«Usmekistán» le dicen por estos tiempos. La localidad de Usme –que casi cierra Bogotá por el suroriente– tiene un récord de 22 horas de confrontación entre la Fuerza Pública y las Primeras Líneas. Pero el lugar no sólo es casa de enemigos declarados: es casa, también, de un puñado de brigadistas que vinieron a poner el pellejo en un profundo acto de humanidad que salva vidas y mitiga los crueles dolores de los heridos.
«Usmekistán» porque de Oriente Medio ha venido llegando durante el Paro Nacional a la localidad de Usme el estrépito de guerras sin fin en países lejanos: un grito callado que resuena por entre las calles y hoy se vuelve campo de batalla en la tarde-noche del 20 de Julio de 2021. Este año la conmemoración de la independencia pasa de agache, pues desde hace tres meses en Colombia los ojos están puestos en guerras de ciudad que se ponen fecha y hora para enfrentar a quienes por ser hijos de una misma patria son hermanos.
En esta ocasión debo meter la cucharada hasta el fondo y hacer parte del relato porque, por ser la primera vez que asisto a un tropel, puedo, a través de mi absoluta perplejidad respecto de lo que vi y viví en Usme, a través del desmedido miedo que sentí al estar a escasos metros de lo que es un verdadero campo de batalla sin Dios ni ley en el que el Esmad y los chicos de Primera Línea pelean, venir a recordarnos que no debería ser normal una tanqueta en un barrio y que un gas lacrimógeno no es nada menos que un arma química.
Vine a por la historia de seres humanos que –me consta, mucho me consta–, deciden adentrarse en un bosque cementoso de enormes e inauditos peligros por una razón que sólo puede explicarse como un acto de profunda e insondable humanidad: son los brigadistas que salen a atender a los heridos de las jornadas de confrontación entre la Fuerza Pública y las Primeras Líneas, bandos enemigos plenamente establecidos durante el Paro Nacional. Aquí no le pagan a nadie. Los brigadistas son entera generosidad y todo corazón.
Hoy la confrontación es sobre la Caracas y se desplaza de sur a norte: inicia en la intersección de Yomasa (5.5 kilómetros al norte de donde empieza la Vía Bogotá-Villavicencio), pasará por los bordes de los barrios Gran Yomasa, La Andrea y Almirante Padilla (que nacen en el costado oriente de la Caracas y se despliegan montaña arriba) hasta llegar, al menos hasta que anocheció, al borde sur del barrio Santa Librada, donde está el Puente de la Dignidad: ese espacio ganado, ese símbolo de la Primera Línea de Usme que no sólo es confrontación: el puente, en el marco de la movilización social en la localidad, ha sido encuentro, conciertos, sancochos nocturnos en ollas comunitarias.
Los brigadistas del día son dos grupos de seres humanos que, sin duda, tienen el medidor de pánico calibrado distinto al de uno. Los de chaleco azul –16– pertenecen a la Misión Médica de REDPAS: la Red Popular de Primeros Auxilios sección Bogotá. Los de chaleco amarillo –22– son visita: muchachos que son parte del Bloque Popular de Salud de Medellín (BPS). Hoy hacen equipo en la tarea humanitaria y casi incomprensible de auxiliar a los heridos del tropel. Son grupos populares porque nacieron en el seno de los barrios y agrupan a ciudadanos del común con vocación de servicio y sentido de pertenencia por la comunidad que integran. También hacen presencia Derechos Humanos y los Gestores de Convivencia del Distrito, a quienes se distingue por sus chaquetas rojas.
Brigadista puede ser cualquier persona con la voluntad de salir a ayudar. No se necesita ser profesional de la salud para brindar primeros auxilios a los heridos de una jornada de confrontación: sólo se necesita tener compasión por el otro. Y volquetadas de valentía.
Antes que nada, entender el Nivel Jennifer
Las gafas de protección que había comprado en primera instancia en Homecenter para ir a hacer mi reportería no eran las adecuadas. Me lo dejó súper claro Jennifer Cardona –enfermera, cofundadora de REDPAS y Comandante de Incidente de las brigadas de Bogotá–, cuando le mandé foto de las gafas para cerciorarme que sí había comprado las indicadas:
“No, mujer, consigue unas de alto impacto. Esas gafas son de laboratorio, para trabajar sustancias químicas, y, si bien te ayudan a proteger del gas, si te llega a caer un proyectil en el ojo, te va a estallar la gafa y te va a lastimar más el ojo. Mientras que unas de alto impacto trancan el golpe”. Jennifer habla de potenciales heridas graves como si me estuviera explicando qué bus coger o cómo hacerme una trenza: domina el arte de mantener la calma.
