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Dos rubias que enloquecen. Comunicación

Las dos rubias a que nos referimos están cerca del jet set pero no pertenecen a él. Aparecen en periódicos y revistas en las secciones políticas. Las dos estremecen, deslumbran por su estudiada y abrumadora sapiencia. Su calidad periodística es indiscutible, sobre todo por su “objetividad”, digna de reconocimiento. El carisma que las caracteriza no es nada cosmético sino “natural”, y sus mánagers bien pudieran hacerse a un lucrativo negocio poniéndolas en la pantalla grande (seguramente, ser estrellas de operación jaque, el video que tantas cosas muestra y esconde). Las dos, con un estilo muy similar, han logrado mover masas, contribuyendo a que supuestamente el 80 por ciento del país piense como ellas. ¡Son un verdadero fenómeno mediático!

“De alto vuelo”

El lector puede estar pensando en muchos nombres pero, para no dejar dudas, esas dos rubias, sólo comparables con Britney y Madonna en sus mejores años de premarchitamiento, son Claudia Gurisatti y Vicky Dávila (no le digan Victoria Eugenia, por favor, que eso equivale a ponerla al descubierto). Ambas son muy similares: el mismo color de cabello, las dos nacidas en el Valle del Cauca, trabajan para RCN (algunos malquerientes traducen estas letras como “Radio Casa de Nariño)… en fin, hay más de un centenar de cosas que las hacen parecidas. ¡Y qué decir de su ‘objetividad’!

Claudia llegó a nuestros platónicos sueños hace unos 10 años. No olvido cuando tuvo que salir del país “por mostrar las cosas como son”, según comentaban las abuelas. Luego, cuando ya fuimos más conscientes, comenzó a trasnocharnos, a la par que iba haciéndolo su compañera, ‘panzer’ y amiga Vicky, de estilo ‘fresco’ y con un jondiadito cuando dice que “la cosa política seguirá mo-vi-éndose”. Comenzó a aparecer en el canal por ahí por los días de la Guri. La diferencia es que a Claudia la recordamos siempre haciendo lo mismo, salvo que por un tiempo condujo el programa matutino de la FM, de la cadena RCN, mientras el progreso de Vicky ha sido enorme.

El espacio de Victoria Eugenia (perdón… Vicky) se limitaba al noticiero, como una presentadora normal, como cualquier otra comunicadora social con suerte en este país. Pero vaya uno a saber a qué santo ha tenido que doblarle las rodillas, por cuanto es muy marcado el desempleo que hay entre toda clase de profesionales. En 2007 llegó a la radio en las mañanas, y su nuevo puesto fue conocido en todo el país gracias a una ostentosa propaganda televisiva en la cual RCN nos mostraba las maravillas de su “potencial radial” (en un primerísimo plano estuvimos viéndole su estructura dental y un sugestivo movimiento labial que quita el aliento). De esa manera, todo el país conocía que ahora la “voz fresca del periodismo radial”, como indicaba el eslogan, no sería la Guri, como venía sucediendo, sino que su compañera en las noticias ocuparía su lugar. Luego irrumpió en el noticiero nocturno, encargada de elogiar las realizaciones presidenciales, con una admiración por Álvaro el paisa que raya en la idolatría. ¿Objetividad pura en las preguntas? (nada de imitar a la difunta Oriana Fallaci). Vicky, con un disimulado desconocimiento de las profundidades de la ciencia política, juzga en forma poco ortodoxa las actitudes de algunos miembros de la oposición o de presidentes vecinos.

El trabajo de la otra comunicadora no es muy diferente. En “La Noche”, por ejemplo, con cara de Albert Einstein, pontifica acerca de lo divino y lo humano, del periodismo en el que, por lo general, se presentan distinguidas personalidades del oficialismo colombiano o de la oposición de algún país con gobierno progresista del hemisferio, para discutir las supuestas relaciones entre el gobierno de alguno de esos países y las farc. Es muy difícil ver una persona del otro bando, sea de la oposición colombiana o del oficialismo de algún país cuestionado. Es más, los puntos medios escasean en ese programa. La presentadora no refuta: sólo opina, pregunta y exagera.

