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Israel no quiere ser israelí

La maestra pregunta a Isaac, niño que cursa el último año de primaria en una escuela de Israel:

–¿Cómo se llaman los habitantes de Gran Bretaña?

–Británicos, maestra.

–Muy bien… ¿y los de México?

–Mexicanos.

–Muy bien… ¿y los de Israel?

–Israelíes.

–Muy bien… pero también judíos.

En casa, Isaac comentó la clase con su papá, quien le dijo:

–Tal parece que tu maestra confunde nacionalidad con religión.

–¡Qué lío, papá! ¿Los israelíes no somos judíos?

–No necesariamente. Tu madre y yo somos israelíes, pero no creyentes. El “también” de tu maestra sobra. En Israel, “aún” hay democracia y libertad de expresión.

Si el “también” de la maestra de Isaac sobraba, el “aún” de su papá temía. Los pocos israelíes democráticos y laicos que aún quedan temen que el Knéset (Parlamento israelí) apruebe un proyecto de ley que exige a los parlamentarios el juramento de lealtad a Israel como un “Estado judío, sionista y democrático”.

Conflicto de identidad que viene de lejos, y que el político israelí Abraham Burg remonta a los debates del primer Congreso Sionista (Basilea, 1897). En su libro Derrotando a Hitler, Burg sostiene que en aquel congreso destacaron dos posiciones: la del periodista húngaro Teodoro Herzl, defensor del “sionismo político”, y la del escritor Ahad Haam (Asher Hirsch Ginsberg), partidario del “sionismo espiritual”.

Herzl se impuso y, según Burg, “el sionismo político hizo del Estado un instrumento de redención colectiva, hostigándonos al mismo tiempo a definirlo como democrático… Lo que Ahad Haam reprochó a Herzl fue la fundación del sionismo exclusivamente sobre el antijudaísmo de los gentiles (no judíos)”.

Burg sabe de lo que habla. Nacido en Jerusalén (1955), fue teniente paracaidista del ejército, consejero del primer ministro Shimon Peres, diputado en el Knéset por el Partido Laborista (1995), presidente de la Agencia Judía y de la Organización Sionista Mundial. Y antes de romper con el sionismo, desempeñó un rol clave en la recuperación de los bienes judíos expoliados durante la barbarie nazi, y fue presidente del Knéset de 1999 a 2003..

En su libro, Burg asegura que Israel se ha convertido en un “gueto sionista”, y en “nido de violencia”. La famosa y polémica “ley del retorno” (que concede la ciudadanía israelí a cualquier persona nacida en la diáspora y considerada judía) “es el reflejo de la doctrina de Hitler y las leyes de Nüremberg”, dice.

La “ley para la protección de la sangre alemana y del honor alemán” fue sancionada por el congreso del Partido Nacionalsocialista en septiembre de 1935. La ley dividió a los alemanes en dos categorías: los “compañeros de la nación” (volksgenossen) y los “residentes” (gemeinschaftsfremde), en la que estaban incluidos los judíos.

Por José Steinsleger

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