La guerra no es la respuesta a la profunda inseguridad planetaria

Nos llegan graves noticias de la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

El último Informe sobre Desarrollo Humano (2021-22) registra que, por primera vez en treinta y dos años, el Índice de Desarrollo Humano ha registrado un segundo año consecutivo de descenso. Los avances de los cinco años anteriores en ámbitos como la salud y la educación se han visto anulados por este retroceso. “Miles de millones de personas se enfrentan a la mayor crisis del costo de la vida en una generación”, dice el informe. “Miles de millones se enfrentan ya a la inseguridad alimentaria, debido en gran medida a las desigualdades de riqueza y poder que determinan los derechos a la alimentación. Una crisis alimentaria mundial les afectará más”.

Aunque el informe de la ONU señala la pandemia y la guerra en Ucrania como las fuentes inmediatas de esta angustia, un informe anterior sobre seguridad humana señala que “más de 6 de cada 7 personas en todo el mundo percibían sentirse moderadamente o muy inseguras justo antes del estallido de la pandemia COVID-19”. Ciertamente, la pandemia y las recientes presiones inflacionarias debido al conflicto en Eurasia han hecho la vida más difícil, pero esta preocupación precede a ambos acontecimientos. El problema más profundo es el sistema capitalista mundial, que se tambalea de crisis en crisis, y que ha hecho muy difícil la vida de más de seis mil millones de personas.

En el Instituto Tricontinental de Investigación Social, hemos estado trabajando en la comprensión de la naturaleza de esta seguidilla de crisis y sus causas subyacentes desde nuestra creación hace casi cinco años. A lo largo de este periodo, hemos sido testigos del aumento, no de la cooperación mundial para hacer frente al hambre, el desempleo, los problemas sociales, la catástrofe climática, etc., sino de una mentalidad y unas estructuras que promueven la guerra como solución. El líder aquí ha sido, sin duda, Estados Unidos. Contra China, por ejemplo, ha llevado a cabo una guerra comercial y ha intentado utilizar argumentos de seguridad nacional para perjudicar los avances de la sofisticada tecnología china. Mientras que la mayoría de los países —alentados por el creciente descontento social de las masas— han mostrado voluntad de cooperar a nivel internacional para hacer frente a las preocupaciones más acuciantes de sus pueblos, Estados Unidos ha seguido una peligrosa estrategia de amenazas políticas y confrontación militar para preservar sus ventajas económicas, ya que no puede mantenerlas por medios comerciales.

Para comprender mejor los problemas acuciantes que definen nuestra época, el Instituto Tricontinental de Investigación Social se asoció con la prestigiosa revista socialista Monthly Review y la plataforma pacifista No Cold War para estudiar los nuevos avances en la estrategia militar y en el arsenal de Estados Unidos. Esta investigación ha dado sus frutos en nuestra primera publicación de una nueva serie denominada Estudios sobre Dilemas Contemporáneos. Este estudio, Estados Unidos está librando una Nueva Guerra Fría: una perspectiva socialista, contiene ensayos de John Bellamy Foster (director de Monthly Review), John Ross (miembro de No Cold War) y Deborah Veneziale (investigadora del Instituto Tricontinental de Investigación Social ). La sección inicial de mi introducción al estudio constituye el resto de este boletín.

En la reunión del Foro Económico Mundial en Davos (Suiza), el 23 de mayo de 2022, el ex secretario de Estado estadounidense, Henry Kissinger, hizo algunos comentarios sobre Ucrania que tocaron fibras sensibles. Planteó que Occidente, liderado por Estados Unidos, debe posibilitar un acuerdo de paz que satisfaga a los rusos en vez de dejarse llevar por “el estado de ánimo del momento”. “Continuar la guerra más allá de [este] punto”, dijo Kissinger, “no se trataría de la libertad de Ucrania, sino de una nueva guerra contra la propia Rusia”. La mayoría de los comentaristas occidentales sobre política exterior pusieron los ojos en blanco y desestimaron sus observaciones. Sin embargo, hay que reconocer que Kissinger, que no es un pacifista, resaltó el gran peligro de una escalada no solo por el establecimiento de una nueva cortina de hierro alrededor de Asia, sino por  tal vez comenzar una guerra abierta y letal entre el Occidente y Rusia, así como China. Este resultado impensable era demasiado incluso para Henry Kissinger, cuyo jefe, el expresidente Richard Nixon, hablaba frecuentemente de la teoría del loco de las relaciones internacionales: Nixon le dijo a su jefe de gabinete, Bob Haldeman, que tenía “su mano en el botón nuclear” para aterrorizar a Ho Chi Mihn y que capitule.