Entre sueños y pesadillas

Cuando vamos a la cama después del noticiero, enloquecemos soñando con los poco jocosos apuntes de Vicky en su ‘cosa política’. Su tono es desesperante, esquemático, su mirada y su insulsa actuación son enfermizas. No ha dejado nunca de sorprenderme: cuando le manda besos al presidente colombiano, cuando exalta su popularidad de manera rebuscada, cuando lo entrevista y los dos aparecen más como amigos, cuando ataca a los presidentes de Cuba o de Venezuela o de Ecuador, en fin. Se jacta de ser periodista, y esa palabra no le queda bien puesta. Un periodista nunca haría algo de lo que hace ella; un periodista se informa y sopesa el material por analizar, antes de juzgar, antes de comprometer, antes de ridiculizar.

La Guri no difiere mucho de la otra monita. Ella también carece de los adjetivos que más identifican a los periodistas; tampoco investiga, tampoco es objetiva, mucho menos escucha, y también juzga sin saber. La diferencia es que ella se apropia de nuestras pesadillas. Trata de generar una imagen de mujer piadosa y con un sentido social que no se debe discutir. Lastimosamente, sus acciones concretas como presentadora no certifican esa imagen, que se ve contrarrestada en momentos en los que ataca a personas heridas sentimentalmente, como cuando invitó a su programa a los padres de una de las mexicanas que sobrevivieron al operativo militar que acabó con Raúl Reyes. Gurisatti no tuvo ni una pizca de piedad con esas personas, a quienes en medio de su dolor les recalcaba que su hija era la primera responsable de lo que le había pasado porque sencillamente no tenía por qué estar en el campamento de un terrorista (como si ella fuera un detective o funcionario de Palacio o del DAS de Noguera y no una periodista, quitándole grandeza al oficio en que supuestamente se formó para ejercer un trabajo digno). La Guri les daba a entender que ellos eran igualmente responsables por no saber dónde estaba su hija, para prevenir así la situación que se presentó. Independientemente de la visión que se tenga de ese caso en particular, no se debe discutir que esos padres de familia, ciudadanos mexicanos, son otras víctimas, pues sus hijos cayeron, muertos algunos y heridos otros; por tanto, debían estar afectados sentimentalmente, y es muy difícil para ellos afrontar una responsabilidad ante tal situación de un hijo. Es algo elemental que cualquier padre de familia, con un tanto de amor hacia sus hijos, puede entender. Posiblemente la intención de ella era sensibilizar, y lo hizo, porque, al menos yo, me acosté con el corazón destrozado, conmovido con el dolor de los padres de esa muchacha.

Lo que comentamos es apenas un manojo de los ejemplos de la infinidad de cosas enloquecedoras en las que esas dos mujeres han caído, porque, si nos pusiéramos a detallar cada una de las situaciones inapropiadas que generan las dos, fuera posible obtener un trabajo bastante amplio.

Lo preocupante de todo es que las dos presentadoras son pesos pesados de la opinión pública nacional. Ellas, en la crisis diplomática del gobierno colombiano con Venezuela y Ecuador, sembraron cizaña y odio en el pueblo; las dos fomentaron un nacionalismo que, de haberse desarrollado más, hubiera desencadenado un conflicto peor, porque son dos personas irresponsables que al parecer desconocen sus deberes sociales como profesionales.

Ambas han logrado sacarnos de quicio. Los humoristas políticos conocidos como Tola y Maruja se han burlado del uribismo de Vicky Dávila; también lo ha hecho el caricaturista Vladdo. Sobre Claudia Gurisatti, tal vez por pintarse un poco más carismática, se han hecho menos evidentes las críticas, pero la más destacada, sin lugar a dudas, fue la que llevó a cabo el documentalista Pirry, quien en un trabajo sobre libertad de prensa en Colombia mostró la imagen de esa presentadora mientras hablaba de algunos periodistas que estaban abiertamente con el gobierno, situación que, según él, es nociva para la libertad de prensa.

Realidad cuestionable y necesaria de transformar. Pero el caso de Vicky Dávila y Claudia Gurisatti no es aislado. En la inmensa mayoría de los medios de comunicación, la propaganda oficialista y oficiosa es muy marcada, gana cada vez más espacio. Las voces que de verdad interrogan, que tratan de ir al fondo de la noticia, son silenciadas, cuando no desplazadas.

El acercamiento a la massmediatización de la cotidianidad criolla despierta inquietudes, entre ellas esa que en verdad si nos quita el sueño, ¿lograrán los patrocinadores económicos y políticos doblegar al periodismo colombiano?

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