Emir Sader es lo que se puede llamar un “intelectual orgánico” de los gobiernos de la “ola progresista” que se extendió por América Latina en la década pasada. Si no de todos esos gobiernos, cada vez menos numerosos, al menos de los del PT de Brasil, su país, encabezados por Luiz Inácio Lula da Silva y Dilma Rousseff. Así lo dejó en claro en una entrevista con Brecha.
Coordinador del Laboratorio de Políticas Públicas de la Universidad del Estado de Rio de Janeiro, sociólogo y politólogo, Sader considera que bajo las gestiones progresistas “las clases populares han conocido enormes progresos en ingresos, condiciones de vida y existencia e incidencia en la vida política”. En Brasil, dijo a Brecha en un alto de su último pasaje por Montevideo,1 “hubo extraordinarias transformaciones sociales, como el hecho de que salieran de la miseria y la pobreza decenas de millones de personas, y que pudieran acceder a bienes que antes les eran inalcanzables, y a la educación y a un puesto de trabajo. Lo logró Lula en sus dos períodos y Dilma fundamentalmente en el primero. Y lo logró la mayoría de los gobiernos progresistas de la región”. Hoy, piensa Sader, todas esas“conquistas” están “en peligro”. Sobre todo en Argentina y, particularmente, en Brasil, “el eslabón más débil de la cadena neoliberal”.“El gobierno de Michel Temer apunta a lo mismo que el de Mauricio Macri en Argentina, restaurar el orden anterior, pero Macri puede por lo menos argumentar una legitimidad para hacerlo. Temer no. La suya es una administración absolutamente aislada, corrupta, cuestionada por fuertes movilizaciones populares. Y la oposición, además, tiene un liderazgo fuerte, el de Lula.”
El autor de Diez años de gobiernos posneoliberales en Brasil (Bontempo, 2013) es, al parecer, más lulista que petista. O en todo caso cree que el PT sin el antiguo dirigente metalúrgico poco o nada puede. En caso de que se presentara a las elecciones del año próximo, “si la derecha no logra impedírselo con su campaña de judicialización de la política”, Lula tiene todas las posibilidades de ganar, apunta. “Nadie le hace sombra. Las encuestas le dan un mínimo de 60 por ciento de apoyo, y la mayoría de los brasileños reconoce que su vida cambió desde que Lula comenzó a gobernar, allá por 2003. Tienen experiencia propia y saudadede aquella época. Eso no los lleva a votar a la izquierda, sí a Lula. El PT es el partido de Lula y su futuro depende del futuro de Lula, no se lo puede analizar solo.”
¿Y cómo volvería a gobernar Lula? ¿Con qué apoyos, sobre qué bases, qué alianzas? ¿No se desgastó acaso en sus gestiones anteriores? Y si no se desgastó, ¿para qué gobernaría? ¿Para quién? ¿Son tan infundadas las acusaciones de corrupción? ¿No cayó el PT, bajo su batuta, en los mismos vicios, las mismas prácticas, que reprochaba antes a la derecha? ¿Y no llegó incluso a aplicar sus mismas políticas?
A varias de estas preguntas Sader las barre de un plumazo. Admite, sí, que dirigentes del PT estuvieron involucrados en casos de corrupción probados, pero piensa que sigue siendo el partido brasileño que menos tiene las manos sucias, y que buena parte de las acusaciones en su contra fueron “montajes de los grandes medios de comunicación” (“el llamadomensalão fue una operación mediática espectacular, sobre todo en su primera fase”, dice). El financiamiento de grandes empresas (la constructora Odebrecht, la cárnica Jbs y muchas otras) a las campañas del PT (y de los demás partidos, claro) no tuvo consecuencias sobre las políticas económicas de los gobiernos de Da Silva y Rousseff, cree Sader.“No los condicionaron”, dice. Y las financiaciones públicas bajo los gobiernos petistas, a través del Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social (Bndes), a esas mismas grandes empresas, acusadas además dedumping social, ¿cómo explicarlas? Opciones estratégicas. Sader no justifica, de todas maneras, que el PT “haya incurrido en prácticas clientelares” ni que se haya financiado con “cajas paralelas”. “Esos fueron errores graves, y en el partido hay una conciencia clara de que así fue.”
ESOS AMIGOS.
