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Al Jazeera: 15 años en los titulares

La familia Mubarak aún cree que Al Jazeera tuvo la culpa. Sin la constante cobertura en vivo del canal de satélite qatarí de las manifestaciones en la plaza Tahrir de enero y febrero pasado, según la leyenda, el emperador Hosni seguiría ocupando su trono en Egipto, con ese cabello teñido, igual de falso que sus declaraciones, sus sátrapas todavía babeando ante su sabiduría, su régimen seguiría produciendo noticias de mentira, ministerios de mentira y elecciones de mentira para su pueblo.
 

Cuando la tripulación del avión privado del emperador de Túnez, Ben Alí, regresó al país después de dejar al viejo en una suite VIP en el aeropuerto de Riad, los reporteros de Al Jazeera supieron lo que esto implicaba. George W. Bush quería bombardear la sede de Al Jazeera en Doha, situada a menos de 35 kilómetros de la mayor base aérea estadunidense en Medio Oriente.
 

Hoy, la pobre y vieja Al Jazeera, o de manera más realista, la muy acaudalada Al Jazeera, es un odioso canal que socava al régimen del presidente Bashar Assad. “Mienten. Al Jazeera trata de matar a Siria”, me aseguró un joven vocero gubernamental en Damasco la semana pasada. “Toman estas imágenes de YouTube que son mentiras y con ellas tratan de destruirnos”.
 

Con frecuencia yo mismo aparezco en Al Jazeera. Soy un amigo peligroso. Se me deja expresar lo que pienso, decir lo que me da la gana y burlarme de los solemnes. ¿En verdad es tan vil esta emisora?
 

El 15 aniversario del canal se celebró bajo una oscura sombra. Wadah Janfar, el valiente e imaginativo presidente de la empresa, renunció hace poco más de un mes, días después de que archivos diplomáticos estadunidenses obtenidos por Wikileaks revelaron que el funcionario “hizo tratos” con personal de la embajada estadunidense con el fin de ocultar reportes poco favorables a Washington. Los documentos diplomáticos textuales no indicaban que Janfar hubiese actuado como un censor extraoficial, pero sí que hubo conversaciones que no debieron haber tenido lugar (al menos no desde un punto de vista de ética periodística), pero sentí mucho pesar por mi viejo amigo.
 

En Irak, Estados Unidos sí logró bombardear la oficina de Al Jazeera y matar a su director durante la invasión de 2003. En mi opinión, esto ocurrió de manera deliberada pues Qatar proporcionó mapas detallados a la embajada estadunidense en Doha precisamente para evitar un ataque. Desde entonces, Janfar se volvió blanco de constantes golpes bajos de las autoridades estadunidenses. Revisé los reportes de Al Jazeera de esa época y encontré que, en una única ocasión, Janfar tuvo que admitir que se cometió un error al sugerir que las fuerzas estadunidenses habían atado a un hombre antes de matarlo y lo reconoció como equivocación cometida sin dolo. Por lo demás, Al Jazeera se manejó bajo los más estrictos estándares periodísticos (me refiero a estándares occidentales, desde luego), y Janfar se comportó con integridad y valentía.
 

Él mismo afirma que había planeado retirarse y que los reportes de Wikileaks no tuvieron nada que ver con su partida. Quisiera pensar que esto es verdad. Hmmm.
 

Pero su creación, que en realidad fue obra del travieso, tremendamente inteligente y peligroso emir de Qatar, fue fenomenal. Los estadunidenses bombardearon las oficinas de Al Jazeera en Kabul en 2001, de la misma forma en que lo hicieron en Bagdad, dos años más tarde, tal como Bush planeó hacerlo también en Doha. De dicho plan lo disuadió lord Blair de Kut al Amara, quien más tarde dijo a personal de la redacción de Al Jazeera (que lógicamente quería saber si Bush realmente había querido asesinarlos) que “es tiempo de avanzar hacia delante”. Apuesto a que sí.
 

En esa única ocasión, Blair salvó vidas. Para el emir, Al Jazeera ya era un símbolo de poder. La enorme prosperidad de Qatar, gracias a su gas natural, era ahora complementado por una influyente televisora; más bien varias televisoras, si se toma en cuenta su extensión y resonancia.
 

Ahora bien, no se piense que todo esto rechina de limpio. Mientras un canal inglés transmitía en vivo desde Bahrein una revolución que no fue, su gemelo árabe guardaba silencio y evitaba dar cualquier cobertura a la represión que el rey hizo de las manifestaciones protagonizadas por la mayoría chiíta del país en las calles de Manama. Osama Bin Laden enviaba mensajes por Al Jazeera que la televisora no editaba.
 

Cuando Blair fue puesto al aire, se vio sometido a una verdadera paliza de cuestionamientos que le hizo el corresponsal del canal en Londres, perfectamente justificada en términos periodísticos.
 

Mucho del personal de la BBC se fue a Al Jazeera en Doha cuando el canal británico se doblegó ante la presión saudita, y estos periodistas han logrado librarse de esa tendencia que es como un cáncer en la emisora inglesa de tratar temas como los crímenes contra la humanidad, la política exterior estadunidense y la brutalidad de Israel como si hablaran de equipos de futbol.
 

Según los críticos de Al Jazeera, prelados musulmanes gozan de demasiado tiempo al aire. Creo que están en lo correcto. Pero si el canal llega a 50 millones o más televidentes (no existen índices de audiencia en el mundo musulmán, así que quién sabe), también es cierto que el Islam y su poder intentarán tener más difusión con la intensión de dar forma a la narrativa histórica de Medio Oriente.
 

Si Al Jazeera no refleja ésto, caerá en los estándares de CNN, la BBC y la televisión pública estadunidense. Se menosprecia mucho en Medio Oriente y Occidente el grado de seriedad con que Al Jazeera hace cobertura en África y sus reportes sobre Asia, que van más allá de hablar de la economía del gran poderío chino. Si una inundación mata a miles en África, puede uno estar seguro de que Al Jazeera será el primero en llegar al lugar.
 

Huelga decir que cuando todo comenzó, Al Jazeera fue elogiado por los personajes habituales: los políticos estadunidenses, Tony Blair y los demás; hasta el momento en que se mostró mínimamente latosa y no tanto como un exponente de la libertad de expresión, la democracia, libertad, etcétera. Y entonces se convirtió en “un canal terrorista con el objetivo de de alentar el asesinato de los valerosos soldados estadunidenses que trataban de proteger a las buenas personas de Afganistán e Irak.
 

En este sentido, la estación creció y maduró. Dejó de ser una versión televisada de un periódico para convertirse en una institución totalmente formada que en la mayoría de los casos revela verdades incómodas, a menos que se trate de verdades qataríes, en cuyo caso no llegan a la pantalla.
 

Ahí lo tienen. Lobbies de Estados Unidos y Canadá –no me pregunten cuáles; todos sabemos quienes son– aún se esfuerzan para mantener a Al Jazeera fuera de los hogares estadunidenses y me queda claro por qué. Al final fracasarán de la misma forma que Mubarak no pudo detener a la tecnología moderna cuando su fin se aproximaba.
 

En una ocasión Mubarak visitó las minúsculas oficinas de Al Jazeera en Doha y exclamó: “¡Todos estos problemas provienen de esta caja de cerillos!” ¡Vaya problemas!, ¡y vaya caja de cerillos!
 

Traducción: Gabriela Fonseca

Información adicional

Autor/a: Robert Fisk
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Fuente: La Jornada

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