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Universidad Nacional, tiempos turbulentos

Universidad Nacional, tiempos turbulentos

Aunque los hechos ocurridos el 16 de mayo de 1984 en la Universidad Nacional sede Bogotá aún sean un mito, sin duda alguna significan el punto de quiebre del movimiento estudiantil, y la inicial implementación de reformas para este centro de estudios y para el conjunto de la educación pública colombiana.

Corrían los 80, época turbulenta. Los movimientos insurgentes estaban en su apogeo. El Gobierno lo sabe y endurece la respuesta: el país se militariza, surge el MAS, los narcotraficantes ganan espacio, el paramilitarismo muestra sus primeros rostros, la tortura y las desapariciones son norma cotidiana

La Universidad Nacional (UN) no es ajena a esta dinámica. Aunque ya existía una malla que la separaba del resto de la ciudad, los estudiantes estaban en continuo diálogo con ese país de barrios y veredas; de fábricas, almacenes y empresas, o desempleado y en lucha por el pan diario. La Universidad era centro de debate, proposición y lucha, esta última centrada en la defensa de lo público, que para esta época aún quedaba, pero los estudiantes y profesores de entonces tenían otra visión. Su compromiso no era exclusivamente la defensa de la educación y la universidad pública sino con todo un pueblo. Para muchos, su proyecto de vida era lograr una revolución.

Por entonces ya asomaba la privatización de la educación por el neo- liberalismo, que hacía sus primeros pinos aquí y se afianzaba en el Cono Sur. En este marco el 16 de mayo de 1984 es una fecha culminante. Dolía la pérdida de Jesús Humberto León Patiño, estudiante de Odontología, poeta, líder y luchador por el bienestar estudiantil, torturado y asesinado en Cali el 9. Había indignación. Además de la muerte de “Chucho”, se agregaban las del profesor de economía Alberto Álava Montenegro (20 de agosto de 1982), la desaparición de los hermanos García y los hermanos Sanjuán1, y Yesid González (7 de octubre de 1983), entre otros. El rector Fernando Sánchez Torres, quien como el presidente Belisario Betancur había llegado con tono conciliador, usaría otras tácticas. Sánchez acudía a cierres preventivos, desalojo de las residencias estudiantiles, con amenazas de militarización y expulsiones2. Asimismo, el recorte de presupuesto en la UN llevó a disminuir servicios básicos, práctica docente, investigación, extensión, dotación de bibliotecas, reducción de la planta de profesores, deterioro de equipos3.

Los estudiantes dieron a conocer su inconformidad con movilizaciones, tomas pacíficas (iglesia de Lourdes, Cruz Roja…), pidiendo el reintegro de estudiantes expulsados y libertad de detenidos, la no militarización del campus, cumplimiento del Acuerdo 046 de 1983 sobre cogobierno en residencias, reapertura de la U, etcétera4. Así llegó el fatídico 16 de mayo de 1984 (ver recuadro).

Oleada de reformas

Tras los hechos de mayo de 1984, la UN fue cerrada por casi un año. Reabierta en abril de 1985, llegaron los estudiantes a culminar el semestre truncado en 1984, pero las cosas eran distintas. Se vio una U ajena, diferente. El silencio era su dueña. Muchos no volvieron pero otros lo hicieron en silencio. Las paredes eran totalmente blancas. La cafetería, un polideportivo. No funcionaban las residencias. Todo era confusión y desconcierto para quienes habían conocido una U beligerante, con propuestas de cambio social, político y económico en el país. La Rectoría también había cambiado: estaba Marco Palacios, primer encargado de ejecutar reformas académicas, administrativas y estructurales que harían de la UN otra realidad.

Las principales reformas tuvieron que ver con Bienestar Estudiantil, que funcionó hasta 1984 con el servicio, aunque deficiente, de cafetería. Se hablaba de pérdidas económicas y se decidió su cierre definitivo, sumado al de las residencias desde fines de los 70, retomadas y recuperadas varias veces por los estudiantes hasta su clausura definitiva en mayo de 1984.

“El nuevo sistema de bienestar universitario que el Consejo Superior ha estructurado dentro la concepción del “nuevo orden” contempla: asistencia económica en forma de préstamos condonables, servicio médico asistencial, asistencia social (ayudas psicológicas, de sociólogos, etcétera), asistencia académica (consejerías, comités de carrera, etcétera), programa de actividades culturales y deportivas”5.