No fue un error, cree en cambio el sociólogo, la política de alianzas. Si no se hubiera coaligado con sectores de la derecha, no habría podido gobernar, dice. “Lula ganó con cien parlamentarios sobre un total de 540. El tema de las alianzas es quién tiene la hegemonía. El PT era un partido minoritario y Lula logró que el Pmdb, el más grande del país, votara en favor de políticas sociales, de alianzas internacionales progresistas en la región, que respaldara a los Brics, y que se dotara de mayor poder al Estado. Ahora se le critica al PT haber realizado una política de conciliación de clases, pero para gobernar hay que hacer alianzas sociales. El Pmdb luego cambió y se pasó a la derecha. Se puede criticar, sí, al PT por haber permitido que el agronegocio adquiriera un peso importante en el gobierno, y que no haya fortalecido a otros sectores, como la agricultura familiar, pero en el parlamento brasileño los representantes del agronegocio tienen un peso muy importante. Todo no se puede.”
¿No hay algún punto en común entre la experiencia petista en Brasil –muy claramente el segundo y trunco mandato de Dilma Rousseff, que se resignó a aplicar políticas que desmentían sus anteriores postulados con tal de salvar el pellejo– y la experiencia griega en Europa, con un gobierno de izquierda acorralado que aceptó someterse a las recetas del Fmi y otros gendarmes? Sader lo niega. No ve un punto común entre los dos casos. “Son contextos distintos, en Sudamérica no hay algo similar a la UE, que impone reglas muy estrictas”, dice. Y tras una pausa agrega:“Puede que un punto común sea la impaciencia de los intelectuales y de grupos minoritarios de la izquierda, allá y acá. Critican todo. Son incapaces de construir hegemonía porque no pueden gobernar. En Brasil, el Partido Socialismo y Libertad (animado en buena parte por ex militantes del PT) no gobierna ni siquiera municipios. No tiene ninguna alcaldía que le sirva de referencia para mostrar lo que quiere hacer. Cuenta con parlamentarios con visión crítica, pero divorciada de la realidad. No ubican siquiera al PT en el campo de la izquierda y no ven posible que el PT realice un gobierno de defensa de los intereses populares”.
NIÑOS Y ADULTOS.
Sader no comparte ni un poquito las posturas de quienes en la izquierda optan por incentivar la autonomía de los movimientos sociales frente al Estado y los partidos políticos. “Al contrario del fracaso de las tesis de la autonomía de los movimientos sociales, que han renunciado a la disputa por la hegemonía alternativa a nivel nacional y a la lucha por la construcción concreta de alternativas al neoliberalismo, bajo la dirección de Evo Morales y de Rafael Correa, Bolivia y Ecuador han demostrado cómo solamente con la articulación entre la lucha social y la lucha política, entre los movimientos sociales y los partidos políticos es posible construir bloques de fuerza capaces de avanzar decisivamente en la superación del neoliberalismo”, escribió en una reciente columna.2 En Brasil, según sostiene, movimientos como los Sin Tierra, que en un tiempo estuvieron tentados de volcarse hacia ese “ultrismo” que achaca, por ejemplo, a su colega Boaventura de Sousa Santos y a “varias Ong”, ahora serían más petistas –o más lulistas– que nunca antes. Se habrían dado cuenta de que el infantilismo no paga. (El zapatismo mexicano estaría también en la lista de antiguos infantes finalmente madurados.) Ese pasaje a la adultez de los Sin Tierra, ¿se habría dado a pesar de que la reforma agraria tan prometida por los gobiernos petistas brilló por su ausencia y está siendo hoy muy fácilmente revertida por el gobierno de Michel Temer, a pesar de que los asesinatos de dirigentes campesinos continuaron bajo Lula y Rousseff? Sí, cree Sader. “No hay alternativa real a la izquierda del PT, como sucede en todos los países latinoamericanos de la ola progresista”, apunta. Y si no la hay, ¿no habría que construirla?
El PT tiene una conciencia clara de que algo mal habría hecho. Si prendió en la gente que el Partido de los Trabajadores es parte de las tramas corruptas del país, es preocupante, dice Sader. “Y es cierto que se ha aislado de las nuevas capas populares.” De ahí su “necesidad de renovación”, que concretaría en su próximo congreso, en junio, donde surgirían nuevos liderazgos, liderazgos jóvenes que apuntarían a“reanudar lazos con los movimientos sociales”. Pero con límites. Los de la frontera insuperable que le impondría el venerado ex presidente. “El único factor de ruptura del aislamiento, para el PT, es la popularidad de Lula”, insiste Sader. Un Lula que si volviera a la presidencia no encontraría ni ahí “las condiciones externas favorables que encontró 15 años atrás”, cuando –a pesar de ese contexto– ya había moderado al extremo su prédica rupturista de tiempos anteriores. Esos tiempos en que el PT era un partido adolescente, o infantil tal vez, vaya uno a saber.
1. A fines de marzo, con motivo de actividades desarrolladas por la Fenapes.
2. “Movimientos sociales en la lucha antineoliberal”, en La Jornada, México, 16-II-17.
Leave a Reply