La cultura social
La cultura influye en nuestra forma de ser y comportarnos, en lo que pensamos y lo que decimos. Así como un pez, en una fábula animada, no se percata de vivir inmerso en un ambiente diferente del resto de las especies, los humanos no caemos en la cuenta de que vivimos sumergidos en una cultura de la que somos parte. Tendemos a olvidar nuestro código cultural a pesar de que ser conscientes de tenerlo. De hecho, la cultura consiste en ‘inadvertidos’ sistemas de valores, ideas, creencias, normas, símbolos y artefactos construidos por una sociedad determinada durante su historia y que son compartidos por las personas que la integran.
Inconscientemente, al ser socializados en una cultura aprendemos qué cosas son buenas y cuáles no; qué comportamientos son aceptados y cuáles no; qué hacer para alcanzar metas deseables. Por tanto, una cultura interpre-ta, da sentido y adapta. Pero la cultura va más allá de otorgar códigos de conducta, conocimientos o marcos de referencia; influye en las metas y objetivos individuales y de grupos. Y participa en el tipo de vida social que se desea y en las interrelaciones personales. La cultura moldea profundamente a la gente.
Su función es el control social. Identifica a sus miembros con formas de pensar y actuar comunes, originando una identidad colectiva. Incluso, conforma la personalidad de sus miembros al imprimir maneras de compor-tarse, orientando el gusto, estableciendo un lenguaje y categorías conceptuales comunes, criterios para la inclusión y la exclusión del grupo; establece un consenso sobre los criterios y reglas que determinan cómo se obtiene, se conserva y se pierde el poder; determina las conductas heroicas del grupo y las punibles, qué se recompensa y qué se castiga.
La paracultura
En Colombia surge y se asienta una paracultura ligada y subordinada a la parapolítica, nombre que se le da al escándalo político desatado en Colombia desde 2006 por la revelación de vínculos entre políticos de la clase uribista gobernante y paramilitares1. Es la síntesis entre política, narcotráfico y paramilitarismo.
Cuando unas formas sociales se cristalizan, se puede hablar de cultura emergente. Por eso usamos la voz “paracultura” para identificar conductas y valores promovidos por una clase dirigente que, para impedir el avance político-militar de las farc, fomentó relaciones sociales delicuescentes en un endeble Estado de Derecho. Para comprender las características que definen esta paracultura hay que analizar los elementos que las configuran: manifestaciones o artefactos culturales (rituales, símbolos, mitos, héroes), manifestaciones externas y visibles del núcleo más profundo que plasma el auténtico meollo de la paracultura: las presunciones o creencias básicas.
Rituales y ceremonias
Los rituales y ceremonias son secuencias rutinarias de actividades programadas y sistemáticas, técnicamente superfluas pero esenciales en lo social puesto que muestran, dramatizan y refuerzan los valores centrales de la paracultura, las metas de mayor importancia y los comportamientos y las personas imprescindibles, dando cohesión y solidaridad colectiva, reforzando la identidad y los sentimientos de pertenencia de los miembros de la paracultura.
Este ritual significativo inaugura la paracultura con el Consejo Comunal de Gobierno ceremonia semanal que se pasa por televisión y se convierte en ritual en que Uribe escenifica su poder y ‘liderazgo’, disponiendo discrecionalmente sobre presupuesto y obras, regañando en público a sus subalternos, dando órdenes a otros poderes públicos, como ocurrió en Florida (Valle) el 24 de mayo pasado, al decirle al general Gómez Méndez: “Métalo a la cárcel”, y ordenó detener, indirectamente y sin nombrarlo, al senador Alexander López, del Polo Democrático. Si bien su desarrollo es informal, la estructura repetida una y otra vez, con el mismo proceso, la misma teatralidad, transmite la seguridad necesaria y firme para dar confianza progresiva: “Escucha a su pueblo” y con actitud paternalista promete solución a los problemas de sus “afligidos hijos”. Versión moderna de las audiencias medievales en que el señor feudal, acompañado de su corte, oye a los siervos como gobernante, juez y legislador, generando un esquema autocrático y discrecional con el que se comprometen la realización de obras, las ayudas y la solución de problemas individuales, en novelones de quejas vecinales, problemas individuales, carencias comunales, resueltas una por una con gritos destemplados de “apunte Andrés Uriel”, “tome nota, jefe de prensa”, “encárguese, Alcalde”, “concedido, doña Julia” o “hágale el puente a don José, Ministro”. Sustituye la ley, la norma, el acuerdo establecido, por la feria repentista y populachera del gasto público, al ritmo de las oscilaciones emocionales del gobierno.
