Las elecciones legislativas y de gobernadores en Estados Unidos, que habitualmente giran en torno a asuntos estatales y locales, se han transformado este año en un referéndum nacional sobre el presidente Donald J Trump, a dos años de su elección sin mayoría en el voto popular.
El martes 6 de noviembre los votantes estadounidenses podrán elegir a los gobernadores de 36 estados y tres territorios. Los republicanos controlan ahora los gobiernos de 33 estados, de los cuales 26 están en juego en esta elección. Nueve de los 16 estados con gobernadores demócratas están en disputa, además del gobierno de Alaska, ahora en manos de un independiente.
En el Senado actualmente los republicanos ocupan 51 curules, los demócratas 47, y políticos independientes tienen los dos restantes. Estarán sujetos a elección 33 curules, de los cuales 23 los tienen actualmente los demócratas, ocho los republicanos, y dos los independientes.
Asimismo están en juego los 435 escaños de la Cámara de Representantes, donde los republicanos tienen una mayoría de 235. Los demócratas necesitan ganar al menos 25 escaños más de los que tienen para alcanzar la mayoría.
Tradicionalmente la participación ciudadana en las elecciones en Estados Unidos es baja, y no todos los ciudadanos habilitados para votar siquiera se registran para hacerlo. En las elecciones presidenciales de 2004 concurrió a votar el 58 por ciento de la población en edad de votar; en las de 2008 el mismo porcentaje; en las de 2012 el 55 por ciento y en las de 2016 el 55,5 por ciento.
Las elecciones legislativas normalmente atraen a menos del 40 por ciento de los votantes del país. Pero este año hay indicios de que la concurrencia podría superar el 50 por ciento. En los estados donde el voto anticipado empezó hace varias semanas, más de 20 millones de votantes han emitido su sufragio, lo cual supera en mucho la participación en las elecciones legislativas y de gobernadores de 2014.
El factor principal de esta concurrencia es Donald J Trump. Una encuesta del diario USA Today y la Universidad de Suffolk encontró que el 35 por ciento de los votantes se proponía sufragar contra candidatos que apoyan a Trump, y el 23 por ciento daría su voto a los políticos que se alinean con el presidente. Sólo el 24 por ciento de los encuestados señaló que Trump no es un factor relevante en su decisión de por quién votar.
El martes próximo se sabrá si Trump tiene ahora el respaldo popular mayoritario que no alcanzó a tener hace dos años, a pesar de ganar las elecciones presidenciales (el sistema electoral no es proporcional).
VOTO CON EL BOLSILLO.
Tal como ocurre en todas partes, los votantes en su mayoría están demasiado ocupados con sus vidas cotidianas como para seguir paso a paso las tramas políticas y, en el caso actual, las piruetas de Trump, las investigaciones sobre la injerencia rusa o los adulterios del presidente.
La mayoría vota de acuerdo a cómo percibe su propia situación económica y sus perspectivas de prosperidad.
Si se toma el producto bruto interno (Pbi) como medida de la situación económica general, Trump sale ganando. El Pbi creció a una tasa anual de 3,5 por ciento en el tercer trimestre de este año, seguido de un incremento de 4,2 por ciento en el trimestre anterior, que fue el más alto desde 2014.
El índice de desempleo está en 3,7 por ciento, el más bajo en casi medio siglo, y el índice Dow Jones casi ha rozado los 27 mil puntos. La inflación se mantiene por debajo del 2 por ciento anual, algo que la Reserva Federal considera saludable.
La otra cara de esta moneda es que, si bien hay más gente empleada, los sueldos reales siguen estancados y cada vez los estadounidenses deben trabajar más horas para ganar lo mismo. Los millones de nuevos empleos creados desde la Gran Recesión –que elevó el desempleo al 10 por ciento en octubre de 2009– son trabajos temporarios, changas, subcontrataciones sin seguro médico ni licencia paga ni días por enfermedad.
El recorte de impuestos que el Congreso le obsequió a Trump a comienzos de 2017 incluyó beneficios temporarios para la clase media y trabajadora, pero beneficios permanentes para las corporaciones y los acaudalados. Ahora que el efecto de esos impuestos sobre los ingresos de los laburantes se ha ido diluyendo, también se evapora la ilusión que representaron. Y todavía los consumidores no han empezado a percibir el impacto sobre los precios que tendrán los aranceles decretados por Trump a las importaciones desde China.
