Cada país tiene la Universidad que se merece. Uno con vocación de liderazgo y sentido del tiempo, requiere unos centros de estudio de punta. Aquel que se reduce a la dependencia, mirando el campo con ojos del siglo XIX, más allá de toda consideración ambiental y humana, la universidad deja de ser imprescindible.
En esta segmento estamos en Colombia, donde la universidad pública sufre un marchitamiento en su proyecto estratégico, así no lo sea en la cantidad de alumnos que recepciona. De ahí que desde un poco más de un década la ahoguen por la reducción o congelación de recursos económicos, llevándola en algunos casos a la intervención administrativa y financiera, y a considerar por parte de otras la reducción de su oferta académica. En medio de ello, y como reflejo de los tiempos aciagos que atravesamos en Colombia, la militarización y criminalización de la reflexión y disidencia se justifica como persecución al “terrorismo”.
Problemáticas, unas y otras, que han motivado la reflexión y la protesta de la comunidad universitaria, hasta llegar a copar –como sucedió en los últimos días de octubre de 2009- la plaza de Bolívar, exigiendo a los congresistas presupuesto adecuado para todas ellas.
Su presencia, si bien no logró el dinero requerido, sí informó a todo el país del callejón sin salida que atraviesan estos centros de estudio. En este informe especial, las voces y el testimonio de los estudiantes de 5 de las 32 universidades públicas con que cuenta el país.
U.N: defensa de la educación pública*
La Universidad Nacional ha hecho una vez más lo que su esencia crítica y propositiva, propia del hogar del saber, nos dicta a estudiantes, profesores y trabajadores: romper el silencio. El problema presupuestal de la universidad pública, que ha puesto en crisis a la Nacional e impone un futuro tenebroso al alma máter, no podía aplazar la movilización que volcó la opinión pública hacia este centro de librepensamiento que desde hace años agoniza por la negligencia de sus directivas y el Gobierno. Sólo un 0,4 por ciento del Producto Interno Bruto se invierte en las universidades.
De los 600 mil millones de pesos exigidos al Estado para sanear la financiación de la universidad pública, ésta obtuvo 100 mil, pero quedan bajo administración de organismos como el Icetex, que le imponen políticas a la Universidad para que ésta se vea avocada a renunciar a su autonomía y su misión con tal de dar cifras positivas de cobertura y eficiencia. De nuevo, la mediocridad se pone por encima de la inteligencia, tesis inaceptable para los universitarios; la financiación del Estado a la Universidad debe ser integral. No nos sirven aumentos inocuos, útiles sólo para alargar la agonía de los centros educativos.
La soga al cuello del despropósito de obligar a las universidades a concurrir en el pago de pensiones se vuelve a presentar (nunca se ha ido) en forma de proyecto de ley en la Cámara de Representantes, para que las universidades públicas, de por sí carentes de recursos, ayuden a pagar los cuatro billones de pesos de pasivo pensional que por ley le corresponden al Estado, con riesgo de la quiebra para la Universidad.
Pero la comunidad universitaria dista de ser sumisa y, por el contrario, se constituye en una colectividad altiva, inteligente, propositiva. En sus disposiciones de bienestar, el estatuto estudiantil, que contiene sólo tres artículos relacionados con el tema, de los 54 sobre disciplinamiento, busca sojuzgar de antemano al estudiante, criminalizarlo, evitar el conflicto propio de la disertación y el desacuerdo. Ese desacuerdo nos lleva a exigir que se aclare públicamente el nefasto balance de la Reforma Académica para la UN, que hizo que en un semestre salieran alrededor de 2.200 estudiantes. En un semestre se fueron más estudiantes que en cuatro años, y hoy están en la franja de riesgo más de 6.000. El derecho a la educación y la calidad académica son elementos hoy en juego con estas políticas que desangran el saber en la Universidad.
Ante esto, la UN se levantó una vez más, demostrando su fuerza. El 8 de octubre, la Nacional se declara en Asamblea Triestamentaria Permanente para debatir sobre el problema y definirse. El 13, previendo la aprobación de la ley de presupuesto y con la necesidad de aunar fuerzas de diferentes sectores sociales, la UN se declara en Paro para salir a las calles, movilizarse, presionar y posicionar la discusión en todo el país, frente a la grave problemática universitaria. La movilización del 14 y el 15 resultó formidable. Miles salimos a las calles, informamos a la comunidad en general y poco a poco logramos poner en el ojo público el cinismo con que se pretende exterminar nuestro claustro. Tanto la marcha del 14 como el pupitrazo del 15 fueron claros y contundentes.