Símbolos
Otro elemento significativo de toda cultura son los símbolos, aquí arbitrariamente elegidos y que buscan identificar al grupo y comunicar ciertos mensajes. La paracultura uribista se rodea de símbolos de “poder y energía”. La escenificación constante ante la opinión pública de la democracia como seguridad, en términos simbólicos de despeje de las vías públicas del país, el pago de informantes, la militarización de las carreteras, las caravanas turísticas acompañadas de fuerza armada, el reclutamiento o secuestro forzado de soldados campesinos, acostumbrando a la población a vivir con la milicia, buscando que se perciba que es imposible viajar sin el acompañamiento de botas y fusiles. Sorprende esta imagen, repetida una y mil veces por los medios, en contraste con la situación de los desplazados, que no pueden viajar a las fincas de las que fueron despojados por los paramilitares y los terratenientes. Sorprende que esto no aparezca en los medios ni trascienda en la opinión pública. Es la fuerza de los símbolos: comunican mensajes fuertes, emocionales, potentes, pero ocultan realidades. Es tan intensa la ligazón emocional del símbolo, que nadie se atreve a preguntar: “¿Seguridad democrática, para quién?”.
Símbolos de “poder y energía” reforzados con la parafernalia publicitaria que acompaña la figura del Presidente: ubicado de lado, sin mirar al espectador, con el dedo índice (el dedo “del poder”, de la autoridad) señalando el camino como “gran timonel” que indica la dirección ‘correcta’, la senda ‘adecuada’, todo acompañado por la frase “¡Adelante, Presidente!”. Construcción paradigmática de una política centrada en un líder ‘carismático’ y mesiánico, imbuido de fuerza divina, el que conduce a la salvación. Estos mensajes emocionales son asimilados por buena parte de la clase media que reutiliza los símbolos que la identifican con el líder: sombrerito paisa, ruanita, carrielito, reinvenciones de ‘orgullo patrio’, arrebatados y transmutados de la cultura campesina. Símbolos que, en su extremo esperpéntico, deviene en la “paracultura traqueta”2. Exhibición banal de ostentación de nuevos ricos con camionetas costosas de vidrios oscuros, conducidas con soberbia inigualable; varones acompañados de mujeres operadas como en las telenovelas, con ropas de marca y viviendas de estrambótica suntuosidad. Todo ello combinado con manifestaciones groseras en el hablar, el comer y el beber, en el abuso del poder y la humillación de los débiles. Elementos de ostentación de un tosco poder que se manifiesta “sin complejos”, de modo desafiante y amparado en la impunidad más absoluta.
Mitos
En la cultura hacen referencia a sucesos que se recuerdan y se cuentan magnificada, embellecida, heroica e intemporalmente, creando arquetipos que expresan los valores de esa cultura y acaban siendo justificaciones mediante verdades ‘irrefutables’ que intentan sacralizar en su origen las normas de conducta en la cultura.
Este evidente mito liga y une indisolublemente la autoridad con el bien. De la autoridad emanan la verdad, el bien y la seguridad. Se enraíza así un ethos autoritario en una significativa porción de la población colombiana y que se refleja en una predisposición a conformarse acríticamente con los mandatos del poder, investidos por el sujeto de autoridad. De nada sirven las instituciones ni la justicia ni la policía si se nos transmite a cada paso que están al servicio del paramilitarismo, lo amparan y son parte de él. La sumisión a esa autoridad bendice la irresponsabilidad de un Presidente a quien todo se le permite con tal de satisfacer la ilusión de llevarnos a una “edad dorada”, prometida incesantemente. El mito consagra así el imperio de la impunidad. Nada se investiga ni se castiga. Los responsables de masacres y atrocidades llegan al Parlamento y los círculos del poder. Es lo que Klein (2007) denomina “terapia de shock”. Las sociedades en estado de shock renuncian a valores que de otro modo defienden con entereza.
