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“Que el futuro no sea sólo una prolongación del presente”. Walter Benjamin:

 


 


Manuel Hernández. ¿Qué acontece hoy con el pensamiento de Walter Benjamin?


 


Manuel Reyes Mate. Benjamin es ahora un autor de referencia mundial. Su sombra se proyecta sobre sus contemporáneos; tiene mucho que ver con el despertar de la memoria por todos los siglos. Es impensable la memoria actual sin Benjamin; por otro lado, ha sido este fenómeno de la memoria lo que ha dirigido la atención en Walter Benjamin.


 


MH.Algunos dicen que Benjamin no ha sido imitado, y en cambio sí saqueado…


 


MRM. El saqueo de Benjamin también tiene que ver con la dificultad para entenderlo; es decir, leer las tesis y quedar fascinado por observaciones brillantísimas: “No hay un documento de cultura que no sea de barbarie, el progreso es la barbarie, nada ha facilitado o favorecido tanto al fascismo que considerarle como lo contrario del progreso, porque al alimentar el progreso se multiplica el fascismo”. Frases de éstas.


 


MH. ¿Qué lugar tiene la religión en el pensamiento de Benjamin?


 


MRM. La religión se ha interesado por la memoria de los muertos. Ha hecho algo que se le escapó a la razón moderna, ocuparse de los vencidos y las víctimas. En eso, la religión ha sido atenta y él quiere recuperar ese aspecto porque entiende que no se puede hacer una teoría para los vivos si no se les hace justicia a los muertos. Esa es su gran idea y la memoria no es una actividad psicológica en Benjamin; es una actividad evidentemente hermenéutica, es decir, es hacer visible lo que siempre ha estado pero era invisible. Hemos construido el progreso pensando en la conquista de nuevos espacios propios del progreso, legitimando los costos humanos y sociales. Eso significa que se entendía que el progreso tenía que fabricar víctimas. Lo que hay que cuestionar es el progreso.


 


Aprovecho acá para volver a la memoria, en primer lugar como categoría hermenéutica y en segundo lugar como categoría cognitiva; esto es importante porque, desde la cultura occidental en la filosofía clásica, la memoria produce sentimientos pero no conocimientos. Y de ahí el debate que en Europa tenemos, muy fuerte en España, entre los historiadores y los que defendemos la memoria.


 


Los historiadores no quieren oír y hablar de la memoria porque entienden que la memoria es incontrolable, produce sentimientos pero no conocimientos. Y en la carpeta donde aparecen las tesis “Teoría del conocimiento. Teoría del progreso”, para él la memoria produce conocimiento. Y hay un tercer aspecto de la memoria que es casi sinónimo de justicia. En Benjamin, memoria y justicia son prácticamente términos sinónimos, como olvido e injusticia ¿Por qué? En los papeles previos y en los debates, Horkhaimer lo formula muy bien: “Cuando se produce una injusticia está presente para quien la ejerce y para quien la padece; pero, fuera de esos dos, la injusticia sólo permanece si se la recuerda. La injusticia no es verdad. La existencia de la justicia depende por tanto de la memoria porque, gracias a la memoria, existe la injusticia”. Es fuerte eso; por eso son sinónimos.


 


MH. ¿Cómo se hace la historia ahora? Bueno, estamos en el caso colombiano inmersos en un proceso aparente de reconciliación y de reparación.


 


MRM. Él no renuncia en ningún momento a la universalidad. Para eso dice en la tesis tercera: “El historiador formado en mi escuela tiene que estar atento a lo grande como a lo pequeño”. Allí va explicando cuán importante es lo pequeño. En un texto previo, él defiende el motín de la anécdota, que nada se pierda ¿Qué está diciendo? Hay una parte de la realidad que ha logrado ser, la parte vencedora está presente, es una especie de patrimonio acumulado y sobre ella se construye el presente. Lo que le interesa a Benjamin es construir una realidad plena, y para eso hay que hacer presente lo ausente y allí están los vencidos.


 


MH. ¿Cómo caminamos? A partir de ese principio benjaminiano de la importancia de lo pequeño.


