La mayoría de los ciudadanos estadunidenses no participarán este martes en lo que los políticos insisten en que es el ejercicio más sagrado de esta democracia: las elecciones.
En estas elecciones intermedias, donde están en juego las 435 curules de la Cámara de Representantes y 36 de las 100 en el Senado, además de varias gubernaturas y una serie de medidas estatales –entre las cuales las más notables son sobre legalización de mariguana e incrementos del salario mínimo– y varias contiendas locales, es difícil identificar qué es lo que, en el fondo, se está disputando.
Los analistas y observadores consideran que por ahora no se puede decir que los resultados de esta elección se podrán interpretar como algo que se expresó en contra de un partido y a favor de otro, a pesar de que los pronósticos indican que los republicanos tienen una alta probabilidad de derrocar a los demócratas para tomar control mayoritario del Senado y ampliar su margen de mayoría en la cámara baja.
Y es que los aparentemente favorecidos –los republicanos– gozan de menos aprobación a nivel nacional que los demócratas en las encuestas; entonces, aun si ganan será difícil proclamar –aunque lo harán– que el pueblo habló y les dio un mandato.
Sobre el ambiente político, ni entusiasmo ni interés
Más bien, las esperadas derrotas demócratas no se deberán a que la gente crea que el otro partido es mejor; muchos no votarán por ellos porque simplemente no votarán, debido a su desencanto con este presidente y sus aliados en la legislatura.
Tampoco es una elección que gire en torno a un gran tema o conflicto, a pesar de que las múltiples crisis –el ébola, más operaciones militares en Medio Oriente, la desigualdad económica, la inmigración– sí tienen impacto. Más que nada esas crisis nutren una creciente falta de confianza en el manejo político del país, algo que se refleja en las encuestas que se realizan respecto de la Casa Blanca y el Congreso (el cual ahora registra sus niveles más bajos de aprobación en la historia, con alrededor de 14 por ciento).
Por lo tanto, lo que impera es más bien el desencanto con toda la cúpula política. En encuestas recientes, la gran mayoría opina que los legisladores actuales no merecen la relección y favorece un cambio, pero tampoco se entusiasma ante las opciones. Al final, la gran mayoría de los legisladores actuales permanecerán en sus curules.
A nivel nacional, la elección se centra en quién ganará la mayoría del Senado. Los republicanos necesitan un incremento neto de seis curules para lograr esa meta (actualmente los demócratas controlan el Senado con un margen de 55 contra 45). Los principales pronósticos consideran que los republicanos tienen una muy buena probabilidad (de entre 65 y hasta 90 por ciento) de conquistar la cámara alta. Mientras tanto, la única interrogante para la cámara baja no es si se mantendrá o no el control republicano, sino por cuánto más se incrementará.
Por supuesto que toda la clase política, y los que viven de ella, están enfocados en estos resultados y sus implicaciones. Si ambas cámaras están en manos de los republicanos, eso condicionará los últimos dos años de la presidencia de Obama. De hecho, la Casa Blanca ya se prepara para este resultado, informa el New York Times: en sí, esto es algo que demuestra el pesimismo entre demócratas sobre el esperado resultado final de esta elección. Por su parte, si los republicanos no logran capturar el Senado, será considerado un fracaso para el futuro inmediato de ese partido.
Pero en los sondeos y en la microscópica evaluación de medios sobre el “ambiente político” del país, más allá de las bases más activas de los partidos, la gran mayoría de los ciudadanos no expresan entusiasmo –ni interés– en todo esto. El veterano periodista Dan Balz, del Washington Post, experto en cuestiones electorales, concluye que “sea cual sea el resultado final, será difícil para los ganadores afirmar que los votantes les otorgaron un endoso afirmativo o les ofrecieron un mandato claro. La mayoría de los estadunidenses dicen que piensan que ni el presidente ni los legisladores republicanos tienen un plan coherente para gobernar”.
De hecho, en una encuesta reciente de CBS News, 45 por ciento de los votantes –índice sin precedente en estas encuestas– expresan que “no hay gran diferencia entre cuál partido controla el Congreso, las cosas siguen igual que antes”. Y eso no es tan sorprendente cuando, en la misma encuesta, 76 por ciento desaprueban la gestión del Legislativo. Mientras tanto, dos de cada tres estadunidenses opinan que el país avanza en la dirección equivocada y tres de cada cuatro están insatisfechos y/o enojados sobre cómo funciona actualmente el gobierno federal. La gran mayoría también es crítica de la influencia del dinero en las elecciones (será la elección intermedia más cara de la historia, con un costo de cerca de 4 mil millones de dólares, según algunos cálculos).
Aunque Obama no está en las boletas electorales, sí es un factor clave para ambos partidos. Hay mayor entusiasmo entre filas republicanas, con un alto porcentaje de votantes afiliados a ese partido que expresan que su voto se emite en gran medida en contra del presidente. A la vez, las filas demócratas padecen del desencanto generado por el presidente entre algunas de las bases que fueron claves en su elección.
Los latinos están decepcionados por la promesa incumplida de una reforma migratoria, y más recientemente por la promesa rota del presidente de promover medidas para proteger a millones de indocumentados de la deportación.
Los jóvenes también muestran su desilusión con Obama y su partido. La tasa de aprobación de Obama por votantes menores de 30 años de edad se ha desplomado a sólo 43 por ciento, mientras 53 por ciento lo desaprueban del todo, según un sondeo del Instituto de Política de la Universidad Harvard (en 2008, los demócratas – en el triunfo histórico de Obama– ganaron la aprobación de 65 por ciento de los votantes jóvenes).
Todo esto indica que será una elección donde sólo una minoría opina que vale la pena votar.
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