Con esas políticas se dio comienzo a una universidad en que los de menos recursos o de provincia debían buscar sus medios de vivienda y alimentación, lo que limitó sus posibilidades de estudio. Lo conocido como bienestar estudiantil –a partir de ahora Bienestar Universitario– fue reemplazado por “préstamo-beca de un salario mínimo para los más necesitados, y de medio salario mínimo para los menos”. La represión tomó forma: ya no sólo la fuerza pública entraba a ejercer acciones; se había dispuesto una reforzada vigilancia, motorizada, con mayor presencia, y equipos de comunicación y armas de fuego “para preservar el orden y la normalidad”.

El discurso de las directivas cambió: ahora se hablaba de “excelencia académica”, lo que llevó a una reestructuración estatutaria para cumplir con las reformas en el mayor centro de educación superior del país. Bajo este discurso se acomodó el lenguaje empresarial a la institución académica; partiendo de la ‘excelencia’, se hablaría de “eficiencia”, como una empresa privada, para conseguir el paso a particulares de la UN, hecho que hoy, 25 años después, es cada vez más claro y cercano.

Contradictoriamente, mientras se hablaba de criterios de “excelencia académica” por la administración universitaria, en la práctica este concepto era cada vez más lo contrario: deficiencia docente; problemas de laboratorios, bibliotecas y salones; reducción de prácticas académicas y salidas de campo. Asimismo, el autoritarismo del rector y su administración se caracterizó (1985-1988 y 2004-2005) por el modo como se tomaban decisiones en lo concerniente a la vida universitaria, sin consultar con la comunidad, utilizando lo que fuera para reprimir y acallar la protesta o la simple inquietud de los estamentos. También, en dar tratamiento de orden público a la inconformidad, y en decretar decisiones, además de destinar recursos a obras inoperantes, como el puente vehicular en la entrada de la Calle 45 o prometer la construcción de un salón de esgrima, una pista de patinaje y un hospital, que hoy después de 25 años no se ven y no se verán.

Reformas, unas y otras, asentadas en las políticas de reacomodación económica global, que superan las fronteras y se dictaminan por organismos multilaterales (FMI, BM, OMC) y los países que los controlan, propias del neoliberalismo planteado desde mediados del siglo XX y puestas en práctica desde finales de los 70. Políticas que llevan al dominio de la “mano invisible” del mercado sobre los aspectos de la vida social, en cuya visión desaparece teóricamente la concepción de sociedad y pasa a cumplir un papel mucho más importante el individuo; allí se plantea la competitividad basada en la promoción de incentivos personales, para que cada uno dispute con fiereza las ‘oportunidades’ del establecimiento o los sectores dominantes del capital. Bajo criterios de costo-beneficio para justificar las políticas públicas en lo económico, lo social y lo cultural, que le quitan la responsabilidad social al Estado, dejándolo como simple árbitro de las relaciones de mercado, bajo la premisa de que aquél es ineficiente y corrupto.

La política privatizadora pretenderá acaparar instituciones y entidades, la universidad entre ellas: entra en el juego del mercado, poniendo en discusión conceptos como el de autonomía, confundida con el de autofinanciación, ligado a recortes presupuestales y que conllevan políticas de autosostenibilidad económico-financiera de la U, optando por vender bienes y servicios para cubrir gastos, de la mano de otras políticas: flexibilización laboral, pago por horas, desmantelamiento de la seguridad social, no pago de horas extras. También tiene un objetivo, el mismo del capital: acumular y generar riqueza, ¿para quién y bajo qué costo? Para ello se requiere mano de obra medianamente calificada, y superespecialización del conocimiento. Por eso se privilegia el posgrado, en detrimento del pregrado, filtrando así el número de quienes tienen acceso al conocimiento y la calidad, por un lado, y por otro la masificación de la formación técnico-tecnológica, al servicio de la empresa privada, nacional o transnacional, y no de la población que lo necesita: la mayoría excluida y empobrecida, limitada a un precario acceso al conocimiento, al servicio de terceros, mientras sólo deben propender por su simple subsistencia y su reproducción como mano de obra barata.

