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La biblioteca de mis errores

La biblioteca de mis errores

Nosotros los comunistas teníamos una imagen idealizada de los estados socialistas, porque buscábamos la justicia y la igualdad de oportunidades para nuestras sociedades, la alemana tanto como las latinoamericanas. En el camino a su realización nos conformamos con la falta de libertades; no quedaba otro camino. Fue un error fatal.

Si hubieran sido sólo mis errores, no tendría sentido recordarlos. Compartirían la tumba conmigo y mis verdades. Sin embargo, los compartí con millones de personas; este hecho no reduce su importancia, y si se dividieran entre todos esos millones, tampoco disminuiría su peso.

No todo lo relacionado con los errores que se cometen por falta de comprensión, pero de buena fe, es necesariamente negativo. […] La verdad puede quedar muy cerca del error.

Nosotros los comunistas teníamos una imagen idealizada de los estados socialistas, porque buscábamos la justicia y la igualdad de oportunidades para nuestras sociedades, la alemana tanto como las latinoamericanas. En el camino a su realización nos conformamos con la falta de libertades; no quedaba otro camino. Fue un error fatal, y sin embargo, se trataba de un objetivo honorable. Lo mismo valía para nuestras actividades: el trabajo por los derechos laborales y sociales, por los derechos humanos en nuestros países, por los postergados y privados de sus derechos por la economía y sociedad capitalistas.

Nos inspiraba un ejemplo […] que, más adelante, se reveló como cualquier cosa menos ejemplar. Sin embargo, fue un error fecundo que nos impulsó a trabajar por el bien, a menudo más que quienes reconocieron la verdad y, frustrados por la constatación de lo inalcanzable de los ideales, dejaron de comprometerse.

El espejismo, por más espejismo que sea, es capaz de fortalecer la voluntad de sobrevivir del sediento hasta llegar al oasis. O puede ser“una parte de esa fuerza que siempre quiere el mal y siempre hace el bien”de la que habla Mefistófeles. Pero no debe ser una justificación. Cuando se reconozca lo erróneo del espejismo, ya no se debe insistir; hay que corregir. Este es mi punto de partida.

 

TOMO I.

Perspectiva equivocada. No me enorgullezco de ella, pero no estoy seguro de que no volvería a cometer el mismo error […].

No voy a renegar de lo siguiente: determinados momentos de la historia, hitos que marcan un antes y después, justifican los máximos esfuerzos y la entrega plena. Y para quienes decidan unir su vida a la idea de la revolución, pueden significar la entrega hasta la muerte. En los sesenta del siglo pasado pensamos que había llegado la hora. Fueron años de efervescencia en todo el mundo. Estados Unidos, la potencia de mayor poder económico y militar del mundo, sufría derrotas a manos de pequeños pueblos anteriormente colonizados, como Vietnam y Corea, y sus legionarios quedaron cubiertos por la arena cubana. En Europa, 1968 marcó el punto culminante de la rebelión en los países capitalistas y socialistas: el mayo francés, y la primavera de Praga. Paralelamente en América Latina la confrontación entre las oligarquías apoyadas por Estados Unidos y las clases bajas escaló en luchas sindicales, estados de excepción y la militarización de la vida pública.

Quien compartía la posición de los suyos y las suyas como trabajador/a, como estudiante o como ciudadano o ciudadana progresista, no podía quedar al margen. Y sin embargo, nos equivocamos y yo me equivoqué. No había llegado la hora de la emancipación, y menos aún de la revolución. Nos encontramos en una larga, desesperada batalla de retirada. A la sombra de la Guerra Fría la alternativa estaba mal formulada, y los frentes en los que nos veíamos luchar no eran reales. No se trataba de capitalismo o socialismo, porque el capitalismo, si bien atravesaba una grave crisis, todavía conservaba reservas y potenciales enormes, mientras la vitalidad y perspectiva de futuro del ejemplo del socialismo representado por la Unión Soviética existía tan sólo en nuestra ficción.

***

Si en aquel momento hubiéramos sido más humildes, si en lugar de querer avanzar hacia la revolución hubiéramos trabajado por evitar el desmantelamiento de la democracia, para revitalizarla y profundizarla a través de elementos sociales y participativos, a lo mejor hubiéramos logrado evitar lo peor: los años de plomo de las dictaduras militares de América Latina. Un proyecto de esas características hubiera contado con el respaldo de un frente amplio, incluido una parte de las capas medias.

