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Todos contra el escepticismo

Todos contra el escepticismo

Toda la historia de Occidente ha sido la historia de un consenso y hasta unanimidad acerca de las inconveniencias del escepticismo. Se ha preferido incluso que haya quienes tengan otras verdades, aunque sean diferentes; no en última instancia para expulsarlos, reprimirlos y eliminarlos.

En tiempos de desasosiego el escepticismo brota espontáneamente entre los ciudadanos de la Polis, pero hay quienes hacen del escepticismo no simplemente un elemento de reacción, sino un arma de defensa, un arma de combate. En el período Helenístico de la Grecia antigua, cuando ya las costumbres se habían relajado al máximo, era inevitable el ocaso del mundo griego, y los romanos ya empezaban a robarse desde los dioses en adelante; emerge entonces una escuela filosófica importante: el escepticismo.

Planteado originalmente por Pirrón de la ciudad de Elis, en un rincón occidental de Grecia, es sostenido y alimentado, pero sobre todo extendido gracias a Sexto Empírico, quien se paseaba entre Alejandría, Roma y Atenas. Epistemológicamente, Pirrón es el primero que introduce la idea del falibismo, y más exactamente, de la incertidumbre. En contra de cualquier tipo de dogmatismo, el Pirronismo sostenía que es imposible llegar al conocimiento de “verdad”. El escepticismo antiguo no era un asunto de teorías, sino una filosofía eminentemente práxica. Más nos vale acostumbrarnos a la idea de que nada es por sí mismo (enteramente) verdadero, ni tampoco (enteramente) falso. El resultado era la ataraxia, que bien podría traducirse como indiferencia o distanciamiento de los acontecimientos cotidianos. El día a día.

La tradición conocerá esta ataraxia igualmente como la suspensión el juicio (epoché), una actitud que caracteriza a la filosofía fenomenológica de E. Husserl, sin que, sin embargo, quepa decir de Husserl que es un filósofo escéptico. La suspensión del juicio es una actitud de sabiduría consistente en abstenerse de cualquier juicio, a menos que tenga un fundamento en la experiencia misma.

Habiendo viajado por la India, acompañando a Alejandro Magno, Pirrón aprendió —acaso del budismo— que los deseos humanos son vacuos, y que el ideal del sabio es la ausencia de actividad, la renuncia a los deseos; o mejor, aprender a no desear.

Como en numerosos otros casos de la antigüedad, Pirrón no escribió nada y todo nos fue legado por sus discípulos. Acaso el más diligente y próximo, Timón de Fliunte. Sin embargo, lo que la posteridad sabe y aprende de Pirrón se debe principalmente a Sexto Empírico y sus muy destacados Esbozos Pirrónicos.

Gracias a Sexto Empírico, llegamos a saber que el escepticismo antiguo es empírico y antimetafísico. Lo que podemos saber del mundo es en la medida en que nos afecta y cómo sucede, pero no cómo es el mundo por sí mismo.
Sin ambages, el rechazo que Pirrón tiene del dogmatismo se debe, entre otros, a la escuela platónica y a la escuela aristotélica, dos corrientes ampliamente dominantes, incluso en el ocaso de la Grecia antigua. Sin embargo, en rigor, el escepticismo es también la actitud y la filosofía que se opone a la incredulidad ordinaria.

Parte de la razón que explica por qué el escepticismo como una actitud filosófica no tuvo mayor alcance en la historia posterior se debe justamente a la confluencia que se estaba logrando, ya en vida de Pirrón y de Sexto Empírico entre Atenas, Roma y Jerusalén. Esta confluencia se iría a expresar inmediatamente en el crecimiento de la secta cristiana hasta convertirse un tiempo después en la religión oficial de Roma, gracias a Constantino I. El resto, ya es historia y se colige fácilmente.

La historia del escepticismo como una actitud filosófica transcurre por vericuetos nunca oficiales ni púbicos. Ciertamente que Descartes lleva a cabo una duda metódica, pero ella tiene tan sólo un valor instrumental, puesto que su finalidad no era otra que arribar a una verdad apodíctica: esto es, aquella verdad de la cual, literalmente, no cabe dudar en absoluto.
En cualquier caso, la historia de la ciencia y la filosofía ha sido la del fundacionalismo; esto es, hallar fundamentos (acaso los fundamentos de las matemáticas, y otros); o bien, sostener verdades con criterios contextualistas. Por ejemplo.

Los diez siglos del medioevo, y posteriormente, atravesando el Renacimiento, la historia de la modernidad desde el siglo XVI hasta la fecha, ha sido la historia de la certeza de la religión y la fe; o bien, la certeza de la ciencia y todo el aparato lógico (o matemático) —deductivo—. Tiempos de mucho dogmatismo y de verdades a cortapisa.

Se requeriría un espacio mayor para discutir el pirronismo. Sin embargo, lo evidente es la capacidad de independencia que ofrece frente al mundo certero de los pactos, los acuerdos, las normas, los postulados, los consensos, la letra, en fin, las corporaciones y las instituciones de todo tipo. Todas las cuales no admiten, en absoluto, la libertad de la duda. Del libre raciocinio, si se quiere; manifiestamente sin ningún criterio de autoridad, punto.

Toda la historia de Occidente ha sido la historia de un consenso y hasta unanimidad acerca de las inconveniencias del escepticismo. Se ha preferido incluso que haya quienes tengan otras verdades, aunque sean diferentes; no en última instancia para expulsarlos, reprimirlos y eliminarlos. La historia es prolija en este sentido.

Al fin y al cabo la gente prefiere tener malas razones a no tener ninguna, malas explicaciones a no tener una, en fin, prefieren la esclavitud de lo conocido a la libertad de lo desconocido e indeterminado. Verdades y certezas, jamás dudas y skepsis. Esta es una sola y misma historia con la historia de las relaciones entre dependencia y determinismo contra autonomía y libertad.

Todos contra el escepticismo. Así se condensa, según parece, toda la historia de la humanidad occidental. Y en ella, Tirios y Troyanos coinciden en su rechazo de las tesis pirronianas. Si Heráclito ocupa un lugar muy secundario en la historia del pensamiento humano, el Pirronismo es menos que una pequeña rama de un gran árbol. Contra las certezas y las verdades de las amplias y aplastantes mayorías, una mirada fresca al escepticismo filosófico constituye algo mejor que el ofrecimiento de un plato fresco y desconocido al paladar.

Información adicional

Autor/a: Carlos Eduardo Maldonado
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Fuente: Palmiguía

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