Candidato a la Cámara por Bogotá
Polo Democrático Alternativo – 114
Defensor de Derechos Humanos, Educador y Librepensador
Preso de conciencia y político, detenido injusta y
arbitrariamente desde el 14 de noviembre de 2008.
A vanza la tarde, el reloj marca las 3:45 de un día soleado del mes de enero de 2010, en la cárcel la Picota de Bogotá. Bajamos las escaleras para pasar al patio donde, al cruzar una pequeña reja, dos guardias cuentan uno a uno a los prisioneros, mientras sale la montonera, en la llamada rotonda1. Los pasilleros2 ayudan a desocupar las celdas, y luego de realizar su tarea esperan en el primer piso del edificio de tres niveles, compuesto por seis pasillos con 20 ó 25 celdas cada uno, incluyendo la rotonda del tercer piso, que tiene siete celdas, donde viven en cada una de ellas –según el hacinamiento de cada día– de 3 a 6 personas.
Al llegar al primer piso se ve a un hombre de unos 45 años, de tez morena, contextura gruesa, rasgos de campesino, retorciéndose de dolor contra una pared en medio de los pasilleros, quienes, sumergidos en la impotencia, le sugieren mil cosas: desde tomar mucho líquido hasta demandar al Inpec o a Caprecom por su negligencia. Buscando entender el barullo, pregunto a un miembro del comité de convivencia3, el porqué de tanto alboroto, él comenta que ese pobre hombre ha estado orinando sangre desde hace varios días, tal vez semanas, sin ser atendido debidamente por la EPS que presta sus servicios en las cárceles del país. El adolorido hombre escucha la explicación y agrega entre sollozos que no le dieron en un comienzo más que acetaminofén, luego, en otra consulta, ibuprofeno, y en los últimos días le han aplicado inyecciones de no se que menjurjes que le han calmado el dolor, pero no le solucionan el problema. Todo indica que la cosa va de mal en peor. Se le ruega al guardián que lo deje pasar a sanidad, pero él, como uniéndose a las voces de protesta, dice que de nada sirve llevarlo al servicio médico si allí no hay quien lo atienda, quizá más tarde. Así todos quedamos sin palabras y reflejando en nuesas caras largas la frustración, la rabia y la impotencia.
Ya en el patio, donde todos los prisioneros quedamos reunidos durante la contada, era comidilla este drama. Cada uno contaba su historia. Se decía que este no era el único ni el caso más grave, que a otro señor, por ejemplo, le extirparon un riñón luego de mucho tiempo de inasistencia médica, y en este momento se encuentra en el pabellón de sanidad, al que todos califican como un moridero por la soledad, el maltrato y el abandono.
Otro hombre, a lo lejos, comenta ante un auditorio atento de más de 10 prisioneros la suerte de un tal Sancho, quien luego de estar durante un tiempo en esta cárcel, fue enviado a la de Acacías (departamento del Meta). Allí, tras presentar algunos problemas de salud, le fue aplicado un medicamento
que, en palabras del narrador, le generó una complicación cardíaca. Luego, al ser trasladado nuevamente a La Picota para su tratamiento, se deteriora aún más su salud, generando un desenlace fatal por falta de atención necesaria y oportuna, pues muere por una mezcla extraña de patologías simultáneas: un paro cardíaco y un derrame cerebral. Dantesco destino pare este pobre hombre.
Ni para una jeringa
Después de esta aterradora narración, al otro extremo del patio, disfrutando de esta tarde de sol pero a la vez en actitud desesperada, los enfermos de diabetes discutían casi hasta llegar al estado de shock, denunciando entre ellos y ante los demás su situación. Decían que les parecía el colmo que tuvieran que inyectarse varias veces con una misma jeringa, que, cuando hay, es personal; y cuando no, hay que ‘desinfectar’ la aguja con la llama –para ser compartida– de un encendedor, y la sabia solución de Caprecom es aplicarles la insulina con unas jeringas distintas de las indicadas, con una aguja que triplica el tamaño de la original, generando sangrado y hematomas, que por el tipo
de enfermedad se hacen peligrosos y pueden conducir incluso a la muerte, pues es sabido que a un diabético hay que evitarle cualquier tipo de laceración, ya que su recuperación es demorada, pudiéndose llegar hasta amputaciones y otras desgracias como la ya mencionada, pero, claro, ante la denuncia, dicen los enfermos, sólo existen los insultos, la represión y los malos tratos, paradójicamente no por parte de la guardia, que es el aparato de choque de las cárceles, sino de quienes atienden en estas indolentes EPS. Un señor ya mayor denuncia que la reutilización de los elementos desechables para el tratamiento de los enfermos es continua, que él da testimonio –y lo sostiene donde sea– de cómo ocurre esto con los guantes en odontología, además de que luego de los procedimientos no se esterilizan los instrumentos.
