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Se abre la veda. Mujer, géneros y diversidad sexual en Bogotá, ¿un matrimonio incómodo?

Hablar de feminismos, géneros, identidades, diversidades… es asunto difícil. Entenderlo y abordarlo nos lleva a mirar en lo más profundo de nuestra construcción como personas y, si queremos acabar con las desigualdades, nos conduce a cuestionarnos y también a veces a transformarnos. Pero, difícil o no, lo cierto es que las cuestiones que trata el género –aunque construcciones sociales– no son temas ficticios. En Colombia y a largo y ancho del mundo, personas reales sufren la violencia también real de ser ‘diferentes’, simplemente porque “lo que no lo es” se ha naturalizado: mujeres a quienes silenciamos por nuestra socialización machista, lesbianas a quienes insultamos por no encarnar esa cultura patriarcal que precisamente no logra silenciarlas, y mujeres trans, a quienes asesinan con especial virulencia y ‘dedicación’, simplemente por ir más allá de lo permitido. Esto pasa cada día en las calles de Bogotá, en las de Colombia, en las avenidas del mundo; y yo ahora tengo la opción de hablarlo con ustedes, debatirlo y analizarlo.

Y lo hago inaugurando esta sección sobre cuestiones de género en un espacio que me ha brindado la posibilidad de hacerlo, bajo el propósito de que este sea un proyecto de pensamientos y debates, y con la ilusión de que genere precisamente eso: pensamientos y debates que vayan más allá de lo institucional y acojan la opinión de todas aquellas personas en Colombia que hayan entendido o no que todas y todos formamos parte de nuestras construcciones de género, y que, por tanto, todas y todos –en alguna forma– nos hemos construido también desde “lo diferente”.

Les espero, entonces, en el pensamiento y en el debate. Sean bienvenid@s.

Todas las mujeres lesbianas fueron expulsadas de la National Organization for Women en 1970 tras una manifestación de la escritora y activista Rita Mae Brown en la que se declaraba como tal. Esto no le sentó muy bien en Estados Unidos al movimiento de mujeres y tampoco le sentaron bien a Mae los intentos de la ONM de distanciarse de las organizaciones de lesbianas.

Varias décadas después, el asunto sigue siendo complejo, y, aunque desde las diferentes teorías de género (sobre todo posestructuralistas) conseguir la equidad pasa por cuestionar la heterosexualidad obligatoria, siguen sin existir tales articulaciones desde las políticas públicas dirigidas a mujeres. Tampoco en el caso de Bogotá. Porque, aunque es una misma Subsecretaría (Mujer, Géneros y Diversidad Sexual) la que acoge ambas direcciones (Dirección de Diversidad de Sexual y Dirección de Derechos, Desarrollo e Igualdad de Oportunidades para la Equidad de Géneros), la separación entre las mismas es notable y fácilmente palpable. A pesar de que el género no es sólo una cuestión de hombres y mujeres, y a pesar de que una política de género completa debiera pasar –según diferentes teorías y activismos– por el cuestionamiento del heterocentrismo, diversidad de género y género –aquí– son cosas distintas.

Tal es así que las dos direcciones ni siquiera comparten el mismo espacio virtual que ofrece la Secretaría Distrital de Planeación, a la cual pertenece la Subsecretaría. La Dirección de Derechos, Desarrollo e Igualdad de Oportunidades (es decir, la que desarrolla políticas para lograr, según su nombre, igualdad para las mujeres) ha optado por definirse y anunciarse en un espacio propio, separado de “las diversidades sexuales”. Todo ello a pesar de que el decreto que regula el funcionamiento de esta Dirección (Nº 256 de 25 de junio 2007) la obliga a “dirigir las acciones necesarias que posibiliten la coordinación interinstitucional requerida para articular sus planes y proyectos con las políticas públicas de mujeres, géneros y diversidad sexual”.

No parece que la opción de separarse de este espacio (Planeación), al que se encuentra organizacionalmente ligada esta dirección y en el que quedaría también unida a la de Diversidad Sexual (formando ambas la Subsecretaría), ayude a que se propicie esta articulación referida en el decreto, ni siquiera visualmente hablando. ¿Por qué, a pesar de lo que éste dice, la Dirección ha preferido presentarse en forma autónoma? ¿Qué ocurre cuando una política que procura garantizar la igualdad para todas las mujeres evita la articulación con mujeres lesbianas, bisexuales y mujeres trans? ¿Qué ocurre cuando una política de géneros no se refiere a los géneros desde más de un punto de vista ni acude a la violencia que el heterocentrismo genera en todas las mujeres?

