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El veredicto de un inconforme lúcido

Sarandí se llama uno de aquellos arbustos sudamericanos que crecen al pie de los arroyos. De allí el nombre de ese “arroyo humilde de inmigrantes”, como define Norberto Chaves a  su pueblo de origen. Polacos, italianos, gallegos, asturianos, de todo… “esa mezcla que constituye, un poco, el perfil sincrético de la sociedad blanca argentina”. La sabiduría popular sugiere que los sarandíes, ladeados por un viento leve y la calma del campo, son como un convite a pensar. La esencia del campo, se ha dicho coloquialmente, genera reflexión: allí  están los casos de varios escritores argentinos cuyas obras estuvieron marcadas, de manera irremediable, por el universo íntimo de sus provincias de interior: Juan José Saer y su Santa Fe querida; el trágico Horacio Quiroga y su Misiones selvática… Y quizá algo de ese atributo rural queda en las palabras de Norberto: como los sarandíes del arroyo, son un convite a pensar, pero siempre desde la otra orilla del consenso fácil y  de  la opinión mayoritaria.

Durante años, este ¿arquitecto?,  ¿diseñador?, ¿filósofo?, ¿semiólogo?, ¿sociólogo? (“déjalo en una profesión inexistente que me inventé yo: todas y ninguna”) ha cultivado un escrúpulo crítico desde donde opina sobre distintos temas: el diseño visual, la política, la sexualidad, la hegemonía de la sociedad de consumo… Cuando se le plantea esta versatilidad intelectual, académica,  recuerda, en contraste, la sencillez de su genealogía:   “Solo uno de mis cuatro abuelos sabía leer. Los tres eran asturianos, y el Chaves viejo, criollo. Mi padre era un campesino y mi madre costurera… Se mudaron a la gran ciudad, mucho antes de la fuerte migración interna que se dio en la época del Peronismo”.

La gran ciudad era, obvio, como reza el credo de todo habitante de interior en América Latina, la capital…  “Llegué a un barrio de otro tipo de inmigración, ya de burguesía inglesa y alemana, gente de otra capacidad adquisitiva…”.

… La llegada a Buenos Aires significó, además, cumplir un anhelo que era, para esa incipiente clase media argentina,  como ha dicho alguna vez, una aspiración irrenunciable: la formación universitaria…

… Y en Argentina la educación pública ha sido excelente, mejor que la privada. Hasta hoy, a pesar de los embates neoliberales, la universidad pública ha resistido. Entré a la UBA (Universidad de Buenos Aires) por inquietudes de tipo humanístico, y nunca pensé en términos de profesión, sino de intereses y vocación. Terminé en una Facultad que dista muchísimo de configurar profesiones: la de Filosofía y Letras. Empecé  a bucear en la Historia, la sociología, la psicología, la filosofía…  aparte de las lecturas vocacionales. Lugo, sentí que necesitaba una experiencia más sensible, y me pasé a Arquitectura. Allí padecí los golpes de estado que vinieron después de poco. El primero, el del 66 –de Onganía-, nos dejó sin profesores, porque muchos eran liberales de izquierda que en un acto de –y dibuja en el aire, con las manos, las comillas- “dignidad”, dimitieron, en vez de quedarse a seguir su docencia, dejando a los estudiantes en manos de la peor calaña profesional, salvo honrosísimas excepciones.

¿Cómo empieza a vincularse con las corrientes políticas que desembocaron en el movimiento Montonero…?

 A partir de la rebelión estudiantil contra la intervención en la universidad. Hablo de mediados de los sesenta, cuando se desarrolla un movimiento masivo de jóvenes, pero al margen de las estructuras políticas universitarias convencionales… Quien tenía mayoría en nuestra Facultad era el Partido Comunista, que estaba enquistado en la representación estudiantil, y burocratizaba todo lo que tocaba… Ya sabemos cómo han sido los partidos comunistas. Entonces, aquellos que éramos de izquierda, pero democráticos y cuestionadores del sistema, nos vimos privados de una conducción leal. Fue allí que surgió ese movimiento alternativo, independiente y aglutinador, que  fue creciendo y, bueno, el marco general era el de las juventudes peronistas. Los Montoneros hegemonizaron el movimiento revolucionario en Argentina, ya que surgieron de la fusión de muchas corrientes, inclusive de cierta derecha peronista que se recicló y se acercó al marxismo.