Nuestra pelea fue planteada desde el primer momento como de largo aliento. Las asambleas de las facultades y la triestamentaria fueron claras en el entendimiento de que, si bien existía una agenda legislativa en el Congreso contra la Universidad, que obligaba a movilizarnos, la lucha no podía quedar allí como pasó muchas veces sino, por el contrario, ser cada vez más fuerte, más contundente, más activa y cualificada.
Los hechos del 16 de octubre lo demostraron. El montaje contra estudiantes que le exigían al Rector que se presentara ante la comunidad universitaria para debatir sobre el presupuesto, y la inexplicable postura de las directivas de la Universidad frente al sí a la concurrencia, fue muestra palpable del peligro que representa la Universidad para la arbitrariedad y el despotismo. Aquello que en los medios llamaron secuestro tuvo plena explicación en la actitud cotidiana del Rector, quien históricamente se niega a discutir, al debate y ante todo a la construcción con su propia comunidad universitaria. El Gobierno les puso precio a nuestras cabezas, como si fuéramos criminales.
El Rector salió con el compromiso de presentarse en el Auditorio León de Greiff a las 7 a.m. del lunes 19. Minutos después ingresó la fuerza pública al campus sin justificación alguna, reteniendo violentamente a 22 estudiantes. De nuevo se le puso un estigma a la Universidad, hogar de la cultura y la vida. A las 7 de la mañana esperamos al Rector. Queríamos preguntarle por qué nos señalaba; por qué su postura ante el problema presupuestal; y, esencialmente, si es tan difícil construir y debatir con la comunidad. El Rector nunca se presentó, con el argumento de que no había garantías para su seguridad.
A partir de estos elementos, movilización, persecución a los estudiantes, anormalidad, discusión y presión, los estudiantes, profesores y trabajadores profundizamos la pelea. La Nacional siguió en paro para movilizarse, y el día de la aprobación de la ley de presupuesto salimos a marchar alrededor de 40 mil universitarios de todo el país. Pese a ello, la corruptela y el nivel de degradación de la ‘democracia’ en el país se cristalizaron en la negativa de la mayoría del Congreso de darle a la Universidad el presupuesto que requiere. De nuevo se lo contamos a la sociedad, abrazando a la UN con antorchas, demostrando una vez más que la dignidad reside en la Universidad y sus estamentos.
En las dos semanas de paro de la Nacional, logramos cuatro elementos básicos como balance positivo de la movilización: posicionamos en la opinión pública el grave problema de la Universidad en cuanto a presupuesto, y las difíciles implicaciones de la protesta universitaria; elevamos los niveles de conciencia y cualificación al interior de la UN mediante la comunicación, la discusión y el debate; aunamos lazos de cohesión y unidad basados en el entendimiento y el respeto; logramos que hasta el momento no se hayan aprobado la ley de concurrencia en el Congreso ni el estatuto estudiantil al interior de la universidad. Estos elementos deben mantenerse como referente porque en ellos reside la posibilidad de llevar este proceso a niveles más avanzados en escenarios futuros.
No hay ganancia más fuerte que la fuerza universitaria misma, que reside en la fraternidad.
* Apartes de un documento repartido por la Asamblea Triestamentaria, Universidad Nacional de Colombia
Universidad Pedagógica Nacional Déficit democrático y presupuestal
La Universidad Pedagógica Nacional (UPN) atraviesa hoy una profunda crisis que se expresa en distintos órdenes y no escapa a la situación de malestar y precariedad material, presupuestal y financiera que caracteriza el panorama del conjunto de universidades públicas del país. Aunado a ello está el hecho de que nuestra Universidad carece de una hoja de ruta; de una lectura cabal, profunda y consistente de las realidades que la configuran y en las que interviene específicamente en la pregunta por su lugar en el marco de la formación docente (la UPN es la única universidad monoprofesional del país, que se dedica exclusivamente a formar maestros en los niveles de pregrado y posgrado) y en la discusión en torno al estatuto desprofesionalizante y despedagogizante que desvirtúa en la actualidad la profesión docente.