Pero no todo ha sido en vano. Aquellas derrotas sentaron las bases sobre las cuales se construyeron los avances hacia nuevas conquistas. Sin embargo, me pregunto: ¿de haber sabido que aún los tiempos no estaban maduros para el socialismo, nos hubiéramos comprometido con la misma entrega absoluta y la misma disposición al sacrificio?

Con esto no quiero menospreciar la lucha en defensa de la democracia. Porque todos los desafíos a los que la historia nos expone en el transcurso de la liberación humana tienen la misma importancia en el momento de su decisión. Por cierto, la apreciación errónea de aquella situación fue, con seguridad, también el resultado de una concepción de la libertad y la democracia esencialmente enfocada a lo social y lo económico. Formaba parte de esa mentalidad la connotación peyorativa de la “democracia burguesa”. Aprendimos a apreciarla recién cuando la habíamos perdido.

Este error –que compartía– se complementó con otro. Siendo joven, antes de haberme casado, estaba en condiciones de asumir lo desmesurado de mi compromiso y de hacerme cargo yo solo de sus consecuencias, como lo había hecho en la Alemania nazi a la edad de 17 años, sin involucrar a nadie más. Sin embargo en Uruguay tenía familia. Mi segundo error –cometido por irresponsable o egocéntrico– fue ignorar cómo esto impactaba en la vida de mis familiares directos.

TOMO II.

Cuando falta la libertad. Mis errores no comenzaron en Uruguay. Por el contrario, de alguna manera fueron la continuación de aquellos que había cometido en la Alemania de la República de Weimar. Y como hablamos de política, se sobreentiende que estuvieron relacionados con las masas, con el aspecto colectivo. Esto no significa que se exima a nadie de su cuotaparte de la responsabilidad que le cabe: ¡nadie me obligaba a seguir a los demás! Ahí pesaba, sin duda, la confianza depositada en quienes estaban al frente, en quienes sin duda tenían una mejor visión de conjunto, ya que no se puede captar el panorama completo desde abajo. […]

Veamos un ejemplo. En los años 1936 a 1938, cuando en Moscú se llevaban a cabo los juicios contra Zinoviev, Kamenev y, más adelante, Radek y otros, varios escritores progresistas justificaron las asombrosas acusaciones del fiscal. Décadas más tarde se les reprochó que debían saberlo mejor; que no se les debía haber escapado a Heinrich Mann y Lion Feuchtwanger –ambos asistieron a los juicios de brujas de Moscú contra los líderes de la revolución de octubre– que se trataba de una puesta en escena cuidadosamente orquestada, porque autoinculpaciones tan histéricas que culminarían en la muerte eran contra natura. Sólo se explicaban a partir de condiciones inhumanas y fuera de lo normal […].

De forma similar, aunque esta vez en el Uruguay de los noventa, muchos de los nuestros acusaron a los líderes del Partido Comunista, que se habían exilado en Moscú, Praga o Berlín Oriental durante la dictadura militar, de haber silenciado la verdad sobre los países del socialismo real y de habernos mentido a conciencia.

Sin embargo, se necesitan dos para que el ocultamiento y la mentira política funcionen. […] Fue el derrumbe del supuestamente “único socialismo posible, por haber sido realizado” lo que nos abrió los ojos.

***

Yo también me movía sobre terreno resbaladizo. Si bien no idolatraba a Stalin ni dejé de darme cuenta –con una sensación de malestar– de los disparates de unos gobernantes y burócratas mezquinos, no dejé de pensar que ahí estaban las semillas de la nueva sociedad, que éstas en parte ya habían empezado a germinar, por lo que se necesitaban apenas algunas reformas democráticas para que estallaran en flor. Sigo pensando que algunas condiciones estaban dadas, y que quizás continúen existiendo en Cuba. Pero pienso también […] que los componentes sin duda positivos de los sistemas de salud y educación por sí solos no hacen justicia a los derechos de niños y mujeres, ni al equilibrio social, que no ofrecen ninguna visión de futuro sin la participación y la co decisión de la ciudadanía. A esto sirven las libertades tradicionales […] mientras no se usen en detrimento de los demás, como en los casos de la libertad empresarial en la “economía libre de mercado” y el “libre comercio” en tiempos de una globalización plenamente desarrollada […].

Mientras la sociedad civil y los gobiernos se abstengan de regular esas “libertades”, el abismo entre la riqueza y la pobreza se agrandará. Y bajo el impulso de la caza de la mayor ganancia las guerras y las debacles ambientales alcanzan dimensiones apocalípticas.