La vi serena atendiendo a un chico que tenía impactos múltiples en la espalda y el pecho y que no se podía mover. Serena comunicándonos sin aspavientos que la razón por la cual, a pesar de que vemos dos tanquetas, Fuerza Disponible y Esmad parqueados en la intersección de Yomasa de cara a la Primera Línea y a pesar de que la Policía ya tiene orden de intervención, las cosas no arrancan aún porque falta por llegar un comandante y un escuadrón completo. Lo sabe porque integra el Puesto de Mando Unificado que fue instalado por la alcaldesa para la jornada.
Jennifer coordina los esquemas de la organización a lo largo de la ciudad en cada confrontación anunciada. Sutura y consigue donaciones para REDPAS. Puede llegar a desayunar a las 5 de la tarde porque se la pasó todo el día en reuniones interlocutando con el distrito. Jennifer atiende por igual a muchachos de Primera Línea y a policías.
Para Jennifer el esquema se acaba cuando todos y cada uno de los brigadistas reportan que llegaron a sus casas. Y es ella quien comunica a sus brigadistas tajantemente que las brigadas se recogen inmediatamente se comprueba que ha habido accionar de arma de fuego en el territorio.
Ya son las 3:30. Seguimos a la espera. Los bandos enfrentados parecen dos equipos de fútbol esperando a que el árbitro lance la pelota al aire para poder empezar el partido. Pasa un señor vendiendo cigarrillos. Hace calor. Llega la Minga.
No es un mal sueño: esto es real*
Claras y soleadas son las cuatro y treinta de la tarde que reciben a un tropel que se ha venido incubando todo el día. Julián –médico de la Universidad de Antioquia– se cerciora de que mis famosas gafas en efecto vayan a cumplir con su tarea: les echa Aceite Johnson’s en los lentes para que no se empañen, y pone Micropore™ sobre los malvados agujeros que trae el marco, listos a dejar penetrarse por vahos indeseables.
Es verdad que tengo un casco blanco que dice «prensa» y un chaleco azul que me “hace” brigadista con el propósito de que nadie arremeta contra mí. Es verdad que traigo puestas unas gafas de alto impacto y una máscara para gases lacrimógenos, ambas cosas una rareza entre los chicos de la Primera Línea: la gran mayoría tiene los ojos descubiertos y un insuficiente pedazo de tela negra cubriendo su nariz, boca y cuello. Mierda, es verdad que estoy aquí.
Esto es una batalla campal. Una nube pavorosa de disparos humeantes; una lluvia de piedras. Es por eso que Camilo y yo estamos medio escapados de la casa: porque en un tropel los milímetros son la diferencia entre perder un ojo o no; porque en un tropel la vida es dos veces frágil y la muerte puede asomar su nariz en un descuido.
El tropel es sobre la vía (sobre la Caracas misma). Los brigadistas (yo incluida) y los chismosos nos movemos sobre los andenes, procurando andar lo más pegados que podemos a las paredes de las casas y las tiendas. Cuando el Esmad arremete, la Primera Línea corre calle arriba en dirección al oriente huyendo así de la vía principal. Por momentos, caravanas de motos nos sorprenden llegando desde callejones por debajo de la Caracas, y los matrimonios zumban de aquí para allá sembrando temor.
Estoy recomendada a Cindy, que hoy es Comandante de Incidente de la Brigada Usme. Cindy es bióloga. Tiene la muy difícil tarea de velar por la integridad de los brigadistas y de tomar decisiones in situ bajo presión y bajo riesgo. Procuro caminar a su lado, pero el desplazamiento es frenético y accidentado y no siempre se hace fácil seguirle los pasos. Cuando la pierdo de vista me invade el miedo. ¿Es esto una balacera? Las aturdidoras suenan como tiros y no es obvio para mí que hacen parte de las consabidas “armas no letales” del Esmad.
¡Estamos a tan escasos metros del tropel! Y eso que hay grupos de brigadistas en aún más extremas condiciones de riesgo que hacen la labor de extracción de heridos desde el centro de la confrontación: las Avanzadas.
Los muchachos de Primera Línea no arremeten en lo absoluto contra las brigadas, pero recibir una pedrada por accidente no se descarta. Ahora bien: cada vez que los agentes del Esmad se acercan, mi corazón late pidiendo a gritos que no me salen que se respete mi vida. Por ridículo que parezca, la única manera que tenemos de proteger nuestra vida cuando todo es caos y se sobreviene la arremetida en dirección a nuestro andén, es alzar las manos en señal de desarme.