El shock se produce en el contexto de otro mito: la necesaria, urgente y prioritaria guerra contra el llamado “terrorismo”. Porque no es una guerra que haya que ganar; es otra, infinita, apadrinada por Estados Unidos y que permite mantener una situación de ‘amenaza’ y, por tanto, una constante exigencia de ‘seguridad’ en los Estados, que han de rearmarse hasta los dientes ante estos conflictos infinitos. Y se recalifica como terroristas a insurgentes, disidentes y partidos críticos con el uribismo, lo que facilita perpetrar impunemente masacres corporativas, eliminando toda disidencia y robando tierras a campesinos y campesinas, acusados de ‘cómplices’ de la guerrilla, para destinarlas a megaproyectos de pingües beneficios para terratenientes y compañías. Esta tremenda violencia permite rehacer el país como economía modelo de ‘libre’ mercado.
En tal contexto se está construyendo otro mito, simultáneo: “Lo privado es mejor”. El Estado empezó a entregarle sus riquezas al capital extranjero al privatizar y desnacionalizar empresas en los 90, pero el auge privatizador se hizo con mayor dureza en la era Uribe con el recetario habitual. Primero generó crisis en empresas (Telecom, Inravisión, Seguro Social) en que hubo desinversión y sobrecostos por parte del Estado. Antes de ponerlas en venta, se creó la visión de que eran ineficientes y costosas para el Estado y la sociedad. Luego, de un día para otro, impidió el acceso de los trabajadores, cambió la razón social, y así se despidió a miles de ellos.
Los héroes
Como se ve, la paracultura se articula en torno a un hombre, un ‘héroe’: Uribe. Un elemento externo y visible que configura las subculturas es el héroe, que hace referencia a aquel personaje, líder fundador o héroe circunstancial que personifica los valores de determinada subcultura y como tal proporciona un modelo tangible para sus seguidores. En tal sentido, Uribe construye, por supuesto con la ayuda inestimable de los medios de comunicación, la precisa imagen heroica: un héroe ‘paisa’ que apenas duerme, preocupado por los problemas de su pueblo, trabajando constante y tenazmente, presente en todas partes. “Uribe, el gran ‘benefactor’”, el hombre comprometido con el trabajo incesante, el gran redentor de los problemas que agobian al país, que casi no duerme porque tiene un compromiso con el país.
Esta imagen heroica del Presidente transmite un modelo de trabajador que corresponde a principios clave de la globalización neoliberal con su proyecto de flexibilización laboral. Exige olvidar y abandonar las conquistas en prestaciones, horas de trabajo, extras, vacaciones, cesantías, estabilidad, conseguidas por los trabajadores en su lucha por unos derechos mínimos. Representa, por el contrario, el nuevo rol exigido por la paracultura en la sociedad del uribismo: trabajador independiente, autorresponsable, empresario de sí mismo que trabaja toda la vida, sin horarios, sin garantías estatales, competitivo, generador de resultados. Trabajador que no exige contraprestaciones por su entrega incondicional; rendido al culto a la eficacia y la autoexigencia.
El ‘heroico’ presidente tiene lógicamente el derecho, es más, el deber, de presentarse a la reelección indefinidamente porque está investido de la misión de salvar al país. Hay que darle tiempo. Si no se logra lo que prometió es porque no se le ha dado tiempo suficiente. Si hay problemas se deben a que no se le ha permitido profundizar aún más en sus medidas neoliberales. Esta fe inquebrantable, a prueba de evidencias, en el héroe configura un fanatismo que no admite dudas ni permite cuestionamientos. Hoy Uribe piensa en una nueva reelección, y el pueblo colombiano, atemorizado y engañado, fascinado por la liberación de Íngrid (justo un día después de reactivada la Cuarta Flota de la Armada estadounidense y durante la visita a Colombia de McCain, candidato republicano), piensa que no hay otra opción. Quienes no lo apoyan son ‘apátridas’ y deben ser vapuleados (al menos merecen una paliza electoral); incluso se les conmina a abandonar el territorio macondiano. Por el contrario, los paras se hacen acreedores a la respetabilidad nacional por haber defendido con éxito criminal al Estado y su gobierno.