Detrás de la cortina de humo que Trump levanta casi día tras día con alguna declaración ofensiva, está la realidad de largo plazo: el salario real promedio en Estados Unidos ha estado estancado por décadas y la brecha de ingresos continúa ensanchándose.
Según el Economic Policy Institute, con sede en Washington, el 1 por ciento de las familias más ricas del país tiene ingresos 25 veces superiores al 99 por ciento de la población.
Según un informe de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde), el país cuenta con la mayor desigualdad de ingresos y el porcentaje más alto de trabajadores con ingresos bajos que cualquier otra economía avanzada, porque los desempleados y los que viven de changas reciben poco apoyo del gobierno y quedan más aplastados por la ausencia de un sistema firme de negociación colectiva.
LA VIOLENCIA.
Dos semanas antes de la elección, el Servicio Postal distribuyó 15 paquetes que contenían bombas rudimentarias y que estaban destinados al ex presidente Barack Obama, el ex vicepresidente Joe Biden, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton, el ex ministro de Justicia Eric Holder, el ex director de la Agencia Central de Inteligencia John Brennan y el ex director nacional de Inteligencia James Clapper. La lista de destinatarios incluyó también a los senadores demócratas Cory Booker y Kamala Harris, la representante Maxine Waters, el actor Robert de Niro, los multimillonarios George Soros y Tom Steyer, y la cadena televisiva Cnn.
Todos ellos tienen en común que han sido críticos muy locuaces del presidente Trump. Soros y Steyer, además, comparten el hecho de tener raíces familiares judías. En el caso de Cnn, la cadena figura al tope de los medios que Trump ha denunciado como “enemigos del pueblo”.
Las autoridades detuvieron en Florida a César Sayoc, un simpatizante de Trump, quien ha sido acusado por varios crímenes, incluidas las amenazas a ex gobernantes.
Cuando todavía no había concluido la distribución postal de las bombas, un hombre intentó ingresar a una iglesia de la comunidad negra en Kentucky; luego fue a un almacén cercano, donde mató a un hombre, salió al estacionamiento y mató a otro. La policía detuvo a Gregory Bush, sospechoso en los asesinatos de Maurice Stallard y Vickie Jones, ambos negros.
El sábado 27 un individuo armado con un rifle AR-15 y varias pistolas irrumpió en la sinagoga Tree of Life, en Pittsburgh, y al grito de “¡Que mueran los judíos!” mató a 11 personas e hirió a seis, incluidos dos agentes policiales que lo enfrentaron.
Robert Bowers, el sospechoso detenido por la mayor matanza de judíos en la historia de Estados Unidos, no es un admirador de Trump. En realidad actuó porque, según sus declaraciones en la plataforma Gab, de Internet –una especie de Twitter pero frecuentada por nazis y supremacistas blancos–, cree que Trump no hace lo necesario para impedir la invasión de los inmigrantes.
La conexión entre la violencia en Pittsburgh y la inmigración, sin embargo, está presente en la retórica incendiaria y xenófoba de un presidente que inició su campaña en 2016 diciendo que los mexicanos son violadores y traficantes de drogas, que ha descrito a los países africanos como “agujeros de mierda”, y que ha mencionado a los musulmanes como indeseables. La lenta marcha desde América Central hacia el norte de algunos miles de guatemaltecos, hondureños y salvadoreños ha servido para que Trump alarme a sus votantes con el peligro de una “invasión”. Trump ha dicho, sin pruebas, que entre los peregrinos hay “gente del Oriente Medio”. La cadena Fox, que funciona como máquina de propaganda a favor de Trump, ha señalado, entre otros “peligros” que representarían esos morenitos, que pueden traer enfermedades infecciosas al país.
Una semana antes del ataque en Pittsburgh, unas 270 sinagogas en Estados Unidos participaron de una ceremonia ecuménica anual, el Sábado Nacional del Refugiado, una campaña patrocinada por la Sociedad Hebrea de Ayuda al Inmigrante (Hias, por sus siglas en inglés), una organización mundial fundada en 1881.
Bowers, otro marginado solitario como Sayoc, nombró específicamente a Hias y repitió algunas de las declaraciones de Trump y Fox acerca de los inmigrantes. Al parecer, Bowers cree que los inmigrantes indocumentados están financiados por los judíos y que vienen a Estados Unidos “a masacrar a mi gente”.