 


MRM. Hay un punto muy difícil en Benjamin: quién es el sujeto de la historia, quién la construye. Entonces él va matizando, es el oprimido, pero no uno cualquiera. Es el oprimido que lucha en una situación de peligro; es decir, entiende que no es automático. Es muy difícil captar ese pasado ausente, que es lo que permite un futuro distinto.


 


MH. Y que se le presenta a la conciencia como una iluminación.


 


MRM. Es un instante que se capta. Hacer presente ese pasado ausente es el resultado de una operación de la que interviene un sujeto. No cualquiera, uno en una situación de peligro y consciente de su necesidad. Eso hace muy difícil la construcción de la filosofía benjaminiana porque no se puede hacer arbitrariamente. Sentado en la mesa y desde su gabinete, uno no puede convocar el pasado. Supone un sujeto que en el presente está descolocado.


 


MH. Y sin embargo es capaz de darle freno al tren de la historia.


 


MRM. Esa sería la estrategia. Estamos pensando en el sujeto que construye la historia benjaminiana. No es el filósofo de gabinete; es un sujeto que vive en necesidad y es capaz en un momento determinado de descubrir en una huella de la historia un pasado que clama por su justicia. Hay que tener una mirada capaz de sorprenderse de un pasado, y no interpretarlo como parte natural de la historia sino como un pasado con una injusticia pendiente. ¿Quién es el sujeto capaz de captar la iluminación? Pero la iluminación no es más que la actualización del pasado irredento.


 


Iván Cepeda. Esta categoría de los vencidos es para mí un poco problemática ¿En qué sentido son vencidos? ¿Cómo se compatibiliza eso con lo que usted decía ahora? Segundo asunto, hay un momento y una situación específica para captar esa huella que supuestamente está perdida. Pero, digamos, las víctimas son aquellas que han padecido y han efectivamente perecido; pero también están aquellas que padecen y que viven ese padecimiento, que no necesitan captar esa huella porque son en sí mismas la huella, y porque viven en ese estado de permanente confrontación. Ahí están los sobrevivientes, los familiares, las comunidades que han padecido. Ellos no necesitan esa chispa sino que viven en la chispa misma.


 


MRM. El vencido no es el sujeto de la Historia. Es el sujeto presente, digamos, vivo. Se convierte en sujeto constructor de una historia por repetición de la misma, y su estrategia está iluminada por ese espacio vencido. El pasado que no ha tenido lugar. El pasado vencido hay que verlo en Benjamin en un contexto hegeliano. Hegel dice que la realidad es lo que ha sido y llegado a ser. Para Benjamin, realidad es también lo que no ha llegado a ser, que está frustrada. Ese es el vencido, cuyo proyecto ha quedado inacabado por alguna razón, precisamente como justicia pendiente. Lo que late en el debate sobre lo pasado es la idea de que la realidad no es lo fáctico porque ha logrado ser sino también lo que pudo ser.


 


IC. ¿Me permite que recurra a un ejemplo histórico? Los pueblos indígenas de Latinoamérica pueden ser captados como una realidad de esa naturaleza. Y sin embargo tenemos pueblos que están en una situación de resistencia que va más allá de 500 años cuya realidad no puede ser interpretada como que pudo ser y no fue, sino como una realidad que sigue estando allí como posibilidad real de existencia. No es acaso clausurar esa posibilidad con esta categorización que a mi modo de ver… bueno, digamos hasta dónde es cierto con realidades que supuestamente están clausuradas por efecto de confrontaciones históricas, pero que siguen resistiendo y son posibilidad hoy.


 


MRM. Pero eso es lo que precisamente abona la teoría. Ayer, en una conferencia, hablaba del padre Las Casas. En el debate de Sepúlveda y Las Casas. Las Casas llega a la conclusión de que sus argumentos son superiores, pero la historia es la base de Sepúlveda. Entonces Las Casas dice: “Las generaciones futuras tienen dos injusticias por saldar: una, lo que él llama el robo de bienes materiales, y, otra, la infamia del buen nombre”. Las Casas ha entendido que si las generaciones posteriores aceptan la definición de los pueblos indígenas que da Sepúlveda, la de los vencedores, entonces nuestras generaciones entenderemos que lo que ocurrió estuvo bien hecho porque aquellos pueblos eran incapaces de gobernarse; no eran sujetos históricos.