El lenguaje
El lenguaje, como se ve, es otro elemento característico de una subcultura. En ésta se va creando un lenguaje que construye una forma de pensamiento común. Porque al adquirir las categorías del lenguaje propio de esta subcultura, adquiere las estructuras mentales y lingüísticas, el lenguaje apropiado, que se debe utilizar. Se establecen así categorías lingüísticas que le identifican y le diferencian. El de esta paracultura es cierto “lenguaje uribista”, caracterizado por la ampulosidad omnipresente, el desafío abierto, la verborrea machista, del “conmigo o contra mí”: “Yo no me siento a hablar con esos bandidos”, “Firmaré el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos así caigan rayos y centellas”. “Estoy muy berraco con usted y ojalá me graben esta llamada… y si lo veo le voy a dar en la cara, marica”. Así regañó al ex funcionario del Palacio Luis Fernando Herrera Zuluaga.
El insulto frentero, sin argumentos, que tanta gente confunde con valentía, permea el discurso y el lenguaje de las instancias públicas y privadas de la vida colombiana: ya no cabe disentir porque a nadie se le ha enseñado a argumentar, y porque todos terminan por asumir que manifestar un desacuerdo equivale a insultar. Se oyen así, cada vez con más frecuencia, expresiones en los medios hablados y escritos en las que se refieren a la oposición con términos groseros, insultantes y despectivos. Es común leer en los foros de los periódicos y revistas expresiones como esta: “Adelante, Presidente, mano firme, a acabar con estas ratas”.
La red cultural
Entramos de lleno en el último de los componentes de una subcultura: la red cultural. Es el conjunto de miembros más o menos afines a la paracultura que ‘transportan’ o transmiten informalmente los valores de la misma mediante mecanismos de comunicación básicos. Porque, no olvidarlo, los paras penetran los núcleos de poder más altos (medio centenar de congresistas están procesados por vínculos con los paramilitares; es más, el primísimo Mario Uribe y su incondicional amiga Rocío Arias están incursos en las sindicaciones) y la estructura intermedia de la sociedad, en una red extensa e intensa, como si se tratara de una tela de araña. se ha consolidado la penetración paramilitar en instituciones clave como la Fiscalía General, el DAS, el servicio diplomático; en lo regional, en gobernaciones y alcaldías, ahora bajo control paramilitar o simplemente instrumentalizadas.
Esta red se extiende lenta pero constantemente. Se consolida un poder cuasiomnímodo y clientelista, una forma de ver la realidad, un lenguaje para denominarla, un tipo determinado de debates, una exaltación de ciertas noticias y el ocultamiento de otras, un estilo de contar y leer el mundo, unos gestos de relación y una cosmovisión sobre quiénes somos, qué queremos, a qué aspiramos los colombianos. Se reconstruye así “el corazón de una nación”.
El factor básico que configura la red cultural uribista son los medios de comunicación afines, o sea, los grandes medios en manos del capital, cuyo control le permite a éste manipular avasalladoramente a la opinión pública. La batería mediática profesa el uribismo y, en su momento expansivo, encubrió el paramilitarismo al punto de que de su magnitud y horripilantes crímenes sólo empezó a saber el país cuando el régimen decidió ‘institucionalizar’ (reinsertar a la civilidad, legitimar políticamente e incorporar como beneficiarios) a los grupos paramilitares.
Como lo señala Juan Diego Restrepo, en un artículo de la Revista Semana, “asistimos pues en Colombia a la tiranía de la información: todos nos ofrecen diariamente el mismo ‘menú’, como si el proceso de producción de la noticia se hiciera bajo la dirección de un solo jefe de redacción al mando de un mismo equipo de editores […] Hoy, todos los medios informativos nacionales cercanos al poder observan los hechos desde el mismo lado y con los mismos ojos, parados sobre los hombros de las grandes empresas que los financian y del poder político que respaldan”.
Valores y presunciones
Estos hechos y comportamientos revelan los artefactos culturales que el uribismo paracultural viene construyendo sostenida, organizadamente, y van haciéndonos percibir los valores centrales y las creencias y presunciones subyacentes, los que realmente nos hacen entender el meollo de esta paracultura. Son paradigmas o esquemas implícitos, interrelacionados y coherentes que realmente orientan, justifican y consolidan la conducta de los componentes del uribismo y permiten percibir, concebir, sentir y juzgar los abusos, atrocidades y crímenes de un modo coherente en esa paracultura que convierte en su “segunda piel”. Explican la barbarie y les dan coherencia interna al sistema y seguridad a los componentes de la misma, convenciéndoles del sentido de lo que hacen.