Así, el patio se vuelve una torre de Babel donde, con diferentes lenguajes, estilos y ademanes, se narran experiencias aterradoras, extendiéndose una especie de alarma generalizada; un hombre en un pasillo le dice a otro que, en su afán de buscar un tratamiento odontológico, le fueron destapadas varias muelas, dizque para unos conductos, invitándolo a pedir nuevamente una cita para continuar el tratamiento y el pobre entra en pánico al saber todo el tiempo que habría que esperar, pues, por bien que le fuera y si todo es normal, tendría que esperar como mínimo ocho días (aquí todo es normal) si el encargado del patio lo anota el día que le corresponde, si acaso hay un cupo, y además si ese día atienden en sanidad, si por accidente llegan los médicos, las enfermeras y odontólogos, y si tal vez tiene la paciencia para esperar varias horas otra vez, y de nuevo la odisea. Hay quienes han esperado hasta cinco meses para ser atendidos nuevamente, sufriendo las aventuras y desventuras, las infecciones y traumas que generan las heridas abiertas en la cavidad bucal, porque para cualquier mortal es sabido lo terrible que es un “dolor de muela a medianoche”, y en nuestra condición de detenidos, cuando todo se vuelve adverso, es aún peor.
Miopes y enfermos del corazón
En la Biblioteca al Patio “Orlando Fals Borda”, un joven de los miles que pueblan nuestras cárceles se pega contra los libros para intentar leerlos. Me dice que ha buscado le realicen los exámenes de optometría, para, si es necesario, él mismo comprar sus lentes, pero no le dan la cita y cuando se la dieron esperó toda una mañana y nada. Así se repite esta rutina desgraciada por un problema visual. El que más sufre en este patio, por este tipo de limitación, es un muchacho apodado “Rata Ciega”, quien por estar “frito” (así se denomina entre rejas a quien vive una situación económica difícil) no ha podido comprar lentes, vive de tumbo en tumbo, se le ve siempre perdido, y, lo que es paradójico, se deja tentar por la lectura sin poder en este intento ver con el más mínimo placer las esculturales modelos de la farándula criolla. El drama es generalizado. El año pasado, en la puerta de uno de los pabellones, murió un travesti conocido como “La Muda”, pateando la puerta y ahogando los gritos de angustia y de dolor en el silencio de sus palabras. El marcapasos que tenia le falló y la indiferencia de la guardia, sumada a la falta de atención de esta EPS, ofrendó una nueva vida a la voracidad de quienes disfrutan el sistema, que, como buitres, viven de la muerte y la descomposición de los cuerpos que en vida deambulan por los laberintos de un país hecho cárcel.
Luego de sufrir tantas angustias, el noticiero de la noche nos oscurece aún más el panorama, al informar la entrada en vigencia de la Emergencia Social, en que la salud sufre la más traicionera de las puñaladas, aumentando su desangre sin ninguna EPS que la auxilie, pues, si no hay ‘platica’, no hay atención, y ningún médico se arriesga a ayudarla hasta que una junta científica diga qué hay y qué puede hacer. De esta manera, la pobre salud, que siempre ha vivido desempleada, no ha tenido con que pagar la pensión y ahorrar sus cesantías, para cubrir por partida doble la atención, mientras en la bolsa de valores las acciones de las EPS nacionales y extranjeras se cotizan cada vez mejor, mientras la vida de millones de connacionales se desvanece en el aire apestoso del gran capital, defendido a sangre y fuego por el más perverso de los manipuladores de este país, que junto con los empresarios y dirigentes de la nación disfrutan sádicamente el dolor de todo un pueblo.
¡Es el colmo de la desfachatez! En la década de los 90 le hacen el mandado a las multinacionales y nos imponen la Ley 100 a través del dueño de El Ubérrimo, y hoy, reafirmando su vocación dictatorial, asesinan la salud.
Febrero 5 de 2010. A los 449 días de secuestro
en las mazmorras del fascismo. Cárcel La Picota, Bogotá.
1. Espacio exterior de los pasillos que sirve de intercomunicación entre los mismos y los pisos superiores e inferiores, a un lado de las escaleras. También se conoce con este nombre al espacio de reuniones, o salón, ubicado en el último piso de este patio (número 2 de la cárcel la Picota), así como al conjunto de celdas que se encuentran cerca de este lugar.
2. Prisioneros que lideran y administran cada uno de los pasillos.
3. Grupo de pasilleros que busca garantizar la vida, el respeto y la armonía de todos los presos.
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