El pasado dos de mayo, Marco Tulio Sevillano, un “habitante de calle” de cincuenta años, fue quemado vivo junto con una perra y dos gatos mientras dormían bajo un puente ubicado en el Parque Nacional de la ciudad de Bogotá, exactamente en la carrera séptima con calle treinta y nueve. Acto perpetrado, al parecer, por uno de los diferentes grupos neonazis que se expanden rápidamente en la capital colombiana. ¿Qué hay detrás de este acto brutal?
Ana Cristina Ramírez, autora mexicana especialista en “antrozoología” o estudio de las relaciones entre humanos y (otros) animales, cuenta que en una conversación con Egon Mullen, “habitante de calle” de Barcelona, éste describió de la siguiente manera su experiencia diaria con las perras que siempre lo acompañan: “Para mí —me dijo enfatizando con una señal hacia su pecho— Mi familia… mi única familia… Son personas para mí” . Por supuesto, Mullen no se refiere con lo anterior a que las perras sean su propiedad, es decir, sus “mascotas”, y que por ende integren su familia. De ahí que Ramírez apunte lo siguiente: “estos animales en algo son la antítesis de una mascota, es decir, del animalito que alguien tiene bajo su techo, a quien brinda protección, sustento y educación porque tiene los medios económicos para sostenerse a sí mismo y al animal dentro de cierto entendimiento de que ese propietario además de su casa, vestido y sustento, tiene una mascota” . En suma, para Mullen, las perras constituyen compañeras vitales, no mascotas; configuran con él una red de apoyo mutuo que les posibilita seguir juntos adelante, en pie. Quiero dejarlo claro: las perras no son mascotas porque no se encuentran bajo el dominio de un amo o propietario que, a cambio de diversión, afecto y seguridad, les proporciona ciertos cuidados. La relación de mascotaje nunca llega, estructuralmente, a ser horizontal, como sí sucede en el caso de Mullen.
A menudo los/as “habitantes de calle”, con el pasar de los años, co-construyen y ponen en marcha formas-de-vida nada convencionales que, entre otras cosas, incluyen compañeros no humanos como los perros. Escribo “formas-de-vida” porque de lo que se trata es de un ensamblaje compuesto por potentes singularidades vivientes, no simplemente de un sujeto que varía su manera de vivir. En otros términos, si Mullen se refiere a las perras como “personas” y como su “familia”, es en virtud de que emerge allí un nuevo mundo, un conjunto inédito de relaciones, donde lo “humano” o la noción de “persona” se descentran y le abren paso a otro tipo de realidades, de continuidades bio-físico-sociales frecuentemente extrañas y opuestas a lo que se piensa es el núcleo de la sociedad: la familia blanca, burguesa y heterosexual con “mascota” incluida.
Justamente fue una compleja forma-de-vida aquello que se destruyó, aquello que, literalmente, se consumió en llamas y redujo a cenizas, cuando el pasado dos de mayo, Marco Tulio Sevillano, un “habitante de calle” de cincuenta años, fue quemado vivo junto con una perra y dos gatos mientras dormían bajo un puente ubicado en el Parque Nacional de la ciudad de Bogotá, exactamente en la carrera séptima con calle treinta y nueve. Acto perpetrado, al parecer, por uno de los diferentes grupos neonazis que se expanden rápidamente en la capital colombiana. Todo bajo el amparo tácito o explícito de un país profundamente conservador, para/militarizado, guerrerista y avalador de la homofobia, el racismo, el clasismo, el especismo, el autoritarismo y otros “ismos” igual de perversos. Cuestiones que llegan a condensarse en figuras como la del actual procurador Alejandro Ordoñez, discípulo de Marcel Lefebvre conocido por su misoginia y homofobia, por su afición a la tortura de toros por diversión, por participar durante su juventud en una quema de libros según él “pornográficos” e “impúdicos”, donde se encontraban textos de Rousseau, Marx y García Márquez, y, además, por recientemente haber destituido e inhabilitado durante más de diez años al alcalde de Bogotá, Gustavo Petro, a quien considera “un comunista”.
Lo último que debemos hacer es percibir la quema de libros ordoñezca como si estuviese distanciada de la quema presuntamente neonazi de un “habitante de calle”, una perra y dos gatos. Tampoco es casual que miembros de la policía nacional hayan llevado a cabo una práctica similar en Bogotá durante el año 2012, cuando le prendieron fuego a la vivienda del “habitante de calle” Wilmer Alejandro Bernal, de quince años de edad, y a sus compañeros caninos, todo bajo la excusa de su desalojo, pues ocupaba el lugar que no debía, un lugar que, adicionalmente, estaba ubicado en el no privilegiado sur de la ciudad. ¡Tenemos que afinar nuestros lentes ya! Aquí lo que se desea reducir a cenizas son formas-de-vida enteras, posibilidades de existencia alternativas y antagónicas a las imperantes. Ni Alejandro Ordóñez, ni los policías, ni el grupo neonazi, son casos aislados de “barbarie”, “crueldad” o “demencia”, más bien son el epítome, hijos completamente sanos, de una histórica y acelerada fascistización de la formación social colombiana.
