‘’Mi madre acabó hundiéndose del todo y, por decisión del tribunal, la llevaron al hospital psiquiátrico de Kalamzoo (…) Aquel día supe que no volvería a ver a mi madre. Ya que nos habían considerado números y no seres humanos, yo habría podido volverme una persona mala y peligrosa. Mi madre había llegado a ese estado porque la sociedad había fallado en su deber, se había mostrado hipócrita, avara, inhumana. Eso me enseñó a no tener compasión por una sociedad que primero aplasta a los hombres y luego los castiga por no ser capaces de soportar la prueba’’
Un pequeño fragmento en la biografía de Malcolm X (Haley, 2015), que trata sobre la psiquiatrización de su propia madre, nos abre un mundo de posibilidades y conecta, en el otro lado del charco, con Leopoldo María Panero: ambos comprendieron el secreto mejor guardado de la psiquiatría, en palabras de Panero: que la psiquiatría es una ciencia devorada por el capital que olvida que volverse loco es la única posibilidad. La ciencia que buscaba extraer la piedra de la locura se levantó hace tiempo en pie de guerra contra su sujeto. Es el brazo armado del capital dentro de nuestro componente más íntimo: El castigo de la conducta y el desvío. No solo eso, se castigan nuestras relaciones con el poder y el capital, la persona psiquiatrizada entorpece, molesta, es inservible y perturba el orden social, económico y moral -casi podríamos decir político- de la sociedad. No es un castigo que responda a tu situación con respecto a la normatividad, sino que más bien se castiga y se reprime aquello que trasciende a lo individual, a la propia conducta, el loco es considerado un enemigo social en tanto en cuanto perturba la continuidad y el orden del capital.
El loco se rompe en las dinámicas de la explotación capitalista y a la vez rompe y zarandea su flujo. Guillermo Rendueles (2017) expresa: “el malestar no depende de la psique individual, sino que es consecuencia de las relaciones de explotación y sumisión que genera el capitalismo”. El capital explota al trabajador y, como bien dice Malcolm X, le castiga por no soportar la prueba, le encierra, le ata, le droga…, reprime y maltrata su cuerpo por estar indefensos ante un poder cruel, violento y frenético.
Foucault ha escrito largo y tendido sobre psiquiatría y es interesante descubrir que para él: ‘’Dejar de estar loco es aceptar ser obediente, poder ganarse la vida, reconocerse en la identidad biográfica que han forjado para uno (…)”. Aceptar la enfermedad por la locura implica someterse a lo que el capital te ha designado, preguntarte “¿quién soy?’’ y que el capital responda ‘’un esquizofrénico’’, pensar “¿qué soy?’’(Foucault, 2005) y tener que responderte ‘’profundamente inservible en esta sociedad’’. Esto porque la locura es un término colectivo: La sociedad sufre al loco mientras que la enfermedad la sufre el individuo.
Pero nadie como los colectivos en primera persona y sobre todo aquellos que se ven obligados a apoyarse mutuamente para sobrevivir para explicar esto. Xarxa GAM nos dice: “¿Estando en el psiquiátrico te han dado ganas de fugarte? En tal caso has entendido que: La institución psiquiátrica se convierte en la más opresora que has visto nunca. Te prohíben hacer cualquier cosa que ellas no hayan previsto para ti (…) Las normas dañan la esencia de tu ser, la imposición de comportamiento se establece como medida de control, deteriorándote como individuo. No sólo has de obedecer, has de subyugar todo tu ser a su lógica represora, no te dejarán marchar hasta que demuestres que la has asimilado.” (Xarxa GAM, y Rojo, 2018).
En todo proceso de psiquiatrización hay una guerra, un proceso de sometimiento que subyace a todos los mecanismos que la psiquiatría usa para doblegarte. Antonucci señala que el ingreso psiquiátrico es una cuestión de poder: Si una mujer pobre dijera que existen los demonios en la consulta de su psiquiatra sería psiquiatrizada, ingresada y probablemente torturada, pero si un obispo acudiera a la cita con su psicóloga/psiquiatra y contara exactamente lo mismo se consideraría una cuestión completamente normalizada. Esta no es la única historia de poder que podemos leer a través de Antonucci. El psiquiatra italiano señala que la propia decisión de psiquiatrizarte es tomada de forma jerárquica, es siempre una decisión coaccionada. Expone: “se acaba en el manicomio o en una clínica psiquiátrica por decisión de alguien con más poder: puede ser el padre que tiene más poder que la hija, el marido que tiene más poder que su mujer, el jefe que tiene más poder que el empleado, etcétera” (Antonucci, 2018).
