Acaso en una especie de paraíso terrenal, de seres inmortales (con eterno tiempo para degustar todas las posibles experiencias) y en el escenario de una naturaleza invariable (sin escasez, sin agotamiento de los recursos naturales renovables y no renovables, y totalmente inmune a la contaminación), serían irrelevantes el tiempo y la historia. Adicionalmente se podría suponer que el martirio del envejecimiento sería perpetuamente postergable, dada la existencia de un don de la eterna juventud. En tan inverosímil e ideal situación serían irrelevantes e inadmisibles la espera, la angustia, el desasosiego y la impaciencia pues, por ejemplo, los individuos varones de tal reino serían indiferentes entre intervalos de ocho días, ocho meses, ocho años, ocho siglos u ocho milenios para la espera de una anhelada experiencia de luna de miel en las islas griegas con la más bella, sensual y codiciada de las mujeres.
Nuestro mundanal averno, de seres mortales (con proverbial falta de tiempo para degustar al menos una ínfima gama de todas las posibles experiencias), es un escenario de una naturaleza mutable y propensa a la degradación (entropía), es pleno de escasez (creciente agotamiento de recursos naturales renovables y no renovables), al igual que proclive a la contaminación. En tal realidad la juventud (y la buena salud) se desvanecen rápidamente: son efímeras e impostergables.
El tiempo y la historia en este mundo son no sólo relevantes sino, en demasía, pavorosas realidades que marchan, ineluctablemente, en dirección hacia la decadencia entrópica. El notable economista Nicolás Georgescu-Roegen representó tal realidad con la imagen de un reloj de arena sin reversa: todas las experiencias que como individuos y colectividades podamos tener están asociadas al consumo de recursos naturales (materia, energía y vida) que se extinguen, a tal punto que nada queda para la posteridad indefinida.
Gráfica 1: tasa de descuento intertemporal
La tal tasa de descuento o depreciación del tiempo es la representación técnica que, mediante las buenas maneras de los economistas, muestra la rapacidad de individuos y sociedades para apropiarse de recursos en el presente, a costa de malograr e, indirectamente asesinar, pléyades de vidas en el distante futuro. En la gráfica 1 se muestra que, producto del codicioso desasosiego e impaciencia, tanto individuos como colectividades racionales ostentan una elevada tasa de preferencia por el presente (Cp) y el largo plazo (Lp) es tan depreciado que, incluso, se valora en términos negativos. La depreciación del porvenir se incrementa exponencialmente.
En el extremo abstruso del individuo egoísta se puede sugerir una peculiar versión del famoso poema de Borges, que se titula “tu”, así:
“Un solo individuo ha nacido, un solo hombre ha muerto en la tierra. Afirmar lo contrario es mera estadística, es una adición imposible…” Ese sujeto es el actor económico que maximiza el usufructo de riquezas en el corto plazo y deja sobras y detritus para la posteridad, esto es, para el largo plazo en donde este ávido consumidor estará muerto y nada importará la sucesión diversa de infinitos nuevos seres entre los que habrán existido seres como: “… Ulises, Abel, Caín, el primer hombre que ordenó las constelaciones, el hombre que erigió la primer pirámide, el hombre que escribió los hexagramas del Libro de los Cambios, el forjador que grabó runas en la espada de Hengist, el arquero Einar Tamberskelver, Luis de León, el librero que engendró a Samuel Johnson, el jardinero de Voltaire, Darwin en la proa del Beagle, un judío en la cámara letal, con el tiempo, tú y yo…”. En su desmedida avaricia por acaparar todas las ventajas para su exigua existencia, nada le importa el destino de las futuras generaciones, que sin voz ni voto, quedarán condenadas a un destino sin la vitalidad de elementales sensaciones como, por ejemplo, la de haber “… sentido en el paladar la frescura del agua, el sabor de las frutas y de la carne…”.
Leave a Reply