Por eso cuando siento que el peligro me husmea de cerca, cuando me siento cerca a desplomarme de la angustia, me cuelgo con abandono y desespero, o del brazo de Juan Pablo (su joven y hermosa mirada aun debajo de las gafas de protección me tranquiliza), o del brazo de El Profe de Química (sus canas me dan la sensación de papá que mi existencia necesita). Seguramente con el pasar de los días revisitaré mis recuerdos de Juan Pablo y de El Profe de Química, y suspiraré.
[*Nota: todos los personajes nombrados en este apartado son brigadistas de REDPAS Bogotá y del Bloque Popular de Salud de Medellín.]
De botiquines, menjurjes y gaseadas
Hay muchas personas bonitas entre el grupo de brigadistas: El Profe Alex, que dicta artes escénicas y teatro; Lina, estudiante de pedagogía infantil que en un momento del día apoyó el traslado que entre siete debieron hacer de un muchacho que cayó inconsciente y debió ser llevado al Punto Fijo de Salud; Juan, designado para coordinar las comunicaciones que le aseguran a las brigadas un desplazamiento seguro, y que hoy guía a la delegación de Medellín; Carol Natalia, una chica de 20 años que se encarga de la muy importante tarea de tomar fotos y datos de cada herido (sexo, edad y afectación) para llevar el registro del día; Laura, la estudiante de veterinaria que en la jornada alcanzó a rehabilitar a dos perros callejeros.
Los brigadistas cargan un botiquín básico para auxiliar a los heridos que contiene solución salina para el lavado de heridas y quemaduras, muchas gasas, vendas, guantes, esparadrapo o Micropore™, analgésicos para el dolor, agua, tijeras, cremas para quemaduras. Cargan, también, el líquido blanco insignia de quienes auxilian a víctimas de gases lacrimógenos: el neutralizador.
Brigadista que se respete tiene su propio envase de plástico con spray para administrar el líquido neutralizador en cara, ojos y boca a todo afectado por gases lacrimógenos. Tiene múltiples preparaciones (que hasta incluyen fécula de maíz), aunque el compuesto base e indispensable es el clásico hidróxido de aluminio que venden en el mercado como antiácido. Precisamente porque los gases lacrimógenos son altamente ácidos generan irritación en ojos, boca y vías aéreas. Los neutralizadores alcalinizan la zona afectada, mitigando así el daño y el ardor.
Más temprano, recién aterricé en el tropel, tuve una noción de lo que es un gas lacrimógeno: no me pareció fuerte y rápidamente se fue. Ahora atardece y Pedro Pablo -brigadista paisa, médico en formación- y yo estamos acurrucados alrededor de un chico que tiene una herida sangrando en la frente. Pedro Pablo lo auxilia. Yo me dispongo a tomar notas. Lo que pasa, o más bien lo que percibo después, es que no puedo respirar. Es una sensación silenciosa, desamparada: un tiquete a la película muda que alguien está viendo en algún lugar recóndito de la galaxia. A mí el gas lacrimógeno me huele a anestesia inhalada mezclada con pánico. Una sola frase aterriza en mi cabeza: “mi mamá me dijo que no viniera”.
Por cliché que les parezca, nos acaba de caer un gas lacrimógeno a un metro de distancia. Acabo de ser gaseada exactamente en la Avenida Caracas con Calle 78A Sur; sangre llamó gas y en un segundo hubo clorobenzilideno malononitrilo para nuestras ávidas narices. Si bajo la escandalosa máscara para gases lacrimógenos que parece de ingeniero de planta nuclear yo sentí morir, no quiero ni imaginar lo que siente un chico de Primera Línea que tiene sobre nariz, boca y cuello un pedazo de tela como única protección. Para muchos chicos de Primera Línea la único que mitiga los efectos del gas es el humo que despiden los fuegos construidos en mitad de calle. El humo absorbe el gas lacrimógeno y lo disipa.
Disipado el gas, me quito la máscara. Mocos por todas partes. Es un buen momento para recordar que, en cumplimiento de los estándares internacionales para el uso de armas no letales, el Esmad siempre debería tirar los gases para arriba en movimiento parabólico; nunca directamente a los manifestantes. Por las inscripciones en los casquetes de los gases que quedan como basura en la calle (fecha y lote) se sabe que algunos de los gases de hoy estaban vencidos. Los gases vencidos son más dañinos.