En concreto, identificamos dos planos de esta realidad: la crisis inducida de la universidad pública, y la precariedad de la cultura y los mecanismos de participación democrática que son hoy la expresión más visible de los conflictos al interior de la UPN.
Crisis inducida de la universidad pública
En las últimas décadas, las políticas favorables a conformar un mercado educativo universitario inducen a una crisis de las universidades públicas, en la medida en que el Estado abandona paulatinamente su función financiadora. El desfinanciamiento y la descapitalización de estas instituciones significan un crecimiento de la cobertura sin que el gobierno aumente siquiera en proporción los recursos que le transfiere la nación.
Las manifestaciones y las implicaciones de esta situación son estructurales y no simplemente coyunturales, ya que comprometen el futuro de las universidades públicas en su conjunto. Esta antipolítica –por cuanto apunta a su destrucción– afecta sustancialmente a la docencia, la investigación y la proyección.
Es de considerar también que la meta más publicitada de la actual administración es la construcción de una nueva sede en el predio Valmaría, ubicado en la Calle 183, al lado del Centro Comercial Santafé. Pero este proyecto cuenta con dos inconvenientes protuberantes: por un lado, la improvisación. Sólo después de cinco años de su formulación se hará un estudio de factibilidad financiera; y, por el otro, el gobierno nacional ha hecho explícito que no comprometerá recursos para esta construcción. Por ello, la pregunta y la tensión que circulan en la UPN: ¿Ha contado el rector Óscar Ibarra con una planeación rigurosa y sostenida que garantice su viabilidad?
Precariedad de la cultura y mecanismos de participación democrática
En contravía del reconocimiento constitucional y legal de la autonomía universitaria, en el marco declarativo de la democracia participativa, se consolida una postura autoritaria de gestión en la UPN. El distanciamiento prevenido, el encerramiento sordo y el ensimismamiento de las unidades de dirección, respecto de la comunidad y sus representantes, marcan la creciente incapacidad instituyente de la Universidad, y la paulatina y creciente ilegitimidad de la administración.
La universidad pasa de la contención y la integración al autoritarismo, collage que no se reafirma desde sus lugares de autoridad y por tanto no nos permite integrarnos como comunidad académica y pedagógica al concierto nacional universitario de profesores, estudiantes, trabajadores y directivos que hoy tienen una agenda de movilización en defensa de la Universidad Pública en el país.
Estamos en mora de agenciar condiciones para la regulación, la tramitación de los conflictos, la construcción de límites de una convivencia que se mueve entre la tensión dialéctica de ser hostil y hospitalaria. Pero sabemos bien que, para empezar a recorrer caminos transformadores, antes tenemos que asumir nuestra propia realidad: somos una universidad con déficit presupuestal, democrático y de participación.
* Camilo Jiménez, representante de los profesores al Consejo Superior; Crisanto Gómez, vicepresidente de Sintraunal; Nilsa García, Piedad Ortega y Manuel Prada, profesores.
¿Qué dijera el Sabio Caldas de la Universidad Distrital?
La crisis de la educación pública, en particular la universitaria, parece no acabar y, a medida que pasa el tiempo, se profundiza en medio de un modelo económico globalizado que niega lo local, individualizando al colectivo y cuya mayor pretensión es la eliminación de lo público.
El bicentenario colombiano debe ser el pretexto para examinar el objetivo y la función de la educación en la construcción de nación, así como el rol de las instituciones públicas que enaltecen al país formando hombres y mujeres que piensen el progreso cultural y económico, pero que hoy, con la proliferación de universidades privadas, éstas asumen el sencillo papel de titular a un porcentaje importante y creciente de egresados, para que esta gran masa acceda al mercado laboral, muchos en condiciones deplorables y otros como miembros de la burocracia nacional. Así, éstos se convierten en casta privilegiada que hace de los medios tecnológicos de comunicación el puente para que cada quien los intérprete, con la misma libertad con que se interpreta la Biblia.