Esto se debe a lo que ya observa Franco Basaglia sobre que ‘’la medicina y la psiquiatría son motivo de opresión y son un medio violento utilizado por el poder contra los hombres’’.
Hablar de la psiquiatría como una guerra puede sonar algo chocante, en principio, para quien no se haya acercado progresivamente al activismo en salud mental pero lo cierto es que los muros de la consulta son un campo de batalla. Mientes por sobrevivir, te torturan, pero sobre todas las cosas es una guerra por el expolio y la extenuación de los cuerpos débiles. Lucha contra ellos por que claudiquen a su bandera, por que acepten lo que el que tiene más poder les ha designado, y consuman en lo que se les ordena. Cuando el cuerpo está totalmente conquistado se le expropia la capacidad de consumir, está sujeto e insertado en el ciclo del consumo y, con suerte, podrá reengancharse a la cruel producción que le ha llevado a esa situación si este desgaste no le ha llevado a su completa destrucción. Trabaja extenuado por las drogas, sintiéndose un extraño; ya no solo alienan sus condiciones de trabajo, está inserto en la alienación que el psiquiatra produce en su misma identidad: le han arrebatado el cuerpo, le han convertido en otro en sí mismo.
El SPK (Colectivo de pacientes socialistas en alemán, posteriormente convertido en el Frente de pacientes) ya mencionaba que el capitalismo y el fascismo expoliaban el cuerpo y colonizaban tu identidad para ‘’capitalizar tu enfermedad basándose en los criterios del (plus) valor’’. Es en esta situación tan perversa donde se dan situaciones que resultan casi cómicas como es la de Obra Social la Caixa, la misma que mañana acabará desahuciándote, financiando gabinetes y psicoterapias. Esta es la perversidad de una disciplina absorbida por el capitalismo, pagarte la terapia cognitivo-conductual para que no te pueda la angustia pensando en que no puedes pagar un alquiler que te llevará al desahucio. No es casualidad esta financiación, mientras un acto político como es todo desahucio destroza tu vida, un gabinete de psicólogos financiado por la misma entidad se encargará de individualizar tu sufrimiento, atarte a un tratamiento, atarte al consumo, conseguir que tu trabajo, por precario que sea, no se interrumpa y bloquee la producción y, sobre todo, alienar todo tu potencial revolucionario, alejar tu sufrimiento como herramienta colectiva y encerrarte en un cuerpo que ya ni siquiera es tuyo, sino que te ha sido sustraído por toda una disciplina. El castigo no solo se basa en atarte dentro del psiquiátrico, sino también fuera.
Este colonialismo del cuerpo es el capitalismo de las farmacéuticas que consiguió perfeccionar su modelo hasta el extremo. Dice Robert Whitaker, preguntado por su experiencia, que ‘’los psiquiatras ganaron poder’’ con la llegada de los psicofármacos. Al sistema tampoco le vino mal, fue la entrada en un modelo cruel y efectivo pero que, y siguiendo con Whitaker, se perfeccionó hasta tal punto que ‘’se creyeron su propia propaganda’’. Es el extractivismo de lo humano, el capital fomentando el consumo y consumiendo el cuerpo de los que consumen. Nos encontramos en un modelo que solo puede ser considerado cómplice del dolor que genera romper a las clases bajas en la explotación del trabajo y los ritmos frenéticos y violentos de su día a día. La psiquiatría y las farmacéuticas crean una industria perversa: ‘’Están creando mercado para sus fármacos y están creando pacientes. Así que si se mira desde el punto de vista comercial el suyo es un éxito extraordinario. Tenemos pastillas para la felicidad, para la ansiedad, para que tu hijo lo haga mejor en el colegio” (Whitaker, 2015).
Dice Robert Whitaker, preguntado por los diagnósticos psiquiátricos: Solo una sociedad neoliberal asume la perversidad de la cita ‘’pastillas para que tu hijo lo haga mejor en el colegio’’ sin pestañear, mirando hacia otro lado. Ni siquiera hace falta irnos tan lejos, ya la OMS nos da una definición sintomática en esta línea. Dice la OMS en su definición sobre salud mental: ‘’(Es) un estado de bienestar en el cual el individuo se da cuenta de sus propias aptitudes, puede afrontar las presiones normales de la vida, puede trabajar productiva y fructíferamente y es capaz de hacer una contribución a su comunidad’’
No solo están creando mercado de fármacos, también están tapando los agujeros que deja su sistema, están haciendo negocio con las violencias que devienen de él. Hoy el trabajador deja de ser productivo en su puesto de trabajo y pasa a ser rentable en las industrias internacionales. Una imagen altamente productivista que sostiene un ciclo que saca el máximo rendimiento a los cuerpos atándolos dentro y fuera en un negocio de masas: “En 2007, gastamos 25.000 millones de dólares en antidepresivos y antipsicóticos y, si queremos considerar esta cifra en perspectiva, pensemos en que superó el producto interior bruto de Camerún’’. Cifra terrible desde la óptica en la que el consumo de psicofármacos se ha convertido en un best-seller de la industria.