 


Los casos de Pinochet y Franco ilustran muy bien la tesis de Benjamin. Si tú quieres contar la historia de Chile o de España después del 73, o después del 36, no basta contar lo que hubo, hablar de Pinochet y de Franco. Para Benjamin, eso forma parte de la realidad, la ausencia de Allende y la ausencia de la república. Forma parte de esa realidad porque gracias a ella se ha acabado cuestionando la legitimidad de Pinochet y de Franco. Y, al final, ha vuelto en España la república bajo una forma moderada de democracia, y en Chile por lo menos la ausencia de Allende durante el pinochetismo ha acabado cuestionando la pretensión de Pinochet de ser la única realidad.


 


MH. Hay una potencia de semilla en lo que quedó sin realizarse porque el muerto es la víctima en un sentido, pero también su parentela. ¿Cómo habla ese rumor de la historia que hace Benjamin?


 


MRM. En Benjamin, también ha contado algo que al final es verdad: la modernidad es una amnesia. Benjamin ha dado cuenta de que la modernidad es constituida por un sujeto autónomo; eso es olvido. Por eso Habermas dice que la modernidad es postradicional, no cuenta nada de lo que ha sido. Y Benjamin lo que ha visto es que esa modernidad que se construye sobre definiciones del sujeto, sin tener en cuenta el pasado del que viene, acaba reproduciendo una cadena fatal de víctimas. El debate que hay en el parlamento francés sobre los descendientes de esclavos ha conseguido que se declare la esclavitud como crimen contra la humanidad, y al mismo tiempo que se cuestione el ideal republicano francés que fue concomitante y simultáneo a la práctica esclavista. Esto es una novedad que a los franceses les ha llegado al alma.


 


MH. Hay un punto tremendo. En Colombia lo llamamos el juramento a la bandera, como diciendo: “La declaración inútil”, el perdón de Sudáfrica, el reconocimiento del genocidio sobre la esclavitud africana, etcétera. No son un juramento a la bandera mientras las condiciones socio-estructurales de la sociedad capitalista no se acaben.


 


MRM. Yo creo que hay que someter a crítica los derechos humanos. Prefiero hablar de aspiraciones morales a que seamos iguales. Pero si no somos iguales, hablar de derechos humanos puede ser un gran engaño, porque la palabra derecho conlleva la idea de que, si no se respeta, hay alguien que sanciona. Los derechos humanos sólo existen si los Estados los afirman. Cada Estado los administra, su asistencia depende de que los Estados al final lo quieran. Pero que nadie piense que por eso de ser humano tienen derechos humanos. No tiene derechos humanos; tiene aspiraciones.


 


MH. En el caso de Colombia, a raíz del asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, se arma la resistencia de los gaitanistas por el país, y comienzan a perseguirlos y matarlos. Y empieza lo que se llama la violencia política, con 250.000 muertos en cinco años. ¿Cuándo vamos a recuperarnos de esos muertos? ¿y cuándo vamos a recuperarnos de los muertos indígenas de la Colonia y de todos los muertos que hemos venido acumulando durante estos 500 años? El proceso es tan complejo que resulta indisociable de unos cambios que la sociedad mundial no está en condiciones de garantizar. Estaría incluso capacitada, si la preparamos, para poner una pared con los nombres de todos, pero siempre y cuando las estructuras sociales no se alteraren.


 


MRM. Por eso yo digo que la reflexión política sobre las víctimas exige un salto cualitativo en la política. Esto no puede seguir así. Vamos a construir un mundo que puede ir a mejor, regular, pero siempre produciendo víctimas y eso ya no es tolerable. El olvido no es más que la naturalidad con la que tomamos la existencia de las víctimas. Eso es lo que está pasando en política. Hay muy poca gente que esté reflexionando políticamente sobre estas cosas.


