Orgulloso de un pasado mítico nacional y de mantener una familia patriarcal, autoritaria, moralista, tradicional; orgulloso de su historia heroica y patriótica, el fascismo lanza sus flechas destructoras contra aquello que se desvíe de esas “sagradas” e intocables entidades. Fe, creencia, pasión, emoción lo consolidan, defienden y justifican. El amor a la patria lo enaltece y fanatiza, hasta el punto de convertirse en una fuerza omnipotente, devastadora y excluyente. Entrega total, jerarquía y despotismo radical, he allí sus efervescencias peligrosas.
La mitificación de lo tradicional moral y patriarcal en el fascismo se fortalece a medida que sus líderes se transmutan en “padres” y jefes de la gran familia nacional, protectores sacrificados, responsables, dadores de seguridad y plenipotenciarios. Ante dichos jefes no se admite ninguna queja o reclamo. Aceptarlos es obligación, obedecerles se vuelve norma. Esta “sagrada familia”, basada en el miedo, la culpa, el golpe y la obediencia, se legitima como entidad santificada ante Dios.
La preservación de las tradiciones jerárquicas se vuelve para el fascismo suprema y necesaria, por lo que, según sus gestores, ellos están predestinados a gobernar y a mandar. Las consecuencias son nefastas, pues montan una maquinaria de mentiras y de relatos que desvirtúan las realidades y falsean la verdad sobre su pasado. Se trata de modificar los hechos históricos, creando otros datos que borren las atrocidades y las injusticias donde el fascismo esté involucrado. Revisar y modificar la historia es un afán sin límites de los regímenes autoritarios; borrar la memoria colectiva, social, incluso personal, es su más alto nivel de perversidad y cinismo. Así que toda esta maquinaria se engrasa para funcionar a la perfección con sus trucos de crear falsedades a través de los medios a su servicio, propaganda que engrandece y elogia al fascismo, a la vez que oculta sus tétricas intenciones. Ocultamiento y falacia, he allí sus maniobras. Nada de crear sospechas; nada que genere preguntas. Ante todo, credibilidad en sus discursos. Se debe asegurar la fe de los creyentes. Eficacia, eficiencia y devoción, proporcionan la continuidad de sus feligreses. Ante el hereje, acusación y señalamiento; frente al devoto, exaltación, emoción, falsa solidaridad, cínico estremecimiento.
Con todas estas manipulaciones, los políticos fascistas van desmotando al Estado Social de Derecho, al sistema judicial, con fiscales, jueces, testigos y leyes a su favor y con la mayoría de los organismos de control estatal a su servicio.
En su agenda, el fascismo pretende educar para la obediencia, el respeto a los valores ultranacionalistas, el mantenimiento de los estamentos, difundiendo la xenofobia y la exclusión de extraños y diferentes. A través del terror, de la persecución y el odio, deslegitiman y ridiculizan al pensamiento humanista, a las ciencias sociales e incluso a las investigaciones científicas que vayan en contra de sus conceptos doctrinales. Con el pretexto de que los colegios y universidades son lugares de “adoctrinamiento político” de izquierda, señalan a los profesores con ideas controversiales, ponen en cuestión la libertad de cátedra, el derecho a la alteridad, la pedagogía crítica, los estudios de género, deseando desmontar cualquier pensamiento que cuestione su política anti intelectual.
Con estas estrategias convierten su lucha política en un caldo que contiene rabia, repulsión, violencia, desigualdad, el cual dan de beber a sus seguidores como si fuera una pócima legítima de salvación social. Ese mesianismo es lo que hace que el fascismo sea asumido y consumido como un salvavidas en medio de los naufragios colectivos e individuales. Sintiéndose salvadores legítimos de la humanidad, por ley natural e incluso divina, los fascistas defienden la idea de que sólo ellos son los llamados a la “tierra prometida”, con algunos cuantos elegidos que han aceptado respetar y obedecer la “validez” de su doctrina.
Y hay más. Cuando sienten que está en peligro su poder y sus intereses culpan a sus rivales políticos transformándose ellos en víctimas. La reacción es inmediata. Camaleónicamente cambian de condición. Pasan a ser los golpeados, los excluidos, los señalados, vilipendiados, los perseguidos y asesinados. Cuando se trata de perder el poder o de compartirlo con otros grupos opositores, los fascistas se presentan como perseguidos, víctimas del acoso y de la “maldad” política. De inmediato ponen a funcionar la emocracia pasional con toda su fuerza entre la población, la cual, bombardeada en su sensibilidad, los escucha y protege, llega hasta las últimas consecuencias defendiendo a sus padres-jefes, abrazando con pasión los castigos, la dominación y las cadenas. Luego vendrán los lamentos, pero ya no importan. Así, el gobierno de las emociones lleva a cabo sus terribles propósitos.
Al transfigurarse en víctimas, los verdugos adquieren estatus de salvadores. La paradoja es atroz y perversa. La responsabilidad de las desdichas se la cargan a los cuestionadores escépticos, de dudosa procedencia intelectual, ideológica y jurídica. Por lo tanto, hay que perseguirlos y castigarlos. Los verdaderos verdugos quedan de esta forma limpios, puros, intocables. Inventándose enemigos y volviéndose víctima, el fascismo justifica sus acciones de opresión y hasta sus crímenes.
Es evidente que de esta manera el fascismo inventa realidades, las construye según su deseo, las moldea para que encajen en su horma a través de trampas, engaños y amenazas. La complicidad de los medios masivos poderosos le ayudan en dichas empresas; estos tergiversan los hechos, conspiran contra toda verdad comprobada, deslegitiman las investigaciones serias y rigurosas sobre terribles sucesos propiciados por sus compinches. Ante el resplandor de una certeza imponen la sospecha, la desconfianza. Destrozar al rival político es el objetivo. Los fines justifican la farsa, la difamación y cualquier procedimiento de destrucción posible. De este modo, lanzan calumnias sobre sus rivales de turno, las cuales permean en la opinión pública. Todo esto orquestado desde las emociones y las pasiones, cuyo fervor patriótico, que congela el juicio racional, hierve en la sangre. Al cabo del tiempo se comprueba el montaje, la injuria, pero no importa, el daño está ya hecho, ha despertado la desconfianza esperada. La artimaña es cruel, pero eficaz, el dardo ha dado en el blanco.
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