CARAS NUEVAS, ELLAS.
La “trumpización” de las elecciones de medio término puede resultar en un fortalecimiento del nacionalismo y la xenofobia del presidente o en una vinculación tóxica entre el presidente y muchos candidatos republicanos que le siguen la corriente.
Tras la semana violenta y los exabruptos de Trump, una encuesta Gallup mostró que el índice de apoyo al presidente bajó cuatro puntos, al 40 por ciento, y el de repudio subió cuatro puntos, al 54 por ciento. Según el promedio de encuestas de Real Clear Politics, los numeritos dan 52,6 por ciento de repudio y 44 por ciento de aprobación.
Lo que sí es seguro es que el resultado tendrá un claro matiz de género.
Por un lado, este año el número de mujeres postuladas para cargos electivos es mayor que nunca, y la tendencia es claramente más notoria en el Partido Demócrata. Quince de las 22 mujeres que buscan un sitio en el Senado son demócratas, al igual que 183 de las 235 candidatas para la Cámara de Representantes, 12 de las 16 que buscan gobernar un estado, y 2.380 de las 3.365 postuladas para las legislaturas estatales.
Un caso notable es el de Stacey Abrams, quien aspira a convertirse en la primera gobernadora negra de Georgia y que aparece en las encuestas casi empatada con el republicano Brian Kemp, quien alardea de sus simpatías por Trump.
Junto con ello, desde la elección de Trump hace dos años ha crecido la brecha de género en la alineación partidaria. Según una encuesta del diario The Washington Post y la cadena Abc News, el porcentaje de mujeres que se inclinan a favor del Partido Republicano ha bajado a 32, comparado con el 37 que hubo en promedio entre 2010 y 2017.
Según la misma encuesta, las simpatías hacia Trump también varían de acuerdo al género. El 45 por ciento de los hombres encuestados aprueba la gestión de Trump, comparado con el 32 por ciento de las mujeres.
Un año después de la eclosión del movimiento #MeToo –que visibilizó la incidencia de casos de violación, abuso y acoso sexual en la sociedad– el proceso de confirmación de Brett Kavanaugh –acusado de agresión sexual por cuatro mujeres, incluyendo la psicóloga Christine Blasey Ford, quien dio su testimonio ante el Senado– como magistrado del Tribunal Supremo de Justicia reabrió la polémica nacional sobre el tratamiento que reciben las mujeres cuando denuncian la violencia sexual. Un asunto que, en el caso de Trump, quien se ha jactado de “agarrarlas (a las mujeres) por la concha”, sería mejor no mencionarlo.
ASUSTALOS QUE FUNCIONA.
Al aproximarse las elecciones, Trump se las ha arreglado para hacerle sombra a todas las campañas políticas a nivel municipal, de condado o de estado, y ha entrado en un frenesí de declaraciones escandalosas y twits tecleados a las tres de la mañana.
Su táctica es simple: por un lado, identifica “enemigos del pueblo” (su favorito es “the media”, la prensa), entre los que incluye a los inmigrantes, y, por otro lado, les dice a sus votantes que la nación corre un peligro existencial por las amenazas de esos malvados.
La Caravana de la Esperanza le ha servido en bandeja una excusa. Según distintas fuentes, son entre 3.500 y 7 mil los centroamericanos que marchan hacia la frontera de Estados Unidos, donde piensan solicitar el asilo que la ley les ofrece. Trump ha convertido esto en un cuco.
Al término de la Guerra de Vietnam, Estados Unidos aceptó a casi 120 mil refugiados vietnamitas, y cinco años más tarde el país acogió a unos 135 mil cubanos que salieron por el puerto de Mariel. Ahora una caravana de menos de 10 mil hombres, mujeres y niños empobrecidos se ha convertido, en la retórica de Trump, en una invasión; y para detenerla el Pentágono ya ha movilizado 5 mil soldados, casi la misma cifra de tropas que Estados Unidos tiene en Irak.
