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“Lo más valioso que tenemos es nuestra conciencia y no debemos venderla”. Desde la ‘suite Nº 2’

Su primer destino es Francia. Luego Bruselas, Italia –donde está prevista una reunión con el Papa, y después España– por invitación de varios diputados y organizaciones de derechos humanos y paz. Al regresar a su primer destino, el inmenso movimiento que reclama la liberación de Íngrid Betancourt, y el amplio tejido de organizaciones que laboran a favor de los derechos humanos y la resolución política del conflicto en Colombia, han organizado una gira nacional de tres semanas que incluye caminatas para escuchar a este hombre sencillo y con palabra de paz enraizada en la justicia, que ha convertido su carpa blanca en un lugar de peregrinación al que acuden millares de colombianos para brindarle aliento, manifestarle su solidaridad, suscribir la petición de Acuerdo Humanitario, anunciar la creación de un comité del impulso al Acuerdo Humanitario en una Universidad o un sindicato, o para compartir y solicitar consejo y apoyo en su dura brega para vivir en este país repleto de brutales paradojas.


 


El 18 de septiembre hablará ante el Parlamento Europeo, donde ofrecerá lo que llama “Mi regalo de amor y amistad a los colombianos”. Allí se escuchará, como pocas veces, no la voz soberbia que ha representado el egoísmo de quienes prefieren las dádivas de la riqueza y el poder a cambio de sacrificar a su propia población sino la voz humilde e íntegra de un hombre que ama la música con devoción, que ha sufrido el conflicto en carne propia y que conoce desde su experiencia, y no duda en expresarlas, algunas de las raíces de la confrontación que nos asuela desde hace décadas:


 


“En Colombia se ejerce la violencia a cada instante […] Los puestos, por ejemplo, los ocupan los recomendados desde el poder. Si te has preparado, si eres honesto, eso no importa, lo que decide es la recomendación. Así nos ocurrió a mi señora y a mí cuando buscamos en el año 90 un empleo. Al final pude encontrar uno, lejos de mi hogar, en Puerto Caicedo (Putumayo). Salía–en compañía de tres profesores– de vez en cuando adonde un familiar en Puerto Asís. Recuerdo que había un reten de los antinarcóticos y en la chalupa en la que viajábamos iba un curaca –un médico tradicional indígena– al que le ordenaron bajar, la indiecita que iba con él les imploraba: ¡No se lo lleven, por favor, no se lo lleven, nosotros vivimos en la vereda de arriba! Entonces, uno de ellos le dio con la culata en la frente a la indiecita y yo con esa rabia traté de levantarme pero uno de los profesores me agarró muy duro y me obligó a callar. Después que bajaron al curaca sonó un disparo, y unos momentos después una voz dijo: ‘Este no era’. Lo mataron y se habían equivocado”.


 


“En el año que estuve allí me tocó contemplar, directamente, el atropello y el crimen impune que ejercen sobre la población humilde todos los armados. Todos. Al cumplir un año, preferí irme de allí, donde ganaba 450.000 pesos, pero estaba lejos de mi familia, y regresar a Sandoná con mi mujer y mis hijos a ganarme 38.000 pesos mensuales que pagaban por diez horas cátedra cada día. Me enflaquecí”.


 


Entre el amor a la educación y la supervivencia


 


El 6 y el 11 de septiembre en horas de la noche visitamos al profesor Moncayo y al asombroso grupo de mujeres y hombres que con decisión lo acompañan en su caminar, la misma que reaviva el poema de Antonio Machado: “Se hace camino al andar”. Nuestro propósito, escuchar y dar a conocer las facetas de un hombre convertido en expresión viva del sentir popular, y el anhelo de paz genuina que comparte la mayoría de colombianos.


 


Esta noche lo acompaña la hermosa Darly Yinet, que con 25 años dejó sus estudios y su trabajo y se unió al grupo en Guacarí –de donde es el Gran Samán del Guere, el árbol impreso en las monedas de 500 pesos. Me uní, dice ella, “por solidaridad, porque sentí un inmenso pesar al saber sobre los jóvenes que consumen su juventud encerrados en la selva y quería que sintieran la energía, esas ganas de libertad para todos que muchos anhelamos”. También está Ricardo Piamba, unido al grupo en Popayán, y que clama por saber sobre su hermano Reinaldo, soldado profesional desapareció hace 10 años sin que el Ejército explique que ocurrió con él. Los dos, junto con otros integrantes del grupo, ahora irán al departamento de Nariño a recoger firmas en apoyo al Acuerdo Humanitario, y alentar la creación de comités de apoyo al mismo.