Para abordarlo, dos expertas en cuestiones de género nos trasladan sus puntos de vista al respecto de esta política pública, desarrollada en el Distrito desde la experiencia política, la académica y la activista. ¿Por qué elegimos a Bogotá para este análisis? Pues porque, a pesar de que los derechos de las personas LGBT hayan sido tratados desde ciudades como Medellín, Cali y Pasto, fue Bogotá la primera ciudad y la primera capital latinoamericana en abrir una dirección específica sobre diversidad sexual. Y por ser también la ciudad que, en su día, hizo una apuesta fuerte por las ‘diversidades’ desde el Distrito.


Patriarcado y heterocentrismo: los dos ejes del mal

Recordarán a Liza García por ser la primera directora de Diversidad Sexual en Bogotá. Fue la persona que movilizó la primera política de este tipo en Latinoamérica (Política pública para la garantía plena de derechos de lesbianas, gays, bisexuales y trans) y quien impulsó el desarrollo de la política pública para la garantía de derechos de lesbianas, gays, bisexuales y trans en la ciudad. Hace poco más de un año que no está en ese cargo por decisión propia. La causa: un Máster en Género, Identidad y Ciudadanía que decidió emprender en España.

P. En su trayectoria vital, tiene en su haber el conocimiento de las teorías de género y, por la otra, el conocimiento político, estratégico, que le dio su cargo como directora de la Dirección de Diversidad Sexual durante 2008-2009. ¿Es difícil articular esos dos campos?
R. Yo creo que sí porque las teorías de género plantean rupturas fundamentales de estructuras sociales que se encuentran muy arraigadas entre las personas, sobre todo en ciertas culturas. En ese sentido, el desarrollo de esa articulación de lo estratégico y lo político con las teorías es utópico en cierta medida, y desarrollarlas con congruencia constituye una dificultad grandísima.

Las construcciones de género hegemónicas que las teorías quieren romper son precisamente el primer obstáculo con el que se encuentran las políticas públicas. Sobre todo porque quienes las desarrollan son personas que crecieron en un contexto específico, bajo una determinada construcción de género, y eso hace que tal construcción delimite el desarrollo de las políticas que buscan la equidad de género para mujeres y hombres, y el reconocimiento de los derechos de personas, en este caso, de sectores LGBT.

P. ¿Considera que género y diversidad sexual hablan de lo mismo?
R. Creo que no hablan de lo mismo pero sí que se interrelacionan. Cuando hablamos de construcciones de género, estamos hablando de las formas en que nos construimos como personas (como hombres, como mujeres o como personas que no quieren encasillarse en ninguna de esas dos categorías), y eso implica hablar precisamente de las orientaciones sexuales que asumimos, de por qué las asumimos. El género implica hablar también de la construcción de la orientación sexual o de la identidad de género.

En el momento en el cual desarrollaba la Dirección, lo afirmaba y sigo afirmándolo como activista y como interesada académicamente en estas cuestiones: creo que las luchas por la ruptura del sistema patriarcal y por el reconocimiento de los derechos de personas que no tienen una orientación heterosexual y que no tienen una identidad de género como la espera todo el mundo son complementarias. No se puede subvertir el orden social para que las mujeres tengan equidad en relación con los hombres sin trabajar en la deconstrucción de las orientaciones sexuales y las identidades de género. Yo decía a manera de broma que son los dos ejes del mal: el patriarcado y el heterocentrismo.

P. ¿Considera que desde la Subsecretaría de Mujer, Géneros y Diversidad Sexual de Bogotá, género y diversidad se relacionan y se complementan de la manera que dice?
R. No puedo hablar del papel en este momento de la Subsecretaría, ya que llevo un año fuera de lo que implicó el trabajo de la Dirección, pero al menos en el tiempo en que yo estuve, en la misma encontré muchas dificultades para articular el trabajo de las mujeres con mujeres lesbianas, bisexuales y trans. Creo que hace falta un real trabajo articulado entre ambas Direcciones y que no existe tal trabajo.