Luego llega el segundo golpe, el de los militares, Videla y compañía…

Entre uno y otro hubo un desarrollo, en mi caso, del pensamiento crítico. Fui consolidando un espíritu discutidor, cierto ‘edipismo estructural’ que mantengo hasta hoy: el cuestionamiento al padre, al poder. Me aburrí de la carrera de Arquitectura y comencé con la semiología arquitectónica. Me percaté de mi pasión por desmotar las perversiones ideológicas, los discursos que huelen a falso; y para todo eso la semiología es un instrumento bestial. Terminé siendo profesor; aunque nunca me gradué de nada… En  la Facultad de Arquitectura de la UBA se podía dar título de profesor por méritos, por valores… Eso fue durante la época de Cámpora, esa efímera ilusión en la que los Montoneros y otros movimientos encontraron eco. Pero ya se sabe qué ocurrió: la derecha peronista reacciona, trae a Perón, masacre de Eseiza, retoma el poder y empieza la persecución, inicialmente, a los propios peronistas; pero los de izquierda, claro. Eso demuestra, les guste a mis compañeros peronistas o no, la incapacidad de síntesis de dicho movimiento. Tuve que refugiarme en Uruguay.   López Rega- el ‘brujo’   detrás de  Isabel Perón- no fue lo suficientemente fascista -aunque lo era en extremo- para garantizar el control del movimiento revolucionario, así que los militares deciden hacerse cargo de la represión…

…Sabía que, tarde o temprano, tendría que exiliarse…

Vino un proceso de masacre, de genocidio, del que me salvé por suerte: estuve en situación de riesgo cuando la policía le confiscó, a un compañero, una carta que me comprometía. Me fui a Uruguay… En aquel tiempo estaba escribiendo una tesis para la  Unesco sobre educación ambiental; luego de cinco meses fui a Bogotá a una reunión de este organismo, y enseguida partí hacia España. Era 1976. Tenía 34 años.

Apenas llegó a España, los espacios de discusión y producción de diseño, en sus distintas dimensiones gráficas, estéticas y corporativas, lo esperaban…

… Pero al principio no había trabajo. Estábamos en el coletazo de la crisis del petróleo de aquella época. Titubeaba entre Madrid y Barcelona, y, al final, decidí quedarme en esta última. Allí me vinculé con  una corriente cultural tremendamente poderosa, que había estado cocinándose por debajo del franquismo. Comencé a dar clases en la Eina, que es la escuela de diseño más importante de Barcelona. Allí conocí a la crema del diseño catalán… En la puesta a punto de España para competir en Europa, esta actividad, esta disciplina, en todas sus connotaciones,  tuvo un papel fundamental.

¿Qué lo convenció de empezar a publicar libros especializados?

 Jamás pensé que pudiera escribir un libro, porque soy una persona muy ansiosa. Pero un buen amigo, diseñador, me convenció de que lo intentara. Publiqué, poco después, La imagen corporativa; y luego seguí trabajando sobre el procesamiento teórico de mi experiencia práctica, porque aborrezco el academicismo intelectual, me produce unas náuseas irrespirables. Mi trabajo no es más que entender los hechos y las prácticas. Luego vino La marca corporativa, elaborado con Raúl Bellucci. 

¿Qué ideas tiene acerca de aquello que se ha dado en llamar la tiranía de la marca en la sociedad de consumo?

… Recuerdo ahora un libro, bastante estúpido, que se llama No Logo, de Naomi Klein, inscrito en otra cosa que me produce náuseas: el reformismo yanqui… Esa forma perversa de discurso, cuyo principal representante, hoy, es Obama, que es -a pesar suyo, porque puede ser buen tipo-  una marca comercial de la política. Es la prefabricación de una alternativa que nos hace volver a caer en la trampa; lo que se llama la dialéctica en suspenso: el péndulo se mueve de un extremo a otro, pero no sale de ese recorrido. Entonces, generaciones nuevas, o amnésicas, vuelven a sentir esperanzas, como en el mito de Sísifo, cuando vienen los demócratas; y se vuelven a indignar cuando vuelven los republicanos. Y así, el péndulo se torna bastante aburrido… En España se está repitiendo el mismo modelo. Ahora, ojo, desde luego que es preferible que esté Obama y no Bush, o que esté Zapatero y no Rajoy…  pero no es suficiente, las estructuras de dominación siguen en pie, y las de “descerebración” social crecen proporcionalmente a la acumulación de mierda en el planeta…

