Los asesores comerciales de CLARO ganan el salario mínimo, y para tener derecho a un pago adicional de $300 mil por comisiones deben realizar como mínimo 21 ventas al mes. Pero si hacen 20 o menos no reciben un solo peso. Y para los asesores que trabajan para empresas contratistas (tercerizados) la situación es peor todavía: no tienen salario básico, solo comisión por ventas realizadas, de las cuales deben hacer determinado número para tener derecho a la afiliación en salud y dotación de uniformes. Son formas de contratación totalmente precarias que lleva a estos asesores a una verdadera “guerra del centavo” y en no pocos casos a peleas entre ellos mismos. Es el tema de la siguiente crónica.
Marta Yolanda Izquierdo vive con su madre en la zona norte de Bogotá (calle 80). Tiene 52 años y un divorcio a cuestas, pero ningún hijo. Adriana Alonso, de 40 años, madre de dos hijos y también divorciada, vive en Villas de Granada, también en Bogotá. Hace 6 y 15 años respectivamente ambas empezaron a trabajar como asesoras comerciales para Cable Centro, o sea que les tocó el momento en que ésta y otras empresas de telecomunicaciones se fusionaron en Telmex, que más adelante pasaría a manos de Claro, momento en que todo empezó a cambiar, para mal.
“Claro de entrada inició un proceso de tercerización de los trabajadores vinculados”, cuenta Adriana. Es decir, los sacó de su nómina y los puso a trabajar sin la garantía de un sueldo básico, sólo con el pago de comisiones por ventas, y sin prestaciones sociales aseguradas ni derecho a vacaciones. Adriana y Marta se salvaron de esa suerte porque se unieron al sindicato de la empresa.
Tanto Marta como Adriana tienen su zona de trabajo cerca de sus residencias, lo que resulta una ventaja que muchos otros y otras trabajadoras no tienen. “Conozco una mujer que vive en Soacha y debe viajar casi dos horas para llegar a su zona de trabajo. Pese a que es viuda y tiene una hija pequeña, la empresa no ha querido trasladarla más cerca de su casa”, dice Marta.
Es una de las tantas situaciones que mantiene viva la inconformidad laboral en esta empresa, aunque no es la única. Hay otras peores, como la llamada “guerra del centavo”.
No hay cliente pa’ tanta gente
La función de un asesor comercial consiste en ofrecer productos de telefonía fija, internet y televisión por cable para hogares, para lo cual se les distribuye en diferentes zonas de la ciudad en grupos de a diez, al mando de un jefe que se llama “especialista”.
Para aprovechar el auge de la construcción de nuevos conjuntos residenciales Claro ha buscado la manera de que sus vendedores cubran como una telaraña este mercado, bajo la imposición de metas de venta bastante exigentes. El asesor que haga 21 o más ventas en el mes tiene derecho al pago de comisiones, que equivalen a unos $300 mil adicionales a su sueldo básico (un salario mínimo). Pero si hace 20 o menos ventas, entonces no recibe ni un peso de comisión, recibe el sueldo básico ´pelado’.
“Y con lo difícil que se ha vuelto conseguir 21 compradores cada mes”, anota Adriana. Y la razón principal es cada vez han más competencia entre los mismos asesores debido al incremento de las empresas que suministran mano de obra a Claro en condición de contratistas. En la zona que le asignaron a Marta hay alrededor de 30 trabajadores directos y hasta 60 contratistas, que es un personal que recibe una mínima capacitación y algunas veces no llevan ni uniforme.
Pero tanto los unos como los otros necesitan vender y cumplir su meta de ventas, pero como no hay clientes para todos se genera competencia desleal que no solo perjudica la relación entre ellos sino que también afectan la imagen de la empresa. No cumplir la meta de las 21 ventas durante tres meses en el transcurso de un semestre, es causal de despido. Entre 10 y 15 trabajadores son despedidos cada mes por esta causa.
Marta y Adriana han presenciado peleas, no solo por las zonas asignadas sino también por las ventas. “Hay casos en los que uno habla con un cliente, pero por alguna razón no firma el contrato, entonces llega otro asesor a cerrar el negocio, sin importarle que ese cliente es ajeno. Eso es falta de ética”, expresa Marta.