 


Quizá la tremenda atracción que ejerce el profesor Moncayo en Colombia obedezca a su capacidad de expresar con serenidad las verdades que siente la inmensa mayoría, verdades que la mayor parte de los medios de comunicación vela y distorsiona. Esa capacidad comunicativa está relacionada con una dimensión cuyo conocimiento ha sido utilizado por los encargados de vender productos y liderazgos en Colombia, para manipular la faceta emocional de nuestro pueblo: pensar con el corazón.


 


A su regreso de Putumayo, a Sandoná, sus ingresos económicos eran ínfimos, por lo cual cambió el horario diurno por el nocturno, dedicándose de día al arreglo de radios y televisores. Pero esa decisión le traería una grata sorpresa: “Más de cien niños escaparon de la escuela para rogarle con lágrimas que no se fuera”. En ese tiempo ya daba, sin cobrar, clases de música, y alentaba, sin paga alguna, la creación de grupos folclóricos. A esto lo impulsa su amor infinito por la labor de enseñar, unida a su irremediable encantamiento por la música –aprendió a tocar la guitarra y el charango viendo tocar y complementó con una cartilla que le prestaron.


 


El tío Hugo y Tío Sam


 


El 11 de septiembre, al ingresar en la gélida ‘Suite Nº 1’, llama la atención una parte de la carpa blanca tapizada de fotografías de hombres y mujeres que se encuentran detenidos como prisioneros de guerra o secuestrados (como Íngrid Betancourt) por las farc. El decorado conmueve. Es una parte del país que el poder desprecia. Cuando detallaba las fotos, llegó a saludar al profesor una delegación de 25 estudiantes de la Universidad del Tolima.


 


El anfitrión los recibe con cariño. Desde el inicio de su conversación se revela un timbre de indignación en las palabras que va pronunciando, mientras intenta serenarse jugando a marcar con la punta del bastón indígena, que le ha acompañado en su incesante caminar, las ranuras que separan los bloques del frío piso de la Plaza. Entonces expresa: “Ese Ministro que habló del no al despeje –que impide una vez más el ansiado acuerdo humanitario-, en realidad es el ministro del No al Despegue de la Agricultura. ¿Qué hace un país con un territorio tan rico, como el de Colombia, importando millones de toneladas de alimentos? ¿Por qué la clase dominante persiste en su actitud egoísta y se empeña en darle palo a la población? ¿Por qué mejor no le dan palo a la ignorancia? En lugar de convertir a millares de jóvenes en carne de cañón armada, y cerrar hospitales y condenar a los maestros y los niños a convivir e intentar inútilmente educar en espacios en los que se apiñan, con cursos de 40 y 50 estudiantes, donde hasta respirar es difícil por los malos olores de la sudoración. Se tendrían que crear más empleos de maestros, más escuelas, más hospitales, más viviendas, no condenar a los jóvenes egresados a vender confites o conducir taxis […]. Se pierden bellas oportunidades para los colombianos. Esperemos que esto mejore. Esperemos que el tío Hugo pueda hacer algo, ya que el Tío Sam hasta ahora lo ha impedido”.


 


Los estudiantes lo miran con inquietud, y él prosigue: “La mayor parte de la clase política colombiana me hace acordar del cuento de macumba […] hablan y hablan y no dicen nada, y nada hacen a favor de la población. Satisfechos con sus enormes salarios y presupuestos de gastos, permanecen indiferentes ante la situación de un pueblo que batalla cada día entre el hambre y la ignorancia impuesta, también, por la mayor parte de unos medios de comunicación que pertenecen a quienes dirigen y controlan al gobierno en Colombia. Todo, entonces, está manipulado, engañan al pueblo. Claudia Gurisatti, por ejemplo, me editó una entrevista transmitiendo sentidos que no eran los que había expresado, así lo hizo a pesar de haberle pedido que no editara mis palabras. ¡Eso no es correcto! Pero, ¿a quién pertenece el medio para el cual trabaja? Por todo eso nuestra labor, con todos aquellos que me acompañan, es un trabajo desde abajo para crear conciencia, un mensaje pacifista, una invitación a la no violencia. El Presidente dice: “Vamos a acabar con esos bandidos”, y su mensaje es de violencia y de muerte. ¿Por qué no dice: Vamos a convencer en lugar de acabar? […]. Si algo ha sido alentador durante todo este tiempo de lucha por la liberación de mi hijo Pablo Emilio, y de todos los retenidos y secuestrados, ha sido contemplar que niños y jóvenes se identifican con una palabra sencilla de paz, ayudar a cambiar el héroe violento, el rambo que acaba con todo, propagado por el Tío Sam, por el símbolo del caminante indoblegable por la paz […]”.


