
Toda época de cambio, como la que va entre el declive de un imperio y el ascenso de otro, somete a la humanidad de la época, sobre todo a los países que están circunscritos al área de influencia de las potencias, a un período de desorden e incertidumbre.
No es extraño que así suceda, mucho más cuando el imperio que decae se resiste a morir, desplegando todo tipo de medidas para conservar sus poderes, privilegios y beneficios en todas las áreas y en todos los planos, tanto locales y regionales como globales. Sucedió así en el siglo XVIII con Inglaterra, hasta cuando consolidó su dominio global, para lo cual, además de su imposición por la vía de la fuerza, también resultó fundamental su apropiación e impulso de la primera revolución industrial. Además de dar cuenta de Francia, su enemigo de varias centurias, lo hizo del régimen de producción feudal, prolongado en Europa por varios siglos.
Ocurre de manera similar en los albores del siglo XX, en este caso ante la agonía-muerte del imperio inglés, a la par del entierro de los restos del Imperio Otomano y el ascenso de los Estados Unidos, desenlace en el cual fue igualmente importante la apropiación que logra de la segunda revolución industrial, en disputa también con Alemania. En este caso no muere ningún régimen de producción; por el contrario, se potencia el dominante entrado en la fase imperialista.
Pese a características que les son comunes, las circunstancias que hoy vivimos trazan distancia con las que marcaron el progreso-muerte de poderes globales entre el siglo XVIII y comienzos del XX. Es así porque el mapa mundial va cambiando con el ascenso y el desarrollo del capitalismo, pasando de dominar unas áreas del mundo hasta integrar todos los territorios a su campo de influencia y su control.
Ocurre que durante el siglo XVIII, para el capitalismo, el mundo era en lo esencial Europa y Asia, y por tanto los efectos de las disputas entre imperios se extendían y afectaban de manera especial a todo lo incluido en esas coordenadas. Débil coletazo llegaba a Nuestra América, Oceanía y África. Y aunque esa era la nota primordial, los efectos de la invasión napoleónica a España, en un último esfuerzo del Imperio Francés por controlar Europa, disparó la crisis de la Corona ibérica, lo que alimentó contradicciones en su interior y despertó desobediencias en sus fuerzas militares, todo lo cual contribuyó a que fuera coronada la causa de la independencia latinoamericana.
No bastan buenas razones
En esta lucha entre el imperio que muere y el que nace, en medio de la disputa por conservar o ganar el poder global de su época (mediados del siglo XVIII), como es conocido, el Imperio Español mordió el polvo, lo que no se da por fuera de la confrontación militar, extendida por diferentes flancos y en distintos años de aquel período histórico e incluso antes. Con todo ello podemos decir, como lo refrenda la experiencia, que las buenas razones y hasta las evidencias son insuficientes para que un poder u otro acepten su declive y cedan el paso a las nuevas fuerzas que toman su lugar. En otros tiempos, tanto Roma como el imperio Persa se habían resistido ante la evidencia. La iglesia católica misma, en su hegemonía imperial de varios siglos, también es muestra de ello.
Como parte de este mismo devenir histórico, en medio de la creciente del poder inglés, una vez enterrado el modo de producción feudal y derrotada de manera plena la monarquía con la revolución de 1848, otro tipo de confrontaciones, en este caso sociales, toma cuerpo, protagonizada por las dos clases que desde entonces e incluso hasta nuestros días marcarán el mundo. Alzamientos sociales, masacres de inconformes, revoluciones triunfantes unas y derrotadas otras, así como una extensa y amplia disputa por derechos de diverso tipo, toman forma como parte de esta confrontación.
Son dinámicas y lecciones de la historia que no podemos desconocer al valorar las tendencias de todo orden que caracterizan el año y la década en que entramos con el 2020. Es un período de la historia marcado de manera fuerte por la crisis/descenso del imperio estadounidense y el avistamiento en el horizonte del que pudiera sucederlo. Ese descenso/ascenso –que posee sus particularidades con respecto a las experiencias retomadas, entre ellas que ahora no solo está en declive el imperio hegemónico desde hace un siglo sino igualmente en crisis el sistema capitalista todo– sume al mundo en desorden y caos global, con manifestaciones de ello en ambiente, economía, demografía, agricultura, ordenamientos urbanos y sistema financiero.
Tenemos ante nosotros, entonces, una doble transición: por el dominio global, el cual, como todo lo indica, ya no será más unipolar sino multipolar, y por el sistema de producción. Y la disputa no será corta, como tampoco lo fue en la mayoría de las experiencias conocidas, sino que se tomará varias décadas, cinco o más en el peor de los casos.