Lo único que quiero es toser y es lo que los brigadistas a mi alrededor me dicen que procure evitar. Es casi imposible no toser, aunque sería ideal no hacerlo cuando el gas no se ha terminado de disipar: toser es expulsar todo el aire de los pulmones, pero implica una inspiración posterior profunda por la boca que es un pasaje directo del gas hacia los pulmones. Y entonces Pedro Pablo me auxilia a mí. Me rocía neutralizador en los ojos y en la boca. La indicación es hacer gárgaras y escupirlo: así se barre el gas y se le ayuda al cuerpo a expulsar el ácido. Mamá: me gasearon.
Por la noche
Son las 7pm. Es verdaderamente heroico seguir siendo brigadista a estas horas, seguir prestando enteramente por voluntad un servicio a los heridos en medio de la confrontación, y claramente yo no tengo el valor para hacerlo. Decido moverme a Punto Fijo: el lugar a donde son llevados los enfermos de gravedad y que sirve de base de operaciones de REDPAS y del BPS.
Nos cae la noche encima y yo, la verdad, lo único que quiero es irme a mi casa. No es precisamente una pataleta: de noche los gatos son pardos, y las reporteras estrenando tropel dando vueltas por ahí son un despropósito. Hasta podrían ser una piñata para la Sijín, nunca se sabe. A esta hora la confrontación se congrega montaña arriba en el Barrio La Andrea. Hay fogata prendida junto a la Parroquia San Atanasio y la agitación en las calles no da noticias de que la jornada vaya a acabar pronto.
Lo común es que en jornadas de confrontación el Punto Fijo sea un área acordonada en la calle. Pero el Punto Fijo de la Brigada de Usme es un salón comunal de la zona: un espacio en el que se hace un verdadero y bello ejercicio comunitario en el que varios actores de la comunidad se ponen al servicio de la Primera Línea y de los brigadistas. Parece que estuviera el barrio entero ayudando: el ambiente es de servicio, alegría y solidaridad. Este lugar es un auténtico hospital comunitario en territorio de confrontación.
Esta noche Don Polo se entrega a la importantísima tarea de custodiar la puerta en momentos en que se debe preservar el lugar de aglomeraciones, visitas indeseadas y hasta infiltraciones. En el día cocinó 100 almuerzos para los brigadistas y la comunidad: un sancocho vegetariano con tremendo recado -papa, yuca, plátano, arracacha- que alcanzó hasta para nosotros los periodistas. Aquí Doña Rubi, brigadista de Redpas, recibe a los pacientes más graves y se encarga de los trámites para trasladarlos a los centros de salud: es la cuidadora, la mamá de todos. Aquí la Cruz Roja interviene, diligente.
Los insumos de primeros auxilios en Punto Fijo con los que se atiende a los heridos son en su totalidad donaciones: hilo y agujas para suturar, Sulfaplata® (crema para quemaduras), solución salina, Isodine®, guantes, algodón, jeringas, gasas, vendas elásticas, Micropore™, mantas, pinzas, férulas, bolsas de plástico estéril (sirven para preservar dientes o miembros amputados), agua estéril, Xylocaína® (anestésico local).
Los heridos
A lo largo de la tarde vi, en la confrontación en calle, sobre todo quemaduras y fuertes irritaciones por impactos de gases lacrimógenos.
Estos son algunos de los chicos que esta noche están recuperándose en Punto Fijo:
Diego, un chico de 17 años a quien le explotó una granada en el pie izquierdo, causándole una quemadura de primer grado y que su zapato quedara inservible. “Le tocó estrenar tennis”, le dice en tono amable el voluntario de La Cruz Roja que lo atiende.
Christian, que no dilata pupilas y está completamente pasmado. No se sabe con certeza qué le pasó pero parece que está gaseado. “¿Qué día es hoy? ¿Dónde estás? ¿Cuántos dedos hay acá?”, le preguntan los brigadistas. No reacciona por un tiempo largo, pero le ponen oxígeno y poco a poco se va recuperando hasta salir del Punto Fijo por sus propios medios.
Juan David, uno de los heridos más graves de la noche: tuvo un impacto de gas lacrimógeno en la cabeza y necesita sutura. Lo atiende Patricia, voluntaria de la Cruz Roja.
Un vecino que recibió una pedrada de puro de malas: estaba lejos de la confrontación y simplemente pasaba por una de las calles del barrio. Tanto él como su esposa reaccionan al incidente con humor: el señor es vendado en la cabeza y dice que cuando llegue a la casa, sus hijos van a pensar que su papá se disfrazó de momia hoy.
