El escándalo parece haber terminado. Poco a poco recibe menos referencias en la prensa hablada y escrita. Pero el daño ya está hecho. En su momento se presentó como la revelación de un arduo debate sobre la posición frente a la lucha armada que estaría a punto de escindir irremediablemente al PDA. Tal era la noticia. La realidad era muy distinta. En la concurrida reunión ordinaria de su Comité Ejecutivo, a la que aludían los medios de comunicación, prevaleció la unanimidad. Como siempre, el Polo había reiterado su rechazo a la lucha armada como alternativa válida para la acción política, así como su condena a los crímenes de guerra cometidos por las farc. Lejos, muy lejos, por cierto, de lo que hoy se menciona una y otra vez (con poco rigor histórico y teórico) como la “combinación de las formas de lucha”. El debate se hizo por fuera, en los medios; la falsa crisis del Polo se inventó en ese escenario. Y los políticos, los columnistas y los opinadores de siempre se apresuraron a pontificar sobre las decisiones y definiciones que debería adoptar el Polo para llegar a ser aceptable.
Cabe, pues, en medio de todo, la pregunta: ¿Y qué es lo que quieren del Polo? (ver página 14). O mejor: ¿Cuál es el interés que anima a todos a prescribirle una determinada posición? Una respuesta la tenemos en la opinión del ex ministro y hoy columnista, uno de cuyos apartes tomamos como epígrafe. Sí, es conveniente tener en el escenario una oposición que, a la manera de coro griego o de bufón, contribuya a la legitimidad de la democracia, siempre y cuando se mantenga dentro de lo políticamente ‘correcto’.
Pero el objetivo del pasado reality, aunque también tiene que ver con la legitimación, es otro. Resulta claro que si hay una división en el Polo, a propósito de las farc, es porque en su interior algunos las apoyan. Lo dice sin asomo alguno de preocupación o responsabilidad el editorial de El Espectador en la misma fecha de la columna citada: “… es evidente también que entre sus militantes, e incluso algunos de sus dirigentes, existe una cercanía, cuando no contubernio, en muchas regiones, con la lucha guerrillera”.
No deja de producir escalofrío. Sucedió hace muchos años pero lo tenemos muy cerca. Poco antes de ser asesinado, Bernardo Jaramillo, candidato a la presidencia por
Como si fuera poco, y para mayor espanto, la exigencia retorcida de definición obligará poco a poco a que el PDA arrecie sus ataques contra las farc. El sórdido y posible resultado es doble: fácil le queda entonces al terrorismo de Estado asesinar a un dirigente nacional dando la impresión de que fueron las farc. O, efectivamente, este grupo armado procede a semejante retaliación. En todo caso, como ocurre generalmente en Colombia, siempre quedará la duda.
Todo conduce, en síntesis, a un tenebroso operativo que apunta a deshacerse del Polo. Si no avanza hasta sus últimas consecuencias, por lo menos habrá cumplido sus propósitos en esta época de campaña electoral, cuando el PDA podría amenazar la estabilidad de este régimen narcoparamilitar.
En cuanto al senador Petro, no es mucho lo que hay que decir. Sus declaraciones no merecen discusión. Dicen más de su personalidad que de un problema ideológico existente dentro del Polo. Uno de los pecados que más despreciaba Jesús de Nazaret: el fariseísmo. Lo peor: no ha tenido el menor escrúpulo en poner en riesgo a toda la militancia para apuntalar una aspiración por lo demás legítima. Aunque la operación no deja de producir buenos dividendos.
El día de mañana se discutirá la candidatura presidencial del PDA. Y volverá a sucedernos lo mismo que frente a
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