Sin embargo, el hecho de tomar conciencia de las libertades del capital no nos debe llevar a no reconocer lo indispensable de las libertades de la persona. Justamente estas libertades estaban ausentes en los países socialistas, que fueron también mi punto de referencia. El hecho de que en los años veinte la Unión Soviética se convirtiera en mi punto de referencia, al igual que para millones de personas de todo el mundo, no debía sorprender en un país que había pasado por una guerra devastadora y por la hiperinflación, y poco después se hundía en su crisis económica más grave. […]

En cambio, quienes buscamos una salida al fatídico círcu­lo capitalista nos orientamos a la victoriosa revolución rusa. Nos marcó y nos inspiró a intentar una nueva revolución en Alemania. Esto estaba bien. Pero el hecho de que copiamos el camino soviético y su modelo, no lo estaba.

Desde mi conciencia compartía lo expuesto sólo en parte, porque en aquel momento militaba en la Juventud Comunista de Oposición (Kommunistische Jugend, Opposition –Kjo–), una escisión del Partido Comunista (Kpd, por su sigla en alemán).1 Nosotros favorecimos una estrategia diferente para Alemania, porque a nuestro juicio –a diferencia del del Kpd– no estábamos en los umbrales de una revolución socialista, sino, por el contrario, ante la amenaza de una contrarrevolución fascista. Por lo tanto contamos a los socialdemócratas entre nuestros posibles aliados, no entre los adversarios o enemigos. Aun así, la Unión Soviética fue un faro de esperanza para nosotros, y también para mí. También pensamos que en la controversia entre Rosa Luxemburgo y Lenin, cuyo eje había sido justamente la cuestión de la democracia, la razón estaba con Lenin.

Efectivamente, en la Unión Soviética existía el socialismo –de la forma que fuera–, pero en Alemania, nada. Sin embargo, el sistema soviético terminó colapsando, Rosa tenía razón.

Sin ánimo de rendir culto al ahistórico lugar común “Bien está, lo que bien acaba” y su contraparte “Mal está, lo que mal acaba”, decidí –tarde, pero al fin– revisar críticamente las decisiones de Lenin desde la revolución de febrero de 19172 hasta su temprana muerte en 1924. Fue un genio de la historia mundial que supo orientarse a un objetivo ciertamente lejano e ideal, pero con una sólida base científica-social en el contexto de un entorno duro que se oponía. En este camino reaccionó con asombrosa velocidad a los cambios en el mundo y en su país, pero también a sus propios errores

Los fines no justifican los medios, y los motivos echan sus luces y sombras sobre el objetivo trazado. Pero también es cierto que este objetivo no se alcanza sin la gesta valiente que remueve los obstáculos; de lo contrario, todo queda a nivel de un deseo bien intencionado, sin que nada cambie. “Nosotros que quisimos preparar el camino para la bondad, no pudimos ser bondadosos”, escribía Brecht y pidió “indulgencia”. Por esto hay que ponderar qué acción nos hará avanzar, sin convertirse en obstáculo al paso siguiente. Dicho de otra forma: ¿qué acto, por más que signifique un retraso, dejará el camino despejado hacia los pasos que nos permiten avanzar? Un ejemplo sería la nueva política económica (Nep, por su sigla en ruso) entre 1921 y el primer plan quinquenal de 1928.3 A lo mejor no existen recetas universales con respecto a la relación más apropiada entre la respuesta inmediata a la realidad y el impacto de esa respuesta a largo plazo sobre el desarrollo social; lo cierto es que la libertad y la democracia cumplen un papel importante como puente entre el hoy y el mañana. […]

A pesar de la violencia que suele formar parte de una revolución, hasta el atentado contra Lenin4 fue poca la sangre derramada durante la revolución rusa de 1917, y las libertades civiles sufrían pocas restricciones. Pero los disparos contra el líder de la revolución fueron más que un episodio. Detrás de ellos se escondía la contrarrevolución latente de las clases feudales y burguesas que habían sido expulsadas del poder. Sin embargo, fue desmesurado el “terror rojo” que se desencadenó seguidamente, no tanto por su intento de contener la amenaza potencial a través del terror, sino por su impacto sobre amplios grupos de la población y, más específicamente, sobre los intelectuales.