En la particularidad del sistema de producción que tomará forma en medio del declive-crisis capitalista, todavía ninguno de los países y sus clases lidera una opción viable: solo son variantes más verdes, más rosadas, del capitalismo. Paralelo a ello, desde diversidad de sectores alternos, proyecta sus luces una opción-expectativa poscapitalista, pero aún sin alcanzar fuerza suficiente para materializarse.
Resistiendo a la confrontación bélica que implica ser vencidos, los Estados Unidos esgrimen sus defensas y como parte de ello potencian una nueva carrera militar, dotándose para la misma de un presupuesto fiscal para el año 2020 –que empezó en octubre de 2019– que ningún otro país tiene ni de cerca: 738 mil millones de dólares, ampliando, además, sus fuerzas militares con un nuevo cuerpo, el Espacial, acorde con la realidad desatada por la tercera y la cuarta revolución industrial, la colonización en curso desde décadas atrás de la órbita espacial por centenares de satélites, el despliegue de escudos antimisiles como contención de cohetería de todo tipo, en especial aquella con capacidad para transportar ojivas nucleares, así como por la pretensión humana de colonizar uno o varios planetas, a la manera de mecanismo para conservar la vida y prolongar su dominio en caso de una hecatombe nuclear, y como efecto de la propia crisis ambiental, en toda su ampliación, que afecta y ahondará su impacto al conjunto de la humanidad. Problemas de respiración, multiplicación de enfermedades de diverso tipo, abastecimiento de agua y otros anexos a la imposibilidad de llevar una vida en plenitud, harán parte de la misma. El afán de los multimillonarios de colonizar prontamente un lugar más allá de la Tierra no es fantasía (1).
Estamos ante una nueva carrera militar, en la cual unas potencias con menor presupuesto militar orientan el mismo hacia factores estratégicos que puedan equilibrar las cargas. De ahí las investigaciones en cohetería y armas en general con tecnología cuántica (2), a la par de transformar el poder ejecutivo de sus países, haciendo de los jefes de Estado verdaderos comandantes estratégicos de sus respectivos países, investidos de un poder tal, indicativo de que estamos en un período de preguerra, y que los esfuerzos de los imperios están dirigidos en especial a evitar que la contraparte se sienta segura de un triunfo rápido si opta por la confrontación abierta.
Vladimir Putin al frente de Rusia y Xi Jiping a la cabeza de China son muestra clara de las transformaciones vividas por el Ejecutivo en sus respectivos países. Jefes de Estado con poderes plenos, dirigiendo sus países por décadas, en realidad generales en jefe de los mismos, lo que permite explicar el momento histórico que vive la humanidad y la fuerte tendencia hacia una colisión fatal. Es una realidad de la cual no está lejos el Ejecutivo en Estados Unidos, donde el equilibrio de poderes empieza a resquebrajarse. El autoritarismo, como tendencia creciente, encuentra uno de sus soportes en esta realidad, y su fortalecimiento será cada vez más evidente. Mayor extracción de plusvalía a la fuerza de trabajo, para incrementar o recuperar por parte del capital la tasa de ganancia, simultáneamente con un mayor rigor en el control del mercado propio, o los ajenos bajo dominio, son otros de los factores que alimentan el giro autoritario que vive hoy el mundo y que irá en incremento en la nueva década que ahora marca el calendario.
Esa transición de imperio y de sistema de producción proyecta una colisión de poderes imperiales de la cual ningún país será ajeno, la que por el momento asume una confrontación de fuerzas a través de terceros países y en regiones allende sus propios territorios: Oriente Medio en general, como centro productor de la materia prima esencial del capitalismo, y poseedor de las mayores reservas de la misma –sumando al conjunto de sus países–, es el teatro de sus operaciones. Todo indica que la reorganización en que entrará este territorio llevará a que su control quede bajo el liderazgo de Rusia, que, con apoyo de China, impondrá allí sus reglas. El factor Israel deberá entrar en negociaciones que en alguna forma le darán aire al pueblo palestino.
