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Cunas convertidas en ataúdes. Colombia, niñez

La noticia de infantes muertos por efectos de la persistente injusticia que reina en Colombia no es nueva. Desde hace varios años es cada vez más inocultable que algo grave, muy grave, ocurre en nuestro país. El modelo económico que lo rige hace agua. Por eso se impone destacar que ahí no para el dolor causante de la injusticia propiciadora de la muerte de tantos infantes.


 


Según Paul Martin, representante de la Unicef en Colombia, de los 18 millones de niños con que cuenta el país, cerca de 10 millones están en edad escolar (básica primaria). De ellos, dos millones y medio van a trabajar y no a estudiar. De estos niños trabajadores, 1.700.000 son adolescentes, y 800 mil tienen edades que fluctúan entre los 6 y los 11 años. El 80 por ciento labora en el sector informal.


 


Según la ONU, 10 millones de colombianos tienen alguna carencia nutricional y seis millones de ellos sufren de desnutrición severa. Los problemas de este orden empiezan desde el período de gestación, por lo que la anemia y el raquitismo son frecuentes, con niveles alarmantes del 33 por ciento entre niños de 1 a 4 años con anemia, y 37 por ciento entre 5 y 12 años. Más de la mitad de los menores de 18 años es población anémica. Son deficiencias corporal-cerebrales irreversibles, que genera desventajas y dificultades de aprendizaje con respecto a niños de otros sectores sociales o de otras sociedades. Son 13 millones de jóvenes y niños que viven en la pobreza, causa real de sus problemas.


 


Pero esto no es todo. El 13,5 por ciento de los niños colombianos acusa retraso en su crecimiento y tiene estatura por debajo de la norma, lo cual indica –si es un período mayor de 6 meses– malnutrición crónica. La talla de 6,4 millones de infantes menores de 17 años es ostensiblemente baja para su edad, y el grupo más grande que sufre esta anomalía tiene entre 10 y 17 años, con el 16,2 por ciento, “pues, por estar en un pico de crecimiento, ya no tendrá más oportunidad de recuperar esa talla”.


 


Se trata de una realidad dolorosa pero que tiene muchos otros síntomas escandalosos: de cada dos niños que nacen, uno es indeseado, cada año 200 mil adolescentes se hacen madres, la mayoría solteras y cabezas de familia, al tiempo que 750 mil niños abandonan la educación básica en igual rango, lo que representa el 7 por ciento nacional en el área urbana y el 13 en el área rural. Un millón de muchachos, aproximadamente, están por fuera del sistema educativo. Como si fuera poco, entre 1985 y 2002, alrededor de 1.750.000 niños colombianos sufrieron los rigores del desplazamiento en el país, como manifestación innegable del conflicto que aqueja al país.


 


Mientras esto sucede, en instituciones como el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar (ICBF), que tiene como objeto la atención y cuidado de los infantes, guarda $ 680.000 millones de pesos en TES (dinero depositado en bancos para ganar intereses y para que el sector financiero obtenga más ganancia), según denuncia del Contralor General de la República. Este es uno de los tantos contrasentidos que explican en parte la ineficiencia del sector público en nuestro país, integrado por funcionarios que administran pensando y calculando su beneficio y su lucro personal.


 



Colombianidad descolorida


 


En estos tiempos en que se apela constantemente a la colombianidad y el orgullo patriotero, cada pronunciamiento oficial se presta para que vaya acompañado de dudosas estadísticas. No es de extrañar que, en medio de la amplia desinformación que reina en Colombia, la niñez sea la evidencia más dramática de la infamia. La actual injusticia social parece una suerte de guerra que se alimenta en la vida de cada niño. No se trata de cifras sobre niños víctimas; se trata de un pueblo que padece un modelo económico, social y político que le roba su infancia, convirtiendo las cunas en ataúdes.

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