El déficit de las universidades asciende a medio billón de pesos. Universidades como la de Pamplona no tendrán más remedio que acogerse a la Ley 550; la del Cauca canceló programas para disminuir gastos; la Distrital Francisco José de Caldas, que goza de prestigio nacional, se niega a sucumbir en este mar incierto que es el futuro por el pasarán las instituciones públicas, que, aunque con carencias, aún existen.
La Distrital alberga a unos 25.000 estudiantes, atendidos con el presupuesto para 8.000 que tenía 10 años atrás. Esto es una evidencia para explicar el hacinamiento del 32 por ciento que se padece en la sede histórica, Macarena A. El déficit en inversión permanente se advierte en la carencia de implementos como pupitres, en la disminución de los días de prácticas de campo que hasta hace poco tenían algunos proyectos, en tanto que en otros se recortan los fondos para cubrir necesidades vitales, de modo que sus estudiantes sigan impregnándose de país en estos laboratorios sociales, básicos para el profesional.
Las condiciones de la sede Macarena A son deplorables: un aguacero imperceptible inunda salones, y las goteras forman ríos por las escaleras, en un espectáculo digno de filmar para las generaciones venideras. La Universidad carece de un campus donde se disfrute la vida cultural y académica, y no se fraccione aún más a estudiantes y profesores.
Otra caso digno de ser analizado: el 70 por ciento de los profesores de la Distrital tiene vínculo por contrato a 18 semanas-semestre. Esto hace que los docentes se conviertan en las vigas que deben soportar la vida académica y administrativa, cuando forzosamente se niega el derecho a la igualdad y las autoridades de la institución reconocen estas y otras anomalías pero llevan 18 años escudándose en las crisis domésticas y ahora en la mundial para no garantizar condiciones dignas de trabajo, lo que se constituye en modelo de trabajo más cercano a la Edad Media, implementado por los docentes mismos, formados como profesionales de la educación y cuyo papel debiera ser más cercano a la liberación de las nuevas generaciones de cualquier trazo de esclavitud e indignación.
En el espacio de la Universidad Distrital hoy tienen cabida expresiones organizativas –ACEU, FEU, FUN, Colectivo de Estudiantes Independientes, ASPU– que trabajan en mesas de diálogos sobre nuevas posibilidades hacia la superación de un lamentable estado de postración académica, cuyas respuestas positivas se imponen para superar este momento en que lo público padece una embestida a muerte.
Debemos reconocer el esfuerzo de la Coordinadora de Estudiantes de Universidades Privadas, que, como en otras épocas, sale solidariamente a reivindicar lo que nos pertenece, en un gesto que augura que los universitarios están más cerca del camino de pensar la educación desde lo político, como escenario de transformación cultural.
Los Estudiantes de Secundaria (OCE) también han tomado la palabra para reclamar un espacio que pronto deben hacer suyo en cualquiera de las 32 universidades públicas. El futuro es nuestro porque el pasado nos fue negado. La educación nos hace iguales.
* Por Sayly Duque Palacios.
La universidad en su laberinto: ¿callejón sin salida?
Gracias al cubrimiento de los medios de comunicación, la comunidad universitaria de la Universidad del Tolima se enteró de la difícil situación financiera por la cual atraviesan las universidades públicas.
Más allá de la situación financiera que amenaza con incrementar más las restricciones para un adecuado funcionamiento de las universidades, hasta quizá llevarlas a una parálisis general, en nuestro caso particular hay dos crisis que complican aún más la situación. En primer lugar, es patente que, luego de 10 años en la Rectoría, Ramón Rivera y su equipo no lograron esbozar siquiera un proyecto de universidad.
Aunque no se cuenta con un proyecto de universidad formulado explícita, clara y concisamente, en sus ejecutorias puede leerse cómo Rivera y sus coequiperos han asumido la tarea de construir universidad. El énfasis a lo largo de estos 10 años se pone en la realización de elementos formales, conducentes a cumplir el libreto impuesto por la política educativa sellada por Álvaro Uribe y sus antecesores.
La preocupación mayor ha sido ceñirse a los indicadores de gestión establecidos desde el Ministerio de Educación. No en vano, el principal argumento esgrimido por la Ministra para apoyar la tercera elección de Rivera como rector fue haber puesto a la U.T. en los primeros lugares de cumplimiento de tales indicadores. Por esta vía, prima un criterio gerencial de direccionamiento institucional, desde el cual se asume que ese cumplimiento es suficiente para tener una universidad en óptimas condiciones.
