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Infamia, ¿Hasta dónde llega la degradación humana?

paterasalsur

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No hay ninguna duda de que el ser humano es el único animal capaz de matar por diversión, por mandato, por “justicia”, por mil excusas que no respaldan tal acto.

 

Que en pleno siglo XXI, en Colombia, el país con la democracia más antigua de América Latina, se siga matando gente sin motivos, porque nunca hay suficiente motivo para el asesinato, y sin remordimientos es más que una infamia, es una locura sin sentido. Que, además, a las personas que investigan, denuncian o, simplemente, informan sobre esos crímenes les persigan, amenacen e incluso maten es, si cabe, todavía más grave.

 

En Me hablarás del fuego. Los hornos de la infamia se concentra todo lo dicho. Se narran y documentan las desapariciones de más de quinientas personas que fueron incineradas en hornos crematorios. Sí, al más puro estilo nazi, aunque alguno de sus protagonistas declare, como si eso redujera el delito, que los quemaban cuando ya estaban muertos.

 

Un documento inhumano que narra las atrocidades cometidas por unos supuestos seres humanos que habitan una presunta democracia. Y da igual el color del uniforme que les vista, la forma de las armas que porten, el símbolo colgado al cuello que veneren o las siglas ideológicas que les identifiquen. Sea cual sea su posible justificación, la historia de violencia de sus vidas o lo que hubieran sufrido en carne propia o en la de sus familias, son una panda de asesinos descerebrados.

 

Porque nada, nada, nada justifica esas acciones contra congéneres, contra otras personas que son además compatriotas e, incluso, conocidos, amigos o familiares. Eso sí, luego se unen por los colores de una bandera que no envuelve nada. Si acaso el vacío de un pasado bañado en sangre, de un presente conflictivo y de un futuro riesgoso e incierto.

 

Y todavía hay quién quiere arrogarse el patrioterismo de defender la nación, la seguridad y el orden. Reclaman el valor de la resistencia civil frente a unas negociaciones que no traerán la paz, pero que pretenden, al menos, ir quitando actores armados del escenario social y político.

 

Lo que hace falta es eso, sí. Resistencia civil. Pero contra la ignominia, contra la barbarie, contra todos los crímenes y contra los salva patrias que solamente piensan en la suya, la que hay en sus retorcidos cerebros que no dejan lugar para los otros (as). Esas gentes, con conocimiento de causa o sin saberlo, son las que dificultan una convivencia pacífica tan añorada como lejana. Son quienes fomentan los odios porque están tan cargados de ellos, y tienen miras tan estrechas, que solamente piensan en muertes y en venganzas. Promueven el resentimiento entre hermanos como si eso fuera la solución. No defienden la libertad ni la justicia social. Respaldan sus propios intereses y quieren convencer a los demás de que son los de la mayoría.

 

En ese texto nos encontramos también, por las consecuencias que ha tenido, con la falta de libertad de expresión, la persecución a los medios y sus profesionales, los ataques a quienes defienden la memoria y quieren luchar contra el olvido para reclamar justicia, para firmar un acuerdo de convivencia y que se pueda decir “aquí paz y después gloria”.

 

Porque en las páginas de ese escrito de investigación periodística están las historias, los gritos y los silencios, las ausencias y las presencias de todas las personas que han padecido esta incruenta e inclasificable guerra fratricida. Es decir, por activa o por pasiva, toda la población colombiana, viva o muerta, de los últimos doscientos años.

 

Amenazan y violentan a quienes trabajan por reconocer su propia historia. No permiten esas narraciones, no quieren que se sepan. El autor de ese libro está protegido por la Unidad Nacional de Protección, pero sigue amenazado y perseguido. Su vida, como la de muchas y muchos colombianos, estén o no en mitad del conflicto, tomen o no parte o partido por algún bando, se encuentra en peligro.

 

Pero él seguirá trabajando, haciendo lo que sabe hacer y narrando lo que vea, estudie o investigue. Porque, como señalan Bonilla y Tamayo, “el reto de la cobertura informativa consiste en hacer visibles las voces y los rostros de las mayorías nacionales que día a día se esfuerzan por superar, de manera pacífica y creativa, los conflictos sin acudir a la violencia (…)”.

 

Trabajando con los medios y sus profesionales para “ensayar otros criterios informativos en los que la paz —la cultura de la paz— adquiera visibilidad como un asunto de interés público. ¿Cómo? Imprimiendo densidad a la deliberación política, fortaleciendo el uso público de la razón y reconstruyendo narrativas que activen la memoria y la reconciliación.”[1]

 

Las demás personas también tenemos que seguir trabajando, haciendo lo que sabemos hacer y no matándonos, no arriesgando la vida por un juego de tronos que no es real. Sigamos dialogando y denunciando si hay que denunciar. Si tenemos que tomar partido, que sea por la conversación pausada, por la paz poética y por la vida. Ya nos moriremos sin necesidad de matarnos cuando nos llegue la hora.

 

Ahí está la paradoja, parece como si estuviéramos obligados a tomar partido. O eres de los blancos o eres de los negros, o con la guerrilla o contra ella, o con el ejército o contra él, o con los paramilitares o contra ellos, o con las bandas criminales o contra ellas. ¿Y si no queremos estar en ninguno de esos bandos?, ¿y si no queremos tomar partido?, ¿y si no nos gustan ni los unos ni los otros?

 

La mayoría de la gente del común que vivimos en este país, sí la mayoría aunque las encuestas no lo crean, somos grises, de muchos tonos de gris. Somos la Colombia diversa, la de todas y todos, la del verde de todos los colores y los múltiples sabores; somos de los que creemos que podemos ser la Colombia más educada, sin mercantilizar la educación; somos de los que defendemos que este lugar agraciado por la naturaleza puede ser en verdad un paraíso, pero sin serpientes y sin venderlo al capital transnacional; somos de los que le apostamos a una Colombia Humana, somos, en definitiva, los que nos queremos quedar y que nos dejen estar en paz sin que ésta se encuentre inexorablemente en la tumba.

 

[1] Bonilla, J. I. y Tamayo, C. A. (2007). Las violencias en los medios, los medios en las violencias. Bogotá, CINEP.

 

 

Información adicional

Autor/a: J. Ignacio Chaves G.
País: Colombia
Región: Suramérica
Fuente: paterasalSur

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