Para su captura se utilizó al Batallón Bolívar, acompañado de personal del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía y de la Regional de Inteligencia Militar de Cundinamarca. Esta escena me recuerda un pésimo enlatado gringo en el que se despliega una operación similar para capturar a Robocop. Sólo faltaron los helicópteros y una balacera campal. Los medios televisivos no se quedaron atrás. Describieron con exageración la ‘peligrosidad’ de los jóvenes capturados para resaltar la inteligencia militar, como en las películas, burda imitación de una pésima comedia colombiana.
Nuestro ‘peligroso’ Robocop resultó ser un joven artista que dejó su pensamiento crítico en tres hermosos murales que iluminan las pálidas paredes de la Universidad Tecnológica y Pedagógica de Tunja. Estaba estudiando allí. Este joven, como sucede con otros tantos, ha sido estigmatizado por pensar diferente. Es que aquí, en este país de la ‘seguridad democrática’, necesitamos jóvenes no pensantes, capacitados en herramientas técnicas y tecnológicas para que integren una fuerza laboral barata que nos permita competir en un mercado global. Jóvenes preparados para competir a costa del simple desarrollo de su humanidad.
Luego de una acelerada audiencia penal en la que el juez, parte de esta comedia, ratificó el falso positivo judicial, fue conducido con un trato denigrante a la cárcel Modelo de Bogotá. Y allí, en un ambiente en que se atropella y se pisotea la dignidad, ocurrió lo contrario. Lejos de debilitar su pensamiento anarquista y su férrea voluntad juvenil, Luis Eduardo, el pintor de murales e ilustrador de publicaciones en Colombia y el extranjero, experimentó con una técnica diferente, el óleo. He aquí su producción artística, fruto de cuatro meses de encierro.
“Amapolas”. Trazadas con un pincel con el que pretende escapar del tedio y la angustia ante su inesperado encierro permanente. Luis Eduardo captura la belleza de esta flor en su estado silvestre. La calidez de su tono rojo coralino, fusionado con un rosado tenue y suaves destellos blancos, ilumina la penumbra selvática que se percibe en el fondo. El tallo firme y esbelto refleja la libertad de su movimiento, la dignidad de su esencia.
En este y los otros óleos pincelados durante su encierro se percibe el carácter sencillo de Luis Eduardo, su actitud compasiva frente al dolor, el desprendimiento de lo material y la manifestación de amor a sus seres queridos. En medio de pigmentos aceitosos, espátulas, pinceles y lienzos que pudo recibir de sus padres luego de un atormentado proceso de autorización en la cárcel, este joven tomó fuerzas para no desfallecer, para no perder su espíritu de artista.
“Una hora de sol”. En este lienzo, Luis Eduardo estampó el paisaje sombrío que se observa a través de una pequeña ventana en el patio de máxima seguridad. Durante el tiempo que estuvo pintando este cuadro, se hicieron más amables las operaciones de inspección que realizaban los vigilantes de manera intempestiva. La actitud ruda y hostil de estos guardias, siguiendo el carácter de macho bravucón de los guiones de película, se esfumaba cuando, al divisar el cuadro, se acercaban curiosamente para constatar que cada detalle del óleo era fiel reflejo de lo que con dificultad podía observarse en el pequeño orificio de los rígidos muros del lugar. Se despedían con una palmadita de felicitación y continuaban con sus patéticas requisas en las celdas contiguas.
“Mujer indígena”. Esta obra tiene la capacidad de dejarnos atrapados en unos ojos profundamente negros, de hermosa nativa, cuya mirada muestra inquietud y desconfianza ante el conquistador que pretende violentarla. Siento en esos ojos la angustia de Luis Eduardo, angustia por el destino confuso e incierto que en ese momento le esperaba, si entender por qué este sistema lo excluyó del ambiente universitario y le cercena el derecho a vivir una vida sencilla, una vida estudiantil.
Finalmente, podemos apreciar en “Melancolía” el rostro pensativo, casi a punto de llorar de una suave muchacha. Su cara refleja tal vez el abatimiento que poco a poco se apoderaba de Luis Eduardo ante el paso lento de los minutos, las horas y los días, sintiendo acaso que se agotaban su fortaleza, sus esperanzas, su convicción de volver a dibujar en libertad.
Los falsos operativos judiciales, como los pésimos filmes gringos, pronto son abandonados por el auditorio. Los evidentes errores del guión teatral con el que trataron de enlodar a este creador de pincel y óleo han ido cayendo poco a poco.
Estás de nuevo entre nosotros, libre, como siempre estuvo tu espíritu. Con un trazo fuerte que comprueba el carácter profundo de tu alma de artista. Que anuncia la madurez alcanzada durante el cautiverio. Contigo, todos tus seres queridos volvimos a sentir la magia de la libertad, nos impregnamos de tu amor a la vida, de tu perfecta sencillez para afrontar cada segundo, cada día.
En la cárcel quedó la nostalgia de su ausencia. El trazo de su pincel transformó en coloridos murales las envejecidas y sucias paredes del patio de máxima seguridad. Martín Sombra obtuvo su mayor deseo, enfrentar el bien y el mal en un mural donde Luis Eduardo delineó al diablo al lado de Jesús. Otro recluso le pidió convertir la pared de su habitación en una exótica selva. En la estrecha celda que ocupaba, bellas mujeres orientales ejecutan una hechizante danza. Sus compañeros siguen allí esperando el cumplimiento de sus eternas e injustas condenas. Ahora sus ojos pueden recrearse en aquellos hermosos paisajes y los rostros que plasmó con generosidad este pintor al dejar allí la calidez de su ser.
* Abogada y estudiante de la especialización en periodismo Universidad de los Andes
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