 


MH. Cuando el testigo de las masacre de las Bananeras toma el tren lleno de cadáveres para botarlos al mar, decide irse al último vagón. Y en el momento en que se lanza del tren, llega a la madrugada a una casa a pedir café y la mujer le dice: “Aquí nunca ha habido muertos”. En ese mismo instante se cierra la metáfora. Gabo no habrá leído a Benjamin, de eso estoy seguro, pero la fortaleza intuitiva de la metáfora es absoluta.


 


MRM. Ocurre que en Benjamin hay dos tipos de muertes, la muerte física y la muerte hermenéutica, que es el borrar o banalizar.


 


IC. ¿No cree usted que los intelectuales y académicos también tendrían que escuchar más a las víctimas y sobrevivientes? Yo creo que tal vez allí hay una fuente sin explorar.


 


MRM. No escuchan porque ni históricamente les sirve. Hemos construido un sistema de conocimientos en el que el sujeto es irrelevante. Por eso decía Adorno sobre la gran lección de Auschwitz: “El nuevo imperativo categórico es entender que el sufrimiento es la condición de toda verdad, pero eso es extraño a Occidente”. Se piensa la verdad como algo aséptico.


 


Carlos Gutiérrez. En lo que dice Manuel habría un punto que no se ha perdido porque hay sujetos en todos los procesos, en todos los países y en toda la historia universal, que son los movimientos históricos. Y esos movimientos cargan el pasado, sus víctimas, y las están haciendo presente permanentemente en cada una de sus luchas. No hay movimiento histórico que pueda hacer una lucha presente con perspectiva de tiempo si no carga esa lucha. Entonces ahí no hay olvido. Hay olvido en la sociedad.


 


Los movimientos lo están manifestando constantemente, así la tecno-industria militar este allí, tenga fuerza, siguen cargando sus víctimas y van a ejecutar un proyecto. El olvido es institucional. El movimiento histórico, que por ahora es perdedor, lucha para salir en el momento y hará que triunfe eso que perdió antes.


 


MRM. Esa es la fuente de sentido que queda, la memoria de los vencidos. Lo que pasa es que una memoria está manipulada por un lado. Los humillados se someten porque acaban reconociendo que deben humillarse y reconocer la autoridad. Por eso Benjamin habla de una ráfaga a pesar de los políticos, de la memoria que han hecho sobre los vencidos. Esa maldición se enciende. Una aparición fugaz es lo que puede iluminar a los sujetos presentes y poner en marcha de nuevo los procesos políticos.


 




Discurso de Iván Cepeda, ganador de la Medalla de la Libertad Roger Baldwin


 



“Los derechos humanos son, a mi juicio, un proyecto político”


 


Señoras y señores:


 


Hace más de una década, ante el homicidio perpetrado contra mi padre, el último congresista sobreviviente del movimiento político Unión Patriótica, dejé la academia y decidí consagrar mi vida a la protección y promoción de los derechos humanos. Elegí trabajar con las víctimas de crímenes contra la humanidad.


 


Son múltiples las caras del reto que implica intentar superar esta experiencia traumática. En primer lugar, la impunidad. La impunidad no es, como se piensa a menudo, la sola ausencia de sanción judicial. La impunidad es la condición legal y culturalmente instituida por un Estado que ha cometido crímenes masivos. La impunidad crea una nueva articulación de relaciones entre los perpetradores y las víctimas, en la que las víctimas son tenidas bajo el control de quienes han utilizado métodos de terror. Por esta razón, es fundamental preservar en la memoria las campañas de exterminio del pasado. Pero es igualmente importante ser conscientes de las estructuras de opresión del presente.


 


Bajo ciertas circunstancias puede ocurrir también que la impunidad abierta ceda su lugar a otras formas de dominación y se esconda tras procedimientos de reparación humanitaria. Reducida a una forma de compasión, la reparación corresponde a un concepto de víctima que priva a las personas de su condición de actores con iniciativa. Esta clase de tratamiento de las víctimas perpetúa la desposesión de atributos jurídicos y políticos para grupos e individuos.


 


Durante estos años de lucha contra la impunidad, paulatinamente llegué a la convicción de que es necesario hacer consciente la diferencia entre la actitud humanitaria y la concepción propia de los derechos humanos, que son, a mi juicio, un proyecto político.


