Después del siglo XX: Un mundo en transición

Después del siglo XX: Un mundo en transición

II. Y paso a la globalización, esto es, el desarrollo mundial como una sola unidad, cuyas transacciones y comunicación están libres de trabas locales y de otra índole.

Esto, en principio, no es nada nuevo. Teóricos como Wallerstein registran un “Sistema Mundial” desde la circunnavegación del globo durante el siglo XVI. Desde entonces se han ido registrando otros varios e importantes avances, principalmente en los campos económico y de las comunicaciones. Dejaré fuera de las comparaciones la fase del proceso previa a 1914. Esa economía nunca abordó seriamente asuntos de producción y distribución de bienes materiales aun cuando sí creó un libre flujo global en las transacciones financieras –aunque en menor escala que las actuales. Fueron tiempos de migraciones de mano de obra casi totalmente irrestrictas por los gobiernos, y en este sentido, una globalización más avanzada que la presente. Y mientras que las comunicaciones sufrieron cambios benéficos y sustanciales en los sistemas postales, telegráficos y organismos de coordinación internacional a mediados del siglo XIX, el número de personas involucradas en transacciones internacionales fue escaso. De hecho, la globalización de la producción ha sido posible gracias al revolucionario avance en las comunicaciones, que virtualmente han abolido las limitaciones en cuanto a lugar, distancia y tiempo se refiere y al no menos dramático adelanto en la transportación de mercancías desde los años sesenta –carga aérea y contenedores–, aun cuando la innovación tecnológica fue menor que en las comunicaciones humanas.

Aquí, tres puntos son relevantes.

El primero es la peculiar naturaleza de este proceso a partir de los años setenta, concretamente el triunfo sin precedente de un capitalismo que descansa en la libre movilidad global de todos los factores de la producción y la de los gobiernos atentos a no interferir en la distribución de los recursos dispuesta por el mercado. Ésta no es la única versión del concepto de globalización. En las décadas anteriores a 1914, su progreso corrió paralelo rivalizando con las políticas proteccionistas, moderadas en la mayoría de los países industrializados y extremas en los Estados Unidos. Durante las décadas doradas posteriores a 1945 esta práctica de sustitución de importaciones corrió paralela a las políticas, no tan infructuosas, del mundo no comunista. No queda claro que los programas neoliberales extremos aseguren un máximo de crecimiento económico, asumiendo que fuese deseable. El más rápido crecimiento del Producto Interno Bruto per cápita observado en el “mundo capitalista avanzado” no se dio en el “orden liberal” de 1870 a 1913, ni tampoco en el “orden neoliberal” de 1973 a 1998, sino solamente en los “años dorados” de 1950-1973. El crecimiento económico de los inicios del siglo XXI ha descansado primordialmente en un dinamismo que Maddison llama “las quince economías asiáticas resurgentes”, cuyo crecimiento ha sido asombroso. Pero no fue el neoliberalismo el que presidió la extraordinaria revolución industrial de Corea del Sur, Taiwán, China y, aun, la India a principios de los años noventa. A la inversa, la situación de 168 economías, fuera de estos dínamos, mostró un rápido deterioro en el último cuarto del siglo XX y fue una catástrofe para la ex URSS, los Balcanes y algunas regiones africanas.

Algunos aspectos de esta globalización neoliberal tienen relevancia directa sobre la situación mundial general a principios de este siglo XXI. Primero, es patente el incremento en la desigualdad económica y social tanto entre países como al interior de ellos. Esta desigualdad eventualmente podría disminuir, pues las economías asiáticas más dinámicas podrían alcanzar a los viejos países capitalistas desarrollados; pero en el caso de la India y China, con sus miles de millones de habitantes, hace que la brecha sea tan grande y que el paso al que pudieran alcanzar el mismo PIB per cápita de los Estados Unidos sea tan lento como un caracol. Lo que es más, la rapidez con que crece la brecha entre países ricos y pobres reduce el significado práctico de estos avances.

Sería inapropiado usar a los 52 multimillonarios de Rusia como índice comparativo del estándar de vida en ese país. Éstos representan otra más de las consecuencias de la globalización neoliberal, cuya novedad es que pequeños grupos de ricos globales son tan adinerados que sus recursos podrían ser de la magnitud del ingreso nacional de países como Eslovaquia, Eslovenia, Kenya o, en el caso de los muy ricos, del orden del PIB de Nigeria, Ucrania y Vietnam. Este tipo de crecimiento ha generado en la India un mercado de clase media tipo occidental contado por decenas –algunos aseguran que cientos– de millones; sólo hay que subrayar que, hacia 2005, en este país el 43 por ciento de la población vivía con menos de un dólar al día. Fuertes y crecientes desigualdades en la riqueza, el poder y las oportunidades para tener una vida mejor no son la receta para la estabilidad política.La segunda característica de la globalización, respaldada por las políticas socialmente ciegas del Fondo Monetario Internacional, ha sido el agudo crecimiento en la inestabilidad económica y en las fluctuaciones económicas. Los viejos países industriales han estado resguardados, comparativamente, de las depresiones cíclicas, excepto por los bruscos virajes a corto plazo del mercado bursátil; sin embargo, el impacto ha sido dramático en grandes partes del mundo y, notablemente, en América Latina, el sudeste asiático y la ex Unión Soviética. Sólo tenemos que recordar las crisis de principios de 1980 en Brasil y, a fines de los noventa, las de Indonesia, Malasia, Tailandia y Corea del Sur y, sin olvidar, la de Argentina a principios del año 2000. Sólo recordemos los cambios políticos que siguieron a estas crisis en varios países. Las economías volátiles no son receta para la estabilidad política.

La tercera característica de la globalización neoliberal es que, al sustituir un conjunto de economías nacionales por una economía global, se reduce severamente la capacidad de los gobiernos para influir en las actividades económicas de su territorio y se daña su capacidad recaudatoria. Esta situación se agudizó mayormente al aceptar todos la lógica del neoliberalismo. Desde la terminación de las economías de planeación centralizada, todos los países, incluyendo a los más grandes, están en mayor o menor grado a merced del “mercado”. Esto no implica que hayan perdido todo peso específico en la economía. Todos los gobiernos centrales y locales, por la naturaleza de sus actividades, son los principales empleadores de la fuerza laboral. Es más, así han retenido su mayor valor histórico: el monopolio de la ley y el poder político. Y esto significa que ya no funcionan como actores económicos en el teatro mundial, ni siquiera como dramaturgos aunque sí como escenógrafos. Pues los actores de hoy, las grandes corporaciones transnacionales, se ven en la necesidad de acudir a ellos pues también son los propietarios de los teatros nacionales que requieren para sus operaciones. La globalización neoliberal ha debilitado seriamente a los Estados nacionales como los conductores del poder y artífices de la política.

 

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