Hay una película que se llama Idiocracia, que nadie vio, y que muestra cómo, supuestamente, será la sociedad general en el año dos mil quinientos tanto. Por un hecho mágico de la ciencia ficción, un hombre mediocre de hoy llega a esa época y es como Einstein… el proceso de “estupidización” ha hecho lo suyo. En ese filme late una nueva crítica, que en el 68, por ejemplo, no teníamos. En esa época criticábamos al poder contante y sonante, al poder económico, político y militar. Hoy la crítica es más profunda, es una crítica a la hegemonía de un modelo más allá de los actores sociales. Tenemos la paranoia -absolutamente légitima, a la larga- de que esto ha perdido el control y funciona en automático.

Pero volvamos a Klein: mitifica y parece demonizar la marca como un instrumento de manipulación. Además dice logo, no marca… es decir, está vinculándose a un hecho visual. La marca, entendida como imagen de empresa, poderío persuasivo, es una cosa; el logo, es otra. Decir que este último, por sí solo, es capaz de persuadir a la gente, es una exageración; y, además, como diría Yourcenar, un estúpido combate, porque el problema es otro, que no lo puede ver la típica denuncia que viene desde un supuesto progresismo norteamericano que ataca todos los síntomas pero deja viva la enfermedad. El problema es el capitalismo y la sociedad de consumo, lo demás es “pecata minuta”. Un logo lo puede tener tanto Coca Cola como la Cruz Roja, y que esta última lo tenga me parece esencial, por lo menos para que no la bombardeen en la guerra. Hay que ser bastante tonto, entonces, para caer en estos reduccionismos.

Pero hoy, fuera del capitalismo, no hay prácticamente nada… ¿tuvo alguna vez que decir, por reservas éticas, yo con ustedes no trabajo?

Sí, claro, por cuestiones de estómago. Por ejemplo, para una organización religiosa, yo no podría trabajar. Para un partido político tampoco, al menos que sea el mío. Y claro, a mi organización política no le cobraría… Aunque déjame decirte que trabajé durante siete años en el Partido Socialista de Cataluña, que es lo que se podría reconocer como izquierda unida, junto a Rafael Ribo,  amigo que se decepcionó de la política y ahora hace un trabajo “improbo” como defensor del pueblo…

Bueno, usted se ha definido de izquierda, pero también ha dicho que dicha tendencia lo ha decepcionado muchas veces. ¿Cómo ve el supuesto resurgir de la izquierda en Latinoamérica?

Debo advertirte que jamás leo periódicos, ni veo los informativos, porque no soporto el discurso periodístico, especialmente el político. Basta leer un poco entre líneas y ahí está la manipulación, esa adjetivación perversa de la que ningún medio se salva. Dada esa circunstancia, no estoy al tanto, minuciosamente, de lo que se dice sobre estos movimientos, pero lo que puedo expresar, con negritas y absoluta claridad, es que la gente pierde visión de conjunto y, por lo tanto, se confunde… Es la primera vez en la historia de Sudamérica en que solo hay un hijo de puta, que se llama Uribe. Sobre los demás y sus diferencias -de Lula a Correa, de Bachelet a Chávez- podemos discutir todo lo que quieras, pero hay un brote de movimientos que reivindican la soberanía de sus países… tímidamente, sí, pero, hay que ser realistas, aún esa timidez es algo a celebrar. Por Dios, hacer memoria: ¿Cuándo en Sudamérica hubo tal coincidencia, al punto de que solo hubiera un gobierno representante de la penetración militar de Estados Unidos?… y hay que decirlo así, aunque no les guste estéticamente a algunos el discurso de Correa, a otros los errores de Cristina o los exabruptos de Chávez… Mira, prefiero que los errores los cometa esta gente, y no los militares hondureños.