En las últimas dos semanas Trump se ha declarado “nacionalista”, un término de uso muy poco común en Estados Unidos, porque trae la connotación de “nacionalismo blanco”. Y al menos en una ocasión dejó de lado su afiliación con el tradicional Partido Republicano y se describió como estando al frente de un “movimiento”. Movimiento y nacionalista, juntos, tienen un cierto tufo…
Trump ha definido su política exterior como “America First” (“Estados Unidos primero”), y quienes recuerdan la historia relacionan fácilmente esa consigna con Charles Lindbergh, el primer piloto que, en 1927, realizó un vuelo transatlántico en solitario. Hacia 1941, Lindbergh se convirtió en el portavoz principal del America First Committee, una organización con 800 mil miembros que sostenía que Inglaterra procuraba arrastrar a Estados Unidos a la guerra mundial.
El aislacionismo, expresado en la era de Trump por la denuncia de acuerdos internacionales y desplantes hacia viejos aliados, engrana con el miedo que el presidente instila hacia los extranjeros.
Una semana antes de la elección anunció que firmará un decreto que acabará con la práctica de otorgar la ciudadanía estadounidense a aquellos niños que nacen en el país de padres que no son ciudadanos, sean o no sean inmigrantes documentados.
La enmienda 14 de la Constitución estipula que “todas las personas nacidas o naturalizadas en Estados Unidos y sujetas a su jurisdicción son ciudadanos de Estados Unidos y del estado en el cual residen”.
Trump, quien lanzó su carrera política hace casi una década poniendo en duda que Barack Obama fuera ciudadano estadounidense, sabe que tal decreto causará demandas legales y constitucionales, pero lo que importa ahora, en estos días, es fustigar a sus simpatizantes para que concurran a las urnas.
TRUCOS VIEJOS.
Estados Unidos no tiene un sistema electoral ni sus ciudadanos portan una credencial cívica para votar. Cada uno de los 50 estados tiene sus propias leyes electorales y sus requisitos de documentación para sufragar.
Desde 2010, en los estados donde los republicanos controlan la legislatura se han multiplicado las “leyes de voto”, que, usando diferentes vías, restringen el acceso ciudadano al sufragio, con el argumento de evitar fraudes.
Así, por ejemplo, en Dakota del Norte la ley exige ahora que los ciudadanos se registren indicando un domicilio específico: número, calle, ciudad. En ese estado viven miles de indígenas que residen en reservas y cuya única dirección es una casilla postal.
En otros estados se exige ahora la presentación de un documento, que puede ser la licencia para conducir, con una foto. Cientos de miles de personas, especialmente los pobres, los inmigrantes, o ancianos, no tienen esos documentos ni el dinero para adquirirlos.
Otra maniobra legal ha sido la “purga” de los padrones electorales, un trámite que responde a las realidades de diferentes sistemas electorales. Alguien que votó en 2014 o 2016 puede haberse mudado a otro estado, donde deberá registrarse. La “purga” busca, asimismo, quitar del padrón los nombres de personas fallecidas. El problema está en que el uso de las “purgas” ha mostrado ciertas tendencias: en Georgia, por ejemplo, donde los negros son el 32 por ciento de la población, 72 por ciento de los “purgados” son negros.
Varios de los estados donde estos trucos han funcionado estaban sujetos, en virtud de la ley de derechos de voto de 1965, a vigilancia especial del gobierno federal, por su tradición de establecer requisitos e impedimentos destinados a restringir el voto de los negros. En 2013, gracias al voto de una mayoría conservadora de magistrados, el Tribunal Supremo de Justicia anuló los artículos de esa ley que mantenían a esos estados bajo la lupa.
Trump, quien ni siquiera se molestó en llamar por teléfono a su predecesor y ni a las otras personas que recibieron paquetes explosivos, sí lamentó el ataque a la sinagoga en Pittsburgh. Después de todo, su hija Ivanka es judía conversa, su yerno Jared es judío, sus nietos son judíos, y está allí presente la estrecha simpatía por Biniamin Netaniahu, quien como es lógico recordó que no se debe tolerar el antisemitismo.
Pero en medio de todo esto, Trump es Trump y continuará hasta el día mismo de la elección su táctica única y favorita: atacar, atacar, atacar. En lugar de aceptar que su propia retórica ha removido la escoria en los márgenes de la decencia política de Estados Unidos, Trump culpa a “the media” y los otros “enemigos del pueblo”.
El martes se sabrá si el entusiasmo notable de los votantes por concurrir a la elección respondía a un respaldo mayoritario a Trump, o a un clamor por que cese el reality show.
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