La revolución desalentó a grupos que fueron indispensables para la construcción material y cultural del país. En los hechos, la represión genera un efecto doble: si bien bloquea la oposición al régimen, también paraliza las fuerzas creativas para la construcción del sistema. El lema posterior, “el socialismo es el poder soviético más electricidad”, es un fiel reflejo del menosprecio del ser humano en una ecuación, donde el progreso dependía exclusivamente del poder del Estado y la técnica […]

Esta contradicción entre los objetivos humanistas de los comienzos y los medios represivos se profundizó con el tiempo. Lo que en los tiempos de Lenin habían sido medidas de emergencia bajo circunstancias extraordinarias, se convirtió bajo Stalin en una virtud universal en todos los niveles y en todo momento. En la concepción de Lenin el camino elegido abría las puertas hacia el objetivo del socialismo a largo plazo […]. Stalin en cambio, al promulgar la “Constitución socialista” definitiva (en 1936), mientras hizo fusilar a la vieja guardia de la revolución, congeló cualquier evolución posterior y liquidó la conciencia revolucionaria por completo. Desde entonces no quedaba más que la rutina diaria […]. El socialismo quedaba reducido a cantidades que se medían en las estadísticas de la producción de bienes. Por esta vía la Unión Soviética alcanzó altos niveles de desarrollo industrial y tecnológico que se plasmaban en enormes avances durante la primera mitad del siglo XX, aunque luego dieron paso al estancamiento en la segunda mitad del siglo, en la era de la tercera revolución industrial.

Sin embargo, debemos preguntarnos cómo fue posible que nosotros –en el mundo occidental– consideráramos ejemplar ese modelo de desarrollo, que tomáramos ese socialismo de Estado como universal y como camino hacia la emancipación de la humanidad, como si fuera la única alternativa imaginable a la sociedad explotadora y represora capitalista.

Es cierto, no había alternativa real existente. Los estados eran “socialistas” o “capitalistas”. ¿Se nos escaparon los déficits sociales y humanos? Se podía pensar en otros modelos sociales, a pesar de su “inexistencia”. ¿Pensamos que su realización sería imposible?

En realidad, fue así. Porque el capitalismo no sólo detentaba el poder económico, sino que dominaba también la opinión pública. Más allá de la influencia política que sus medios ejercían sobre la mayoría de la población, ayudó a internalizar al régimen social como el único posible y natural. Fijó además la educación predominante en las familias y las escuelas de cada persona: que el mundo, tal como estaba, no debía ser transformado. Para romper ese muro de la normalidad predominante se necesitaba una potencia del mismo peso. Esa potencia debía ser tan radical como el poder del sistema existente que permeaba todos los niveles de la vida. La historia de las revoluciones parecía darle la razón a este razonamiento. Jamás una clase dominante se había retirado sin haber empleado con toda brutalidad la totalidad de los medios a su alcance. Desde siempre, la historia de los pueblos había sido una historia de luchas más o menos brutales. Y donde hay violencia no cabe la libertad. Sin embargo, ante lo inevitable de la revolución, cabe preguntarse lo siguiente: ¿se puede poner un punto final a una época revolucionaria? ¿Y, a partir de qué momento las personas internalizan las nuevas relaciones, al mismo punto en que lo habían hecho con las anteriores? Así la violencia podría amainar, y el potencial creativo del nuevo sistema tendría la libertad para desplegarse plenamente.

A la revolución estadounidense le alcanzaron pocas décadas para consolidarse como la nueva normalidad, la revolución francesa necesitó algo más de tiempo. Sin embargo, la rusa pareció haber necesitado cada vez más represión. ¿Habrá sido así por la radicalidad más profunda de los cambios y el contraste mayor con el resto del mundo? Nosotros lo interpretamos en ese sentido, y esta justificación desacreditaría a esta revolución y a todas las que vendrían. Si nuestra interpretación se ajustaba a la realidad, por mucho tiempo no habría lugar para la libertad.

Lo aceptamos, y lo llamamos “dialéctica”. No había otra manera de transformar los sistemas milenarios de clase con sus guerras y conflictos inevitables en una sociedad sin amos ni siervos.

Sin embargo, no tuvimos en cuenta que no sólo era necesario que el antiguo régimen se tornara insoportable para la mayoría de la población […]; para construir y respetar el nuevo régimen también se necesita una mayoría. No es lo mismo: el “hombre nuevo” no nace con la revolución; con suerte podrá evolucionar a partir de ella. Pero la coacción, del tipo que sea, no crea seres humanos mejores, sino seres sumisos.

Ese dilema entre el objetivo de la justicia social y la represión del ancien régime condujo al establecimiento de un aparato estatal jerárquico, que se establecía al poco tiempo como nuevo gobernante y clase privilegiada. Que no lo viéramos, se debía a nuestro –mi– error de no reconocer a la democracia como condición indispensable del progreso social.

 

TOMO III.

Como la luz del sol en el prisma… lleno de colores. Me resultó más fácil corregir otros errores, no se necesitaba el derrumbe de una potencia mundial para hacerlo.

