América Latina se ha caracterizado en esta década por un viraje espectacular que la ha trasformado de territorio privilegiado de políticas neoliberales en el eslabón más frágil de la cadena neoliberal. Gobiernos que de distintas formas enfrentan los modelos neoliberales han proliferado, pudiendo llegar a 10. A pesar de que la revista británica The Economist anunció que con la crisis esos gobiernos no se extenderían más en el continente –porque la crisis impondría la agenda de la derecha, centrada en el ajuste fiscal y en el combate a la violencia–, desde entonces triunfó el gobierno de Mauricio Funes y del Frente Farabundo Martí en El Salvador.
A partir de la elección de Hugo Chávez, en 1998, la derecha ha intentado, de distintas maneras, recobrar fuerza, tumbar a esos gobiernos y recuperar la apropiación del Estado en sus manos: el golpe de 2002 en Venezuela, el intento de impeachment de Lula, en 2005, las sucesivas ofensivas de los grandes agricultores en Argentina, del separatismo en Bolivia. Actualmente el golpe en Honduras, la derrota electoral del gobierno en Argentina y la elección de Pepe Mujica como candidato del Frente Amplio en Uruguay son otras tantas de las últimas escaramuzas entre las dos fuerzas que ocupan el campo político en América Latina a lo largo de esta década.
América Latina se debate entre profundizar las trasformaciones progresistas operadas por esos gobiernos o la restauración de la derecha. Donde se debilitan esos gobiernos, no gana ningún sector de izquierda, sino que se fortalece la derecha. Las primeras corrientes que fracasaron en la lucha antineoliberal fueron las provenientes de la llamada ultraizquierda, sean grupos políticos de corte doctrinario u organizaciones sociales que no han roto con la visión corporativa de la “autonomía de los movimientos sociales”. El campo político ha quedado polarizado entonces entre esos gobiernos –más moderados o más radicales– y la derecha.
La elección de Mujica como candidato del Frente Amplio representa más claramente el intento de profundización de las trasformaciones antineoliberales. Su condición de favorito en las encuestas apunta en esa dirección. Por el contrario, la derrota del gobierno argentino representa el intento de frenarlas y de construir un recambio de derecha. El golpe de Honduras, conforme a su desenlace, puede terminar con un gobierno que daba pasos en la dirección antineoliberal o permitir que el retorno de Zelaya recobre con más fuerza esa dinámica. Lo mismo se puede decir de Brasil: las elecciones presidenciales de 2010 pueden hacer que el gobierno de Lula sea un largo paréntesis en la dominación de la derecha o la profundización de las transformaciones iniciadas, con la victoria de Dilma Rousseff, que crece rápidamente en las encuestas, apoyada en 80 por ciento del respaldo popular y solamente 6 por ciento de rechazo del gobierno de Lula. Todo apunta hacia una gran victoria de Evo Morales y el MAS en las elecciones de diciembre de este año, garantizando la continuidad y la profundización del proceso de fundación del nuevo Estado boliviano.
Por, Emir Sader
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