 


Nada tengo en contra de mitigar las consecuencias de las enfermedades, las catástrofes naturales, o los sistemas económicos y políticos arbitrarios. No obstante, la tarea de los defensores de derechos humanos no consiste solamente en aliviar el sufrimiento. Como dice uno de los grandes abogados en este campo, Roberto Garretón: “No basta con luchar para que un individuo no sea torturado. Necesitamos abolir la tortura”. Eso quiere decir que es imperativo transformar el sistema que produce el genocidio, la desaparición forzada, las ejecuciones extrajudiciales, la tortura, el secuestro, el desplazamiento forzado. Los derechos humanos son la vía más universal para construir ese ideal de convivencia justa: la democracia.


 


Como otras naciones, en su historia reciente mi país ha sufrido los efectos de los crímenes contra la humanidad. Pero con una peculiaridad sustancial. En contraste con otras sociedades en las que también han acontecido el genocidio y la guerra, en Colombia las atrocidades se han escondido bajo un sistema de democracia simulada. El de mi país es tal vez el caso más ilustrativo de los extremos a los que se llega a través del formalismo legal y de un modelo de aparente participación ciudadana.


 


Ante tal situación, el actual gobierno colombiano ha optado por una actitud negacionista. Contra toda evidencia, niega que exista el conflicto armado que afecta el país por más de cuatro décadas, y ahora busca persuadir a la comunidad internacional de que entramos en la era del posconflicto y la transición. Asimismo, niega que existan víctimas de la acción del aparato estatal. Y sobre todo niega que los grupos paramilitares hayan sido una creación de políticas de Estado y que sigan actuando.


 


En Colombia, el paramilitarismo es la demostración más consistente del carácter simulado de la democracia. Durante las últimas dos décadas, cerca de 20.000 personas fueron enterradas en sepulturas clandestinas en todos los rincones del país. Por medio de estas cruentas campañas, los paramilitares y las fuerzas armadas estatales impusieron gobiernos locales totalitarios.


 


Cerca de 4’000.000 de personas, el 10 por ciento de los colombianos, fueron desplazadas por la fuerza para usurpar sus tierras. Así, el paramilitarismo de Estado ha sido una estrategia de imposición de un poder despótico y de acumulación de riquezas y territorios.


 


Cerca de un centenar de los más estrechos colaboradores del presidente Álvaro Uribe están siendo investigados por la Fiscalía General de ala Nación y la Corte Suprema de Justicia por sus nexos con los grupos paramilitares. Esto demuestra que la desmovilización paramilitar es una ficción. El desmonte definitivo de las redes paramilitares es un paso ineludible en la búsqueda de democracia.


 


Las víctimas de la violencia en Colombia necesitan mucho más que asistencia humanitaria. Su realidad requiere ser reconocida. Su participación auténtica en todos los procesos sociales y políticos debe ser garantizada, sin que se les imponga una falsa reconciliación.


 


Expreso mi agradecimiento a Human Rights First por haberme distinguido con esta prestigiosa medalla. Asimismo, agradezco a la organización que postuló mi nombre US Office on Colombia. Este galardón es un revelador respaldo internacional a las víctimas de crímenes de Estado. Quiero dedicar este premio a todos los que hacen esfuerzos por erradicar los crímenes contra la humanidad en mi país: a las comunidades que resisten hoy al despotismo, a los defensores y defensoras de derechos humanos, a las organizaciones a que pertenezco –el Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado, y el Movimiento Hijos e Hijas por la Memoria y contra la Impunidad.


 


También dedico esta distinción a Brigadas Internacionales de Paz que desde hace años nos acompaña solidariamente, garantizando que podamos seguir trabajando en el país. Pero en especial, deseo consagrar este premio a una defensora de derechos humanos, que además de ser mi interlocutora permanente me ha acompañado a mí y a muchas otras víctimas de la violencia en Colombia con su luminosa presencia, su sensibilidad humana y su inteligencia. Se trata de Claudia Girón, quien además de ser mi colega es mi esposa. Con ella comparto este honroso reconocimiento.


20 de junio de 2007

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