Un acertado compendio de lo que fue la reunión de hace una semana del Grupo de los Siete (G-7) en Quebec, Canadá, es la fotografía de los líderes de los países miembros enfrentando al presidente de Estados Unidos, Donald Trump.
Se trata de cómo se plantan, respectivamente, sus semblantes y la posición de sus cuerpos. Todo el conjunto manifiesta el tenso estado de las relaciones entre esas naciones con una alta cuota de poder político y económico en el mundo.
Trump es el único sentado, contra una pared, los demás pendientes de él. Tiene los brazos cruzados desafiante, con expresión de desdén por los que contrarían su visión del poder de Estados Unidos; le importa poco lo que le dicen. Va a restablecer ese poder que, asegura, ha sido debilitado por los gobiernos de su país, especialmente por Barack Obama y los políticos del partido demócrata.
Si la postura trumpiana quedó muy clara desde la campaña para la presidencia en 2016, la ha ido conformando como nueva política, tanto interna como exterior. Aquí lo sabemos.
Frente a él hay una mesa sobre la que Angela Merkel recarga los brazos y se inclina enfrentándolo atónita, como si el guión al que estaba acostumbrada se hubiera borrado y fuese incapaz siquiera de entablar un diálogo.
En la foto junto a Merkel se advierten las figuras de la británica Theresa May y el francés Macron; pero resalta la imagen de Shinzo Abe, de Japón, con la cara desencajada, los brazos también cruzados y, en su caso, abatidos. A su lado el muy duro John Bolton, consejero de Seguridad Nacional, siempre desafiante.
La presencia de Bolton es un señalamiento preciso de cómo Trump va recreando la política exterior. Es considerado como un “halcón guerrero” de corte nacionalista y si de etiquetas se trata: neoconservador, que aboga por las posiciones más radicales e intervencionistas donde ve la oportunidad.
Para la Unión Europea se abre un conflicto ubicado entre dos extremos: subordinarse ante Trump o generar un espacio propio de acción. Esto ocurre en el marco de una Unión muy debilitada internamente, más aún con un nuevo gobierno italiano que va a contracorriente. En el otro confín está el férreo control de Putin en Rusia y su cada vez mayor influencia en esa zona del continente. Las relaciones de poder cambian de forma rápida y decisiva con otros actores relevantes que quieren una cuota más grande, como China e India.
Hoy, Trump cuenta con el regreso de la gestión monetaria del dólar, luego de casi una década de expansión de la liquidez y de mínimas tasas de interés. Impone tarifas en el comercio internacional con América del Norte, Europa y ahora China. En éste último caso Trump arguye que se ha aprovechado por más de dos decenios de la apropiación de patentes y tecnologías, además de manipular el valor de yuan y que debe pagar.
Trump va implantando el escenario que prometió dentro y fuera, un nuevo tipo de hegemonía, muy distinta a la que ejerció Estados Unidos desde mediados del siglo pasado.
Aquel orden ya no puede sostenerse aunque Trump fracasara en su plan de dominio económico, político y militar. Es como la famosa rima de Humpty Dompty que se cayó de la barda y ya nadie puede devolverlo a como era antes.
Un factor que puede ser determinante para el modelo que quiere imponer Trump es la distribución de las pérdidas y ganancias entre las grandes empresas productivas y financieras de su país. En el caso de los votantes, depende de si hay un efecto adverso en su nivel de bienestar.
En otra toma de la misma escena se ve a Trudeau junto a Trump, consternado y recargado en la pared. Lo dice todo.
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