Oriente Medio es un territorio de importancia estratégica para las dos potencias ahora aliadas en múltiples terrenos, forzadas a ello por el enemigo que comparten. Por un lado, Rusia requiere ampliar la zona de contención para dificultar cualquier ataque en contra suya, y, por el otro, China ha trazado por tal territorio una parte de la Ruta de la Seda, a la par de transitar por allí el petróleo que alimenta su industria y su funcionamiento en general. Israel, potencia nuclear regional y avanzada estadounidense, es el enemigo por controlar, y eso es posible materializarlo mediante diversidad de acuerdos que beneficien a las partes. Estados Unidos, de un lado, en medio de conflictos abiertos por doquier, tendrá que elegir entre concentrar más fuerzas y disputar de modo cada vez más abierto tal teatro de operaciones o redirigir sus fuerzas prioritariamente hacia el mar del sur de China, como esclusa para impedir la extensión/consolidación del poderío que ya ostenta la potencia asiática, obligando al imperio americano al abandono de esta parte del mundo, lo que aceleraría su declive (3).
Se trata de escenarios y tendencias de la geopolítica global que conservarán su vector actual o pudieran verse redimensionados por el resultado que arrojen los comicios presidenciales de noviembre próximo en Estados Unidos, coyuntura clave, tanto porque dirime por unos años más el grupo de poder al frente del imperio en descenso como porque con su resultado queda clara la trayectoria táctica y diplomática que señalarán su devenir en los siguientes cuatro años: operar cada vez más abiertamente, desestructurando toda la arquitectura que ellos mismos impusieron en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, lo que ya no es útil para sus intereses, o avanzar tras igual propósito de manera más o menos negociada con sus mejores aliados.
En este hipotético escenario, quienes sufren hasta ahora, y seguirán afectados a lo largo de esta nueva década por la decisión de los Estados Unidos de no ceder su trono sin oponer resistencia, está la Unión Europea, en un acuerdo de acción territorial mancomunada en diversidad de áreas, con beneficio de convivencia pacífica por décadas, que corre el riesgo cada vez más abierto de regresar al estadio que tenían antes de la década de los 80 del siglo XX, e incluso mucho más atrás. El triunfo del brexit en el Reino Unido así lo indica, y los factores nacionalistas en la diversidad de los países que integran la Unión señalan en tal dirección.
Por ahora, el Imperio se vale de los acuerdos posguerra mundial que le dan privilegios para extender sus tropas a lo largo y ancho de Europa, adelantar allí sus armas estratégicas y disponer esos territorios como avanzada para diferentes propósitos, en particular para maniobrar conjuntamente en caso de una confrontación de cualquier orden. La Otan es parte de este acuerdo. La sumisión del “viejo continente” ante las demandas y amenazas de quien hoy está al frente de la Casa Blanca facilita la concreción de los propósitos del Imperio e indica que esta parte del mundo, como un todo, quedará, en los años que vienen, cada vez más relegada en la disputa por el reparto mundial.
El 2020 y la década que nos lleva hacia los años 30 se mantendrán marcados, además, por fenómenos como las migraciones, en la cual diversos países de África y América Latina mantendrán la expulsión de sus poblaciones en procura de trabajo e ingresos seguros. La constante del desempleo es creciente. La reducción –allí donde lo hubo– del Estado de Bienestar y con ello la pérdida o minimización, cada vez más notoria, de los derechos humanos, relegados a simple letra muerta, testimonio de algo que por décadas logró cierta materialización como fruto del ascenso de la izquierda, en su direccionamiento y su estímulo a las luchas directas de diversidad de pueblos anhelantes de justicia, igualdad, paz, bienestar, solidaridad, descolonización, soberanía. La Guerra Fría, como parte de este fenómeno, también contribuyó a contener la implementación de medidas regresivas, abiertamente a favor del capital y en contra de los derechos humanos, pero, una vez diluida, la ofensiva del capital es contundente. Fueron unos logros a los que también contribuyó el ascenso al gobierno, en diversidad de países del Viejo continente, de sectores progresistas –socialdemocracia.
Los efectos de la aludida ofensiva connota abundancia de males para el conjunto de los habitantes de nuestro planeta, tanto por el ahondamiento constante de la desigualdad social y la concentración de los frutos del trabajo de millones de seres humanos en unos cuantos personajes (4), como por la disparada de una crisis climática que tiene en vilo el futuro de la humanidad.
Son aquellos unos males que solamente resultan contenibles por la sociedad global, desde la particularidad de sus países, pero logrando una sintonía de fuerza desde el alzamiento social global. Una contención, a partir de la conciencia por un presente que ya es futuro, que al mismo tiempo detenga la reducción de la democracia a su mínima expresión, simple formalidad (elecciones), como está sucediendo, haciendo de ella un campo de batalla para que en realidad sea participativa, directa, radical, plebiscitaria.