Para tal efecto, es decir, la consecución de recursos propios por la universidad, además de la venta de bienes y servicios y la tercerización laboral, la UN empieza a filtrar, no tan evidentemente, la admisión de nuevos estudiantes, escogiendo a quienes puedan cubrir un mayor costo en la matrícula y desechando a los venidos de clases populares y de provincia que necesiten, en una u otra forma, ayuda para subsistir. Esto tiene una relación directa con el nivel académico de los bachilleres, con más egresados de colegios públicos quizá, mientras los de colegios privados ofrecen, además de notables diferencias económicas, una diferencia en el nivel formativo. Así se apunta a dos aspectos: por un lado, se logra la autofinanciación mediante las matrículas, y por otro, y debido a las evidentes diferencias de formación de quienes ingresan en la UN, se hacen, sin caer en generalizaciones, a estudiantes más obedientes, menos críticos y que no se manifiesten ni alteren el orden y la normalidad del centro educativo (que tal vez no lo necesitan), que vayan simplemente a estudiar, cumplan con lo necesario en términos académicos, y no pongan problemas en lo disciplinario, además de que embellezcan el campus.

¿Y ahora, qué?

No debemos perder de vista los hechos que atraviesan la historia de la UN, que, así presente desaciertos del movimiento estudiantil, es evidente que detrás de toda política que se implanta hay intereses de grupos económicos y clases sociales que tienen sus propias finalidades y no ahorran esfuerzos para lograrlas.

Es hora, 25 años después, de volver a preguntarnos dónde estamos, hacia dónde nos está llevando este sistema y si somos capaces, hoy como estudiantes y mañana trabajadores (los que tengan suerte), o desempleados con título (si pueden pagar los semestres), de darle un giro a la historia de la U y del país y la sociedad, y desde allí volver a constituir, si alguna vez existió, esa universidad crítica con el sistema, con preguntas y cuestionamientos pero también con propuestas y ganas de luchar por nuestros sueños, seguro de lo que la sociedad necesita. Para que la memoria de quienes entregaron su vida no quede en el olvido, y sus muertes no queden impunes.

1    http://www.humanas.unal.edu.co/prensaestudiantil/memorial/la_verdad_de_una_masacre1.htm.
2    Comunicado 001 de los Estudiantes de la Universidad Nacional al pueblo colombiano, abril de 1984, Centro Cultural Policarpa, Bogotá, D.E., Prensa Estudiantil.
3    ibíd.
4    Desalojo pacífico de la U, sin cierre, El Tiempo, 6 de abril de 1984.
5    Monografía trabajadoras sociales, 1986.
*    Fotografías: Felipe Castro y archivo Universidad Nacional.


Recuadro

La verdad de una masacre1

La muerte de Chucho2 no podía quedar impune como tantas […] En este país a la gente no sólo la matan en las universidades; también en un callejón oscuro; la dinamitan amarrada a un poste en un barrio popular, o amanece tirada, amordazada, en cualquier potrero. Alberto Álava fue asesinado en la puerta de su casa; los hermanos García y los hermanos Sanjuán no se sabe dónde […]. Algunos decidieron realizar un acto político para reivindicar su lucha, su vida.

Ese 16 amaneció triste, en los ojos llanto, en los pechos ira, al llegar a desayunar en cada mesa un poema y una flor, el uno por la ira, el otro por el llanto, y unos ojos que nos miran, nos vigilan, son muchos ojos que allanan nuestra cotidianidad; al salir de la cafetería, una compañera me abraza y llora: era su mejor amigo, hacía tan poco que habían hablado, cuántas cosas construyeron, cuántas discusiones, cuántas sonrisas.

10 a.m.: Plaza Che Guevara. Algunas pancartas con la imagen del compañero, del amigo, del hermano, y un poema que intenta recoger sus luchas; el acto político de homenaje se desenvuelve entre poemas, música y recuerdos; cada estudiante se pregunta por qué ante estos crímenes nadie dice nada, alguien dice no saber nada, por qué la prensa calla, por qué la muerte de un obrero, de un campesino, de un maestro, de un estudiante, no son importantes para los jueces, procuradores, ministros, presidentes? Y el acto no era suficiente; para otros, la reivindicación se daba en otros términos, en la calle, para que la gente supiera que sus ojos no quieren seguir viendo que corre la sangre del pueblo.

