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El hermano argentino

Foto: Presidencia Argentina
Foto: Presidencia Argentina

Negocios, lavado de cara para recuperar el “patio trasero” y acuerdos en materia de seguridad, con la excusa de la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, fueron los tres ejes de la visita de Obama a la Argentina macrista.

 

“Lo admiro profundamente”, fue la frase pronunciada por el presidente Mauricio Macri en referencia a Barack Obama en la simbólica y emblemática cena para mil invitados en el Centro Cultural Kirchner. El encuentro sirvió también para mostrar la política interna del macrismo: del kirchnerismo sólo fueron invitados el senador Miguel Pichetto, que ya adelantó su voto favorable para acordar con los fondos buitre, y el ex gobernador sanjuanino José Luis Gioja, lobbista de las empresas mineras estadounidenses y canadienses en la cordillera argentina. Macri se posicionó así como un naciente líder liberal en una región golpeada por los gobiernos de centroizquierda.

 

La visita del presidente de Estados Unidos tuvo fines similares: la recuperación de la imagen estadounidense en el patio trasero latinoamericano. Tras la regresiva política contra la revolución cubana, Washington se dio cuenta de que la penetración comercial puede dar mejores frutos que la invasión militar. En el caso argentino, después de 15 años de gobiernos progresistas sudamericanos que le costaron algunos dolores de cabeza, como el rechazo al Alca en 2005 durante la visita de George Bush a Mar del Plata.

 

Es la primera vez en la historia política argentina que la derecha empresarial logra el gobierno por medio de los votos, y sin apoyarse en el fraude o en las fuerzas armadas. El triunfo macrista llega cuando los problemas azotan con fuerza al progresismo regional, que tambalea en Brasil y Venezuela, bajó su intensidad en los segundos mandatos de Michelle Bachelet en Chile y Tabaré Vázquez en Uruguay, y sólo encuentra algo de vigor en la Bolivia de Evo Morales y el Ecuador de Rafael Correa. Obama vuelve además a reconquistar posiciones económicas y evitar que China siga escalando lugares con acuerdos binacionales en la región. A nueve meses de terminar su mandato, busca dejar en orden el patio trasero para la futura administración presumiblemente demócrata que debiera encarnar Hillary Clinton.

 

La recuperación regional por parte de Washington tiene cara de hereje. Los pronósticos indican una malaria en la economía estadounidense, con un diagnóstico de desaceleración del crecimiento, o directamente de recesión, a partir de los próximos tres meses. Colaboran con ese panorama la caída de los precios del petróleo y el ajuste realizado por China para evitar su propio riesgo de colapso. Por eso Obama vino por todo.

 

Eufórica se mostró la Cámara de Comercio Argentino Estadounidense (Amchar) con la visita, y en especial con la nutrida comitiva de empresarios invitados. Se entiende esa euforia cuando se tiene en cuenta que 613 empresas de capital estadounidense están radicadas en Argentina y entre sus principales rubros figuran las comunicaciones y las finanzas. Entre todas aportan 18 por ciento del Pbi, 38 por ciento de la recaudación fiscal y representan la cuarta parte de las importaciones y exportaciones argentinas. Un gobierno liberal como el de Macri dispuso en sus primeros cien días de gestión pautas económicas esperadas no sólo por Amchar sino por la embajada estadounidense: salida del cepo cambiario, eliminación de retenciones mineras –hay media docena de corporaciones estadounidenses dedicadas a la megaminería en Argentina–, libre compra de dólares, y lo fundamental: recuperar libertad para girar las remesas de ganancias a las casas matrices. En ese sentido, tanto la cámara como el gobierno apuntan a un ingreso masivo de nuevos capitales estadounidenses al país y un aumento de las inversiones de las empresas de ese origen ya radicadas. En un ataque de súper optimismo, Macri arriesgó la cifra de “15.000 millones de dólares que van a llegar después de esta visita, para mejorar la vida de los argentinos con más puestos de trabajo”.

