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Siete países van a mantener revuelto el precio del petróleo

Siete países van a mantener revuelto el precio del petróleo

La volatilidad va a ser el factor que determinará el valor del ‘oro negro’, que oscilará, entre 45 y 65 dólares el barril, en función de diversos asuntos geoestratégicos, lo que añadirá incertidumbre a la economía global.

Inestabilidad, volatilidad, fluctuaciones. Son apelativos que los analistas del mercado energético ya han asimilado en sus diagnósticos. Y de los que no prescindirán en los próximos meses. Quizás años. Aunque, en términos reales, el precio del barril de crudo, tanto el West Texas Intermediate, de referencia en EEUU, como el Brent, en Europa, se acomodarán en una horquilla que oscilará entre los 45 y 65 dólares. Eso sí. Si la multiplicidad de tensiones geoestratégicas protagonizadas por siete países, que determinan su valor, evolucionan dentro de unos parámetros que el consenso de analistas que operan en este mercado consideran factibles.

El elenco de factores determinantes del complejo equilibrio entre oferta y demanda mundial de energía es tan amplio como sensible a cualquier desorden político, económico-financiero o empresarial.

Sin duda, las decisiones en el seno de la deprimida OPEP han influido siempre en el precio del crudo. Pero el otrora intocable cártel petrolífero está en una gran encrucijada. De hecho, hay quien dice en el sector que se encuentra moribunda. Aunque acabe de determinar, en una reunión extraordinaria en Argel, hace algo más de un mes, un recorte de producción. La primera vez que utiliza su arma más influyente en el mercado desde 2008. Pese a que haya sido de mínimos. En concreto, de 700.000 barriles diarios, hasta alcanzar un abastecimiento de entre 32,5 y 33 millones de barriles al día; es decir, entre un 0,7% y un 2,2% de su actual cuota extractora.

La maniobra sirvió para que el precio repuntara de inmediato algo más del 5%, hasta los 45 dólares, y se instalara en una banda entre los 46 y los 52 dólares desde entonces; pero sembró dudas y deja algunas lecturas inéditas. La principal, la debilidad de Arabia Saudí ante sus socios del cártel. En especial, frente a su rival territorial, Irán, que hasta ahora ha preferido redoblar sus esfuerzos productivos desde que Europa y EEUU levantasen sus sanciones comerciales a Teherán tras la firma del acuerdo nuclear, a comienzos de este año.

La persistencia saudí a que el acuerdo involucrara a sus doce Estados -Argelia, Angola, Ecuador, Irán, Irak, Kuwait, Libia, Nigeria, Qatar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Venezuela- demuestra que la destitución de su todopoderoso ministro de Energía, Ali al-Naimi, auténtico zar del cártel en las últimas dos décadas, hasta su relevo, este año, por Khalid al-Falih, está lejos de ser restañada.

Las reticencias, no sólo de Irán -alimentadas también desde Moscú, otro de los grandes productores netos de crudo que suele acompañar, o no, a los designios de la OPEP-, sino también de Libia y Nigeria, obliga a Riad a la contención extractiva de mayor calado: de 300.000 barriles diarios. Casi la mitad de la rebaja del cártel. O lo que es lo mismo. Pondrá en el mercado apenas 10,7 millones de barriles.

En un momento coyuntural sumamente delicado, en el que las incursiones bélicas de Riad en conflictos como el de Yemen y sus abultadas facturas armamentísticas de los últimos años para cumplir con su ansiado y declarado objetivo de erigirse en el poder hegemónico de Oriente Próximo, han disparado el déficit público del 3% al 16% del PIB en una economía en la que el 90% de los ingresos proceden del petróleo.

Otro de los factores de riesgo de inestabilidad es EEUU. Convertido en los últimos años en primer productor global. Por encima de Arabia Saudí. La decisión de Washington de dar el salto a suministrador neto de energía desde casi el inicio de la crisis financiera, en 2008, ha convulsionado el mercado. De hecho, la última baza de Al Naimi, de permitir que el precio del curdo cayera de los 30 dólares en enero de este año, tenía como propósito que Riad ganara cuota de mercado -en contra de la tradicional política de control de los precios internacionales- y dañar así la industria energética americana sin intervención de la OPEP.