Otras muchas particularidades tienen luz propia y llamarán nuestra atención a lo largo del año 2020 y de la década que ahora empieza. La creciente desocupación del campo y el incesante crecimiento de las ciudades será una de ellas. Las presiones económicas y militares que recaen sobre sus pobladores, así como la ausencia o la debilidad de políticas gubernamentales, nacionales e internacionales, que incentiven su vida y su labor alrededor del agro, así como la conservación de las particularidades culturales que le son características, son parte de los motivos para que así suceda.
De la mano de su desocupación llegan la imposición y la ampliación de una economía agraria que está ligada al extractivismo latifundista, a partir de monocultivos sembrados en áreas que cubren cientos y miles de hectáreas. Es una producción agrícola, para uso humano, animal e industrial, soportada en muchos casos, y con tendencia creciente, en semillas ‘mejoradas’, modificadas genéticamente, que someten al campo y la naturaleza en general al envenenamiento que produce la cantidad de tóxicos con que deben ser fumigadas, a la reducción o la desaparición de la biodiversidad en todas sus manifestaciones, y a la humanidad en general a una alimentación cada vez menos diversa, insípida, baja en proteínas y vitaminas, proceso de siembra y transformación de granos y verduras cuyas consecuencias para la salud humana y animal en general aún no están claramente establecidas, pero que en el campo de la cultura gira hacia lo que algunos autores describen como su macdonalización.
Por su parte, la imparable urbanización del mundo seguirá incrementando problemáticas para la salud, derivadas del modelo de desarrollo imperante y de un transporte que ahoga las urbes en esmog y altos niveles de contaminación auditiva y visual. La reducción del tamaño de las viviendas, llevadas al extremo de parecer colmenas, su mala e ineficiente aireación, la ausencia de sol para gran cantidad de las mismas, la desaparición de espacios comunes en muchos barrios, etcétera, someten y someterán incesantemente a la humanidad a una deshumanización de sus centros de vivienda y trabajo, ahondando una crisis, la del urbanismo, que demanda replanteamiento en procura de recuperar la calidad de seres humanos que, como especie debemos conservar, alejándonos de la condición de seres-máquinas, tendencia que celebra el capital, en procura de mano de obra dócil, que no reclama ni se organiza para defender sus derechos.
El desempleo, la mala calidad en su remuneración, la informalidad laboral, la ofensiva neoliberal en un intento por extraer más renta de quienes venden su fuerza de trabajo (al reducir salarios vía eliminación de beneficios como primas y bonificaciones, cajas de compensación, horas extras, etcétera), son otras tantas aristas que conservarán su tendencia durante la década que abre su agenda.
Son tendencias y devenires en los cuales las mayorías de nuestras sociedades no debieran resignarse a ser actoras pasivas sino, como está sucediendo por estos meses, decidirse por un liderazgo desde el cual sacar a flote una opción de vida diferente de las dos planteadas en su contorno, que en el largo plazo son una misma.
El tiempo que ya corre y los años por venir nos indicarán con toda seguridad si así ha sucedido.
1. Elon Musk revela detalles de su proyecto de gran escala para colonizar Marte en 2050 con un millón de personas, https://www.desdeabajo.info/ciencia-y-tecnologia/item/38663-elon-musk-revela-detalles-de-su-proyecto-a-gran-escala-de-colonizar-marte-para-el-2050-con-un-millon-de-personas.html).
2. Esta tecnología impulsa cohetes a velocidades superiores 20 y más veces a las del sonido; radares con capacidad para detectar aviones y otras armas hasta ahora invisibles, criptografía de nueva generación, etcétera. https://www.technologyreview.es/s/10871/como-las-armas-cuanticas-cambiaran-las-guerras-del-futuro.
3. https://www.seguridadinternacional.es/?q=es/content/el-mar-del-sur-de-china-nodo-de-la-geopol%C3%ADtica-regional-y-mundial-del-siglo-xxi
4. “Tiempo para el cuidado. El trabajo de cuidados y la crisis global de desigualdad”, www.oxfam.org
América Latina, de cara a la inestabilidad política
De regreso al pasado. La nota típica de América Latina durante los años 50-80 del siglo XX eran los golpes de Estado, tantos que parecía que vivíamos en una región de ficción. En esos golpes, los militares eran los actores que se destacaban, ya que asumían la misión encomendada por el gobierno de los Estados Unidos, así como de los poderes civiles detrás del golpismo, verdaderos beneficiados, unos y otros, de cada cuartelazo.