En ocasiones, la política pública, por ejemplo, en mujeres, no reconoce el desarrollo de las mujeres trans ni lo apropia como parte de una de sus banderas. Tampoco frente a las mujeres lesbianas y bisexuales, y creo que eso hace falta. Pienso que se ha dejado de lado este tema en la política de mujeres, sólo porque existe una Dirección de diversidad sexual. Yo me pregunto si esto mismo pudiera pasar si se creara una dirección para las personas afro o si se crea una dirección para las personas en condiciones de discapacidad. Pienso que la política en esos supuestos sería menos excluyente.

P. ¿Considera que la Subsecretaría desarrolla políticas para todas las mujeres de Bogotá?
R. No, definitivamente no. Y, además, me hago otra pregunta: ¿Considera que la política de derechos para las personas LGBT hace política LGBT para todas las personas? No. Esta dirección no ha hecho hasta el momento, por ejemplo, una acción afirmativa del tema de VIH en lesbianas, gays, bisexuales y trans.

Por tanto, creo que ninguna de las dos políticas es completa; y creo que la política pública de derechos de personas de los sectores LGBT reconoce claramente el tema de género. Reconoce el género como una construcción fundamental para trabajar las orientaciones sexuales no hegemónicas y las identidades de género. Lo que yo no tengo claro es que el Plan de igualdad de oportunidades para la equidad de género en el Distrito Capital 2004-2016 reconozca –además de estar en el papel– a las mujeres lesbianas, bisexuales y trans. Eso creo que no está allí.

P. ¿Cuál es, desde su entender, la opción de funcionamiento idónea para articular estas dos políticas?
R. Inicialmente, no creer que quien tenga más plata es quien va necesariamente a tener mayor impacto. No sé si sea el momento para que trabajen en un solo proyecto porque reconozco la necesidad de hacer acciones específicas. Mi propuesta alternativa fuera seguir trabajando por direcciones diferenciadas pero sin que haya una pelea tan ardua por la lucha de los recursos. Creo que, por lo menos, se debieran reconocer las perspectivas de género en general, no sólo desde la orientación sexual o la identidad de género, y no sólo desde otras aristas que no sean la orientación sexual o la identidad de género.

Además, debe haber una revaluación al respecto para convertir estas políticas en políticas de primer grado, tan importantes como, por ejemplo, las políticas públicas de transporte. Deben ser, además, políticas transversales que afecten a todas las Direcciones. El tema de género es tan importante o incluso más que eso, y aquí parece un añadido. Resultan ser incluso políticas muy incómodas para la administración.

P. ¿Y en lo que respecta a los movimientos sociales?
R. Las políticas públicas han arrasado con la agenda propia de los movimientos. Ya no hay ni 28 de junio ni 25 de noviembre sin que el Distrito esté liderándolo. No hay 28 de junio sin que las organizaciones tengan que ir al Distrito para que les apoyen la marcha. Asimismo, necesitamos un movimiento social autónomo que pueda generar su propia transformación desde sus haceres, y eso no existe ahora en Bogotá.


La política pública no resuelve la desigualdad

Ochi Curiel está unida al activismo y también a la teoría desde la Academia. Es coordinadora curricular de los posgrados de la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia, Magíster en Antropología Social y experta igualmente en el pensamiento y la teoría feminista latinoamericana y caribeña. Asimismo, es activista y teórica lésbico-feminista del movimiento afro.

P. ¿Cuál es su opinión sobre una investigación teórica o un trabajo sobre género que no tenga en cuenta la cuestión de la sexualidad, de las orientaciones sexuales y del heterocentrismo?
R. No es en ese caso un trabajo feminista. Creo que el género es una categoría analítica que te permite visualizar efectos diferenciadores entre hombres y mujeres y, en ese sentido, fue una categoría muy importante para el movimiento feminista y para la Academia también, porque permitió evidenciar esos efectos diferenciales del sexismo. Sin embargo, es una categoría muy heterocentrada y binaria, ya que parte del hecho de que hay grupos de hombres y grupos de mujeres. En tal sentido, el nivel de institucionalización de la categoría (no sólo por la Academia sino también por la cooperación internacional, las ONG, etcétera) despolitizó este término que en algún momento pudo ser interesante. Ahora, cualquier cosa es género, como, por ejemplo, incluir a las mujeres o los hombres; y es cierto que todo eso es género, pero a la hora de hacer referencia a un feminismo que no se limite siempre a evidenciar las diferencias que existen entre hombres y mujeres, es una categoría que no sirve mucho.