Hablemos ahora de sus contribuciones conceptuales para establecer la marca país de Cuba y, ahora, la de Ecuador…

Esto es interesante… A veces, desde cierta ingenuidad de izquierda, se dice: Uuuuuy, la marca país es tratar a un país como una marca corporativa, qué horror… ¿y qué querés que te diga?… esto es el capitalismo. Un Gobierno que se precie de ser revolucionario, lo primero que debe saber es en qué mundo vive. Si a Marx el capitalismo lo hubiera puesto muy, muy nervioso, no hubiera escrito El Capital… y ese es un texto obligatorio, y no solo para los “revolucionarios”. A los países emergentes les viene de perlas una marca país, en el sentido de que para competir en el mercado, deben, de alguna manera, legitimar toda su producción: el turismo, el trabajo, los alimentos, lo que sea… la inteligencia… El tema de la marca país es, sencillamente, un asunto de posicionamiento en un imaginario. Algunos países la tienen, implícitamente, sin la necesidad de inventarse un dibujito o una batería de eslóganes; por ejemplo: Estados Unidos… con la bandera le basta. La ha utilizado inteligentísimamente… En el caso de Cuba, se dieron cuenta de que tenían una marca turística cada vez peor, y cuando fui a dar clases a la isla, la Oficina Nacional de Diseño me contactó… Hicimos un programa de mejoramiento que funcionó muy bien, y los cubanos se deshicieron de lo que les estaban vendiendo las agencias extranjeras de publicidad, que era un verdadero desastre… con la gente de Ecuador conversé, apenas, hace poco.

Volvamos a las publicaciones, pero ya a las que poco tienen que ver con la identidad corporativa y el diseño… Tiene un libro de aforismos, y otro titulado La homosexualidad imaginada…

… Alguna vez, en San Sebastián, un periodista me preguntó: “¿Cómo es que un profesional de éxito como usted tiene una actitud tan crítica en lo social?”… Yo le contesté: “precisamente por eso”… Poder acceder a las tripas de la competencia corporativa me ha hecho ver la fealdad del sistema desde adentro, y no tengo por qué negarlo… el que me quiera contratar por mis méritos técnicos, que lo haga, pero que no se confunda: soy un ser humano, tengo una postura ideológica. Los aforismos vienen de esa observación de la cultura, de la vida en general. Los ordené alfabéticamente, en 25 capítulos, y los publiqué bajo el título de Desafueros.

El libro sobre la homosexualidad, surge, creo, dentro de esa misma línea de crítica ideológica, e intenta hacer lo que siempre he intentado: deconstruir los “constructos” imaginarios del poder… Y  comienzo diciendo que la homosexualidad es un recorte de la realidad, parido por la homofobia. Es decir: los homosexuales no constituimos un colectivo, ni mucho menos una cultura; somos, simplemente, personas que sentimos deseos por gente de nuestro mismo sexo. El poder se ve siempre en la tarea de crear membretes “especiales” para aquello que perturba el modelo oficial de la sexualidad, que es un modelo que está en crisis desde hace tiempo. Desde el despertar de la mujer, por ejemplo. Y la prueba está en que quien, en este momento, está totalmente desquiciado, es el macho. Ya no sabe quién es. Si es metrosexual, hombre-objeto… tiene un problema de identidad porque se rompió la matriz que lo explicaba. Y se han caído un montón de mitos ridículos, como aquel de que el homosexual es afeminado… basta que hagamos un muestreo. Yo conozco un camionero que es un camionero total, y le gustan los hombres. Mi mismo compañero: no tiene ni una pluma. Pero el movimiento gay, con su militancia por la “diferencia”, como todo movimiento reivindicativo, sufre una dolorosa paradoja: tiene, al principio, que legitimar aquello mismo que lo segregó. Y todo eso, a pesar de sus conquistas, que son válidas. Un escritor ecuatoriano, muy amigo, Leonardo Valencia, me pidió, para su revista virtual La comunidad inconfesable, un texto sobre la homosexualidad… la regla de la revista es que los escritos deben tener más de 9 y menos de 99 palabras. Yo elaboré algo que comienza con este diálogo:

– ¿Es usted homosexual?
– Muy poco, solo cuando follo.

Fabián Darío Mosquera
[email protected]
Coordinador

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