Llega a Punto Fijo un hombre de 52 años que sufrió una caída, se pegó en el hombro y ahora tiene una luxación en el húmero, el hueso que se extiende brazo abajo desde los hombros hasta el codo. Quiere decir que el hueso se separó de la articulación que lo amarra al hueso contiguo y permite el movimiento. El señor es atendido por Michael, un brigadista del bloque de Medellín, fisioterapeuta de profesión, quien determina que para volver a encajarle la articulación al señor se debe ejecutar una maniobra de precisa quiropráctica: empujar el brazo hacia arriba y ligeramente hacia atrás para dejar bien sentado al hueso en la articulación y que el brazo no quede colgando.
“¡Juan Fernando!”. Michael se asoma al corredor y llama a su compañero, que resulta ser un fornido estudiante de enfermería de 1.93 metros de altura. No puedo pensar en nadie más en la existencia que pueda ejecutar la maniobra con más pericia que él. “Si este man no le acomoda el brazo, no se lo acomoda nadie”, le dice Michael al paciente. Juan Fernando hace dos intentos pero es una hazaña que no puede ser cumplida: pasó mucho tiempo desde el momento en que el señor sufrió el accidente hasta que los brigadistas tuvieron la oportunidad de auxiliarlo, y ahora que la inflamación ha crecido, no sólo resulta cada vez más doloroso ejecutar la maniobra, sino que los tendones circundantes ya han empezado a cerrar el espacio articular, lo cual hace difícil acomodar el hueso.
Lo doloroso es que el señor no tiene EPS sino Sisbén, razón por la cual Michael y Juan Fernando tratan a toda costa de remediar la luxación: saben que muy probablemente el Sisbén no le va a cubrir la radiografía que va a necesitar y que es muy posible que la tenga que pagar de manera particular con dinero que no sabemos qué tan fácil le vaya a quedar conseguir.
Lejos de estigmatizar y tildar de pobre a una persona que no conozco, decido poner las cosas de esta manera porque estuve desempleada por largos períodos de tiempo y sé perfectamente qué es no poder pagar la salud. Juan Fernando y Michael saben de sobra que no todas las historias clínicas tienen finales felices. Aún así amanecerá el día de la próxima movilización y saldrán de casa portando el chaleco amarillo. Gente con grandeza en esta vida.
[*Nota1: por confidencialidad médica me reservo los verdaderos nombres de los pacientes presentados a continuación. He escogido para ellos seudónimos con el propósito específico de proteger su identidad.]
[*Nota2: La delegación de brigadistas REDPAS Usme me autorizó relatar los casos médicos presentados a continuación bajo promesa de proteger la identidad de los protagonistas]
Epílogo
Son las 10:10 de la noche y de afuera llega el rumor de que “están echando bala”, y por eso la orden es que la Brigada de Usme, hoy conformada por 16 chalecos azules y 22 amarillos, se repliega. El comentario general es que hoy la cosa estuvo “suave”, y el registro de heridos lo comprueba: hoy, comparado con otros días de confrontación, no hubo tantos heridos de gravedad. Y yo que sentí pánico no una, sino varias veces.
El rango de edad de los muchachos atendidos por la Brigada de Usme está ente los 15 y los 24 años. El Profe de Química ha graduado a centenas de estudiantes que no logran llegar a la educación superior. A veces se los encuentra en la Primera Línea. Le duele verlos trabajando en cualquier cosa –o en nada– y sabe que los primeros auxilios que las brigadas les prestan es casi siempre el único servicio de salud al que pueden acceder.
A los agentes del Esmad los vi en la ceremonia bélica de siempre. Pero Michael, que hoy hizo extracción de un herido que quedó tendido en la mitad de la protesta entre la Primera Línea y el Esmad –un muchacho de 19 o 20 años que fue golpeado en el fémur por una granada de fragmentación-, me recuerda que las víctimas en este país son un río revuelto en el que todos los días se ahogan las oportunidades. “El problema es del pueblo y el pueblo son el empleado del estado y el que está en contra del estado”, puntualiza Michael.
Después de haber pasado el día con los brigadistas tengo la certeza de que quedarse cruzado de brazos siempre será una opción, y que, precisamente por eso, poner el pecho de la manera en que vi a estos seres humanos hacerlo por personas desconocidas, es un acto de una magnanimidad inconmensurable que incluso muchos criticarán.
Hoy de camino a casa no puedo pensar en bandos: sólo deseo que nadie haya perdido la vista hoy.
Para lo normal, lo esperable, lo predecible, las manos sobran. “Lo imposible cuesta un poco más, y derrotados son sólo aquellos que bajan los brazos y se entregan” – Pepe Mujica.
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