La vulnerabilidad de los “habitantes de calle” —sean humanos o no, sean “perros callejeros” o “personas”, en todo caso nómadas contemporáneos que desafían las territorializaciones forzosas y delimitaciones espaciales/corporales estatales— es una vulnerabilidad estructural intensificada por las características particulares del contexto nacional actual. Si la vida de Marco Tulio Sevillano terminó de esta horrible manera fue porque, aunque viviera sin dañar a nadie, como relatan algunos de los estudiantes de la Universidad Javeriana, lugar que frecuentaba, su cuerpo era visto como un cuerpo “sucio” e “improductivo”, alejado de la racionalidad capitalista de la buena apariencia (signo de salud), del ansia de trabajo y de la obtención de lucro. Igualmente, el de él era un cuerpo racializado como “negro” y “provinciano”, pues migró joven de la ciudad de Cali hacia la capital buscando un mejor porvenir. Finalmente, Marco Tulio no se adaptaba para nada al individuo que establece una típica familia nuclear heterosexual, la de él era una familia animal disruptiva, molesta, donde la comunicación, antes que pasar por estereotipadas expresiones de “amor” patriarcal y capitalista, incluía lamidos, roces, maullidos y ladridos.
Nuestro pauperizado “habitante de calle” era un comunista en acto, un “revolucionario natural”, que si bien estaba ubicado, debido a los vectores antes mencionados (racialización, origen geográfico, clase, apariencia física, etcétera), en un espacio de vulnerabilidad extrema, también daba cuenta de otras alternativas de vida-en-común, de alternativas que a veces buscamos en libros europeos o estadounidenses pero que se encuentran más cerca de nosotros de lo que pensamos. Gilles Deleuze y Félix Guattari, filósofos franceses, escribieron extensamente sobre la necesidad de entrar en procesos de contagio, llamados por ellos “devenires”, que trastoquen nuestras posiciones corporales y las lleven a lugares inusitados. Estoy seguro de que Marco Tulio entró en procesos de devenir-animal que lo ponían en situaciones privilegiadas para comprender las dinámicas de cambio, a la vez que lo situaban en lugares peligrosos al interior de una formación social profundamente fascista y eugenésica, como efectivamente lo confirma su trágica muerte. Marco Tulio, al igual que muchos/as otros/as “habitantes de calle”, dejó en buena medida, quizá sin intención, de ser humano; se distanció tremendamente del ideal de humanidad: el hombre blanco, heterosexual, cristiano, racional, propietario, letrado, adulto y con buena apariencia (saludable). Cuanto más nos separemos del ideal de humanidad más nos ponemos en riesgo, más se hace evidente la precariedad a la que todo el mundo está sometido en intensidades variables, ya que nadie nunca logra encarnar absolutamente dicho ideal ni tiene una posición y futuro asegurados. La destrucción de la forma-de-vida de la que eran partícipes Marco Tulio, Mona (como se llamaba la perra) y los dos gatos, no es más que un espantoso caso límite de nuestro cotidiano y variopinto desprecio por todo aquello que no encaja en el ideal de humanidad descrito. Desprecio hacia los no trabajadores, no blancos, no hombres, no cristianos, no heterosexuales, no cuerdos, y, por supuesto, hacia los del todo no humanos, como Mona y los dos gatos.
Ante el caso de exterminio de Mona, de los dos gatos y de Calidoso, como era apodado cariñosamente Marco Tulio, antes que reaccionar con medidas punitivas conducentes a individualizar el suceso y dejarlo en manos de autoridades policiales que ya hemos visto de qué son capaces, o antes que clamar por una “cristiana sepultura” o por el respeto de “toda vida humana”, como lo hicieron las directivas de la Universidad Javeriana, o incluso que implorar por la “defensa de los derechos humanos”, como fue el caso del Defensor del Pueblo Jorge Otálora, debemos contribuir a desestructurar el ideal normativo de lo humano y de la familia heterosexual. Lo cual pasa por reconstituir nuestros cuerpos, nuestros gustos y deseos, nuestra manera de relacionarnos con los/as demás y lo demás, nuestros proyectos de vida y prioridades diarias. El mejor homenaje que le podemos hacer a las víctimas de la triste acción realizada por los neonazis es rescatar su apuesta por configurar formas-de-vida alternativas, tramas de cuidado mutuo, redes de afecto cálidas, que hagan volar en mil pedazos el ideal normativo de humanidad por siglos impuesto.
Ante la insoportable calidez de la incineración de nuestros cuerpos, de todos los cuerpos que no se adapten al patrón dominante o que intenten fraguar formas-de-vida divergentes, el único derrotero es el del “devenir-cálido(so)” de los cuerpos en interacción, “humanos” y “no humanos”, allende las divisiones jerárquicas raciales, económicas, sexuales, de especie, etcétera. Resulta imperativo contagiarnos de Calidoso, no de él como sujeto individual, sino de la forma-de-vida en la que se encontraba inmerso, de su red afectiva que excedía el ideal de humanidad y la familia heterosexual. Devenir-Calidoso, devenir-cálido, configurar formas-de-vida cálidas, es decir, de cuidado y apoyo reconfortante frente a las lógicas que nos hacen vulnerables e incluso que nos pretenden eliminar. “Devenir-cálido(so)” aquí y ahora, ése es mi único humilde llamado. La forma-de-vida incinerada el dos de mayo, sin caer en idealizaciones, representaba un reservorio de fuerzas contra el orden dominante y los neonazis lo sabían perfectamente, pues ellos no son “crueles dementes” sino, reiteramos, hijos perfectamente sanos del eugenismo occidental y de la fascistización del tejido social nacional.
Mayo 15 de 2014
Bogotá, Colombia
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