Es
víspera de otro 20 de julio, fecha en la que se vuelve importante el profe de sociales.
El
noticiero vende camisetas blancas y publicita conciertos con la marca de la ex candidata
rescatada.
La profesora presiente que el tímpano inflamado no está enfermo de virus sino de tanta
escucha.
En otras noticias… la periodista narra sucesos casuales, daños colaterales de la
cotidianidad perdida en las tardes tranquilas de nuestra comuna.
En el Barrio Popular de
Medellín, cual piloto de guerra, el invierno golpea las casas de los pobres, arrasando con
todo.
Hay heridos, hay víctimas. Las cositas todas se perdieron, las casas abrasadas por la
Tierra, dejando uno de esos vacíos innombrables. Hay periodistas, hay curiosos, hay rescatistas, hay
indiferentes… hay un sobreviviente.
Es un joven, 14 años, toda una vida por delante, toda una
historia de violencia por detrás.
La piel se eriza, el corazón se estremece como la tierra
montañosa cuando revuelca la vida.
La maestra, la licenciada, se da licencia para hablar de esto
a sus estudiantes de sexto grado.
Esos protagonistas de las historias que se pueden contar, pero
en cortas versiones.
La profe de sociales tiene un pequeño espacio para la libertad, cuatro
palabras y cuatro paredes, dónde disparar palabras para derribar fantasmas.
Es el aula, donde
está su Colombia, la del obrero que cree, porque el cansancio no deja tiempo para el
escepticismo.
Corolario de múltiples pieles, que reflejan las bondades del sol y las huellas de
la violencia engendrada.
–Compañeritos: el próximo domingo es 20 de julio… ¿qué vamos a hacer?
¿Cuáles son los temores que habremos de agitar en esa bandera desteñida y rasgada?
¿Por quién
marchar? ¿Hacia dónde? ¿Con quiénes caminaremos?
–Profe… ¿ese niño se va a morir?
–No sé,
parece que le amputarán una pierna.
–Profe… ¿Él quedó solo en el mundo?
–Murió toda su
familia, pero nos tiene a nosotros… ¿o no?
–Pero… ¿Qué podemos hacer nosotros?
–¿Ustedes?
Todo, muchachos; ustedes salvan mi vida todos los días, salvan los sueños de una Colombia construida
por sujetos y no por camisetas.
–Profe, cantemos, cantemos la canción por ese chico que pudiera
haber sido uno de nosotros. Cantemos esa canción que usted nos enseñó, la de Los Pasajeros, la que
dice por qué cantamos.
Así fue… y el 20 de julio de 2008 el grado 6°-2 cantó por la libertad de
los muertos y los sobrevivientes. Cantó la voz del pueblo, que dicen que es como la de Dios.
El
grado 6°-2 cantó frente a la comunidad educativa de fe y alegría granizal, en honor de sus héroes,
los desplazados, los damnificados, los desempleados, los huérfanos, los desaparecidos, los
perseguidos.
El sol iluminó ese canto de pieles disonantes… y la maestra escuchó el coro de aquel
que se alista para una nueva batalla.
Y estos vecinitos del Barrio Popular de Medellín
escribieron cartas a ese amigo desamparado, amigo desconocido, amigo damnificado, amigo
colombiano.
Y algunos sintieron vergüenza, esa inocente vergüenza de salir a leer, “por-que
es-que-yo-leo-muy-mal-profe”.
Luego, volvieron a sus juegos, robándole un derecho a la
existencia, y por algún instante sintieron fe y alegría en su escuela.
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