“Sirte ha muerto, todo está destruido. ¿Cómo no voy a pensar que antes estábamos mejor?”. Ahmed Ali, un anciano ataviado con vestimentas tradicionales,maldice la victoria de los milicianos del Consejo Nacional de Transición (CNT) libio mientras aguarda durante una hora para repostar en la única gasolinera que permanece abierta en Sirte, la localidad natal de Muamar Gadafi.
Han pasado seis días desde que el coronel fuese linchado y ejecutado por brigadas procedentes de Misrata y este municipio costero, escenario de los últimos combates de la guerra civil libia, es un lugar asolado. Las calles, completamente arrasadas, evidencian que aquí se combatió calle por calle. La ciudad está controlada por hombres armados pertenecientes al CNT. Y los pocos vecinos que se atreven a regresar a sus domicilios para salvar algunas de sus pertenencias no se fían del nuevo régimen.
Las historias sobre robos y vendettas son continuas. Buena parte de los miembros de la tribu gadafa, a la que pertenecía el coronel, se han refugiado en un campo habilitado con jaimas en Abu Hadi, a 50 km de Trípoli. “No recibimos ningún tipo de ayuda, apenas un poco de comida”, protesta Hnaish Misbah, otro hombre entrado en años que, sorprendentemente, se entera de la noticia del asesinato de Gadafi una semana después del linchamiento.
La fractura social sigue marcando la Libia post-Gadafi. Por una parte, entre vencedores y vencidos. Pero, también dentro del campo de los integrantes del nuevo régimen. La oposición a la Yamahiriya era lo único que les unía y, ahora, comienzan las disputas para asegurarse cotas de poder en un Estado en construcción.
“Regresé a casa después de dos meses para comprobar en qué estado se encontraba. Dos rebeldes me siguieron en un coche. Cuando salí, me pidieron las llaves del mío. Uno de ellos conducía, yo iba de copiloto y el tercero en la parte de atrás.Me llevaron a diez kilómetros de la ciudad, me ordenaron que levantase las manos apuntándome con un kalashnikov y me dejaron allí”.Khalifa Mohamed es uno de los miles de desplazados que pernoctan en alguno de los campos habilitados en los alrededores de Trípoli. Salió de Beni Walid a principios de septiembre, en el momento en el que las últimas tropas leales aGadafi se acantonaron en su localidad y en Sirte mientrasque los milicianos del CNT iniciaban un intenso asedio apoyados por la OTAN. Ahora, ni siquiera sabe cuándo podrá regresar a casa.
Beni Walid es uno de los municipios que han sufrido las represalias de los combatientes rebeldes. Durante los dosmeses de lucha, las viviendas fueron arrasadas. Pero, además, los milicianos han llenado sus muros con pintadas como “Warfallas perros”, en referencia a la principal tribu libia que, en este municipio, se mantuvo leal a Gadafi hasta el final. Sin embargo, los Warfallah no son un “todo”monolítico.
Sirte y Beni Walid son el símbolo de lo que podría ocurrir en un futuro próximo en Libia.Miles de familias han sido desplazadas por combatientes procedentes, en su mayoría, de otros puntos del país como Misrata o Zintan. Así que ahora se está larvando un resentimiento que podría estallar en el futuro.
La humillación infligida al cadáver de Gadafi es una de las muestras más claras de ello. Los combatientes de Misrata, municipio que padeció un intenso asedio durante los primeros meses de la guerra, lincharon al coronel nada más capturarlo.
En las inmediaciones de Sirte, se llega a insinuar que se disparó al aire ante la presencia de la Cruz Roja para evitar que los sanitarios se hiciesen cargo del líder libio, todavía con vida. Pero los misratíes, que se han convertido en uno de los símbolos de la victoria, no quedaron contentos con la ejecución. Así que cogieron el cadáver y lo expusieron durante cinco días en la cámara frigorífica de un mercado en las afueras de su ciudad. Durante días, cientos de personas desfilaron delante de los cuerpos, progresivamente descompuestos, de Gadafi, su hijo Munthassin y de Abu Bakr Yunis, el último ministro de Defensa del régimen. “Es terrible lo que han hecho con el cuerpo. Es una provocación y sólo traerá más violencia”, aseguraba Ismael, un taxista de Trípoli convertido en una de las pocas voces que se atreven a cuestionar a los insurgentes en un país en el que las milicias han impuesto su ley. Si la situación de Sirte y Beni Walid es dramática, con sus domicilios arrasados y expoliados y miles de personas condenadas a resguardarse en improvisados campos, en Tawarga padecen condiciones todavía más difíciles. Los combatientes de Misrata les acusan de haber cobijado a los leales a Gadafi. En este contexto, no resulta sorprendente que miles de personas abandonen diariamente Libia a través de la frontera de Ras Jdir. Según Ahmed, un policía tunecino encargado de custodiar el paso, “entre 6.000 y 7.000 personas llegan diariamente a este lugar. El 80% de ellos no tiene intención de regresar a sus hogares”.
Por Alberto Pradilla / Trípoli (Libia)
Miércoles 30 de noviembre de 2011.
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