Esta semana no se sabía si existían o no los derechos y las libertades básicas, si se lograron grandes avances o si hubo enormes retrocesos. Además, no se sabía quién era amigo o enemigo de tan nobles conceptos.
Estalló el júbilo y las celebraciones en las calles frente a la famosa cantina Stonewall Inn, en la calle Christopher, del West Village, cuna del movimiento gay, por un gran avance en sus derechos civiles, mientras en el sur, cuna del movimiento de derechos afroestadunidenses, hubo furia y desconsuelo por una derrota histórica de los derechos civiles de las minorías. Mientras tanto, se llevaba acabo un debate nacional sobre la violación a las libertades civiles de los ciudadanos de éste y otros países. A la vez, se condenaban en Sudáfrica las violaciones a los derechos humanos dentro y fuera de Estados Unidos durante la visita de Barack Obama.
En sólo 48 horas hubo derrota y triunfo para los llamados derechos civiles en Estados Unidos.
Primero, un fallo de la Suprema Corte desmanteló el mecanismo fundamental de la histórica Ley de Derechos de Votar, una de las coronas triunfales del movimiento por los derechos civiles de los años 60. Con esa norma los afroestadunidenses lograron echar abajo medidas para suprimir y anular su derecho al sufragio efectivo en este país, sobre todo en los estados sureños. Con el fallo de la Corte, el mecanismo que hacía efectiva la ley fue desechado como medida caduca, argumentando que los tiempos han cambiado en el último medio siglo, desde la promulgación de la fórmula que imponía condiciones a los cambios en las leyes electorales. La medida obligaba a unos nueve estados, casi todos sureños, a someter cualquier modificación a sus reglas y leyes electorales a la aprobación del Departamento de Justicia, para evitar maniobras dirigidas a marginar o suprimir el voto de las minorías, dada la larga tradición en ese sentido en el sur. Por cierto, una investigación concluyó que la mayoría de los actos de discriminación electoral documentados de 1957 a la fecha han ocurrido en jurisdicciones que estaban sujetas a esa regla, reportó el New York Times.
Las principales organizaciones afroestadunidenses y de defensa de los derechos civiles denunciaron el fallo, y el presidente Obama y su procurador general, Eric Holder, también criticaron la decisión. Obama afirmó que estaba “profundamente decepcionado”, y líderes veteranos expresaron tristeza e ira por la decisión, la cual calificaron de revés dramático a la garantía constitucional de asegurar el derecho al voto para toda minoría.
Un día después la misma Suprema Corte falló que reconocía los derechos de los matrimonios gays a acceder a los mismos beneficios y trato, dentro de programas federales, que gozan los matrimonios heterosexuales. También, en una maniobra técnica, anuló la ley estatal que prohibía los matrimonios gays en California. Vale señalar que la resolución no determinó un derecho constitucional para el matrimonio gay, y sólo es aplicable en estados donde es legal, o sea, con la inclusión de California suman 13, pero son estados donde vive 30 por ciento de la población nacional. Tampoco anula las prohibiciones estatales del matrimonio gay. Sin embargo, estas decisiones de la Suprema Corte fueron calificadas de avances históricos para los derechos civiles de los homosexuales.
El columnista Charles Blow, del New York Times, señala que esos dos fallos no están tan separados como parece a primera vista, “ya que no es coincidencia que muchos de los estados cubiertos por la Ley de Derechos al Voto tienen prohibiciones constitucionales contra el matrimonio gay. Son algunos que tienen las leyes más restrictivas sobre el aborto y los que han debatido o aprobado algunos de los proyectos de ley antimigrantes más estrictos”.
El problema es que, en gran medida, los movimientos por los derechos civiles –gays, afroestadunidenses y migrantes, entre otros– no enfrentan todo esto de manera conjunta, aunque hay excepciones esperanzadoras en algunos lugares y momentos.
Al mismo tiempo, algo que afecta a todos, sin importar su preferencia sexual, color u origen geográfico, continúa generando un gran debate nacional. Los masivos programas secretos de vigilancia de potencialmente todos los que tienen acceso a comunicaciones por teléfono o cibernéticas, revelados por las filtraciones de Edward Snowden, han expuesto un gobierno que ya no respeta algunos de los fundamentos básicos de libertad individual o colectiva. “Las tres ramas del gobierno, lejos de limitar el poder de cada una de ellas o proteger los derechos de los estadunidenses, entraron en colusión para violarlas, hasta el grado de inmunizar a los responsables…. En otras palabras, el gobierno está en una insurrección clandestina contra la letra y espíritu de la ley”, acusa Jonathan Schell en The Nation.
Fue en un país muy lejos de Washington donde recordaron al jefe del gobierno estadunidense que el mundo esperaba algo mejor. Mientras Obama rendía homenaje a Nelson Mandela, declarando que es una de sus fuentes de inspiración y repetía que su política era guiada por la defensa de los derechos humanos universales, la central obrera de Sudáfrica, Cosatu, fuerza clave en la liberación de ese país del apartheid, convocó a manifestaciones para denunciar la política bélica y el abuso de derechos humanos dentro y fuera de Estados Unidos.
Vale recordar que Mandela, símbolo internacional de la libertad, Premio Nobel y ahora elogiado por el gobierno estadunidense, fue oficialmente calificado de “terrorista”, junto con su partido, el Congreso Nacional Africano, por Washington durante décadas, y estuvo en las “listas de vigilancia antiterrorista” de este país hasta 2008.
Así, fue una semana dedicada a todo tipo de derechos y libertades. Esas palabras siempre suenan bonitas en los discursos, pero no por ello existen.
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