En tal sentido, la Universidad avanza en los procesos de obtención de registro calificado y acreditación de calidad de programas académicos, sin que ello redunde en un real mejoramiento de la calidad de los mismos. Básicamente, se hace una operación aritmética que exprese en créditos académicos los planes curriculares existentes, sin que al tiempo se produzca una auténtica transformación en las relaciones profesor-estudiante y estudiante-universidad, acordes con un modelo pedagógico en el que el peso de la formación de los educandos descanse en su trabajo autónomo.
Igual sucede administrativamente. La dirección universitaria asume como gran logro la implementación del Modelo Estándar de Control Interno (MECI) y del sistema de gestión de la calidad o norma ISO. En la práctica, como sucede con el Proyecto Educativo Institucional (PEI) y los lineamientos curriculares, ello no se traduce en mejorar la eficiencia de los procesos académico-administrativos. El resultado de esta situación: una universidad que en el papel se muestra diferente pero en lo cotidiano se desenvuelve como si estuviera osificada, inmutable.
La segunda cara de la crisis es la ausencia de liderazgo, evidente en las pasadas elecciones de rector (8 candidatos) y representantes estudiantiles (6 listas). Allí sobresalieron la estrategia burocrática de la administración y la excesiva preocupación de los colectivos estudiantiles por estar cerca de los escenarios de poder, abandonando el trabajo político-organizativo de base.
La actual dirigencia estudiantil no dialoga con los estudiantes de a pie, no conoce sus formas de percibir el contexto y en consecuencia ignora lo que aquéllos piensan sobre la problemática universitaria. Es diciente que, mientras en el resto de universidades estatales los colectivos hablaron públicamente sobre la crisis estructural por la que atraviesa la educación pública superior, aquí la mayoría de colectivos se dedicó a buscar votos para salir como representantes estudiantiles, cosa de poca importancia para la mayoría del estudiantado cuyos problemas concretos no tocaron las propuestas de los candidatos.
A esto se suma un ingrediente adicional: la elección por tercera vez de Ramón Rivera como rector, que dejó un bloque de estudiantes, profesores y catedráticos en el papel de aparente oposición. Hasta ahora, más allá de hacer denuncias para generar una condena moral sobre el proceder de Rivera y su equipo de trabajo, ha sido poco lo que se avanza en la consolidación de una propuesta alternativa de universidad desde la cual seducir a la comunidad universitaria que no se identifica con la diatriba riveristas-antirriveristas. Por tanto, se trata de una oposición bien intencionada pero sin carta de navegación y una plataforma política contundente que atienda la necesidad de tejer opciones ante la simulación actual y que sea capaz de generar los procesos de cambio que requiere el alma máter para cumplir con sus objetivos, su misión, su deber ser.
Estas crisis –financiera, ausencia de proyecto universitario, debilidad del liderazgo– presentan un común denominador: la universidad no aparece como objeto de reflexión ni como sujeto de acción. Estamos ante una universidad que no se piensa a sí misma; una universidad inmóvil en la que suceden cosas que hacen pensar que algo pasa sin que tal percepción sea real. Sólo la fuerza de las ideas logrará sacar a la institución de su actual situación.
Estas ideas deben llevar a dos situaciones urgentes: en primer lugar, la alta dirección de la universidad debe comprometerse genuinamente a liderar las transformaciones que requiere la institución, y para ello es fundamental que se parta de una apertura creíble para democratizar la toma de decisiones. Esa alta dirección debe comprender que un proyecto de universidad es una carta de navegación hacia un destino común que debe cobijar las diversas voces de la comunidad.
En cuanto a los estudiantes, es imperativo un replanteamiento político. Resulta evidente que hoy las prácticas tradicionales y los discursos son obsoletos; es notable la escasa convocatoria que generan. Es el momento de dejar de culpar a la “masa ignorante y apolítica”, y en vez de ello comprender que la juventud de hoy no es la misma de ayer, y que sus actuales lógicas sociales y culturales demandan un replanteamiento profundo, y una transformación radical y creativa que permita un diálogo afectivo y efectivo entre las mayorías y aquellos que pretenden erigirse como sus líderes o voceros.
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