mercancía, una cosa, algo que un tercero maneja a su antojo.
Pocos logran zafarse de esa lógica perversa, defendiendo su capacidad integral, y cuando eso sucede, en tanto personalidades del espectáculo, logran impactar a millones de personas, estimulando actitudes críticas, rupturas con el vil mercadeo de la sociedad en general en que hemos caído.
Es una realidad que sucede con el fútbol, extendida a todos los otros deportes, entre ellos el básquet, el beisbol, por no alargarnos enumerando nombres.
Una realidad que no puede negarnos la ilusión de recuperar el deporte como simple juego, espontáneo compartir de ilusiones, alegrías y tristezas, espacio para integrar, para formar comunidad, al tiempo que nos formamos en cuerpo y espíritu.
Otra maravilla
No solo algunos jugadores, trabajadores de una empresa llamada deporte y en particular fútbol, devengan ahora inmensas sumas de dinero, también los perciben con muchos ceros los técnicos o entrenadores de esos equipos, que equivalen, por colocar un ejemplo, a ingenieros o profesionales cualificados de un sector específico de la producción.
Y aunque tienen sueldos inmensos cuando se desempeñan al frente de un equipo cualquiera en la liga profesional, la mesada se multiplica por mucho cuando son contratados por la Federación de Fútbol de un determinado país.
Es el caso de la Selección de Fútbol de Colombia, cuyo último técnico, Carlos Queiroz, salió en tiempo récord por bajos resultados, y para finiquitar su contrato tocaba cancelarle hasta dos millones de dólares. Si eso es perdiendo, ¿cómo será presentando óptimos resultados?
Pues bien, las informaciones procedentes de esa misma institución indican que en su reemplazo llegará Reinaldo Rueda, con quien discuten si la suma por pagarle, a él y su equipo técnico –integrado por Alexis Mendoza y Bernardo Redín– rondaría los 3,5 millones de dólares, por fuera de los cuales quedan las primas o bonificaciones por clasificar al mundial de este deporte, así como por lograr los mejores lugares en el mismo.
Y mientras esto sucede en el deporte, y en otras muchas profesiones donde las directivas se lucran de inmensos ingresos, las centrales obreras mantienen la discusión sobre el salario mínimo, que ahora en Colombia es de 908.500 pesos. En realidad el debate debe invertirse y discutirse el salario máximo, una vía para ir atacando la ascendente desigualdad social existente y creciente en nuestro país.
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