 


“Ustedes saben –prosigue– que en Colombia nos han enseñado la resignación. Hace unos días les dije a unos policías que en Girardot la emprendían a golpes contra la población de un barrio marginal que recibe desplazados. Se hacen las cosas porque sí, sin preguntarse por lo que se hace. Si se es policía, siempre se será policía. No piensan, no reaccionan, y no se dan cuenta de que hay que ponerse es del lado de los humildes. Se lo expresé también al general Palomino de la Policía, cuando intentó que en Bogotá caminara no por el centro de la vía sino por un ladito. Le dije ‘esta marcha es por la liberación de los soldados, de los policías y por la paz, mejor marche conmigo, a ver si me sigue el paso’. Entonces pude ocupar la vía y me acompañó”.


 


El auditorio guardaba silencio casi ceremonial. Él retrotraía sus ideas, afirmaba y enfatizaba: “Estas cadenas las cargo en rechazo a que puedan disponer de la vida de los otros. Son para impedir la liberación a sangre y fuego, exigir la no intervención de los cazarecompensas, y a que se continúe produciendo rambos criollos. No queremos el rescate armado. Si lograse que mi hijo regresara con vida, preferiría que renunciase a las armas, que no fuese más carne de cañón, pero respetaría su decisión si quisiese lo contrario. Creo que lo más valioso que tenemos es nuestra conciencia y no debemos venderla. En lugar del servicio militar obligatorio, podría existir el servicio social. En Colombia hace mucha falta. Algo tiene que pasar con la ética profesional en las universidades, porque muchos se venden al que más pague, y por paga están dispuestos a realizar cualquier cosa.


 


¿Cómo es posible que en Colombia los maestros y los que trabajan en salud no puedan jubilarse hasta que cumplan los 65 años, cuando ya uno tiene un pie en la tumba, mientras un policía que trabaja 20 años se jubila a cualquier edad? ¿Por qué esa diferencia? ¿Qué clase de mensaje se les envía a los jóvenes?”.


 


Su narración incansable avanza. Cuenta de su energía reproducida por la justeza de su propósito, y de las estrategias para mantenerla en alto y sensibilizar a los colombianos. “Utilizamos símbolos, las imágenes que ven, el mismo acto de caminar, el color de la carpa, lavar todos los días la bandera de Colombia (para quitarle las impurezas arrojadas sobre ella por los detractores del proceso de paz), las cadenas, todo tiene su sentido. Una de las cosas más sorprendentes que he conocido en el recorrido hecho por una parte del país es la Colombia que no sale en los medios, la de los barrios pobres, la de las cárceles, la de los perseguidos, los cierres de hospitales, los vendedores ambulantes. Lo que me pregunto, al acercarme a cada comunidad, es: ¿Por qué hay tanta desunión? ¿Por qué cada uno va por su lado, cuando lo que tendría que haber es unión entre todos los que sufren la miseria y la persecución? ¿Por qué quienes dicen representarlos son tan conformistas? Por mi parte, espero, respecto al intercambio humanitario, que el clamor nacional e internacional creciente permita su realización, que podamos abrazarnos con los seres que amamos y se abra por fin el camino hacia la paz”.


 

Y así, con firmeza y sin conformismo, cuando estamos a punto de salir de la carpa que alberga la decisión y la ilusión callada de un pueblo, asegura: “¡Si me matan, que me maten! Estoy hablándole al vecino –y señala hacia el Palacio Presidencial. ¡Si me matan, no me importa porque he dejado una semilla!”.

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