La aceptación y la consolidación de la nueva barbarie en las instituciones públicas, en los debates televisivos, en el sentido común de la gente, sería imposible sin consolidar una presunción básica de la paracultura uribista en el imaginario colectivo: no hay grises ni término medio: “O ustedes están conmigo o ustedes están contra mí”. En la práctica, ello se retraduce en: “El que no esté con las políticas de expansión y dominación norteamericanas está con el terrorismo”, es “terrorista vestido de civil”. No hay, entonces, un enemigo localizado sino que se construye según circunstancias y necesidades. No podemos olvidar que luego de la movilización del 6 de marzo en homenaje a las víctimas del terrorismo de Estado, el establecimiento uribista recrudece la embestida de asesinatos, desapariciones, atentados, torturas y amenazas contra miembros del Movimiento Nacional de Víctimas y otras organizaciones3.
En un ya famoso escrito titulado “Me volví uribista”, Daniel Samper Ospina sintetiza la paracultura en forma gráfica: “Como no aguanto tanta presión de grupo, he decidido volverme uribista. De modo que de ahora en adelante botaré mis libros de filosofía y mi filósofo de cabecera será José Obdulio Gaviria. Creeré que la meritocracia para ser nombrado en una embajada consiste en ser hijo de un político uribista, ojalá costeño y ojalá corrupto. Creeré que los paras eran un mal menor, necesario para acabar con la guerrilla. Me parecerá que los crímenes de los paras no eran tan graves. Estigmatizaré a la izquierda y pensaré que cuanta persona oiga a Silvio Rodríguez, tome vino caliente o use mochila, en realidad es un terrorista en potencia. Creeré que vamos ganando la guerra y lo que nos hacía falta era mano dura. No aceptaré las derrotas y saludaré a mis rivales con asco y sólo cuando sea inevitable. Recortaré las columnas de Fernando Londoño, y lo que tiene aún más mérito, trataré de leerlas hasta el final sin quedarme dormido. Creeré que deberíamos hacer una Constitución a la que uno pudiera cambiar un articulito cada vez que se le dé la gana, para que Uribe no se vaya nunca de la presidencia. Creeré que no hay nadie fuera de Uribe, ni hubo nadie antes, ni habrá nadie después. Me compraré un caballo y un sombrero y los cabalgaré y no me sentiré como un Ochoa sino como un Uribe al hacerlo. Creeré que Uribe es entretenido incluso hablando de fútbol. Me cortaré el pelo al ras, me apuntaré el botón del bobo. Tendré sexo con las medias puestas y solamente para procrear. Ingresaré al Opus Dei. Admiraré a Franco en secreto”.
Estamos a tiempo de revertir esta masacre. Esta convicción ha de poseernos hasta el compromiso (Ernesto Sábato).
* Díez, E.; Reyes, L.; Díaz, P.; Gerdts, A. y Rodríguez, C. Profesores de Universidad y Representantes de Sindicatos (España y Colombia)
1 Grupos armados ilegales de extrema derecha, autodenominados autodefensas. Según la investigación de Contreras y Garavito (2002, 172), corresponsal del Newsweek y columnista de El Espectador, respectivamente, e informes de la Unión Europea, Uribe Vélez, siendo gobernador de Antioquia, fomentó y apoyó abiertamente a las Asociaciones Comunitarias de Seguridad (Convivir), grupos armados que respaldan una contrarreforma agraria en beneficio de terratenientes y narcotraficantes, y el desarrollo de megaproyectos, generando tres millones de desplazados a quienes les han arrebatado sus tierras, sus pertenencias y su futuro.
2 Traqueto(a). La palabra no existe en el diccionario pero se utiliza en Colombia para denominar a “nuevos ricos” procedentes de las mafias. Es la onomatopeya del sonido de las ametralladoras.
3 Han sido asesinados más de 15 miembros pertenecientes al Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado, y hace poco cuatro sindicalistas que convocaron la marcha del 6 de marzo de 2008 en homenaje a las víctimas del paramilitarismo, la parapolítica y los crímenes de Estado. En los cinco años de gobierno de Uribe Vélez han sido asesinados impunemente 564 mujeres y hombres sindicalistas de la Central Unitaria de Trabajadores (y hay más de 2.300 muertos en los últimos 20 años).
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