Creo que una visión feminista mucho más crítica e integrada debe abordar el tema de la sexualidad. Creo que nos conviene más hablar del régimen de la heterosexualidad, ya que, cuando hablamos de sexualidad, estamos hablando de cuál es esa lógica que ha impuesto la sociedad patriarcal-masculinista sobre qué es lo que prioritariamente es la sexualidad. Sobre todo, las lesbianas feministas creemos que la heterosexualidad es el régimen; es la sexualidad.

P. Hablando del régimen de la heterosexualidad, ¿considera que las políticas públicas de género en Bogotá tienen también en cuenta este lineamiento?
R. No lo tiene, y además es normal que no la tenga. Para mí, la política pública es la evidencia de la paradoja de la modernidad. Ya sabemos que el paradigma de la modernidad es el del hombre, blanco, heterosexual… Y todo lo demás se convierte en otro y tiene que parecerse a ese uno, a ese hombre blanco.

En ese sentido, cuando en las sociedades modernas no se satisface una serie de derechos –necesidades de esos otros–, obviamente hay que hacer política pública. Por tanto, la política pública existe porque hay desigualdad. Es su razón de ser. A esa modernidad y a esa política pública le interesa que la gente se quede en la diferencia.

P. Entonces, desde su punto de vista, las políticas y las luchas que se pudieran plantear desde esta teoría tendrán que estar fuera de la política pública…
R. Totalmente. Creo que son dos niveles muy distintos de actuación y que es una cosa que aquí en Bogotá es impresionante. A partir del multiculturalismo en América Latina, diferentes sujetos sociales se volvieron mucho más reconocidos que antes (los negros, la segunda ola del movimiento de mujeres, los indígenas…) pero siempre eran reconocidos desde “lo otro”. Pienso entonces que lo de la política pública no resuelve el tema de la desigualdad, que lo resuelven las contradicciones, las tensiones y las crisis que se dan entre un movimiento social autónomo y ese Estado.

P. ¿Cómo se llega a eso?
R. Obviamente, eso pasa por adquirir una autonomía de muchos tipos. Al mismo tiempo, la vida cotidiana te pone en una situación en la que, por ejemplo, tienes que pagar impuestos o puedes verte en una situación complicada si eres extranjera. Todas esas cosas hacen que tengas que demandar cosas al Estado, porque precisamente están, entre otras, pagando impuestos. Esa es la gran paradoja de la modernidad: que es muy difícil salir.

Bogotá es un ejemplo de eso: hasta la marcha del orgullo LGBT la organiza la Alcaldía, una cosa totalmente contradictoria. La gente se pelea por que la Alcaldía haga eso, y por ello es muy difícil conseguir tal autonomía.

P. La Subsecretaría que lleva esta política en Bogotá recibe el nombre de Mujer, Géneros y Diversidad Sexual. ¿Qué opinión le merece ese nombre?
R. Creo que la práctica política pública parte de la lógica de que existe un sexo natural (algo que la teoría posestructuralista rechaza) y que lo otro hay que reconocerlo en la diferencia, pero desde la lógica de la tolerancia y de los derechos humanos. La teoría debe tener una correspondencia con la práctica o, por lo menos, guardar un mínimo de coherencia; pero esa coherencia estará determinada por el proyecto político que tiene en mente la gente. Si a la gente le interesa que haya mujeres y hombres, pues tendrá una teoría política que exprese eso. Otras, que tenemos una posición más crítica, diremos que la cosa es mucho más compleja.

P. Pero muchas instituciones políticas de otros países empiezan a rechazar el concepto de “mujer” (en singular), por considerar que serlo no es un hecho natural y porque éste no incluye a mujeres lesbianas, bisexuales y trans. Empiezan a hablar de “mujeres” con el fin de ser menos excluyentes.
R. Porque se trata de una postura determinada, teórica y política. La cuestión es: ¿Qué teoría se reconoce? Dependiendo de ésta, se legitima o no el hecho de ser mujer. Creo que todas las teóricas feministas coincidimos en que la mujer no nace sino que se hace (como dijo en su día Simone de Beauvoir), pero hay diferencias en delimitar cómo se hace ese ser mujer. Creo que la lógica de la mayoría de las políticas públicas es pensar que hay una cosa natural al final, lo que de algún modo permite delimitar lo que es diferente.


