Sólo eran cinco las condiciones para que volvieran las cosas a ponerse en orden en el universo judío, en sus relaciones con otros pueblos, y con su propia gente y en los ritmos de la naturaleza: 1. Que en ninguna casa hubiese gente explotada; 2. Que todos apartasen de su vida los gestos amenazantes; 3. Que toda conducta excluyese las palabras perversas; 4. Que cada uno diese a los que tienen hambre lo que desearía para sí; 5. Que fuesen saciados con libertad los que padeciesen opresión (Isaías 58, 6-14, discurso sobre el sentido del ayuno). Sin el cumplimiento íntegro de esas cinco condiciones, el profeta Isaías, algunos siglos antes de Cristo, garantizaba que el desorden y la desarmonía reinarían por doquier y que la división del Reino seguiría siendo una amenaza siempre a la puerta. Tiempos antes lo había advertido Elías: un solo pobre en la nación es una señal inequívoca de que algo se ha roto en el orden social y en las relaciones con Dios. ¡Un solo pobre! (1). Ocho siglos después, ésa seguirá siendo la misma perspectiva evangelizadora de Jesús: “Proclamar la liberación de los oprimidos y anunciar buenas noticias a los pobres” (2).
Desde los albores de nuestro siglo XXI, a la manera del viejo profeta, también anda proclamándolo Amartya Sen, Premio Nobel de Economía 1998. El desarrollo como libertad debe entenderse así: que nadie en el mundo padezca privaciones ni enfermedades fácilmente curables; que todos posean una vivienda digna; que nadie sea excluido de la toma colectiva de decisiones, que cada habitante del planeta disfrute del nivel educativo que desee; que todos puedan profesar, expresar y difundir, sin ser heridos o perseguidos o mutilados o estigmatizados como malos o encarcelados por ello, sus propias ideas y pensamientos políticos y religiosos; que todos puedan vivir en la cultura y el entorno que escojan (3).
Es impresionante la concordancia que se da entre estos dos pensadores del destino humano y del desarrollo y gobierno de los pueblos, a pesar de los casi 30 siglos de distancia y de estar ubicados, para pensar el mundo, en distintas perspectivas y disciplinas: el profeta, desde la teología de la historia, y desde la teoría política y económica el economista.
Pero lo que más nos conmueve hoy es la manera como están involucrados, según esas dos formas de pensar, la armonía de los ciclos del mundo natural, y el bienestar de los pueblos y de los individuos. En efecto, los compatriotas de Isaías piden a Dios que les mande lluvia y alimentos, y para ello oran y ayunan. El profeta, sin desmotivar en nada el ánimo orante y ayunante de su pueblo creyente, lo lleva más lejos en la reflexión: el ayuno que quiere Dios es, sobre todo, justicia, buen trato, relaciones hermanadas, equidad en el reparto y disfrute de los bienes de la obra de Dios. Cumplidas esas condiciones, según este orden de Dios, habrá lluvia y bienestar. Amartya Sen, el de nuestros días, a su turno, exhorta a los gobiernos del mundo así: sólo puede haber equilibrio en el mundo y desarrollo sostenible y avance económico si se le garantiza a cada viviente buena vida y libertad entera y bien gozada.
Queda claro que la profecía, entendida como palabra buena, oportuna y cierta para el buen vivir de los pueblos y para la larga vida de esta casa común de la tierra, no tiene escuela ni tiempo ni fronteras. En efecto, el mensaje del viejo Isaías (nacido en 765 antes de Cristo), creyente en la bondad de Dios, se parece en su esencia al lenguaje que en el siglo XXI hablan las ciencias sociales, políticas y económicas. Para constatarlo, por si acaso, volvamos a repasar sus cinco condiciones.
1 Ver “Como chasquido de hojas secas en la noche”, desde abajo Nº 154.
2 Leer Evangelio de Lucas 4, 16-24.
3 SEN, Amartya: “Desarrollo y libertad”, Editorial Planeta, Barcelona, 2000.
*Teólogo, filósofo, educador, director de la Fundación Educativa Soleira – FUNDESOL. Correo [email protected]
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