Desde mi infancia he sido un aficionado a los libros. A esto se agregó más adelante que el ruido de la fábrica me causó problemas auditivos, por lo que recurría cada vez más a la palabra escrita que a la hablada para informarme sobre el mundo. Probablemente sea por esta razón que tomaba buena parte de lo leído literalmente. Fue así en lo relacionado con la sexualidad –como joven había leído las obras de Van der Velde, pero también de Wilhelm Reich–5 lo que no funcionaba del todo, cuando lo tomé demasiado literal, pero también con lo que había leído en Marx, negro sobre blanco, como suele presentarse todo lo impreso, cuando la realidad está llena de muchas tonalidades de gris y también de mucho color.

Por lo tanto, antes de llegar a Uruguay, donde no me quedaba otra opción que valerme por mí mismo, tenía una visión muy esquemática de las cosas y confiaba mucho en la lógica que se presenta muy lineal e inequívoca en la teoría y, en general, en todo lo escrito. Pero la vida fue más compleja. Comprendí rápidamente que siempre se juntan varios factores y que se debe tener en cuenta las situaciones concretas, incluso cuando se avanza hacia un objetivo. […]

Otro aspecto que corregí más adelante fue mi fascinación por el determinismo. Todo debía ser determinado, y al principio en la forma más primitiva. Me impresionaba sobre todo un cuento de Mark Twain, “El extraño misterioso”, que trata de un juicio de brujas en la profunda Edad Media. Lo que me fascinaba más que los hechos en sí, era la inexorable coherencia lógica de la sucesión de los acontecimientos, la cadena de causas y efectos que no podía desembocar en un final distinto al descrito. Un solo aspecto de la larga secuencia habría cambiado el resultado. De la misma manera entendí la realización de una sociedad socialista como el fin último de un proceso histórico predeterminado de antemano.

Las derrotas, tanto personales como políticas, me dejaron pensando, pero como la fe en el progreso se había convertido en un credo […] seguía sin dudar de la causalidad de todos los hechos.

***

Empecé a cambiar mi modo de pensar recién después de leer la Dialéctica sin dogma, de Robert Havemann, y cuando conocí el principio de incertidumbre, de Heisenberg; la indeterminación de la simultaneidad, de Einstein; y la noción hegeliana de la coincidencia como categoría objetiva. Efectivamente, si en la naturaleza inanimada o en su análisis científico por la física y la química no todo era posible, pero cada causa podía conllevar dos o tres consecuencias, y si en situaciones límite prevalecía la probabilidad por sobre la determinación, cuánto más debía aplicar todo esto a la naturaleza animada y, más aun, a la sociedad humana. De ahí concluye Havemann: “No existe el futuro, nosotros lo construimos”.

Y Rosa Luxemburgo planteó la alternativa: “socialismo o barbarie”. Ya conocemos la barbarie. Hoy en día muchos se esfuerzan por lograr una convivencia más humana, pero los poderosos –y no solamente ellos– se oponen. Lo que hoy está en juego ante las amenazas bélicas y ambientales es la supervivencia. En esta contienda aún no se ha dicho la última palabra, el resultado dependerá de nosotros. 

 

  1. La Kjo fue la organización juvenil del Partido Comunista Alemán – Oposición (Kommunistische Partei Deutschlands – Opposition –Kpo–), que defendía la formación de un frente unido de todos los partidos trabajadores contra la amenaza fascista.
  2. A fines de febrero de 1917 se puso fin a la monarquía rusa y se formó un gobierno provisorio bajo la conducción de los mencheviques socialdemócratas que fue derrocado por los bolcheviques bajo la conducción de Lenin en la revolución de octubre.
  3. Posteriormente al comunismo de guerra de los años 1917 a 1921, la Nep ofrecía más espacio a las iniciativas económicas del sector privado para mejorar el abastecimiento, hasta que se implementó la nacionalización de todas las áreas de la economía a partir de 1928.
  4. En agosto de 1918 dos balas hirieron a Lenin gravemente. La anarquista y revolucionaria social Fanny Kaplán fue acusada de haber cometido el atentado y fusilada sin proceso judicial.
  5. La Trilogía sobre la felicidad matrimonial, del reformador sexual holandés Theodor Hendrik van der Velde, y La revolución sexual, del psicoanalista austríaco Wilhelm Reich, fueron trabajos revolucionarios de la pedagogía sexual de los años veinte, al igual que los trabajos de Max Hodann y Magnus Hirsch­feld. Las notas al pie son de Gert Eisenbürger.         

(Traducción del alemán: Dieter Schonebohw)

Información adicional

Autor/a: Ernest Kroch
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Fuente: Brecha

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