El mapa lo dice todo. La cartografía electoral que arroja el mapa de Colombia, producto de las elecciones del 29 de mayo es una nítida fotografía de la realidad social y política que padecemos: en el centro del país, con pocas extensiones sobre departamentos de los denominados periféricos, se congrega el país que votó por Rodolfo Hernández. Es casi un círculo ampliado de los departamentos que cuentan con mayor desarrollo económico y en los que habitan –si no lo hacen en Estados Unidos u otros países de sus ensueños– los sectores más pudientes de nuestra sociedad, una minoría que se ha beneficiado de las políticas de Estado que protegen, financian, apadrinan, acolitan, a quienes “crean la riqueza nacional”.
Bordeando este círculo, en forma de óvalo, con extensiones hacia el norte, el occidente, el sur y el oriente del país, en un porcentaje superior a favor del Pacto Histórico, y con apoyo mayoritario en los departamentos que más han padecido los efectos negativos de las políticas económicas y sociales de Estado que marcan nuestro ser nacional, los sectores marginados, una mayoría de connacionales que sufren la exclusión, el desconocimiento y los efectos, además, de la política militar que prevalece como recurso para resolver la conflictividad social.
En estas dos Colombias, con presencia significativa pero no detallada en su configuración por la cartografía electoral, habita otro país, constituido por más de una tercera parte de quienes están en edad de votar pero no lo hacen y cuyos motivos pueden ser diversos, como lo son los millones que allí están sumados. Aquellos no tienen confianza en la clase política, no los convoca el canto de un prometido cambio institucional que entona la izquierda, tienen rabia con el establecimiento, pues lo único que reciben del mismo es palo y promesas incumplidas; no se sienten recogidos en los programas que abanderan las campañas electorales… Tenemos, por tanto, no uno ni dos sino por lo menos tres países, cada uno motivado por circunstancias disímiles y opuestas entre sí.
La lógica política, económica, social, militar, en boga, indica que –de salir electo el candidato que promete ahondar las políticas neoliberales, achicando el Estado como principal empleador, por ejemplo– esto continuará, y la sociedad que resumimos no estará convocada a reencontrarse y permanecerá dividida entre polarizaciones y tensiones.
De salir elegida la candidatura que ofrece la superación de lo construido hasta hoy, en tanto en el eje de su programa está la inversión social acrecentada, mayores impuestos para los más pudientes, reconocimiento de grupos excluidos, y similares, encontrará sintonía y empezará a bordar un país para las mayorías pero no para la totalidad.
En su ejercicio de cambio, de ponerse en boga un amplio proyecto cultural y educativo, además de económico y no militar para contener la inconformidad social, alimentará energías para que muchas de las personas que no sienten sintonía alguna con el establecimiento se acerquen, al menos, para ver qué está pasando y “metan el dedo en la llaga” y así comprueben su veracidad.
Tenemos aquí un zurcido que empieza a unir pedazos de país. Tal vez el secreto para que eso permanezca y no se descosa al primer jalón sea hilar en Z, quizás en M. Las opciones son varias pero encontrar cuál es la que une con más fortaleza es labor de quienes estarán en los años que vienen como funcionarios de lo público.
Lo cierto es que esas puntadas tienen que pasar con su hilo por la concreción efectiva de una reforma agraria que sea integral, acompañada por una política de protección a la producción y el mercado nacionales, con una red para acercar los productos del campo a las barriadas, en clara disputa con las redes de mercadeo que ahora intentan monopolizar este sector de la economía del país. Es un esfuerzo en el cual se deberá citar y lograr la concurrencia de pequeños y medianos tenderos, como de micro, pequeños y medianos productores urbanos de bienes destinados al consumo diario, para que se asocien y faciliten este proceso y se beneficien del mismo –en calidad de trabajo, en precios favorables, en líneas de crédito para operativizar su labor, en proceso de capacitación, etcétera.
Aquel es un hilar que deberá cruzar y tensar el cumplimiento de los acuerdos de paz, a fin de crear así un ambiente regional para la participación y el liderazgo social sin correr riesgo de muerte; a la par de otras muchas hiladas que recojan, por ejemplo, la creación de una industria nacional con ejes en diversos segmentos estratégicos de una economía de punta y en sintonía con la revolución industrial en curso, pero también que haga sentir sus puntadas en la política educativa, garantizando el soñado anhelo de educación superior para toda aquella persona que lo anhele y cumpla con los mínimos académicos que exijan en uno u otro centro de estudios.
El recorrido de las agujas es mucho más amplio y diverso, pues el tamaño de lo aplazado en el país es mayúsculo para que se pueda hablar de reducción sustancial de la pobreza y eliminación de la miseria. ¿Qué decir de una política de paz para el diálogo y la apertura política con quienes estén dispuestos a aunar esfuerzos, de modo que el país viva una oportunidad de reencuentro? ¿Qué de una política ambiental en realidad consecuente con todo lo que implica no aportar al incremento del cambio climático? ¿Qué de una política urbana que vaya al fondo de la crisis que sobrelleva la ciudad del mercadeo y el consumo?
En ese zurcir con delicadeza, y con la alegría de quienes están construyendo una pieza por vestir engalanados, hay quienes desde un principio se sentirán excluidos, pero en esta ocasión no son los de siempre sino quienes desde décadas atrás no han dejado de beneficiarse de las políticas de Estado que priman en el país.
Con el solo hecho de cobrarles más impuestos, de llamarlos a pagar mejor a sus trabajadores y empleados, con el efecto de que el chorro de beneficios estatales dirigidos hacia ellos se corte o reduzca, estas y otras realidades los llevarán a conspirar contra el nuevo gobierno y atizar asimismo el descontento social, incrementado, seguramente, por la fuga de capitales que propicien, por el bloqueo de la agenda legislativa y –esto no es extraño– por el estímulo al ahondamiento del conflicto armado que hoy padece el país. El factor Estados Unidos calentando el ambiente político podrá estar en el trasfondo de algunas de esas reacciones.
Se podría decir, entonces, que en este punto, ante un cuero duro, la aguja se partirá y el país seguirá roto, tal vez en menos pedazos pero roto. La pregunta que corresponde hacerse a quienes diseñen las políticas de Estado, ojalá en diálogo dinámico con toda la sociedad, es: ¿Qué se debe hacer para neutralizar esta realidad de fractura, entre minorías y mayorías, entre ricos y pobres, entre quienes desean el cambio y quienes aspiran a prolongar al status quo?
La tarea no es sencilla de resolver pero, seguramente, revisando nuestro profundo ser nacional, sus valores y mejores tradiciones, así como las experiencias vividas en otras coordenadas, se encontrarán luces y material para reforzar las agujas y el hilo necesarios para reencontrar al país como una sola pieza. Con detalles, con bolsillos y ojales que significan clases e intereses dispares pero que integran una sola pieza que, bien tejida, debe ser cómoda en su uso, de manera que a la vuelta de algunas décadas la realidad de vida digna y democracia participativa, directa, radical, plebiscitaria, haya echado raíces en todo el territorio nacional y en lo más profundo de nuestro ser cultural. Tremendo reto. ¡Ojalá no se frustre nuestro destino posible! n atizar nuevas protestas sociales.
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