2 p.m.: Plaza Che. Un bus quemado, testimonio de la lucha contra el TSS, el IVA, la tortura, el asesinato. En la Calle 26 se escuchan tiros dirigidos a compañeros que paraban un bus. Los tiros se siguen escuchando. En la entrada, unos estudiantes lanzan piedras contra el piquete que había disparado. Vuelven a disparar. La gente se tira al piso. “Veo un policía guardando un revólver plateado en la cintura. Ellos ganan la malla y siguen disparando indiscriminadamente, al lado izquierdo un compañero se acerca a la malla, se escucha un disparo, el compa cae al piso. No puedo creer que le hayan disparado a quemarropa, el compañero se retuerce en el piso, al voltearse veo que emana sangre de su estómago, unos muchachos lo alzan de pies y manos, lo llevan a Bienestar” (ver fotos de El Bogotano, 17 de mayo).

¿Quién dio la orden de llegar disparando y tirar a matar? Le dan a otro compañero en la pierna. Los testimonios se repiten, la Procuraduría sabe pero… nada. Una persona con capucha dispara desde el interior de la U, cosa que nos sorprende. Suena una explosión cerca de la policía y ésta entra disparando […] Los estudiantes corren.

El tipo que había disparado desde la U se quita la capucha y empieza a disparar hacía los estudiantes (elementos extraños a la Universidad) mientras los estudiantes corren a refugiarse. Cae un compañero, otro; los compañeros van cayendo. “Un compañero de camiseta verde corre, un policía le dispara una, otra vez, no le da, vuelve a dispararle una y otra vez, como tirando al blanco, hasta que el compañero cae. No sé qué pasará con él, pues tuve que salir corriendo, pues los policías y algunos civiles (policías de civil) ya estaban muy cerca de nosotros”. Peor que entrar disparando, entrar como en una cacería hasta que la presa caiga. Es la policía ‘profesional’ con que cuenta esta adolorida patria. Detrás de la ‘disponible’ entra la patrulla motorizada (y si mi general Delgado Mallarino y mi general Vargas Villegas no lo creen, ahí están las fotos) en un número aproximadamente de 10. Por la Calle 45 entra otro grupo, impidiendo la salida de estudiantes. Es de anotar que dichos motorizados venían sin su acostumbrado chaleco naranja, tal vez para evitar que fuera reconocido su número, pero algunos compas alcanzan a ver el 00 (cero cero) en el casco de algunos, y, como si esto fuera poco, luego mandan entrar al GOES, con su característico uniforme oscuro, siendo esto lo único que reconoce mi general.

Como si fuera un safari, la policía entra a llevarse los cuerpos de los compañeros asesinados por la espalda, a sangre fría (si es que la tienen), a rematar a los heridos. “Vi caer estudiantes heridos cuando corrían hacia residencias femeninas. Cerca de Agronomía, la policía apaleó a alguien y luego de golpearla durante casi un minuto le dieron un tiro” (El Socialista, mayo 24, p. 2) (…).

“Hacia las tres de la tarde de ayer corrían dos estudiantes en medio del pánico general que cundía en la U. Buscaban un sitio de protección y detrás de ellos un piquete de uniformados y tres civiles dispararon a quemarropa a un estudiante que huía. El acompañante de éste, ante tal escena, se detuvo con las manos en alto. Fue aprehendido de inmediato por los mismos policías y golpeado brutalmente. Luego lo obligaron a cargar el cuerpo de su compañero abaleado y lo guiaron hacia la jaula a punta de bolillo. La policía, al levantar el cuerpo del abaleado, le puso en el rostro una capucha del M-19 que la propia policía portaba. Esto fue presenciado por aproximadamente unas 50 personas que a esa hora se escondían en Sociología” (Del comunicado de Odontología, firmado por un grupo de estudiantes)3.