Para Adriana la falta de ética va más allá. Se ha dado cuenta de que la estrategia de los tercerizados es “despertar la lástima de los clientes”, enterándolos de sus precarias condiciones laborales, puesto que, por no ser empleados directos, no cuentan con un salario mínimo, solo reciben comisiones y deben pagar su afiliación a salud como independientes. Incluso apelan hasta la mentira para cerrar una venta, ofreciendo, por ejemplo, promociones inexistentes, lo que acarrea multas que deben pagar las empresas contratistas.
Al principio los contratistas contaban con la ventaja de poder vender en cualquier parte de la ciudad, pero ahora están también zonificados, así que lo quieran o no deben compartir espacio con los trabajadores directos, lo que ha generado un mal ambiente laboral. “Se pierden las amistades, el respeto, los valores, con tal de vender por encima de quien sea. Pero esos problemas a la compañía no le interesan, lo que le importa es que crezcan sus ventas sin importar quién las haga ni cómo”, agrega Marta.
Aparte de los malos tratos y enfrentamientos entre los mismos asesores, en ese contexto de feroz competencia se da otra situación que Adriana denomina la “rosca”, que consiste en las influencias que algunos jefes mueven con los administradores de los conjuntos residenciales con el fin de conseguirles contactos a determinados asesores, que por lo mismo tienen mayor posibilidad de alcanzar la meta mensual de ventas.
Marta recuerda que hace algún tiempo un compañero de grupo se fue a los puños con un distribuidor en un conjunto residencial. Son situaciones que confunden a los clientes, quienes no entienden el porqué de esos enfrentamientos entre empleados de la misma empresa.
Ante eso, la administración de Claro asume la posición del avestruz. Se limita a llaman a los implicados en las peleas para que hagan sus descargos, se dan algunas suspensiones o multas a los contratistas, pero luego no pasa nada. Y como consecuencia de esta “guerra del centavo” se aumentan los niveles de malestar, irritación y estrés laboral entre los trabajadores.
Antes tenían mejor salario
A la disputa entre los mismos asesores, se suma la competencia de otras empresas del sector que ofrecen paquetes más económicos que Claro. En Bogotá, por ejemplo, UNE se ha convertido en el competidor más fuerte. Así que a Marta, Adriana y a sus cientos de compañeros no les queda más que afrontar esta competencia y tratar de cumplir, como mejor puedan, sus metas de ventas.
Lo irónico es que hace algunos años ambas ganaban más que ahora, porque antes la meta de ventas era más baja y se les pagaban todas las que hicieran. Antes de que Telemex fusionara a Cable Centro, TV Cable y SúperView, la meta mensual para acceder a comisiones era de 11, luego pasó a 18, y ahora con Claro está en 21. De ahí que Marta, que estaba acostumbrada a vivir con un millón de pesos, ahora tenga meses en que sólo recibe $600 mil. Como le ocurrió en el mes de junio pasado, cuando se vio obligada a prestar dinero para llegar a fin de mes.
Lo mismo le ocurre a Adriana: antes ganaba hasta dos millones de pesos y ahora se las tiene que arreglar con el salario mínimo en los meses en que no cumple la meta y no consigue comisionar.
“Tampoco vale la pena quejarse, porque los directivos siempre responden: agradezcan que tienen trabajo y un salario”, dice Adriana.
Y es que los jefes, a su vez, son también presionados a cumplir metas. “Las condiciones de ellos son diferentes, ganan un salario más alto, pero realmente no saben cómo es la situación en la calle porque se la pasan frente a un computador. Entonces se limitan a decir que los asesores no dan rendimiento porque son malos trabajadores”, anota Marta.
El sindicato: el “coco”
Frente a tantas irregularidades, Marta y Adriana decidieron vincularse al sindicato, creado hace aproximadamente tres años. Gracias a eso, dicen, no fueron tercerizadas y no han sido despedidas por la protección del fuero. Adriana pertenece a la subdirectiva Bogotá y Marta es la tesorera. “Yo ingresé, porque sé que no es justo que uno trabaje tanto y no le paguen”, expresa Marta.
Pese a que el número de integrantes del sindicato ha ido creciendo con el tiempo, muchos trabajadores no se atreven a vincularse debido al temor que les infunde la empresa. “A los empleados nuevos les dicen que si se unen a un sindicato van a quedar fichados y en ningún lugar les van a dar trabajo”, explica Adriana.
Por lo pronto, Adriana y Marta deben seguir aguantando y esperando que las cosas mejoren, en una compañía que claramente no les brinda ninguna garantía de estabilidad laboral y, por el contrario, los arroja a una desgastante e injusta “guerra del centavo”.
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