Entrevista Andrea García Becerra

Antropología y feminismo para la trans-formación

Cuando Andrea García habla de la antropología (su profesión) y del feminismo –al que acude reiteradamente desde el reconocimiento–, la entrevistadora que está frente a ella sabe que estos dos campos teóricos son pilares fundamentales en su vida profesional y personal. Dos campos de trabajo en los que ella es experta tras haber realizando una extensa carrera investigadora y un Magíster en Estudios de Género y Teoría Feminista. Pero también la entrevistadora se encuentra con una inteligencia a la vez inquieta y serena. Y es precisamente esa forma particular de ver el mundo lo que le lleva a hablar una vez de “Tacones, siliconas, hormonas, teoría feminista y experiencias trans en Bogotá” (nombre que recibió su tesis de magíster calificada de Meritoria), y otras de su fascinación por el campo y los sistemas de producción.

En la actualidad, Andrea García forma parte del equipo docente de la Pontificia Universidad Javeriana. Allí desarrolla sus conocimientos en genealogías de la cultura, estudios de género y teorías antropológicas contemporáneas. Es, además, una de las muy pocas mujeres trans que ejercen su labor docente en una universidad colombiana. Por todo lo anterior, su pensamiento es una apuesta que pasa por la deconstrucción de lo establecido; un devenir intelectual que le lleva a unir el feminismo y la antropología como mezcla perfecta para alcanzar los objetivos de la lucha trans.

P. En estos momentos, eres una de las pocas mujeres trans docentes en una universidad de Colombia, La Javeriana, el mismo centro académico donde otra mujer trans, Brigitte Baptiste, actual directora del Instituto Alexander von Humboldt, trabaja como docente desde hace ya unos años. ¿Cómo entras a formar parte de este equipo?
R. Empecé como profesora de una cátedra de la asignatura Estudios de Género para el Departamento de Antropología. Luego desarrollé una propuesta de curso a las directivas del mismo departamento, evaluada y aprobada en 2009. En ese momento empiezo a formar parte del equipo, pero no fue hasta el año pasado que –tras un proceso de selección– entré de lleno en la institución universitaria.

P. ¿Cómo recibiste la reciente noticia del cargo directivo alcanzado por Baptiste?
R. He visto a Brigitte y creo que es una persona muy reconocida tanto en el contexto académico como en el de la movilización de las diversidades de género. Me parece genial que una mujer trans ocupe un puesto en las altas esferas científicas y de producción de conocimiento. Creo que es un aporte muy importante a la hora de romper estigmas y visibilizarlas de otra manera, y en otros espacios distintos de los que tradicionalmente se les asignan. Esta posición también tiene un impacto político.

P. Resulta interesante que la Universidad Javeriana (Compañía de Jesús) tenga precisamente una política tan incluyente en las cuestiones de género.
R. Yo creo que dentro del campo religioso, la Compañía tiene unas perspectivas bastante críticas: ha estado cerca de la actividad académica y ha contado con intelectuales prominentes. Cuando empecé a trabajar en la Javeriana entendía que una a veces ve las cosas de manera muy homogeneizante, como, por ejemplo, ocurre cuando se ve la categoría trans desde afuera. Sin embargo, cuando te acercas un poco a ciertos lugares del campo religioso, te das cuenta de que también hay luchas y personas con mentalidades más avanzadas.

P. Tienes conciencia de que tu trayectoria profesional es una excepción y así lo afirmas. ¿Es esto una responsabilidad añadida para ti?
R. Me considero una antropóloga con iguales cargas, responsabilidades y retos que el resto. En ese sentido, me veo como una profesional que está, en alguna forma, compitiendo en ese campo. Pero, de otro lado, pienso que, cuando hay una experiencia no normativa en la identidad, muchas veces el cuerpo mismo se torna casi como espacio político. Es como llevar el manifiesto encarnado. De eso no puedo desligarme y en ocasiones no quiero desligarme.

P. Trabajas sobre todo con gente joven. ¿Hay considerables diferencias generacionales desde que tú misma eras una estudiante de universidad?
R. Creo que sí hay cambios y que especialmente las personas que se interesan por disciplinas como la antropología tienen miradas más abiertas respecto al mundo. Obviamente, no puedo generalizar, pero siento que hay una especial apertura en los chicos y las chicas que ingresan a programas como los de antropología. Eso hace que se relacionen mejor con las identidades no hegemónicas.