La combinación del fracking, el uso de las reservas estratégicas, el shale oil (otro proceso no convencional de extracción de petróleo basado en los esquisitos bituminosos de las rocas, que convierten su querógeno en gas y crudo enriquecido) y que totalizan la mitad de su cuota extractora, o la creciente rentabilidades de áreas productivas como la del condado texano de Permian Basin, han sido capaces de situar el precio del petróleo por debajo de los 35 dólares gran parte del año.

La estrategia de Naimi -hasta ahora fallida y, a buen seguro, motivo de su relevo por parte del régimen de Riad-, podría tornar su dinámica en el futuro próximo. Porque persisten dudas sobre la capacidad de que técnicas como la del shale oil perduren en el tiempo. De hecho, este ejercicio esta modalidad industrial acabará con una merma extractiva notable: sus previsiones hablan de un promedio de 8,7 millones de barriles diarios, frente a los 9,5 millones de 2015.

Incluso la Administración de Información de la Energía (EIA, según sus siglas en inglés) americana admite que, en diciembre, su cuota bajará hasta los 4,5 millones. A no ser que, como descuentan los analistas del mercado, Donald Trump impulse con apoyos presupuestarios y financieros un sector que está en el top de sus prioridades proteccionistas y para el que ha situado, como futuro secretario de Estado de Energía, a Harold Hamm, CEO de Continental Resources, una de las mayores empresas privadas de sondeos y prospecciones petrolíferas del país, al que ha encomendado la misión de mejorar ostensiblemente la cuenta de resultados de esta industria.

Jerry Ho, jefe de análisis de Energía de ERC, describe el siguiente panorama. “Cualquier alza de precios por encima de 60 dólares supondrá el inmediato repunte productivo de EEUU y el traslado de la presión a la OPEP en busca de más recortes”. En parecidos términos se manifiestan en Goldman Sachs donde su servicio de estudios habla también de que la drástica paralización e, incluso, caída de las inversiones en el sector por parte de las grandes petroleras, y en países como Arabia Saudí, que ha interrumpido el billón de dólares presupuestados a este fin para el actual quinquenio, impedirá que se rebase de manera sostenible la barrera de los 60 dólares por barril.

Pero no todo se reduce a la rivalidad Riad-Washington. Hay más. Como las posibles alteraciones en la cartera inversora de Pension Fund Global, el fondo soberano noruego, de 882.000 millones de dólares, el doble que el PIB de este país productor de crudo, motivadas por las críticas que, desde el creciente nacionalismo popular, arrecian ante las ligeras pérdidas de rentabilidad.

Este fondo, emblema de inversiones globales (tiene participaciones en más de 9.000 firmas de 78 países y sus recursos equivalen al 2% de las acciones empresariales europeas y al 1% de las mundiales), procede de los beneficios petrolíferos de Noruega. Y, pese a su compromiso con los proyectos de cooperación internacional, el desarrollo tecnológico (ha situado sus recursos en firmas como Microsoft, Appel o Alphabet) o el cambio climático (Tesla, fabricante del coche eléctrico), Royal Dutch Shell es uno de sus más generosos activos.

En un clima de emergente hostilidad nacional contra la inmigración y los asilados noruegos en el que se reclama al fondo de pensiones noruego que vuelva a sus orígenes de empleo de sus recursos en programas rurales y agrarios nacionales.

Aunque tampoco hay que perder de vista los cambios accionariales en Rusia o Venezuela. En Rusia, la encrucijada toca a su sector empresarial. La venta de Bashneft, petrolera estatal, a la privada Rosneft -la mayor petrolera rusa después de absorber Yukos, en 2004, y TNK-BP, en 2013- del oligarca Igor Sechin -veterano de los servicios de seguridad y estrecho aliado del presidente Vladimir Putin- por 5.300 millones de dólares no sólo se ha saldado con la detención del ministro ruso de Desarrollo Económico, Alekséi Uliukáyev, acusado de recibir un supuesto soborno por valor de 1,8 millones de euros de Rosneft.