Durante los preparativos de la invasión ilegal a Irak por parte de EE. UU. en 2003, conversé con un alto cargo del Departamento de Estado que me dijo que la teoría predominante en Washington se reducía a un eslogan simple: “dolor a corto plazo para ganancia a largo plazo”. Me explicó que la opinión general es que las élites del país están dispuestas a tolerar el dolor a corto plazo de otros países, y tal vez de la clase trabajadora estadounidense, que podría experimentar dificultades económicas debido a los trastornos y la carnicería creados por la guerra. Sin embargo, si todo sale bien, este precio va a resultar en una ganancia a largo plazo, ya que Estados Unidos logrará mantener lo que ha tratado de mantener desde el final de la Segunda Guerra Mundial, que es la primacía. Si todo sale bien es la premisa que me dio escalofríos mientras él hablaba, pero lo que me sacudió igualmente fue la insensibilidad sobre quienes tienen que enfrentar el dolor y quienes disfrutarían las ganancias. Se decía muy cínicamente en Washington que valía la pena que los iraquíes y los soldados estadounidenses de clase trabajadora sufrieran impactos negativos (y murieran) mientras las grandes empresas petroleras y financieras pudieran saborear los frutos de un Irak conquistado. Esta actitud: “dolor a corto plazo para ganancia a largo plazo” es la alucinación que define a las élites en Estados Unidos, que no están dispuestas a tolerar el proyecto de construir dignidad humana y la longevidad de la naturaleza.

“Dolor a corto plazo para ganancia a largo plazo” define la peligrosa escalada de Estados Unidos y sus aliados occidentales contra Rusia y China. Lo que llama la atención de la posición de EE. UU. es que trata de impedir un proceso histórico que parece inevitable, que es el proceso de la integración de Eurasia. Después del colapso del mercado inmobiliario estadounidense y la gran crisis crediticia en el sector bancario occidental, el gobierno chino, junto con otros países del Sur Global, dieron un giro hacia la construcción de plataformas que no dependieran de los mercados de América del Norte y Europa. Estas plataformas incluyen la creación del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) en 2009 y el anuncio de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI o Nueva Ruta de la Seda) en 2013. El suministro de energía de Rusia y la enorme cantidad de metales y minerales que posee, así como la capacidad industrial y tecnológica de China, atrajeron a muchos países, a pesar de su orientación política, a una asociación con la BRI sustentada por la exportación de energía rusa. Estos países incluyen Polonia, Italia, Bulgaria y Portugal, mientras Alemania es actualmente el mayor socio comercial de China en materia de bienes.

El hecho histórico de la integración de Eurasia amenaza la primacía de Estados Unidos y de las élites atlánticas. Esta amenaza es la que impulsa el peligroso intento de Estados Unidos de utilizar cualquier medio para “debilitar” tanto a Rusia como a China. Los viejos hábitos siguen dominando en Washington, que hace mucho que busca la primacía nuclear para negar la teoría del détente [distensión]. EE. UU. ha desarrollado una capacidad nuclear y una postura que le permitirían destruir el planeta para mantener su hegemonía. Las estrategias para debilitar a Rusia y a China incluyen el intento de aislar a estos países mediante la escalada de una guerra híbrida impuesta por Estados Unidos (como las sanciones y la guerra de información) y un deseo de desmembrar a estos países y luego dominarlos a perpetuidad.

Estados Unidos está librando una Nueva Guerra Fría, es un documento escalofriante, que esperamos que sea leído por personas comprometidas de todo el mundo y que ayude a movilizar una urgente campaña mundial por la paz. La paz es esencial, sobre todo en Ucrania. En el número de septiembre/octubre de 2022 de Foreign Affairs, Fiona Hill (ex asistente adjunta del presidente Donald Trump) y la profesora Angela Stent escribieron que en abril, «los negociadores rusos y ucranianos parecían haber acordado tentativamente las líneas generales de un acuerdo provisional negociado» en el que Rusia se retiraría a las fronteras anteriores mantenidas antes del 23 de febrero y Ucrania prometería no buscar la adhesión a la OTAN.

Sin embargo, en un movimiento revelador de la agenda de Occidente, el primer ministro del Reino Unido en ese momento, Boris Johnson, llegó a Kiev e instó al presidente ucraniano Volodymyr Zelensky a romper las negociaciones. Aunque Ucrania estuviera dispuesta a firmar un acuerdo de seguridad con Rusia, dijo Johnson, Occidente no lo respaldaría. Así, Zelensky cesó las negociaciones y la guerra continuó. El artículo de Hill-Stent revela la peligrosa táctica de Occidente, que prolonga un conflicto que ha incrementado el sufrimiento ucraniano y ruso, y ha extendido la inestabilidad por todo el mundo, para perpetuar su Nueva Guerra Fría contra China y Rusia.

El 17 de septiembre, la y los autores del estudio serán protagonistas del Foro Internacional de la Paz organizado por No Cold War. Les invitamos a acompañarnos.

El Informe sobre Desarrollo Humano de la ONU señala que «los puentes que conectan a los distintos grupos son uno de nuestros activos más importantes». No podríamos estar más de acuerdo. Debemos construir más puentes en lugar de bombardearlos.

17/09/2022

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