P. Como investigadora, has realizado numerosos trabajos. ¿Cuáles de ellos consideras que te han dejado huella?
R. Me gustó mucho un proceso de investigación que hice en San Basilio de Palenque con la comunidad afrodescendiente de la costa norte colombiana. Me pareció muy interesante porque, a partir de él, me acerqué a un capítulo desconocido de la historia de América y de Colombia, que tiene que ver con el proceso de trata esclavista, la resistencia negra, y la confrontación con la corona y la República.

También realicé un trabajo con la Universidad de Antioquia sobre el tema de salud y cultura en el Urabá Antioqueño, lugar de colonización tardía, con una marcada presencia de grupos indígenas, campesinos y negros. Investigamos el tema de asistencia y cuidado a la atención parto y posparto en mujeres indígenas, negras, urbanas y campesinas. Y te hablo de estos proyectos porque son procesos de investigación que se salen del tema de las diversidades de género y de lo LGBT (lesbianas, gays, bisexuales y transgeneristas), ya que recientemente me he dedicado íntegramente al debate sobre género, teoría Queer, y movimiento LGBT.

Por otra parte, el campo y los sistemas de producción agrícola son temas que me apasionan y que quiero retomar.

P. ¿Qué otras investigaciones consideras fundamentales y que, por tanto, deben realizarse en la actualidad en Colombia?
R. Pienso que unas investigaciones que reconozcan los procesos de luchas, de transformación, de construcción de instituciones de impacto cultural, de los movimientos sociales, de los procesos y las políticas de construcción identitaria, de los movimientos de personas marginadas… Es necesaria una investigación que historice y narre esos procesos.

P. En el caso de la cuestión trans, si tuvieras que elegir un punto por el que necesariamente la estrategia tuviera que pasar para hacer que se alcancen los objetivos propuestos, ¿cuál sería?
R. Creo que es necesaria una apuesta por la transformación cultural, de las mentalidades y de las lógicas de funcionamiento del Estado y de las instituciones, con el fin de superar las categorías naturalizadas. Hay que cuestionar el binarismo de género* como estructura y fundamento de la visión y de la división del mundo, tanto de las personas como de las instituciones, ya que ese binarismo es una matriz violenta que permite agredir al otro.

P. ¿Qué teoría o teorías encarnan, desde tu modo de ver, esa misma estrategia?
R. Creo que indudablemente la antropología aporta elementos fundamentales para ese proceso. También, indudablemente, la teoría feminista. Esta es una producción teórica fundamental para estos procesos de reconfiguración, mucho más que la teoría Queer, incluso mucho más que los Gay and Lesbian Studies. Fue el feminismo el movimiento social y la teoría, la postura epistémica que ha permitido esta transformación. Por tanto, antropología y feminismo son una buena mezcla para conseguir propósitos en la lucha trans.

P. Según la Línea de base de política pública para la garantía plena de derechos de las personas LGBT en Bogotá, en el caso de las personas transgeneristas, su presencia en educación media es de un 39,35 por ciento y en básica secundaria de 26,7. El porcentaje de universitarios y universitarias es del 11,9 por ciento y de posgrado de apenas el 1,94. ¿Cuál es tu opinión al respecto?
R. La escuela funciona a partir de una lógica que excluye esas diversidades, y me parece que es muy difícil para una persona trans asumir la identidad en el colegio o en la universidad. El simple hecho de que te llamen por la lista con un nombre que no corresponde a tu identidad de género, todos los días y durante seis años, creo que es una barrera indiscutible.

P. ¿Qué se puede hacer desde la docencia?
R. Cada vez más docentes, de colegios, sobre todo, están acercándose al tema. Pero creo que la labor depende más de otras instancias políticas y educativas, y de las prácticas de los estudiantes y las estudiantes. Puede que un docente proteja tu identidad de género, pero lo que pasa en el patio es otra cosa.
 
P. Tanto las teorías de género como las antropológicas han dejado muchas frases convertidas en lemas, que en numerosas ocasiones han abanderado muchas luchas. Frases como “lo personal es político”, de Kate Millet. ¿Qué lema o lemas representarían tu postura vital y como investigadora?
R. “El otro se construye. Yo soy el otro”, o algo así como “No existe una sola vía”. Una frase que tenga relación con la diferencia y la diversidad.

* El binarismo de género se plantea como la postura que únicamente reconoce la existencia de dos identidades: mujer y hombre; Aquí, un sexo determinado (por ejemplo, el de mujer) se tiene que corresponder con un género y una construcción determinada (heterosexual, pasiva, femenina…).

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