 

El embajador Noah Mamet expuso los puntos en común de la agenda sellada el 23 de marzo: “juntos para combatir el narcotráfico, el terrorismo, asegurar la paz duradera en Colombia, promover el uso de energías más limpias y trabajar codo a codo por la defensa de los derechos humanos en el mundo”. Efectivamente, la lucha contra el terrorismo y el narcotráfico es una de las nuevas herramientas usadas desde Wa¬shington para justificar incursiones y medidas en países poco dóciles a su política exterior. Ya en 2011 el gobierno de Cristina Fernández aprobó la llamada ley antiterrorista, que generó fuerte rechazo de los organismos de derechos humanos y la izquierda, cuando en su segundo mandato el kirchnerismo quería mejorar sus relaciones con Estados Unidos. Esa ley sigue vigente y la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, anunció que buscará profundizar su aplicación recuperando la participación argentina en los acuerdos con la Dea estadounidense y otros organismos de seguridad del Norte, para que vuelvan a instalar sus delegaciones en el país.

 

ESPALDARAZO.

 

Leandro Morgenfeld, doctor en historia y especialista en relaciones entre Argentina y Estados Unidos, considera la visita de Obama como “un espaldarazo para Macri en busca de convertirlo en un líder regional, precisamente en momentos en que Brasil y el gobierno de Dilma Rousseff están en problemas. En ese sentido, busca impulsar el ingreso de Argentina a la Alianza Transpacífico para contrapesar el rol del bloque económico Alba en Centroa¬mérica y porque además es una forma de dividir la región, uno de los postulados históricos de Estados Unidos en América Latina”. Crítico de la intervención de Washington en asuntos latinoamericanos, Morgenfeld apunta además a la fecha elegida para la visita de Obama. “Que venga justamente un 24 de marzo, en el 40 aniversario del golpe de Estado del 76, es un problema para él y para el propio Macri, y por eso decidieron que se vaya a Bariloche. Los derechos humanos para Estados Unidos son la excusa para intervenir en los asuntos internos de otros países. El primer acto de Macri fuera del país fue reclamar en la reunión del Mercosur contra Venezuela por los presuntos presos políticos, en relación con el opositor Leopoldo López, con la excusa de los derechos humanos. En ese sentido hay coincidencias entre Macri y Washington. Y en cuanto a los documentos que van a desclasificar sobre los años de la dictadura es algo que pidieron Abuelas de Plaza de Mayo. Macri lo hizo algo propio y Obama accedió. Es importante, pero todo se enmarca en la coyuntura de la visita”, señala Morgenfeld.

 

Para el conservador Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios para la Nueva Mayoría, “cuando asumió Obama, el continente era crítico respecto de Estados Unidos. Se constituyó el Alba en torno de Venezuela y gobiernos de centroizquierda, populista como el chavismo o socialdemócrata como Lula en Brasil, mantuvieron posiciones contrarias a la injerencia de Washington en la región, y por si algo faltaba, buscaron aliarse con China, una potencia en busca de suplantar a Estados Unidos por lo menos en materia comercial y económica”. Al final de su mandato, Obama visita Cuba y Argentina con el mensaje de dejar atrás el pasado y mirar el futuro de oportunidades comunes, piensa Fraga. “En relación con las dictaduras, admitió los errores de la Casa Blanca en el pasado. Y eso tiene peso en este momento para recuperar espacios de poder.”

 

NI DERECHOS, NI HUMANOS.

 

El paseo en solitario, en la mañana del 24 de marzo, de Macri y Obama por el Parque de la Memoria, sobre el Río de la Plata, en homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado, dejó en claro la intención de forzar hasta ribetes ridículos una autocrítica sobre el rol de Washington en los años setenta en el Cono Sur. “Fuimos lentos en denunciar las violaciones a los derechos humanos”, se limitó a exponer Obama. La promesa de desclasificar nuevos documentos, esta vez incluyendo archivos de la Cia, hecha tres días antes del arribo a Buenos Aires y anunciada por Susane Rice, consejera de Seguridad Nacional, resultó vaga y ambigua, sencillamente porque el proceso puede demorar hasta dos años, según lo expresado por la propia diplomática estadounidense y por el secretario de Derechos Humanos argentino, Claudio Avruj. Tampoco hay certezas sobre la naturaleza y la información que contengan los documentos.

 

La colmada Plaza de Mayo dejó en claro, sin embargo, que los derechos humanos siguen siendo parte de la agenda ciudadana.

 

 

Información adicional

Autor/a: Fabián Kovacic
País: Uruguay
Región: Suramérica
Fuente: Brecha

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