Ni Fisher hubiera podido imaginar lo que se podría hacer con nuestra vida más íntima. Se estrechan los lazos entre los beneficios del trabajo y la industria que crece exponencialmente. No es para menos: según un último informe de CCOO (2021), ‘’una de cada cuatro personas ocupadas toma sedantes o somníferos’’. Reflexiona Antonucci sobre esto: ‘’Nuestra limpia y organizada sociedad (…) tiene como finalidad la explotación del hombre para producir dinero o poder. Su resultado es la eliminación del trabajador que no aguanta el ritmo de producción, el trabajo a destajo, la cadena de montaje, los desplazamientos diarios, el desempleo, la emigración y la explotación. Estas personas, los trabajadores y sus hijos, llenan los institutos psiquiátricos, donde el sistema comete el segundo gran crimen (…) son segregados y reducidos al silencio; se actúa para que no se puedan defender (electroshock, los psicofármacos…) y para que no perturben a los culpables’’. Giorgio Antonucci sabía qué son las opresiones las que generan el sufrimiento psíquico, es el propio sistema quien te obliga a claudicar y acabar psiquiatrizado.
Un extractivismo que ya comentaba Mark Fisher con su ‘’privatización del estrés’’ y que se entremezcla con el panóptico foucaultiano y su punitivismo. Supone romper a los más débiles y devolverlos a una industria perversa (en el mejor de los casos) o extenuar su subjetividad y sus cuerpos en base al consumo y la represión. El sistema de salud mental supone la ruptura de tu propia subjetividad a través de los psicofármacos, las torturas y las vejaciones que lo acompañan. Dice también un informe del comité de fábrica de la Bartolini: ‘’(Los psiquiátricos son) sistemas de contención, lugares de marginación social de los inadaptados, o sea de todos aquellos que no han podido adaptarse a los ritmos de explotación física y psíquica impuestos por el sistema capitalista, quienes son considerados, pues, fuerza ‘improductiva’, como individuos ‘inútiles’ y peligrosos para la sociedad’’.
Hace unos años salía aquella noticia sobre que los inuit tenían la tasa de suicidio más alta del mundo y para mí fue una epifanía. Resulta comprender que la tarea del activismo en salud mental es hacer entender a aquellos abocados a la marginalidad, a perpetuarse en las clases más bajas, que se verán tarde o temprano, si no dentro, al menos al filo de la psiquiatrización. Conseguir que los colectivos LGTBI, antirracistas, etc, estando al filo o sumidos en la psiquiatrización, sientan lo que los obreros italianos sintieron en la época de la antipsiquiatría en Italia: ‘’me reconozco en quienes están ahí dentro porque son quienes no han resistido’’, pensar de forma global e interseccional lo que ya dijo Franco Basaglia: ‘’Nosotros queremos cambiar radicalmente las relaciones que se establecen entre nosotros. Y cuando digo nosotros, me refiero a compañeros, sindicalistas y no sindicalistas, a los trabajadores que quieren luchar contra el poder’’
Implica, al fin y al cabo, hacer comprender que cuando decimos que ‘’sin locos no hay revolución’’ no es un recurso literario o propagandístico, sino la constatación de una realidad. Y es que los locos son los nuestros.
Por Alberto Cordero
16 diciembre 2021
Alberto Cordero es militante de Anticapitalistas y Abrir Brecha y activista de Orgullo Loco
Referencias
Antonucci, Giorgio (2018) El prejuicio psiquiátrico. Iruña: Katakrak.
CCOO (2021) “La salud física y mental de los trabajadores, en caída libre por el coronavirus” La salud física y mental de los trabajadores, en caída libre por el coronavirus | ctxt.es
Foucault, Michel (2005) El poder psiquiátrico. Madrid: Akal.
Haley, Alex (2015) Malcolm X. Madrid: Capitán Swing.
Rendueles, Guillermo (2017) Las falsas promesas psiquiátricas. Madrid: La Linterna Sorda.
Whitaker, Robert (2015) Anatomía de una epidemia. Medicamentos psiquiátricos y el asombroso aumento de las enfermedades mentales. Madrid: Capitán Swing.
Whitaker, Robert (2016) “La psiquiatría está en crisis”, El País, https://elpais.com/elpais/2016/02/05/ciencia/1454701470_718224.html
Xarxa GAM y Rojo, Hugo (2018) Otra mirada al sistema de salud mental. Descontrol. Osalde
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