Transcurridas varias décadas de aquella inestabilidad política, de aquella lucha abierta por el control del poder en la diversidad de nuestros países, de violencia institucional desenfrenada que dejaba en harapos los derechos humanos, cuando se había ganado cierta normalidad y existía un aire de una mayor redistribución de la riqueza nacional, sin afectar la estructura de clases, la concentración de la riqueza y la propiedad de los más ricos, el camino del golpismo retoma su lugar, en este caso sin aparecer los militares, a no ser de manera muy episódica, ahora reemplazados por jueces o altos funcionarios del gobierno descabezado.
Sin duda, los tiempos cambian y de su mano las formas de la política gubernamental, nacional e internacional. Así, como prolongación de las nuevas formas asumidas por el golpismo, en los años que nos llevarán al 2030, y como parte de la decisión de Estados Unidos de conservar/recuperar su control total sobre la región, seguirán estando presentes los golpes de Estado suaves, y como parte de estos el golpismo judicial, unos y otros en defensa supuesta de la ‘democracia’.
Como parte de esta realidad, de la violencia sin reparos ni miramientos, típica del golpismo de los gorilas, pasamos a la prevalencia de las apariencias y al ejercicio de una violencia con foco cerrado y formas ‘democráticas’. Así lo permite concluir Brasil, pero también Bolivia, los dos últimos países que padecieron las nuevas formas del intervencionismo estadounidense. Para el caso de Bolivia, el próximo 3 de mayo, en caso de no quedar espacio para una segunda vuelta presidencial, quedará sellado el golpe de Estado que se fraguó el 10 de noviembre pasado, bien en dirección golpista, bien dándoles, de nuevo, espacio a los sectores progresistas.
En los ojos del águila, celosa de la presencia de Rusia, China e Irán en la región, están Venezuela y Nicaragua; Cuba, la cereza del pastel, continuará como propósito máximo del intervencionismo del imperio. Las reformas de todo orden que la isla caribeña afronta, como medida urgente para superar las limitaciones de un modelo de Estado y social agotado, indicarán si esta experiencia de soberanía y dignidad logra un segundo aire, el que impediría que la inconformidad interna lo subvierta.
Marcará esta década, a ambos lados de la cadena, la inestabilidad política o la crisis permanente de gobernabilidad, de manera que quien controle las riendas del gobierno deberá enfrentar, por el lado del status quo, la protesta social que demanda punto final para el neoliberalismo y todo lo que le es preciado. Por el lado progresista, su incapacidad para potenciar un modelo económico alterno y su persistencia con proyectos extractivistas, que le generan alejameniento de los pobladores del campo, como de sectores urbanos que luchan por la preservación de la naturaleza. Sin flujo económico suficiente para implementar políticas redistributivas diferentes a las ya existentes, es poco lo que el progresismo puede ofrecerle a la sociedad.
Estamos ante un escenario en el cual entrarán a jugar, de manera cada vez más abierta, los narcotraficantes, ahora actuando como mafias que controlan territorios y someten a quienes los habitan, propiciando desplazamientos de todo tipo, usurpando tierras, acometiendo proyectos extractivistas, es decir, actuando como también lo hacen los propietarios del sector industrial, comercial y financiero. Ahora, y de manera cada vez más clara, el narco estará integrado al sistema y la clase que lo controla.
En este marco complejo de luchas sociales permanentes, indígenas y mujeres estarán a la cabeza, ampliando derechos. Los pueblos originarios mantendrán su constante en procura de la tierra necesaria para vivir, y alrededor de ella en defensa de la biodiversidad y el equilibrio ambiental. Entre estos pueblos, los organizados como zapatistas saldrán de nuevo a confrontar a nivel nacional y de manera directa al gobierno, buscando bloquear megaproyectos el Tren Maya y otros que rompen sus territorios. Las mujeres, por su parte, emplazarán de manera cada vez más intensa a la sociedad, en pos de igualdad efectiva y cese a la violencia contra sus cuerpos.
Ni una ni otra serán luchas fáciles ni lineales. Serán complejas, arduas, y sortearán flujos de distinto tipo al tener que enfrentar la reacción creciente de los sectores más tradicionales de la sociedad. En todo caso, la experiencia ganada hasta ahora por indígenas, como por movimientos feministas, permiten augurar que en esta década consolidarán posiciones y más apoyo social.
A la actual dinámica no escapa Colombia, donde las hegemonías que la sometieron por tantos años al exterminio muestran fracturas, debido de manera preponderante a las contradicciones al interior de los sectores dominantes y al intento de reagrupación de los sectores marginados. Sin una agenda particular de estos últimos, sin proyecto propio, poco podrán esperar del desenlace de la disputa interburguesa, cuyo resultado prolongará el dominio de la tradición o abrirá nuevos surcos para el modernizante, pero sin cambiar la esencia del establecimiento.
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