“En vista de mi impotencia para salir corriendo, por una enfermedad que me postró en muletas hace muchos años, opté por tirarme al piso para huir de las balas y logré arrastrarme por el suelo hasta ampararme detrás de una banca de cemento. Quedé como a tres metros de la puerta de acceso a la residencia4 y fue cuando pude escuchar la forma tan violenta como la policía atacaba a los residentes que allí se encontraban. Entraron, según el estruendo que se oían, destruyendo todo, puertas, objetos, y sacando a bolillazos a quienes encontraron a su paso en aquellas piezas. Pude escuchar cuando un militar ordenaba que sacaran ‘a todos esos H.P.’ de allí, y también pude oír cómo al poco tiempo ordenaron que desalojaran la U… Pero la calma no reinó porque momentos después penetraron personas que supongo pertenezcan a organismos secretos del Estado portando pistolas pequeñas, agarrando estudiantes y entregándolos a la fuerza disponible que estaba a la entrada de la 26” (…).

“Recibí el puesto de vigilancia de residencias femeninas a Luis R. sin novedad […] A las 2:30 la fuerza pública destruyó los vidrios… Luego de los acontecimientos hice un recorrido minucioso en todos los pisos, encontrando las siguientes habitaciones, donde rompieron las chapas: 2069-2067-2018-3038-2034-2033. Las rompió la policía de civil que entró rompiendo la puerta principal con las motos”.

“Vimos cuando unos hombres, casi todos de negro y vestidos deportivamente, entraban armados a residencias femeninas y oímos que golpeaban las puertas y rompían las chapas. Tumbamos las camas y trancamos la puerta, nos encerramos en los armarios. Cuando dejamos de oír ruidos nos asomamos, vimos cuando sacaban encañonadas a varias compañeras”./ “Reconocimos a uno con buzo azul que en la pedrea estaba entre los estudiantes y ahora llevaba un arma apuntándole a una compañera” […]./ “Un compañero no pudo correr más, lo cogieron y lo tiraron al suelo, le daban patada y bolillo, se le paraban encima y llegó un negro de amarillo y negro (camiseta de rayas) y le dio dos disparos. Gritamos que no lo mataran. Lo llevaron a rastras. No volvimos a verlo” (…).

Otros testimonios

Los abajo firmantes, trabajadores del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, a continuación relatamos los hechos ocurridos el miércoles 16 de los corrientes a eso de las 2:30 a 3:30 p.m.

“En vista de que se oían disparos en el interior de la UN, desde las ventanas del Instituto vimos a un grupo de estudiantes desprovistos de capuchas que se disponían a abandonar los predios por la Calle 47. Cuando ya ganaban la puerta, fueron arremetidos a bala por un grupo de uniformados de negro y policías antimotín que golpeaban indiscriminadamente a los presentes. Se les condujo a unos carros por los uniformados de negro. La policía antimotín penetró en la U” (…).

“Pude ver cómo entraron a la U unos civiles que más tarde volvieron a salir con seis estudiantes, mujeres, quienes iban plenamente identificables, sin ninguna clase de capucha, y las metieron en una jaula. También metían a otros de los que estaban allí mirando, diciéndoles: ¿Usted es de la Nacional? ¡Camine! y los encañonaban”.

“Lo agarraron a bolillazos y patadas. Luego lo cogieron por la parte trasera de la pretina del pantalón y lo levantaron sin que el muchacho reaccionara. Mientras tanto, por la avenida venía un civil negro que vestía chaqueta terracota y bluyín junto con otros uniformados. Sacó un revólver o pistola y se acercó al muchacho que estaba caído en el césped y le disparó” (…)5.

1.     Documento publicado en el periódico 16 de Mayo: año 1, Nº 1, julio de 1984. Retomado en revista Suversión N° 563 (1), septiembre de 1993, Bogotá. Editado.
2.     Se refiere a la muerte de Jesús Humberto León Patiño, de sexto semestre de Odontología, torturado y asesinado en Cali el 9 de mayo de 1984 (NE).
3.     Éste, al igual que los testimonios que siguen, fueron firmados y muchos llevan como identificación nombre y cédula. Para esta transcripción, hemos omitido estos nombres por considerar innecesaria su publicación (NE).
4.     Estas residencias estudiantiles ocupaban lo que hoy es el edificio Antonio Nariño. Las residencias femeninas estaban en el edificio Manuel Ancízar (NE).
5.     Si bien se ha respetado al máximo la publicación original, se ha hecho una edición para facilitar la comprensión de los testimonios, y se corrigió uno que otro error de tipografía (en especial adiciones o ausencias de letras en palabras).

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