Pone en tela de juicio la dimensión real del Estado en las grandes corporaciones a través de oligarcas próximos a Putin, en una economía que ha aumentado la estatalización de las participaciones empresariales desde el 35% de 2005 hasta el 70% en 2015. El control de los precios y la producción de petróleo es el arma esencial del Kremlin en política exterior en las últimas décadas. Un aspecto que tiene un lado oculto: el retroceso de inversiones extranjeras por la casi total ausencia de sanciones antimonopolio y las dificultades en la repatriación de beneficios. Tanto para firmas occidentales, como British Petroleum, que posee el 20% de Rosneft. Como orientales. La China National Petroleum Corporation reconoce que sólo estaría interesada en entrar en el accionariado de la petrolera rusa si puede ejercer una mínima influencia en su gestión, algo que choca con el capitalismo de estado que, a juicio de las autoridades de Pekín, practica Moscú. Algo que afectará, a buen seguro, a un sector, el energético, presionado por las sanciones occidentales por la intervención militar rusa en Ucrania, sometido a un impreciso e incierto proceso privatizador y necesitado de capital tecnológico para mantener sus cuotas de producción.

Mientras, en la Venezuela de Nicolás Maduro, con una economía que se contraerá un 10% este año y con una inflación superior al 700%, según el FMI, la estatal PDVSA, en plena crisis en el mercado de bonos emergentes, ya ha tenido dificultades para hacer frente a las recientes mensualidades de su deuda. Hasta el punto de valorar si realiza alguna operación de swaps para tratar de eludir la suspensión de pagos, retrasar las obligaciones con sus acreedores y ganar así tiempo hasta 2020. Sin demasiada condescendencia por parte de los inversores, que ven un claro déficit de innovación y tecnología de extracción en el país con mayores reservas potenciales de crudo.

Sin embargo, no todas las dudas del mercado se concentran, obviamente, en el lado de la oferta. Dos de los mayores consumidores de crudo, China e India, elevarán sus peticiones de consumo de petróleo entre un 0,3% y un 0,4% en 2017, según la Agencia Internacional de la Energía (AIE), lo que, en principio, podría espolear el precio. Pero el gigante asiático baraja varias estrategias por las que los países productores deberían poner en duda que el maná comprador vuelva a surgir desde tierras chinas. Por ejemplo, la acumulación de inventarios a lo largo de este año, en el que las compras de petróleo van a crecer, al término del ejercicio, entre un 14% y un 16%.

Pekín ha aprovechado la baja cotización del crudo, sobre todo entre enero y junio, para llenar su stock energético desde su muy diversificada cartera de clientes y abastecer así a sus 20 primeras refinerías -conocidas como teapots-, que ya son capaces de generar, a pesar de su mediana dimensión, combustible para el 20% del crudo adquirido por las cuatro principales petroleras, PetroChina, Sinopec, CNOOC y Sinochem.

Desde el pasado verano, otras 27 licencias de estas refinerías privadas garantizan que el ‘oro negro’ fluya en el futuro por su mercado doméstico según los designios oficiales. Es decir, bajo criterios reguladores de la oferta y la demanda… internacional. Y en una etapa de transición económica, menor crecimiento y, por tanto, caída de las necesidades energéticas que genera no poca incertidumbre dentro y fuera de sus fronteras.

La consultora McKinsey se atreve a dibujar un panorama de largo alcance. Scott Nyquist, socio de su oficina en Houston, lo sitúa, incluso, en 2050. En su diagnóstico ve crecimiento de la demanda energética, pero bastante alterada en relación a la actualidad. Se impondrá la eficiencia y la diversificación de fuentes energéticas. Sólo en India, la demanda de servicios crecerá entre un 54% y un 64% en 2035. Y se reducirán en un 40% el uso del diésel en coches. La generación de electricidad alcanzará el 25% del mix energético global (China e India absorberán el 71% de la nueva capacidad eléctrica) en comparación con el 18% actual -el 77% procederá de la energía eólica y solar-, mientras los combustibles fósiles seguirán dominando la factura, aunque con cambios.

El gas continuará su progresión en detrimento del petróleo, que mermará su demanda por los vehículos eléctricos y el viraje por el efecto climático, sobre el que Nyquist observa un incremento del 14% en las emisiones de gases limpios en los próximos 20 años. Insuficiente para evitar que el calentamiento del planeta suba los dos grados que se acordó en la Conferencia del Clima de París, en 2015. Pero un abanico de variantes lo suficientemente complejo como para que “los líderes políticos y empresariales (…) asimilen y se adapten lo antes posible al factor que presidirán los mercados energéticos en el futuro: la volatilidad”.

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Autor/a: DIEGO HERRANZ
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Fuente: Público

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